viernes, 11 de enero de 2013

“Felices porque véis y oís lo que otros quisieron ver y oír y no pudieron”



“Felices porque véis y oís lo que otros quisieron ver y oír y no pudieron” (cfr. Mt 13, 10-17). Jesús proclama una nueva bienaventuranza, que se suma a las del Sermón de la Montaña: no sólo son felices, bienaventurados, los misericordiosos, los pobres de espíritu, los perseguidos, sino que también son felices –o bienaventurados- quienes ven y oyen lo que muchos patriarcas y profetas quisieron ver y oír pero no pudieron.
¿Qué es lo que los patriarcas y profetas anhelaban ver y oír y no pudieron, en cambio, los discípulos de Jesús sí? Podríamos pensar que los patriarcas y profetas anhelaban ver y oír los milagros del Mesías; pero no se trata de los milagros de Jesús: los patriarcas y profetas querían ver y oír, más que los milagros del Mesías, al Mesías en Persona.
Después de todo, era lo que más esperaban, era por el Mesías que su existencia como patriarcas y como profetas cobraba todo su sentido y significado, aunque sería egoísta de su parte esperar al Mesías solo para ver confirmados sus lugares en medio del Pueblo de Israel. En realidad, a los patriarcas y a los profetas les importaba y deseaban la llegada del Mesías no porque los confirmaría en su calidad de patriarcas y de profetas, ya que en su humildad, esto no les interesaba, sino que, con la llegada del Mesías, estarían seguros de que las profecías hechas a Israel se cumplían, de que Israel sería conducida a la Tierra de la Paz de la mano del Mesías.
Pero, a pesar de sus deseos, a pesar de haber sido nombrados por Dios mismo como patriarcas y profetas, no pudieron ver al Mesías en Persona, y en cambio, sí es eso lo que los discípulos ven: al Mesías en Persona, y la visión del Mesías y el escuchar sus palabras es lo que los vuelve bienaventurados o felices.
Sin embargo, Dios es inefable, y la felicidad que describe para sus discípulos por ver y oír lo que otros quisieron pero no pudieron, encierra mucho más de lo que ser: los discípulos ven y oyen más aún de lo que ni siquiera sospechaban los patriarcas y los profetas, porque estos querían ver al Mesías, y los discípulos ven al Mesías, pero ven a Alguien en ese Mesías, y ese Alguien es el Hijo eterno de Dios Padre, encarnado en una naturaleza humana.
Los discípulos son bienaventurados y felices no sólo por ver al Mesías, sino por saber que este Mesías no es un hombre, sino el Hombre-Dios, Dios Hijo encarnado, y que su palabra es la Palabra de Dios Padre, la Sabiduría eterna encarnada en una naturaleza humana. Los discípulos son bienaventurados y felices porque este conocimiento sobrenatural y misterioso sobre el Mesías no viene de de una deducción de sus mentes, sino por la iluminación del Espíritu Santo, quien los ilumina para que conozcan la verdadera identidad del Mesías, Cristo Jesús, y conociéndolo, lo amen, y amándolo, lo adoren. Esto quisieron ver y oír patriarcas y profetas, y no pudieron.
Esto, que hizo felices y bienaventurados a los discípulos en tiempos de Jesús, hace bienaventurados a todos los miembros de la Iglesia, porque ese Mesías, Cristo Jesús, está en Persona, con su ser divino, en el sacramento del altar, que se dona como banquete celestial, como Pan de Vida eterna. Así cobra sentido la otra bienaventuranza proclamada por la Iglesia: “Felices los invitados al banquete celestial, al banquete del Cordero de Dios”. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Hora Santa reparadora para Navidad 2012



         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

         Querido Jesús Eucaristía, vengo a postrarme ante Tu Presencia sacramental, para ofrecerte el humilde homenaje de mi adoración, en este tiempo de Navidad. Me uno a la gozosa y alegre adoración que brota del Corazón Inmaculado de Tu Madre, que es también Madre mía por un don de tu Amor. Me uno a la adoración jubilosa y extasiada de los ángeles y santos en el cielo, que no cesan de cantar alabanzas en tu honor, sin poder salir del asombro y de la alegría que les provoca la inenarrable hermosura e inagotable belleza de tu Ser trinitario.
         Me uno a la adoración extasiada que la Iglesia Militante te brinda en tu homenaje, a lo largo y lo ancho de la tierra, homenaje de adoración y glorificación por tu inmensa grandeza, por tu incomprensible majestad, por tu inagotable misericordia, por tu eterno Amor.
         Querido Jesús Eucaristía, que viniste a nuestro mundo como Niño, sin dejar de ser Dios, en esta Navidad, vengo a pedirte perdón y a reparar por mis faltas y las de mis hermanos, sobre todo los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman, en tu condición de Niño Dios, nacido en Belén, Casa de Pan, para donarte al mundo como Pan de Vida eterna.

         Silencio meditativo.

         Vengo a adorarte y a pedirte perdón y reparar por quienes te desplazan a Ti, Niño Dios, Dios Niño, de sus corazones, de sus pensamientos, de sus ocupaciones, y colocan en tu lugar a ídolos mudos, ciegos y sordos, ídolos inertes, tomados del mundo de la política, del fútbol, de la ciencia, de la música, y de las más variadas actividades del hombre.

         Silencio meditativo.

         Vengo a pedirte perdón por quienes piensan que el dueño de la Navidad es ese engendro idolátrico, Papá Noel o Santa Claus, ídolo inerte, salido de las mentes de publicistas y de empresarios a los que sólo les interesa ganar dinero a costa de tu fiesta, la fiesta de Navidad; ídolo fantasmático y producto falso del mundo sin Dios, pero que a pesar de su falsedad radical ha logrado anidar en los corazones vacíos de muchos hijos tuyos. ¡Ilumina a los hombres, Niño Dios, para te descubran en el Pesebre de Belén y en la Santa Eucaristía!

          Silencio meditativo.

         Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros, que bajaste desde el cielo para quedarte en el Pesebre primero y en la Eucaristía después, para que te recibamos en nuestros pobres corazones, vengo a pedirte perdón por tantos jóvenes que para Navidad, y también para la Solemnidad de “María, Madre de Dios”, buscarán diversiones mundanas, profanarán sus cuerpos con el alcohol, con música cumbia y música rock, indecentes e indignas de la condición humana; profanarán sus cuerpos con pasiones carnales desenfrenadas, con substancias venenosas de todo tipo, olvidando que de esta manera sólo encontrarán desolación, dolor, amargura, tristeza y, en algunos casos, dolorosa muerte. ¡Ilumina a los jóvenes, Niño de Belén, para que descubran que sólo Tú, que te donas como alimento celestial en la Eucaristía, extra-colmas, con tu Amor divino, los anhelos de felicidad, de alegría, de amor y de gozo que están sellados en lo más profundo de todo ser humano! ¡Ilumina a estos jóvenes, Dios del Pesebre, para que dejen de buscar la felicidad en lugares extraviados y llenos de oscuridad, para que comiencen a buscarla en Ti, única fuente de alegría para el hombre!

         Silencio meditativo.

         Niño de Belén, vengo a pedirte perdón por tantos adultos, que para esta Navidad, pospondrán el Pesebre por objetos materiales, por bienes pasajeros, por cosas terrenas, por placeres mundanos, y preferirán el estruendo del mundo, la música ensordecedora, el aturdimiento y el hastío de las palabas vanas y huecas, antes que el silencio, necesario para contemplarte a Ti recién nacido, y despreciarán el cántico de los villancicos y los cantos en honor y alabanza por tu Nacimiento.

         Silencio meditativo.

         Vengo a pedirte perdón, Dios Niño nacido en Belén de la Virgen María, por los que preferirán las fiestas mundanas y las comilonas y las embriagueces del mundo, antes que el manjar del cielo, el Pan de Vida eterna, ofrecido por el Padre para los hombres, el Banquete celestial que sacia con manjares exquisitos, jamás probados por el hombre: la Carne Santa del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo; el Pan de Vida eterna, Pan Vivo bajado del cielo, Pan engendrado en la eternidad en el horno ardiente de Amor que es el seno de Dios Padre, Pan alojado en el seno virgen de María, seno inhabitado por el Amor de Dios, el fuego del Espíritu Santo, y cocido por el mismo Espíritu en el altar eucarístico; el Vino de la Alianza Nueva y eterna, Vino Santo que es tu Sangre derramada en el ara santa la Cruz, servida por el Padre en el cáliz de salvación, Vino que embriaga y alegra el corazón del hombre porque lo colma con el Amor mismo de Dios, con Dios, que “es Amor” eterno, infinito, inagotable, incomprensible. ¡Ilumina a estos hijos tuyos, para que se deleiten no en festivales trasnochados, sino en el Banquete celestial, Tu Cuerpo, Tu Sangre, Tu Alma, Tu Divinidad, el Pan Santo de Vida eterna, y el Cáliz de eterna salvación! ¡Ilumínalos, para que comprendan que la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena!

         Silencio meditativo.

         Oración de salida: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).  

         Canto de salida: “Tu scendi dalle stelle”.

         Oración final: Querido Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Dios del Pesebre, que eres en la Hostia consagrada el mismo Jesús que en Belén nació como Niño Dios; Tú tuviste, al nacer, la compañía de tu Madre y de San José, y también la de un buey y un asno, representantes estos de la humanidad.
         Te ofrecemos nuestro pobre corazón, que sin Tu Presencia es como una gruta, oscuro y frío, habitado por las pasiones; te lo ofrecemos, para que así como el buey y el asno te dieron su calor, para combatir el frío de la Nochebuena, así también recibas el humilde calor de nuestro amor, para que lo transformes en tu mismo Amor.
         Debemos ya retirarnos a nuestras ocupaciones diarias, pero como no queremos separarnos de Ti, dejamos nuestros corazones a los pies del sagrario, para que estén siempre y en todo momento cantando tus misericordias, como anticipo de la alabanza eterna que entonaremos en el cielo. Amén.

martes, 11 de diciembre de 2012

Hora Santa para Adoradores



         Inicio: Ingresamos en el Oratorio, y nos disponemos para la adoración. Aquietamos el espíritu, dejamos de lado todo asunto mundano, buscamos despejar la mente y el corazón de las cosas que nos distraen. Venimos a hacer adoración ante Jesús Sacramentado, el Dios de la Eucaristía, el Dios del sagrario, ante quien los ángeles se postran en adoración y permanecen en éxtasis de adoración y ante quien los santos no cesan de cantar himnos de adoración y de alabanza. Nos unimos gozosos a los coros de los ángeles y santos del cielo, pidiendo a María Santísima que nos asista en esta hora de adoración, para que no solo no nos distraigamos, sino que nuestra humilde adoración sea llevada por nuestros ángeles custodios a su Corazón Inmaculado, y desde allí al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Hacemos breve silencio interior y exterior, y luego entonamos el canto de entrada.
Canto de entrada: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente…”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).
Meditación: Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que lates de amor por todos y cada uno de nosotros, hemos venido ante tu Presencia para reparar por nuestras faltas a tu Amor, y también por aquellos que piensan que sólo la realidad sensible es la única existente, y que por lo tanto nada hay más allá de lo que perciben los sentidos; venimos a pedirte por aquellos que creen en lo que dice la ciencia humana, pero no creen en la Palabra de Dios; pedimos por quienes investigan científicamente el mundo visible, pero al mismo tiempo niegan la evidencia de tu Sabiduría y de tu Amor, fundamento de la Creación a la cual ellos investigan; te pedimos por quienes erróneamente se dejan llevar por un falso espíritu cientificista, pensando que lo que pueden ver, medir y pesar, es la única realidad, y convierten de esa manera a la naturaleza en un ídolo mudo e inerte, mientras se olvidan que eres Tú quien con tu aliento das vida, consistencia y ser a todas las creaturas, y que sin Ti, Jesús Eucaristía, nada de lo que existe existiría.
Te pedimos que infundas en estas almas el deseo de investigar, a través del Espíritu Santo, tus Misterios Divinos, tus milagros asombrosos, tus prodigiosos maravillosos, que dejan sin habla a los ángeles del cielo.
Silencio para meditar.
Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, venimos a reparar por quienes se vanaglorian de sus logros intelectuales, científicos, artísticos, pero se olvidan que la sabiduría humana es suma necedad ante la Sabiduría divina, y que la belleza humana es como una flor que a la mañana está fresca y a la noche se seca, y que sin Ti, Hermosura Increada, toda belleza es igual a cenizas que se dispersan al viento.
Te pedimos que les concedas la gracia de alegrarse y admirarse ante el descubrimiento de tu infinita Sabiduría y de tu Amor eterno, fundamento de todo lo que en el mundo es sabio y bueno.
Silencio para meditar.
Venimos ante Ti, Jesús Eucaristía, para reparar por quienes, en vez de seguirte a Ti, en el Camino Real de la Cruz, camino duro y difícil, escarpado y en subida, camino señalado por las huellas de tus pisadas, camino en el que se deja la vida del hombre viejo, pero que conduce, luego del dolor de la Cruz, a la luz de la Resurrección, siguen un camino opuesto al tuyo, camino ancho, espacioso, en declive, fácil de andar, que no exige renuncias, camino lleno de risas fáciles, de hartura de comidas, camino tapizado por el dinero a modo de alfombra y señalado por el brillo del oro, camino en el que todo es alegría mundana, pero que termina abruptamente, pues conduce al abismo del que no se sale, abismo en el que el dolor, el llanto, la amargura y el odio son los compañeros inseparables por la eternidad.
Te pedimos que a quienes se dejan seducir por los atractivos del mundo, les concedas la gracia de conocerte, para que conociéndote te amen, amándote te adoren, y adorándote se salven y canten tus alabanzas por toda la eternidad.
Silencio para meditar.
Canto: “Te adoramos, Hostia divina”.

Peticiones
A cada intención respondemos: “Te rogamos, óyenos”.
-Por el Santo Padre Benedicto XVI, para que guíe la Barca de Pedro, la Santa Iglesia Católica, según la luz del Espíritu Santo. Oremos al Señor.
-Por los obispos, los sacerdotes, los religiosos, y por todos los consagrados, para que sean, con sus vidas, reflejos vivientes de la Divina Misericordia. Oremos.
 -Por todos los bautizados, para que conscientes y agradecidos por el don de la filiación divina, vivan obrando la caridad fraterna y así den testimonio del Reino de los cielos. Oremos al Señor.
-Por los que no conocen a Jesucristo, Hombre-Dios, Redentor y Salvador de los hombres, para que la Madre de Dios, Medianera de todas las gracias, les conceda la gracia de la conversión. Oremos al Señor.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).
Oración de despedida: Querido Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, para continuar con nuestros deberes cotidianos. Hemos estado ante tu Presencia Eucarística como Moisés en el Monte Sinaí, como Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor; llevamos nuestros corazones colmados de tu paz, de tu alegría, de tu Amor, y hacemos el propósito de comunicar a nuestros hermanos de la abundancia que de Ti hemos recibido. Aunque nos retiramos con el cuerpo, dejamos a tus pies nuestros corazones, hasta la próxima Hora Santa.
Canto de despedida: “El trece de mayo la Virgen María”

viernes, 7 de diciembre de 2012

“El que coma de este Pan vivirá eternamente”




“El que coma de este Pan vivirá eternamente” (cfr. Jn 6, 44-51). Nada de lo conocido puede darnos una certeza acerca de las palabras de Jesús.
Por un lado, la experiencia dice que el pan, hecho de trigo, da vida, en el sentido de que la sustenta, pero una vida que es en realidad una prolongación de la vida natural, y sólo la da en sentido metafórico, en el sentido de justamente sustentarla y prolongarla. De ninguna manera da otra vida que no sea la vida natural. Esa es la experiencia que se tiene de comer un pan: da una vida que es la natural.
Por otra parte, no hay experiencia humana ni creatural que diga que la carne de un hombre es pan, y mucho menos, que esa carne, que es pan, dé la vida eterna.
Y sin embargo, Jesús afirma una y otra cosa: Él es Pan que da la Vida eterna, una vida que no es la humana ni la angélica, sino la vida misma de Dios; una vida que es vida divina, que brota del seno mismo de Dios Trinidad.
Esa vida divina, que es eterna, incomprensible, desconocida, absolutamente divina, es la que es comunicada al alma en cada comunión. Quien coma el Pan del altar, comienza ya a participar de la Vida eterna del Hombre-Dios Jesucristo; comienza a ser partícipe de la Vida absolutamente divina de Dios Trino, que se brinda bajo apariencia de pan.
“El que coma de este Pan vivirá eternamente”. No hace falta morir para empezar a vivir la vida eterna, la vida en la comunión de las Tres Divinas Personas. Ya desde esta, el cristiano que se alimenta del Pan Vivo bajado del cielo, vive una vida verdaderamente divina, eterna.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Hay otra bienaventuranza, proclamada por la Esposa del Cordero, luego de la inmolación del Cordero en el altar: bienaventurados quienes se acercan y comen la carne del Cordero de Dios



“Bienaventurados los que sufren... los que lloran... los que tienen hambre y sed de justicia... los perseguidos... los pobres... los puros de corazón...” (cfr. Lc 6, 20-26). Las Bienaventuranzas de Jesús, proclamadas en el Sermón de la Montaña, son incomprensibles a los ojos del mundo. El mundo no puede llamar bienaventurados a los que sufren o a los que lloran, son desdichados; el mundo no puede llamar bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia, porque los negocios del mundo son turbios; no puede llamar bienaventurados a los perseguidos, porque para el mundo los bienaventurados y los cuerdos son los perseguidores de la Iglesia de Cristo; el mundo no puede llamar bienaventurados a los pobres, porque los placeres del mundo se adquieren con oro y plata, cosa que los pobres, por definición, no tienen; el mundo no puede llamar bienaventurados a los puros de corazón, ya que las idolatrías alejan y enturbian el corazón.
         Pero a los ojos de Dios, los deleites y las bienaventuranzas del mundo son ceniza y amargura, de ahí los lamentos de Jesús para quienes viven según el mundo y no según el Espíritu de Dios. Y por el contrario, lo que el mundo llama desgracias, son en realidad causa de felicidad sobrenatural para el alma.
         ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que el sufrimiento, el llanto, la persecución, el deseo de justicia, la pobreza, la pureza de corazón, sean causa de felicidad y de bienaventuranza? Lo que hace que todas estas cosas den felicidad al alma, es que son una consecuencia de la participación a la cruz de Jesús, quien es el Primer Bienaventurado.
         Jesús en la cruz sufre y llora por la redención de la humanidad; Jesús en la cruz tiene hambre y sed de justicia, de ver honrado y glorificado el nombre de Dios en los corazones humanos; Jesús en la cruz es pobre, ya que nada tiene; Jesús en la cruz es puro de corazón, ya que es el Cordero Inmaculado que ofrece su cuerpo y su sangre en holocausto agradable a Dios.
         Las Bienaventuranzas constituyen la causa de la felicidad del hombre porque quien vive las bienaventuranzas, vive unido a la cruz de Jesús y a Jesús en la cruz. Cada fiel, cada bautizado, puede unir su vida, su ser, su persona, con todas sus viscisitudes personales, al sacrificio de Cristo en la cruz y en el altar, para transformar la vida personal, la existencia personal, en una existencia y en una vida bienaventurada. Bienaventurados quienes se unen a la cruz de Cristo, bienaventurados quienes unen sus tribulaciones a la cruz del altar. Quien se una a la cruz de Cristo, será bienaventurado. Esa es la Bienaventuranza que proclama Cristo desde la Montaña, y consiste en unirse y participar de su cruz.
Pero hay otra bienaventuranza, proclamada por la Esposa del Cordero en el altar, luego de la inmolación del Cordero en la cruz del altar: “Bienaventurados quienes se acercan y comen la carne del Cordero de Dios”[1].


