sábado, 20 de enero de 2018

Hora Santa en reparación por ofensa a la Eucaristía por parte de un teólogo italiano 180118


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la escandalosa reducción de la Eucaristía a un acto de erotismo. La increíble afrenta a la Eucaristía se puede encontrar en el siguiente enlace:
Este hecho es un ESCÁNDALO: el periodista italiano Andrea Grillo presenta el artículo de un sacerdote teólogo, Manuel Belli, profesor de Teología Sacramental en el Seminario de Bérgamo y también educador de seminaristas en la misma ciudad, llamado “Eucaristía. Cuerpo, comida y eros”. En el mencionado artículo, la Eucaristía es reducida a un acto de “erotismo", lo cual es una inaceptable y blasfema herejía.
Del Cuerpo de Cristo dice así Bellli: “A menudo en la tradición nos arriesgamos a poner tanto énfasis en la idea de que ese pan y vino ya no son tales sino el cuerpo y la sangre de Jesús y en el hecho de que los sentidos no nos deben engañar si sólo ven el pan y el vino, nos hemos arriesgado a pensar un poco mágicamente sobre la realidad de la presencia del cuerpo de Cristo (...) Vivimos por símbolos. Y el cuerpo de Jesús no es más que un buen pan partido”. Ambas afirmaciones son heréticas, blasfemas y sacrílegas: la Presencia real no es magia y el afirmar esto es ya indicio de una mentalidad gnóstica, neo-pagana y esotérica, y no cristiana; por otra parte, el Cuerpo de Cristo no es “más que un buen pan partido”, sino la substancia glorificada del Cordero de Dios.
Cuando escribe sobre la Santa Misa como “comida”, comete los mismos sacrilegios: “La misa es una comida ritualizada (...) Pero no podemos olvidar que en la Misa nos sentamos a la mesa con los demás. Incluso la dimensión de la comunidad no carece de importancia. Lo primero que ocurre al participar en la Eucaristía es que nos encontramos: la celebración comienza con el acto de la reunión”. Esto no es verdad, puesto que el Santo Sacrificio de la Cruz –que se hace presente de modo sacramental en la Última Cena, anticipando el Sacrificio del Calvario- jamás puede ser reducido a una “comida ritualizada”.
Por último, lo más grave es cuando relaciona a la Eucaristía con el erotismo: “EROS –“Tomad, esto es mi cuerpo" y una frase que sin ninguna dificultad podría ser contextualizada en lo que un hombre dice a su mujer, o viceversa. El sacerdote T. Radcliffe  (NT, Radcliffe afirmó que el sexo homosexual puede ser una expresión de la autodonación de Cristo: “El sexo gay (...) debemos preguntar qué significa, y hasta qué punto es eucarístico”) Belli escribió: “Deseo hablar de la última cena y la sexualidad. Puede parecer un poco extraño, pero creo que por un momento. La última cena y la sexualidad, las palabras centrales fueron: “Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros”. La Eucaristía, como el sexo, se centra en el don del cuerpo (...) Entendemos la Eucaristía a la luz de la sexualidad y la sexualidad a la luz de la Eucaristía”.
Por lo tanto, para este sacerdote hereje -Manuel Belli-, “Hay un componente erótico de la Eucaristía, que no debe ser descuidado. Entre dos amantes hay un código corporal que excede la naturaleza de las palabras”. La Eucaristía es don del Cuerpo Sacratísimo de Cristo, un Cuerpo Purísimo, por ser el Cuerpo de Dios Encarnado, y ni siquiera mínimamente contaminado por la concupiscencia del pecado. La Eucaristía es donación del Amor de Dios, que nada tiene que ver con la pasión desordenada del hombre. Rechazamos todas y cada una de las afirmaciones de este hereje.
Como siempre lo hacemos, pediremos por quienes perpetraron este sacrilegio, por su conversión, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y por todo el mundo.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

