“Tú eres el Mesías, el Hijo
del Dios vivo” (Mt 16, 13-19). Narra
el evangelista que la revelación del Padre a Pedro acerca de la divinidad de
Jesús, y la posterior confesión de Pedro, tienen lugar en Cesarea de Filipo, al
norte de Palestina. Dios no hace las cosas por casualidad. Ese lugar tenía una
gran importancia para el mundo antiguo: habían allí dos templos paganos, el
templo en honor del dios Pan, levantado por los griegos, y un templo levantado
por los romanos, en honor del emperador Augusto, por eso se llamaba Cesarea, en
honor de César Augusto. Es decir, en ese lugar, los pueblos más ilustres de la
antigüedad, rendían culto de idolatría a los dioses y al poder político, y es
en ese lugar en donde es confesada por primera vez la divinidad de nuestro
Señor Jesucristo[1]. La confesión de la
divinidad de Jesucristo es lo que va a diferenciar a la religión católica de
cualquier otra religión de la tierra, y es lo que la transforma a esta Iglesia
en la única y verdadera Iglesia de Dios.
Es Dios
Padre quien revela a Pedro la verdad acerca de Jesucristo: era imposible que
por razonamientos lógicos y humanos, Pedro llegase a la verdad acerca de la
divinidad de Cristo. Una consideración racional de los milagros y de las
profecías, jamás habría podido llevar a Pedro a deducir que Jesús era el Hijo
eterno del Padre, encarnado en una naturaleza humana[2]. Las
palabras del Pedro tienen un significado profundísimo, tanto por el origen de la
revelación –se lo revela interiormente el mismo Dios Padre- como por la
substancia de lo revelado –Jesús no es un simple mortal, es Dios Hijo
encarnado-. Y Dios Padre se lo revela a Pedro porque lo había elegido como
fundamento visible de la Iglesia de su Hijo. De ahí que la Iglesia Católica
confiese, a lo largo de los siglos, la misma fe de Pedro: Jesús es Dios Hijo
encarnado.
También
para nosotros se repiten, a pesar de la distancia en el tiempo, situaciones
análogas a las de la escena del evangelio: también hoy, los hombres de nuestro
tiempo, como los de ayer, idolatran al ser humano, que intenta ejercer sobre
los demás un poder omnímodo, totalitario, a través de la política –hoy se
idolatra el poder político como si fuera un poder divino-, e idolatran a dioses
y demonios, como lo hacen los cultores de la secta neo-pagana de la Nueva Era:
tarot, brujería, esoterismo, ocultismo, religiones orientales.
Pero
también hoy como ayer, el Padre envía su Espíritu, así como lo envió a Pedro,
para iluminar desde el interior las almas de sus hijos adoptivos, para que no
caigan en el error de la civilización moderna, y confiesen, junto a Pedro, la
divinidad de Jesús. Y ese mismo Jesús, que estuvo delante de Pedro, está hoy en
medio de su Iglesia, en Persona, vivo y resucitado, en su Presencia Eucarística.
Por eso, junto a Pedro, con la fe de Pedro, también confesamos la divinidad de
Cristo Eucaristía: “Cristo Eucaristía, Tú eres el Hijo del Dios vivo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario