miércoles, 5 de diciembre de 2012

Hay otra bienaventuranza, proclamada por la Esposa del Cordero, luego de la inmolación del Cordero en el altar: bienaventurados quienes se acercan y comen la carne del Cordero de Dios



“Bienaventurados los que sufren... los que lloran... los que tienen hambre y sed de justicia... los perseguidos... los pobres... los puros de corazón...” (cfr. Lc 6, 20-26). Las Bienaventuranzas de Jesús, proclamadas en el Sermón de la Montaña, son incomprensibles a los ojos del mundo. El mundo no puede llamar bienaventurados a los que sufren o a los que lloran, son desdichados; el mundo no puede llamar bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia, porque los negocios del mundo son turbios; no puede llamar bienaventurados a los perseguidos, porque para el mundo los bienaventurados y los cuerdos son los perseguidores de la Iglesia de Cristo; el mundo no puede llamar bienaventurados a los pobres, porque los placeres del mundo se adquieren con oro y plata, cosa que los pobres, por definición, no tienen; el mundo no puede llamar bienaventurados a los puros de corazón, ya que las idolatrías alejan y enturbian el corazón.
         Pero a los ojos de Dios, los deleites y las bienaventuranzas del mundo son ceniza y amargura, de ahí los lamentos de Jesús para quienes viven según el mundo y no según el Espíritu de Dios. Y por el contrario, lo que el mundo llama desgracias, son en realidad causa de felicidad sobrenatural para el alma.
         ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que el sufrimiento, el llanto, la persecución, el deseo de justicia, la pobreza, la pureza de corazón, sean causa de felicidad y de bienaventuranza? Lo que hace que todas estas cosas den felicidad al alma, es que son una consecuencia de la participación a la cruz de Jesús, quien es el Primer Bienaventurado.
         Jesús en la cruz sufre y llora por la redención de la humanidad; Jesús en la cruz tiene hambre y sed de justicia, de ver honrado y glorificado el nombre de Dios en los corazones humanos; Jesús en la cruz es pobre, ya que nada tiene; Jesús en la cruz es puro de corazón, ya que es el Cordero Inmaculado que ofrece su cuerpo y su sangre en holocausto agradable a Dios.
         Las Bienaventuranzas constituyen la causa de la felicidad del hombre porque quien vive las bienaventuranzas, vive unido a la cruz de Jesús y a Jesús en la cruz. Cada fiel, cada bautizado, puede unir su vida, su ser, su persona, con todas sus viscisitudes personales, al sacrificio de Cristo en la cruz y en el altar, para transformar la vida personal, la existencia personal, en una existencia y en una vida bienaventurada. Bienaventurados quienes se unen a la cruz de Cristo, bienaventurados quienes unen sus tribulaciones a la cruz del altar. Quien se una a la cruz de Cristo, será bienaventurado. Esa es la Bienaventuranza que proclama Cristo desde la Montaña, y consiste en unirse y participar de su cruz.
Pero hay otra bienaventuranza, proclamada por la Esposa del Cordero en el altar, luego de la inmolación del Cordero en la cruz del altar: “Bienaventurados quienes se acercan y comen la carne del Cordero de Dios”[1].


[1] Cfr. Misal Romano, ...

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