jueves, 11 de enero de 2018

Hora Santa en reparación al Inmaculado Corazón de María Argentina 040118


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por una ofensa realizada al Inmaculado Corazón de María. Es una ofensa doble, debido a que la misma consistió en organizar una sacrílega “fiesta abortera” –finalmente, gracias a Dios, no se llevó a cabo, por la presión de los fieles, aunque el sacrilegio en sí se consumó-, utilizando una imagen de la Virgen en las imágenes que promovían dicho abominable evento. Las informaciones relativas a dicho evento se encuentran en los siguientes enlaces:
         Para las meditaciones, utilizaremos escritos de los Padres de la Iglesia acerca de la Purísima Madre de Dios, María Santísima.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

La Santísima Virgen es la Purísima, más pura que todos los ángeles y santos, porque Ella es la Madre de Dios y la morada del Espíritu Santo: “Oración a la Santísima Madre de Dios Santísima Señora, Madre de Dios, la sola purísima de cuerpo, la sola más allá de toda pureza, de toda castidad, de toda virginidad; la única morada de toda la gracia del Espíritu Santo; superando incomparablemente a las mismas potencias espirituales, en pureza, en santidad de alma y cuerpo”[1]. La Madre de Dios es también Madre nuestra, Madre de los hombres caídos en el pecado y como es Puro Amor, e intercede por nosotros, para que seamos liberados del pecado y de nuestras malas inclinaciones y llenados por la gracia de su Hijo Jesús, Cristo Dios: “Mírame a mí, culpable, impuro, manchado en mi alma y en mi cuerpo por taras de mi vida apasionada y voluptuosa; purifica mi espíritu de sus pasiones; santifica, levanta mis pensamientos errantes y ciegos; regula y dirige mis sentidos; líbrame de la detestable e infame tiranía de las inclinaciones y pasiones impuras; destruye en mí el imperio del pecado, dame la prudencia y el discernimiento a mi espíritu en tinieblas, miserable, para la corrección de mis faltas y de mis caídas, a fin de que, librado de las tinieblas del pecado, me encuentre digno de glorificaros; de cantaros libremente, la única Madre de la verdadera luz, Cristo nuestro Dios; pues sólo con él y por él, eres bendecida y glorificada por toda criatura invisible, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén”.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Para San Ambrosio, no hay nada más grandioso, noble, espléndido, casto, y pleno de virtudes, que la Madre de Dios. Su virginidad no se limitaba al cuerpo, sino que su pureza resplandecía también en su alma, desde el momento en que jamás hubo en Ella ni la más mínima sombra, de ni de malicia, ni de error, ni de soberbia, ni de nada malo de todo lo malo que afecta al hombre y al Ángel caído: “¿Qué más noble cuando se trata de la Madre de Dios? ¿Qué más espléndido que aquella que se llama el mismo esplendor? ¿Qué más casta que la que ha engendrado el cuerpo sin mancha corporal? ¿Y qué decir de sus otras virtudes? Era virgen. No solamente en el cuerpo, sino en el espíritu, ella cuyas astucias del pecado jamás han alterado su pureza”[2].

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Virgen, dice San Ambrosio, estaba colmada de virtudes y nada había en Ella que no fuera virtud en grado excelentísimo: “Humilde de corazón, reflejada en sus propósitos como prudente, cuidada en sus palabras y ávida de lectura; ponía su esperanza no en la incertidumbre de sus riquezas, sino en la oración de los pobres; aplicada a la obra, reservada, tomaba por juez de su alma no al hombre, sino a Dios; no hiriendo a nadie, acogida por todos, llena de respeto por los ancianos, sin celo por los de su edad, huía de la jactancia, seguía la razón, amaba la virtud”. En lo que respecta al prójimo, incluidos en primer lugar sus padres, y todavía más en lo que respecta a Dios, jamás hubo nada que pudiera en la Virgen ser reprochado; por el contrario, tanto en su trato para con Dios, como para con los seres humanos, todo fue amor, pureza, candor, humildad y extrema caridad: “¿Cuándo ofendió a sus padres aunque fuera tan sólo con su actitud? ¿Cuándo se la vio en desacuerdo con sus semejantes? ¿Cuándo rechazó al humilde con desdén, se burló del débil, rechazó al miserable? Ella sólo frecuentaba las reuniones de hombres en las que, llegada por caridad, no tenía que ruborizarse ni sufrir en su modestia. Ninguna rareza en su mirada, ninguna licencia en sus palabras, ninguna licencia en sus palabras, ninguna imprudencia en sus actos; nada erróneo en sus gestos, ninguna dejadez en su paso o insolencia en su voz: su actitud exterior era la imagen misma de su alma, el reflejo de su rectitud”[3]. Finalmente, como buenos hijos de esta Madre celestial, los cristianos debemos esforzarnos por imitarla, no solo exteriormente, sino interiormente, adornando y embelleciendo nuestras almas con la gracia santificante: “Una buena casa debe reconocerse en su vestíbulo, y mostrar desde su entrada que no hay en ella tinieblas; así nuestra alma debe, sin que le estorbe el cuerpo, arrojar luz al exterior, parecida a la lámpara que extiende su claridad desde el interior”[4].

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Afirma San Agustín que la Virgen es más dichosa por recibir antes en su mente a la Verdad Absoluta del Padre, la Sabiduría eterna, más que por concebirlo en su seno virginal, aunque esto en sí mismo sea causa de dicha inmensa: “María es más dichosa en comprender la fe en Cristo que concebir en su seno a Cristo. Su lazo maternal no le hubiera servido de nada, si no hubiera sido más feliz en llevar a Cristo en su corazón que llevarlo en su seno”[5]. De igual manera, también nosotros, imitando a la Virgen, deberíamos decir que somos más dichosos en conocer, con nuestras mentes iluminadas por la luz de la fe, que Jesús es Dios encarnado y que prolonga su encarnación en la Eucaristía, para así amar luego, con todo el amor del que seamos posibles, la comunión eucarística. Del mismo modo a como a la Virgen, según San Agustín, no le aprovecharía de nada la maternidad divina, si no hubiera conocido antes con su mente la verdad de Jesús como Hijo eterno del Padre, y amado con su Corazón Inmaculado su Encarnación, así tampoco a nosotros, de nada nos sirve comulgar –esto es, recibir el Cuerpo de Cristo en nuestro cuerpo, en la boca-, si no conocemos la verdad de la Presencia real de Cristo en la Eucaristía y si no amamos y adoramos esta Presencia real, verdadera, gloriosa y substancial en el Santísimo Sacramento del altar.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Siendo Jesús el Verbo eterno del Padre encarnado, no podía su Madre ser una mujer más entre tantas, afirma San Ambrosio: “Me extraño que haya gente que se plantee esta cuestión: ¿es necesario o no llamar a la Virgen Santísima Madre de Dios? Pues si Nuestro-Señor Jesucristo es Dios, ¿cómo la Virgen que lo ha traído al mundo no va a ser la Madre de Dios? Es la creencia que nos han transmitido los santos apóstoles”[6]. No es indistinto a nuestra fe eucarística que la Virgen sea o no sea Madre de Dios: al ser Madre de Dios, da a luz a la Cabeza del Cuerpo Místico, Cristo Dios, la Persona Segunda de la Trinidad encarnada en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth. Puesto que la Virgen es Madre y Modelo de la Iglesia, en Ella se prefiguran los misterios que luego se continúan en la Iglesia. Así, de la misma manera a como el Espíritu Santo, el Amor de Dios, fue quien llevó al Verbo Eterno del Padre al seno de la Virgen para que luego de nueve meses fuera dado a luz en Belén, Casa de Pan, para que el Verbo se donara a sí mismo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la cruz, así también es el mismo Espíritu Santo el que, actuando a través del sacerdote ministerial, continúa y prolonga la Encarnación del Verbo por medio de la transubstanciación, esto es, la conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo Dios. Si la Virgen no es Madre de Dios, entonces la Iglesia no es la Verdadera y Única Esposa del Espíritu Santo, quien con su Amor la fecunda en su seno virginal, para que dé a luz al Pan de Vida eterna en el Nuevo Portal de Belén, el altar eucarístico.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Postrado a vuestros pies, humildemente”.   




[1] San Efrén; Trad. del P. d'Alès, in Marie, Mère de Dieu, Tradition anténicénienne, t. III, col. 180.
[2] Cfr. San Ambrosio, De Virginibus, P.L., 16, col. 209 et ss.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] De natura et gratia, XXXXVI. P.L., 44, col. 267.
[6] San Cirilo de Alejandría (380-444) escribe la “Carta a los monjes de Egipto”, antes del Concilio, para ponerlos en guardia contra la herejía de Nestorio (Nestorio, patriarca de Constantinopla, se levantó contra la apelación de “Madre de Dios” [Théotokos] atribuido a María. Fue condenado en el Concilio ecuménico de Efeso, en 431).

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