sábado, 27 de enero de 2018

Hora Santa en reparación por incendio de iglesias en Chile 150118


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la agresión sufrida por la Iglesia, con motivo de la última visita papal a Chile, visita en la cual fueron incendiadas varias iglesias. La información relativa a tan lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace:


Como siempre lo hacemos, pediremos por quienes perpetraron esta agresión, por su conversión, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y por todo el mundo.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         El Cristo Eucarístico es el mismo Cristo histórico –el que realizó milagros y resucitó por sí mismo, glorificando su naturaleza humana con su Ser divino trinitario- que viene a nosotros por medio de la Iglesia, ya que es por el sacerdocio ministerial que se confecciona el Santísimo Sacramento del altar. Es gracias a la Iglesia, entonces, que el alma fiel puede acceder a la unión con el Hombre-Dios Jesucristo, el Cristo histórico que, luego de morir en la cruz, entregando su Cuerpo y Sangre por nuestra salvación, resucitó y se continúa donando, con su Cuerpo y su Sangre, por medio de la Eucaristía. Sin la Iglesia, no sería posible el don eucarístico, y sin la Eucaristía, la Iglesia solo tendría para ofrecer a los hombres un poco de pan y de vino, pero de ninguna manera, el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. La Iglesia no está en este mundo para combatir la pobreza y el hambre corporales de la humanidad, pero sí para terminar para siempre con la pobreza y el hambre espirituales, y esta obra la cumple cada vez que dona los hombres la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná, que sacia al hombre en su sed de Dios y lo enriquece en su pobreza espiritual con la donación del Ser divino trinitario del Hombre-Dios, contenido en la Eucaristía.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Al asistir a la Santa Misa, es necesario siempre recordar el carácter esencialmente sacrificial de la misma, puesto que esto condiciona la preparación del alma y la predispone a la participación: no es lo mismo participar a un mero ágape religioso, que a la renovación incruenta y sacramental de un sacrificio, que por otra parte, es el sacrificio más importante para la humanidad por cuanto por este sacrificio, que es el de Cristo en la cruz, los hombres obtienen su eterna salvación. Asistir a la Santa Misa que ofrece la Iglesia, entonces, es asistir al Santo Sacrificio de la Cruz, y si es un sacrificio, la mejor forma de participar, es uniéndose al mismo, espiritualmente. El ofrecimiento de sí mismo se produce en el momento de la presentación de las ofrendas del pan y del vino por parte del celebrante[1]: en ese momento, el alma se ofrece a sí misma, espiritualmente, junto con sus sacrificios espirituales, sobre el altar, para que cuando el Espíritu Santo, que en el momento de las palabras de la consagración produce el milagro de la transubstanciación, esto es, la conversión de las substancias del pan y del vino en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, así también convierta los sacrificios espirituales, la vida y el ser de los fieles, unidos a la Ofrenda del Cuerpo y la Sangre de Jesús, en “ofrenda espiritual agradable al Padre”.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El alma fiel no debe caer nunca en la tentación racionalista, la cual se presenta toda vez que, rechazando la luz de la fe de la Santa Iglesia Católica, se pretende reducir el misterio de la Presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, rebajándolo a los estrechos límites de la capacidad de la razón humana. La Eucaristía no es pan, sino “Pan de Vida eterna”, “Pan Vivo bajado del cielo”, “Verdadero Maná” donado por el Padre a los que peregrinamos por el desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial. Si la Eucaristía fuera solo un pan y no el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, de ninguna manera sería nuestro sustento en nuestro peregrinar terreno hacia el Cielo. Si fuera solo pan, nunca recibiríamos, en cada comunión sacramental, el Amor de Dios que late en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Si fuera solo pan, no podríamos adorar la Eucaristía, porque no adoraríamos al Cordero de Dios, sino solo un poco de pan. Sin embargo, gracias a Dios, y tal como nos enseña el Magisterio de la Santa Madre Iglesia desde hace más de dos mil años, la Eucaristía es Cristo Dios en Persona, y viene al alma de aquel que lo recibe con fe, con amor, en estado de gracia y recibe la adoración de quien se postra ante su Presencia real, verdadera y substancial, en el Santísimo Sacramento del Altar.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor se produce en virtud de un milagro llamado “transubstanciación”, milagro que es realizado por el Espíritu Santo, cada vez que el sacerdote ministerial pronuncia sobre el pan y el vino las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”. La tentación racionalista ocurre cuando, cediendo al límite de la razón humana, se rechaza la verdad de la transubstanciación, verdad revelada por el Cielo mismo a través de Nuestro Señor Jesucristo, explicada, custodiada y transmitida por el Magisterio de la Iglesia, y se la reemplaza por doctrinas humanas, racionalistas, como la “transignificación”, la “transdestinación”, la “transfinalización”. Con estas doctrinas humanas se afirma, erróneamente, que la Eucaristía es solo pan bendecido, que merece veneración por ser, precisamente, un pan bendecido en una ceremonia religiosa, pero de ninguna manera es el Cuerpo y la Sangre de Cristo y por lo tanto no puede ser adorado. Cuando se hace esto, cuando se cede a la tentación racionalista, se vacía de contenido sobrenatural el misterio de la Eucaristía y se piensa en la Eucaristía como lo que no es, un trozo de pan bendecido. Esta no es la fe de la Iglesia, porque la fe de la Iglesia nos dice que la Eucaristía no es un pan bendecido por la intención del celebrante, sino “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, Cristo Dios, el Verbo Eterno del Padre que prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del Altar, que se nos dona en apariencia de pan y de vino, pero que es Él, Dios Hijo en Persona, que nos vivifica con su vida divina, la vida misma de la Trinidad. Hablar de y asimilar la “transubstanciación”, según la fe de la Iglesia, no es una mera digresión teológica, sino un signo de “nueva conciencia y madurez espiritual”[2], pedida por la Iglesia, propia de los hijos adoptivos de Dios.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Cuando se refieren a la Santa Misa, los Padres de la Iglesia la parangonan con “las dos mesas del Señor”[3], esto es, la mesa de la Palabra leída, la Sagrada Escritura proclamada a la asamblea, y la mesa de la Palabra de Dios, encarnada y oculta en apariencia de pan, la Eucaristía. La Eucaristía es la Palabra de Dios encarnada que, por medio del sacramento, se dona a sí misma como alimento exquisito para el alma. Pero antes de la mesa del sacramento, la Iglesia sirve la mesa de la Palabra de Dios leída y escuchada, por medio de la lectura de la Sagrada Escritura. La Iglesia prepara a sus hijos, por medio de la Palabra de Dios leída y escuchada[4], para recibir a la Palabra de Dios que prolonga su encarnación, en el Santísimo Sacramento del altar. Para el católico, la lectura de la Escritura no se queda nunca en sí misma, sino que actúa como una preparación para la recepción, en el corazón, del mismo Dios Hijo, que viene a su alma por medio de la Hostia consagrada. La comunión eucarística, entonces, debe estar precedida de la adoración eucarística y esta, a su vez, de la escucha atenta, piadosa, llena de fe, de la Palabra de Dios expresada en la liturgia[5]. Por alimentarnos con las dos mesas del Señor, la de la Palabra de Dios expresada en la Escritura, y la de la Palabra de Dios encarnada en la Eucaristía, debemos estar siempre agradecidos a la Santa Madre Iglesia.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Pueblo de reyes, asamblea santa”.    








[1] Cfr. Juan Pablo II, Dominicae Cenae, II, 9.
[2] Cfr. Dominicae Cenae, II, 9.
[3] Cfr. Dominicae Cenae, III, 10.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

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