La Eucaristía no es, jamás, un mero alimento; aunque es instituida en el curso de un alimento –precisamente, la Última Cena, el Jueves Santo-, sin embargo su carácter esencial es el de ser la actualización del Santo Sacrificio del Calvario. Como enseña la Santa Iglesia desde su misma institución, “la Eucaristía es, por encima de todo, un sacrificio”[1]; es el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesús, muerto en la Cruz, resucitado y glorificado, que está en la Eucaristía con el mismo Cuerpo glorioso con el que está “sentado a la derecha de Dios Padre” (cfr. Mc 16, 19) en el Reino de los cielos. La Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Jesús, y aun cuando a nuestros ojos y sentidos corporales parezcan pan y vino, ya no lo son más, puesto que donde estaban las substancias de ambos –vino y cuerpo-, ahora están las substancias humanas divinizadas del Cuerpo y la Sangre de Cristo y la substancia divina de la Persona Segunda de la Trinidad. La conversión del pan y del vino es realizada por obra del Espíritu Santo, quien con su omnipotencia divina produce el milagro de la transubstanciación, en el momento en el que el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, y esto de manera tal que sobre el altar eucarístico y ante nuestros ojos, oculto bajo la apariencia de pan y vino, se encuentra “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (cfr. Jn 1, 29-51), Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la Eucaristía tenemos la esperanza de la vida eterna, una vida que no es esta vida terrena, sino la vida misma de la Trinidad, aunque no se trata de solo una esperanza, sino de  una esperanza que se hace realidad en nuestro aquí y ahora, porque por la Eucaristía recibimos, ya en esta vida terrena, sujeta al paso del tiempo, la vida eterna, vida divina que Jesús nos dona en cada comunión eucarística, tal como lo afirman los santos: “Del mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación divina, deja de ser pan común y corriente y se convierte en Eucaristía, compuesta de dos realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando reciben la Eucaristía, dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza de la resurrección” [2]. Es esta esperanza –esperanza de la vida divina que recibimos de modo anticipado en la tierra por la comunión eucarística-, la que nos lleva a proclamar, en cada Santa Misa, la fe en la resurrección, obtenida para nosotros por Jesús y su sacrificio en cruz. Sin embargo, no necesitamos morir para, en cierto modo, comenzar a vivir desde ahora la vida eterna, por cuanto esta vida eterna está incoada en la Eucaristía, obteniéndola nosotros del mismo Jesucristo, cuando nos unimos a Él por la comunión sacramental. Como dicen los santos, por medio de la Eucaristía, nos ofrecemos en cuerpo y alma a nuestro Dios, recibiendo de Él el anticipo de la vida eterna: “Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo, significando con nuestra ofrenda nuestra unión y mutua comunión, y proclamando nuestra fe en la resurrección de la carne y del espíritu”[3].  