[1] Cfr. Misal Romano, ...

lunes, 12 de noviembre de 2012

Hora Santa para Adoradores



Inicio: Estamos ante Jesús Eucaristía, así como están los ángeles y los santos en el cielo: adoramos, junto con ellos, al Cordero de Dios, Jesús, que está Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, como lo está en el cielo, sólo que aquí, en la tierra, está oculto bajo el velo sacramental. Nos concentramos en su Presencia Eucarística, buscando rechazar todo pensamiento que nos aleje de su contemplación. Pedimos, para esta Hora Santa, la asistencia de María Santísima, que sea Ella quien dirija nuestra hora de adoración. Acudimos también al auxilio de nuestro Ángel custodio, para que la oración que salga de nuestros labios, vaya al Corazón Inmaculado de María, y desde el Corazón de María, al Corazón de Jesús.

Canto de entrada: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente…”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

Meditación:
Bendito y adorado seas, Jesús, Hombre-Dios, Presente en la Sagrada Eucaristía. Heme aquí ante vuestro Tabernáculo con mi corazón compungido, a la vista de mis pecados, y ante el abismo insondable de tu infinita majestad.
Vengo a adorar Tu Sagrado Corazón, Corazón que solo sabe amar, Corazón siempre abierto al perdón. Corazón que es maltratado por muchas almas obstinadas en desconocerte y en ofenderte con el pecado. Corazón coronado de espinas, que son nuestras ingratitudes, nuestros desprecios, nuestras indiferencias, a Tu Presencia Eucarística.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las almas que con sus indiferencias, aumentan el dolor de tu Sagrada Cabeza, ahondando más las espinas. Permíteme reparar por quienes te posponen a los placeres, diversiones y atracciones del mundo, olvidando lo que dijera el Santo Padre Pío: “Mil años de gozar la gloria humana no vale tanto como pasar una hora en dulce comunión con Jesús en el Santísimo Sacramento”.
Permíteme reparar los ultrajes que significan los malos pensamientos, los pensamientos de concupiscencia, de avaricia, de orgullo, de soberbia, de vanidad, de pereza, pensamientos que solo aumentan los dolores producidos por tu corona de espinas.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las almas que azotan tu Cuerpo Santísimo con sus liviandades, con sus profanaciones a sus cuerpos, convertidos en templos del Espíritu Santo por la gracia del bautismo, y profanados por las modas, los bailes, los espectáculos y la música indecente e impura.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las faltas de fe frente al Milagro de los milagros, y por todas las frialdades, ultrajes e indiferencias  que de esta falta de fe -muchas veces voluntaria y por eso culpable- se siguen.

Meditación en silencio (quince minutos)

Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las almas que agrandan vuestras Sagradas Llagas, almas que taladran vuestras venerables manos y vuestros adorables pies con su desobediencia a tus mandatos, mandatos que son Leyes de Amor que salvan, pero que son vistos, por tantos y tantos cristianos, como pesadas obligaciones que cercenan sus “derechos”, que no son otra cosa que vicios disfrazados de conquistas humanas.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por las almas que aumentan tu sed, que es sed de nuestros pensamientos, de nuestros deseos, de nuestras obras de amor, porque sólo tienen pensamientos, deseos y obras de oscuridad.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las almas que vuelven a crucificarte en el Madero santo de la Cruz, porque se niegan a llevar la cruz de todos los días; se niegan a caminar el Camino Real del Calvario, camino estrecho, angosto, en subida, escarpado, difícil de transitar, pero camino seguro que lleva a la Cruz y de la Cruz al Cielo, y en vez de eso, prefieren correr, en dirección opuesta, por el ancho y espacioso camino del mundo, camino fácil, en declive, lleno de alegrías mundanas y placeres terrenales, pero que finaliza en el abismo de donde no se sale más.
¡Permíteme reparar por estas almas, Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para que tu infinita Misericordia los alcance, les cierre las puertas del Hades, y les dé tanto Amor, que alejados de la perdición, comiencen a caminar en dirección al Calvario, que es la dirección de la Resurrección, de la luz y del Cielo!

