Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por el sacrilegio cometido
contra la Eucaristía en la Basílica de la Transfiguración en Israel. La información
correspondiente se encuentra en los siguientes enlaces: https://www.aciprensa.com/noticias/tierra-santa-profanan-la-eucaristia-y-vandalizan-basilica-de-la-transfiguracion-19753/; http://www.estadodeisrael.com/2016/10/basilica-de-la-transfiguracion-de.html Meditaremos acerca de la Transfiguración del
Señor y acerca de la Eucaristía. Tal como lo hacemos siempre, pediremos por la
conversión de quienes cometieron esta profanación, además de pedir por nuestra
propia conversión, la de nuestros seres queridos y la de todos los hombres.
Canto inicial: “Cristianos venid,
cristianos llegad”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
En
el Monte Tabor, Jesús se transfigura
ante sus discípulos: su rostro y sus vestiduras resplandecen con un brillo más
intenso que mil soles juntos; es el resplandor de la gloria de su Ser divino
trinitario, que Jesús en cuanto Dios Hijo emite, junto al Padre y al Espíritu
Santo, desde la eternidad. En la Sagrada Escritura, la luz es sinónimo de
gloria; en el Monte Tabor, la luz que emite Jesús es su propia gloria, la
gloria que Él posee junto al Padre, desde la eternidad, por proceder del Padre,
desde la eternidad. A diferencia de la luz natural o de la luz artificial, que
son las luces conocidas por el hombre, la luz que emite Jesús de su Ser divino
trinitario en el Monte Tabor, es una luz viva, que concede la vida eterna a
aquel al que ilumina. Lejos de ser una luz inerte, que solo por analogía da
vida, como la luz del sol, la luz que emerge de la Persona Divina del Hijo de
Dios, Jesús de Nazareth, llena de la vida, de la alegría, de la paz y del gozo
de Dios a quienes ilumina, y esta es la razón por la cual Pedro, sintiéndose
embargado por el gozo divino que inunda su alma al recibir la luz del Tabor,
pide a Jesús quedarse ahí y “hacer tres carpas”, con lo cual quiere decir
quedarse para siempre. El que adora a Jesús resucitado y glorioso en el Nuevo
Monte Tabor, el Altar Eucarístico, también es iluminado en su ser, en su alma,
en su mente y en su corazón, por la luz celestial que irradia Jesús Eucaristía
y, al igual que en el Monte Tabor, quien es iluminado por Jesús Eucaristía,
recibe de Él la vida, el amor, la paz y la alegría de Dios. Y, al igual que
Pedro y los discípulos, el que adora a Jesús Eucaristía, no quiere salir de su
Presencia.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús
se transfigura en el Monte Tabor, pero también lo hace en la Epifanía y, por
supuesto, en la Resurrección. En la Transfiguración, en la Epifanía, en la
Resurrección, en todos estos momentos de su vida, Jesús emite, por breves
momentos, la luz divina de su Ser divino trinitario, que se trasluce a través
de su Humanidad santísima; en estos tres momentos, Jesús se muestra como lo que
Es: Dios Tres veces Santo, que transparenta su gloria divina a través de su
Cuerpo humano. Es en estos tres momentos de su vida terrena, breves, en los que
se manifiesta Jesús en su estado natural, porque resplandecer de luz y de
gloria divina es lo que le corresponde, siendo Él el Dios de la gloria eterna.
Sin embargo, no se manifiesta así durante la mayor parte de su vida terrena,
manteniendo oculta esta divina identidad, reflejada en la emisión de luz
celestial, durante el resto de su vida terrena, y fundamentalmente, durante la
Pasión. El hecho de que Jesús reflejara su gloria celestial de Hijo Unigénito
del Padre sólo en estos tres momentos de su vida –Epifanía, Transfiguración y
luego en la Resurrección- es, al tiempo que un milagro de su omnipotencia –es
por un milagro que no trasluce su divinidad en la mayor parte de su vida
terrena- y también una prueba de su amor infinito y eterno por nosotros, porque
si hubiera permanecido según su estado natural, es decir, glorificado, no
podría haber padecido la Pasión y no podría haber demostrado hasta dónde llega
su Amor, que es hasta la locura de la Cruz. Y también es un milagro de su
omnipotencia y una prueba de su Amor, el hecho de que la Eucaristía no
resplandezca, permanentemente, con la misma luz del Tabor.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
Monte Tabor se debe contemplar a la luz de otro monte, el Monte Calvario: en el
Tabor, Jesús se reviste de la luz con la que el Padre lo revistió desde la
eternidad, y por eso el Tabor es obra del Amor del Padre y signo de la gloria y
majestad infinita del Hijo de Dios; en el Calvario, Jesús se reviste, no de un
manto de luz, sino de un manto de sangre, de su propia Sangre, la Sangre que,
fluyendo a borbotones por su Cabeza coronada de espinas, y fluyendo también por
todo su Cuerpo, convertido en una llaga abierta y sangrante, lo recubre cual
manto púrpura y regio, y como es el manto que los hombres le dan en el tiempo
–es por nuestros pecados que sufre su Pasión-, podemos decir que el Monte
Calvario es obra de nuestras manos, obra de nuestro odio deicida manifestado en
el pecado, la malicia que surge del corazón del hombre y se eleva insolente
contra Dios, y es el signo de su ignominia y su humillación sufridas por
nuestras manos. En la Eucaristía, Jesús está glorioso y resucitado, pero
también, en el signo de los tiempos, continúa su dolorosa Pasión, expiando
hasta el último día por nuestros pecados. Esta es la razón por la cual el
resplandor de la gloria divina que se manifiesta en el Tabor, debe ser
contemplado y meditado a la luz del Santo Sacrificio de la Cruz y a su vez,
ambos deben contemplarse a la luz del misterio de la liturgia eucarística de la
Santa Misa, el Nuevo Monte Tabor, en donde la gloria divina del Ser trinitario
de Jesús se manifiesta a los ojos de la fe en la Eucaristía, y en donde el
Sacrificio del Calvario se renueva, incruenta y sacramentalmente, sobre el
altar eucarístico. Así, los misterios sobrenaturales absolutos del Hombre-Dios,
la Transfiguración, la Cruz y la Resurrección, se actualizan y renuevan,
misteriosamente, en ese Nuevo Monte Calvario y Nuevo Monte Tabor que es el
altar de la Santa Misa: Jesús resplandece con su Cuerpo glorioso y resucitado
en la Eucaristía, al tiempo que renueva incruenta y sacramentalmente el Santo
Sacrificio del Calvario. Transfiguración y Tabor; Crucifixión y Calvario;
Eucaristía y Altar Eucarístico, he aquí los misterios insondables de Nuestro
Dios, el Señor Jesús, actualizados y hechos presentes, en nuestro aquí y ahora,
ante nuestros ojos, por el misterio de la liturgia eucarística.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
Altar Eucarístico es el Nuevo Monte Tabor, en donde Jesús se revela, glorioso y
resucitado, no a los ojos del cuerpo, ante los cuales la luz de su gloria
celestial permanece oculta, sino ante los ojos de la fe, que sí pueden verlo
glorioso, luminoso, tal como está en el cielo, oculto en la Eucaristía. Si a
Pedro lo deslumbra sensiblemente la luz de la gloria, la majestad y la belleza
de Dios Hijo encarnado, que revela su majestad visiblemente, a quien contempla
a Jesús, glorioso y resucitado, oculto en la apariencia de pan, también lo
deslumbra, a los ojos del alma iluminada por la fe, la majestuosa Presencia
Eucarística de Jesús, el mismo Jesús del Tabor, el mismo Jesús del Calvario, el
mismo Jesús a quien adoran los ángeles y santos en el cielo.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús
se reviste de luz en el Monte Tabor, una luz sobrenatural, que no proviene del
exterior, sino que se origina en las profundidades insondables de su Ser divino
trinitario. En el Tabor, la luz que se trasluce a través de la Humanidad
santísima de Jesús no le es dada por nadie, sino que proviene de su propia
naturaleza divina, que por esencia es luminosa, con una brillantez y
luminosidad más resplandeciente que miles de soles juntos; se trata de una luz
viva, puesto que viene del Dios Viviente; se trata de una luz que vivifica con
la vida misma de la Trinidad a quien ilumina; se trata de una luz que comunica
del Amor trinitario a quien es vivificado e iluminado por ella. Pero si en el Tabor
es esta luz celestial la que reviste la Humanidad santísima de Jesús, en el
Calvario, por el contrario, su Humanidad santísima se reviste, no ya de luz
celestial y divina, sino de Sangre, de la Sangre que brota, a borbotones, de su
Cuerpo sacratísimo cubierto de golpes, hematomas y heridas abiertas, que dejan
escapar borbotones de Sangre Purísima y Preciosísima, que concede la vida
divina y el Amor divino a aquel sobre el que esta Sangre cae, además de limpiar
y lavar sus pecados. Esta Sangre, que es la Sangre del Cordero, quita la mancha
del pecado que oscurece y oprime el corazón del hombre, comunicándole la vida y
el Amor de Dios.
Meditación
final.
En
el Tabor, Jesús obra un milagro y es el permitir que su luz divina se irradie a
través de su Humanidad santísima, colmando así de vida y amor divinos a sus
discípulos; en el Calvario, Jesús impide que su divinidad se transparente a
través de su Humanidad, para que sea su Sangre, la Sangre que brota de sus
heridas abiertas, la que cayendo sobre las almas de los que se arrodillan ante
Él crucificado, sean colmadas de vida y de amor divinos. ¡Oh Jesús, que la
Sangre que brota de tu Corazón traspasado ilumine las tinieblas de mi corazón
con la luz de tu divinidad!
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
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