Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por las misas que
son profanadas con ritos de origen mundano. En el siguiente enlace podemos encontrar
una ampliación del tema al que nos referimos:
Canto
inicial: “Oh
buen Jesús, yo creo firmemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo
Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los
pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Cuando se pierde la gracia, el alma sufre dos clases de
daños: uno presente y otro futuro[1]. El
daño presente es el mismo perder la gracia, que en sí es digna de gran estima,
ya que eleva a la creatura a un estado purísimo, sobrenatural, divino, celestial,
al hacerla partícipe de la naturaleza del mismo Dios. El daño futuro que se
sufre es la pérdida de la bienaventuranza, a la cual se tiene derecho por la
misma gracia y esta pérdida es infinitamente más grave y dolorosa que cualquier
pérdida terrena. Para que nos demos una idea de la grandeza de la gracia, es
necesario que meditemos acerca de lo que dice el Evangelista San Juan: “seremos
semejantes a Dios, porque le veremos como es en Sí”. Sin embargo, el alma no
debe esperar el pasar a la otra vida, puesto que ya en esta vida terrena, por
la gracia, participa de la naturaleza divina y en este sentido, se hace
semejante a Dios ya en esta vida. La otra grandeza de la gracia consiste en
que, en la otra vida, al contemplar a Dios, “seremos semejantes a Él”; pero ya
desde esta vida, por la gracia, el alma adquiere cierta semejanza con Dios en
su pensar, en su querer y en su obrar y esto es algo que se ve de forma patente
en los santos.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La gracia es llamada también “bienaventuranza” y quien la
posee puede ser llamado, con toda razón, “bienaventurado”, aun cuando no lo sea
todavía en el grado en el que se experimenta la bienaventuranza en la otra
vida, en la vida eterna[2].
La razón por la que recibe este nombre es que por ella, el alma se hace
partícipe de la naturaleza divina y, en cierto sentido, posee al Ser divino
trinitario y la bienaventuranza es precisamente esto, total posesión de Dios
Trino y también usufructo, por así decirlo, de este Dios Trino. El alma
bienaventurada –y, por extensión, el alma en gracia- poseen a Dios Uno y Trino
y se alegran por esta posesión, que es para su goce y disfrute personal. Por la
bienaventuranza se usufructúan todos los atributos divinos y todas las
infinitas perfecciones del Ser divino trinitario; por lo tanto, lo mismo ocurre
por la gracia en esta vida, con la diferencia que en esta vida el alma lo hace
limitadamente, mientras que en la otra, el usufructo de las divinas
perfecciones es sin límite.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por la bienaventuranza, el alma se hace semejante a Dios y
goza de las infinitas perfecciones y atributos divinos, del mismo modo a como
Dios las goza[3].
Es decir, aunque las infinitas perfecciones sean de Dios y sólo de Dios, porque
sólo a Él le corresponde ser infinitamente perfecto en todo, el usufructo y el
gozo de las mismas es común con Dios, con lo cual los hombres experimentan el “ser
como dioses”, porque se hacen Dios por participación. Así llaman en la otra
vida a los bienaventurados los santos y también la Escritura y de la misma
manera, con los límites de esta vida terrena, a aquellos que están en estado de
gracia, por el hecho de que ya tienen derecho, por la gracia presente, a la
bienaventuranza futura[4].
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Entre los hombres, se considera que es afortunado aquel que,
aun no siendo poseedor o dueño de la totalidad de la hacienda, sin embargo
puede gozar y disfrutar de los bienes que esta produce[5]. Es
decir, poco importa que no se tenga el dominio de una gran hacienda, siempre y
cuando se tenga seguro el fruto y el uso gozoso de la misma. Es por esta razón
que, entre los hombres, se consideran afortunados aquellos que tienen el
usufructo perpetuo de la hacienda, aun cuando no sean sus propietarios. Si esto
es así, entonces se comprende qué dicha inmensa, sin límites, es tener tanto la
posesión de la divinidad y el derecho al usufructo de sus perfecciones, como
sucede con los bienaventurados en la otras vida y con los que están en gracia,
en esta vida terrena. En efecto, aunque los bienaventurados no tienen el
dominio de la infinidad e inmensidad de Dios, tienen sí el fruto de ellas y el
derecho a gozar de los atributos divinos, en lo cual nos da Dios cuanto nos
puede dar, fuera de ser Dios. Estas consideraciones deben conducirnos a estimar
y apreciar el don de la gracia como el tesoro más valioso que seamos capaces de
poseer en esta vida.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por lo tanto, debemos desear la gracia con no menor afecto
de cuanto deseamos la bienaventuranza, pues la gracia es medio, raíz y derecho
de la bienaventuranza: sin gracia no hay bienaventuranza y toda bienaventuranza
se obtiene por la gracia[6].
Si el deseo de la bienaventuranza es entrañable, vehemente, continuo y
necesario, del mismo modo debe ser el deseo de la gracia, cordialísimo,
eficacísimo, perpetuo y necesario. Un filósofo[7]
dijo: “¿En qué es en lo que se yerra? En que como todos desean la vida
bienaventurada, tienen en lugar suyo los medios; y así, mientras más la
pretenden, más la huyen”. El equívoco está en que los malos yerran el camino
buscando la bienaventuranza no por la gracia y virtud, sino por los medios que
no la consiguen. Pero si alguien busca la bienaventuranza por la gracia, no
puede errar, porque es su único y seguro medio y por esto mismo debe ser
deseada únicamente la gracia, por la excelencia que contiene y a la que
conduce. La gracia, entonces, nos da derecho a la bienaventuranza de la gloria
eterna y por eso mismo debemos procurarla, aun a costa de la propia sangre y
vida[8].
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 70.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[5] Cfr. Nieremberg, o. c., 72.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[7] Cfr. Séneca, ep. 44.
[8] Cfr. Nieremberg, o. c., 72.
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