Peticiones:
         A cada intención respondemos: Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, escúchanos por tu gran Amor.
         -Por el Santo Padre, Benedicto XVI, por nuestro obispo, y por todos los sacerdotes, para que iluminados por el Espíritu Santo, conduzcan al Pueblo de Dios a la Jerusalén celestial. Oremos.
         -Por los gobernantes de las naciones, para que gobiernen a las naciones según el interés del Bien Común. Oremos.
         -Por los padres y madres de familia, para que sean conscientes de que la familia es la Iglesia doméstica, y así sean para sus hijos los primeros catequistas, que los eduquen en el conocimiento y en el amor a Jesús Salvador. Oremos.
-Por los jóvenes, para que vean en Cristo el Camino que conduce al Padre, la Verdad que ilumina a todo hombre, y la Vida eterna que se dona como Pan Vivo en la Eucaristía. Oremos.
-Por nosotros mismos, para que, guiados por María Santísima, seamos para nuestros prójimos “luz del mundo y sal de la tierra”, por medio de las obras de misericordia, corporales y espirituales. Oremos.

Meditación en silencio (quince minutos).

Oración final:
Corazón Eucarístico de Jesús, debemos ya retirarnos, pero a través de tu Madre, María Santísima, te pedimos la gracia de no alejarnos nunca de tu altar y de tu Presencia Eucarística en el sagrario, y para cumplir con este deseo, te dejamos nuestro corazón a tus pies, para que sólo y únicamente latan de amor por Ti.

Canto de salida: “El ángel vino de los cielos…”.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Muchos dudan que la Iglesia de a comer la carne del Cordero



Cristo Cordero en la Eucaristía

“¿Cómo puede darnos a comer su carne?” “¿Cómo puede darnos la Vida eterna, si sólo es un hombre?” (cfr. Jn 6, 52-59). Los judíos no pueden creer en las palabras de Jesús y se muestran atónitos frente a la propuesta de Jesús de que quien coma su carne y beba su sangre, recibirá la Vida eterna.
No pueden creer ni una ni otra cosa: no pueden creer que un hombre pueda dar su carne y su sangre como alimento, y mucho menos todavía que quien coma la carne y la sangre de este hombre, recibirá la Vida eterna.
Ven a Jesús con ojos humanos, escuchan a Jesús con oídos humanos y razonan con pensamientos que no trascienden los límites de la razón humana: ése es el  motivo por el cual no pueden creer en las palabras de Jesús.
Para creer lo que Jesús dice, acerca de que quien coma su carne y beba su sangre tendrá Vida eterna, es necesario ver en Jesús no a un simple hombre, sino al Hijo Unigénito de Dios, encarnado; es necesario ver en Jesús al Hijo eterno del Padre, que comunica la Vida eterna de Dios porque la posee Él desde la eternidad, donada por su Padre; para creer en las palabras de Jesús, se debe pedir la luz del Espíritu Santo, que permita ver en Jesús al Hombre-Dios, que dona su cuerpo y su sangre en la Última Cena, en la cruz y en la renovación y actualización de la Última Cena y del sacrificio de la cruz, el sacrificio del altar.
“¿Cómo puede darnos a comer su carne?” La incredulidad de los judíos hacia las palabras de Jesús se repite hoy entre muchos de los bautizados, cuando escuchan a la Iglesia que en la elevación de la Hostia consagrada dice: “Este –el pan consagrado- es el Cordero de Dios”.
Así como Jesús donó la Vida eterna en la cruz, envuelta esta vida en el ropaje de su carne y de su sangre, así también la Iglesia dona la Vida eterna al dar como alimento la carne resucitada del Hijo de Dios, la carne del Cordero, envuelta en el ropaje de la apariencia de pan y también, hoy como ayer, muchos dudan, así como dudaban los judíos y por los mismos motivos: no creer en Cristo como Hijo eterno del Padre, que se dona a sí mismo en la cruz y en el sacramento del altar, en su Iglesia.
Los judíos se decían: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” “¿Cómo puede darnos la Vida eterna, si es sólo un hombre?”
Hoy, en la Iglesia, muchos repiten la misma pregunta incrédula, por ver a la Iglesia no con los ojos de la fe, no como a la Esposa del Cordero, sino como a una iglesia más entre otras: “¿Cómo puede la Iglesia darnos a comer la carne del Cordero, si sólo es un pan? ¿Cómo puede la Iglesia darnos la Vida eterna, si nos da como alimento sólo un poco de pan?”