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Como afirma el Papa Juan Pablo II, “la Eucaristía es un sacrificio”[4], es el “sacrificio de la Redención”[5], es el “sacrificio de la Nueva Alianza”[6]; es el sacrificio por el cual el hombre, al serle cancelado el pecado y serle concedida la gracia de la filiación divina, regresa a Dios. En la fe de la Santa Iglesia Católica, la Eucaristía no es un mero recuerdo, piadoso y religioso, de la Última Cena: es la renovación, incruenta y sacramental, del Santo Sacrificio de la Cruz. Así es como lo cree la Iglesia de todos los tiempos: “El sacrificio actual (…) es como Aquel que un día ofreció el Unigénito Verbo Encarnado, es ofrecido (hoy como entonces) por Él, siendo el mismo y único sacrificio”[7]. A través de la Eucaristía, “el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio del misterio pascual de muerte y resurrección de Jesucristo, el Hombre-Dios”[8]. Como verdadero y único sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza, la Eucaristía obra la Redención, “restituyendo a Dios”[9] al hombre, al cancelar Nuestro Señor, con su sacrificio en la cruz, el pecado, que era lo que lo separaba al hombre de su Creador. Solo por Jesucristo, el Hombre-Dios, Presente en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía, puede el hombre reconciliarse con Dios Uno y Trino y regresar a Él. Es imposible, para el hombre, la unión con Dios, fuera de la Eucaristía y de la Santa Iglesia Católica. Fuera de la Eucaristía, y fuera de la Iglesia, por medio de la cual se confecciona el Santísimo Sacramento del Altar, no hay salvación posible.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Eucaristía es el sacrificio de la Nueva Ley por el cual Jesús se ofrece, a través de los siglos, por medio de la Iglesia y el sacerdocio ministerial, a las almas de los fieles, bajo la apariencia de pan, para colmarlos de su gracia y de su vida divina. La Santa Misa es por lo tanto el mismo sacrificio de la Cruz, ofrecido en el Calvario hace más de veinte siglos, que se actualiza y prolonga en el tiempo, oculto en la liturgia eucarística, pero siendo en substancia y en esencia el mismo y único sacrificio del Calvario. Esto es así porque si el Viernes Santo Jesús ofreció su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la cruz, a la vista de todos, en la Santa Misa ofrece ese mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, aunque ahora de modo incruento y sacramental, por lo que no son dos sacrificios distintos, el del Calvario y el de la Misa, sino uno mismo, ofrecido de dos modos: cruento el del Calvario, incruento el de la Santa Misa. Y tanto en el Calvario como en la Misa, la Persona que une hipostáticamente a sí a la naturaleza humana de Jesús, es la misma y única Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo Eterno del Padre. Es decir, en el Calvario, Jesús se ofreció por nuestra salvación derramando su Sangre y entregando su Cuerpo en la cruz; en el Altar Eucarístico –que por esto puede ser llamado “Nuevo Calvario”-, Jesús derrama su Sangre en el Cáliz y entrega su Cuerpo en la Hostia consagrada, siendo entregados su Cuerpo y su Sangre a nosotros bajo las apariencias de pan y vino, estando presente en las mismas, en virtud de la unión hipostática, Jesucristo, el Hombre-Dios, vivo, glorioso, resucitado, lleno de la vida, de la gloria y del amor divinos, que se derraman sin límites sobre el alma que comulga en gracia, con fe y piedad, pero sobre, todo, con amor.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Sacrificio de Jesús en la Cruz –renovado incruenta y sacramentalmente en la Santa Misa- es el único sacrificio de la Nueva Ley, por cuanto es el único sacrificio digno de la majestad divina, al ser la ofrenda y el oferente el mismo Jesucristo, Dios Nuestro Señor. Por este sacrificio, el Señor Jesús aplacó la Divina Justicia, obtuvo todos los méritos necesarios para nuestra salvación y cumplió nuestra redención y si bien son méritos para todos los hombres de todos los tiempos, los aplica solo por medio de su Iglesia, esto es, el Santo Sacrificio de la Misa. Luego de reflexionar acerca del inefable misterio que constituye el Santísimo Sacramento del altar, al asistir a la Santa Misa, entonces, postrémonos y ofrezcamos a Dios Uno y Trino la Santa Eucaristía, en acción de gracias y en adoración, y pidamos las gracias que necesitemos para una vida santa, ante todo y la principal, la gracia de la contrición del corazón y la perseverancia final en la fe y en las buenas obras. De esa manera, estaremos seguros de poder continuar la acción de gracias, el amor y la adoración que le tributamos en el tiempo, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos.

 Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Postrado a vuestros pies, humildemente”.     





[1] Cfr. Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae a todos los obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la Eucaristía, II, 9.
[2] San Ireneo, Libro 4, 18, 1-2. 4. 5: SC 100, 596-598. 606. 610-612.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae a todos los obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la Eucaristía, II, 9.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Synodus Constantinopolitana adversus Sotericum (enero 1156 y mayo 1157): Angelo Mai, Spicilegium romanum, t. X, Romae 1844, 77; PG 140, 190.
[8] Cfr. Juan Pablo II, Dominicae Cenae, II, 9.
[9] Cfr. ibidem.

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