Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje cometido contra
Nuestro Señor Jesucristo, representado como un “fracasado” -en relación a la Redención- en una tira cómica. La
noticia acerca de tan lamentable suceso se encuentra en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos
al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
La
gracia santificante es un bien de tan alto grado y de valor tan inestimable,
que todo otro bien, de cualquier orden inferior, debe ser dejado de lado, con
tal de adquirir, conservar o acrecentarla[1]. Incluso
en relación al mal, dicen los autores, como por ejemplo el mal de trabajo o el
mal de pena, deben ser abrazados como un bien, porque en el orden temporal, no
hay bien ni mal que pueda compararse ni oponerse a tan gran bien eterno. Del mismo
modo a como nada puede ser comparado con Dios y así como todo, fuera de Él, es
nada en substancia –porque Él es el que da el ser y mantiene a las creaturas en
el ser-, así también, respecto de la gracia, que es participación del ser
infinito de Dios, no puede ser comparado con nada de este mundo y es así como
los cristianos no debemos estimar otro ser si no es el ser que ella nos da,
como lo hacía San Pablo que dice: “Con la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor 15).
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En las palabras de San Pablo –“soy lo que soy”- advierten algunos
autores que se significa el ser de la gracia, ya que hace alusión a la
respuesta de Dios a Moisés desde la zarza: así como Dios le dijo: “Yo Soy el
que Soy”, significando así la excelencia e infinidad de la naturaleza divina,
así también San Pablo dijo: “soy lo que soy”, por razón del ser excelentísimo y
participado de Dios que recibía por la gracia, haciendo referencia al ser y
estado divino que por ella había alcanzado[2]. Así,
San Pablo estima que es, teniendo a todo lo demás, que no es la gracia, por lo
que no es, esto es, como si fuera la nada. Para San Pablo, toda excelencia de
naturaleza y fortuna, comparados con el ser que otorga la gracia, son nada, son
no-ser y solo consideraba que era –que tenía el ser- a la gracia. Ninguna
excelencia y ningún bien humanos, sean materiales o espirituales, tienen
siquiera un mínimo de comparación con la excelencia y el bien que proporcionan
la gracia, esto es, el ser santo y justo. Aun poseyendo todos los bienes del
mundo, sin la gracia y la caridad que ésta concede, se es nada: “Nada soy si no
tuviere caridad” (1 Cor 13). ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que
apreciemos el don de la gracia, para dar la vida antes que perder la gracia!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si
la gracia hace que el hombre sea justo y santo, entonces, el pecador, en quien
no está la gracia, no es. El profeta Abdías dice: “Serán como que no sean” (v.
16). En el mismo sentido, San Jerónimo afirma: “Porque quien perece y muere a
Aquel que es (esto, el pecador, N. del R.) y que dijo a Moisés “El que Es me
envía a vosotros”, ése se dice que no es, según la regla de la Sagrada
Escritura”[3]. Santa
Ester (14, 11), hablando con Dios, le pide: “No entregues, Señor, tu cetro a
los que no son”, esto es, a los pecadores, a los malos. En otros lugares de la
Escritura se da a entender que los pecadores se aniquilan, no en el sentido
literal de la palabra, sino en sentido figurado, esto es que, aun conservando
el ser, son nada, porque no tienen la gracia que los hace ser. El profeta Oseas
dice (7, 16): “Vuelto se han para vivir sin yugo”, lo cual quiere decir, sin
obediencia ni ley de Dios –cuyo yugo es suave y ligero- y según los Setenta: “Se
han convertido en nada”. ¡Nuestra Señora
de la Eucaristía, haz que por la adquisición de la gracia dejemos de ser “nada
más pecado”, para comenzar a ser hijos adoptivos de Dios!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
A
quienes no posean, en la hora de la muerte, el ser de la gracia, Dios les dirá:
“No os conozco”, siendo así que el conocimiento divino alcanza a cuanto tiene
ser. Por lo tanto, al no tener el ser de la gracia, no son conocidos por Dios.
Esto quiere decir que Dios no sabe ni conoce a los pecadores, porque aunque el
conocimiento de Dios es de cuantos son y tienen ser, y sólo no sabe lo que no
es, como la Sagrada Escritura dice de los que carecen de gracia, que no son y
que se han convertido en nada, así también dice de los mismos que no los sabe
Dios ni los conoce, esto es, con conocimiento y ciencia de aprobación y grado. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
vivamos y muramos en el ser de la gracia, para ser conocidos por Dios en el
momento de nuestra muerte!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Muchos
hombres, al no hacer estas consideraciones, se desviven por conseguir lo que no
es y viven no teniendo el ser de la gracia; es decir, viven tratando de
conseguir lo que no es y se olvidan de aquello que los hace verdaderamente ser.
De esto no sacan ninguna ganancia, porque con sus esfuerzos consiguen lo que no
es, mientras que no se esfuerzan por conseguir lo que es, la gracia[4].
Al pecar, el hombre no pierde la naturaleza humana, pero sí pierde la
participación en la naturaleza divina, en cuya comparación toda la naturaleza
humana y la angélica es como si no fuese. Lo que le queda al pecador, cuando
peca, es la nada de su ser, más el pecado. Pierde el ser y el estado divino en
el que le había puesto el ser de la gracia. Es de un pecador que dijo Cristo: “Mucho
mejor le fuera a este hombre si no hubiera nacido”. Consideremos, por lo tanto,
y ponderemos, el ser de la gracia, procurando adquirirla, si la hemos perdido;
conservarla, si ya la tenemos; acrecentarla, si y la conservamos. Si los
mundanos dejan la vida por lo que es aire y nada, ¿por qué nosotros, los
católicos, no hemos de esforzarnos, para adquirir aquello que vale más que el
universo entero? Si un siervo de Dios y alma santa, está ya en estado de
gracia, ¿acaso ha de costarle ser más en estado de gracia? Sólo debe el alma
postrarse ante su Creador, Presente en Persona en la Eucaristía y levantar su
corazón hacia el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y luego, obrar las obras
de Dios, que son obras de misericordia. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, haz que solo deseemos la gracia, que nos da el ser y
que por esta gracia elevemos nuestros suspiros y que por ella vivamos y
muramos!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo,
en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él
mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo
Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los
pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 54.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem.
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