“El que coma de este Pan vivirá eternamente” (cfr. Jn 6, 44-51). Nada de lo conocido puede
darnos una certeza acerca de las palabras de Jesús.
Por un lado, la experiencia dice que el pan, hecho de
trigo, da vida, en el sentido de que la sustenta, pero una vida que es en
realidad una prolongación de la vida natural, y sólo la da en sentido
metafórico, en el sentido de justamente sustentarla y prolongarla. De ninguna
manera da otra vida que no sea la vida natural. Esa es la experiencia que se
tiene de comer un pan: da una vida que es la natural.
Por otra parte, no hay experiencia humana ni creatural
que diga que la carne de un hombre es pan, y mucho menos, que esa carne, que es
pan, dé la vida eterna.
Y sin embargo, Jesús afirma una y otra cosa: Él es Pan
que da la Vida
eterna, una vida que no es la humana ni la angélica, sino la vida misma de
Dios; una vida que es vida divina, que brota del seno mismo de Dios Trinidad.
Esa vida divina, que es eterna, incomprensible,
desconocida, absolutamente divina, es la que es comunicada al alma en cada
comunión. Quien coma el Pan del altar, comienza ya a participar de la Vida eterna del Hombre-Dios
Jesucristo; comienza a ser partícipe de la Vida absolutamente divina de Dios Trino, que se
brinda bajo apariencia de pan.
“El que coma de este Pan vivirá eternamente”. No hace
falta morir para empezar a vivir la vida eterna, la vida en la comunión de las
Tres Divinas Personas. Ya desde esta, el cristiano que se alimenta del Pan Vivo
bajado del cielo, vive una vida verdaderamente divina, eterna.
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