Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la escandalosa
reducción de la Eucaristía a un acto de erotismo. La increíble afrenta a la
Eucaristía se puede encontrar en el siguiente enlace:
Este hecho es un ESCÁNDALO: el periodista
italiano Andrea Grillo presenta el artículo de un sacerdote teólogo, Manuel
Belli, profesor de Teología Sacramental en el Seminario de Bérgamo y también
educador de seminaristas en la misma ciudad, llamado “Eucaristía. Cuerpo,
comida y eros”. En el mencionado
artículo, la Eucaristía es reducida a un acto de “erotismo", lo cual es
una inaceptable y blasfema herejía.
Del Cuerpo de Cristo dice así
Bellli: “A menudo en la tradición nos arriesgamos a poner tanto énfasis en la
idea de que ese pan y vino ya no son tales sino el cuerpo y la sangre de Jesús
y en el hecho de que los sentidos no nos deben engañar si sólo ven el pan y el
vino, nos hemos arriesgado a pensar un poco mágicamente sobre la realidad de la
presencia del cuerpo de Cristo (...) Vivimos por símbolos. Y el cuerpo de Jesús
no es más que un buen pan partido”. Ambas
afirmaciones son heréticas, blasfemas y sacrílegas: la Presencia real no es
magia y el afirmar esto es ya indicio de una mentalidad gnóstica, neo-pagana y
esotérica, y no cristiana; por otra parte, el Cuerpo de Cristo no es “más que
un buen pan partido”, sino la substancia glorificada del Cordero de Dios.
Cuando escribe sobre la Santa Misa
como “comida”, comete los mismos sacrilegios: “La misa es una comida
ritualizada (...) Pero no podemos olvidar que en la Misa nos sentamos a la mesa
con los demás. Incluso la dimensión de la comunidad no carece de importancia.
Lo primero que ocurre al participar en la Eucaristía es que nos encontramos: la
celebración comienza con el acto de la reunión”. Esto no es verdad, puesto que el Santo Sacrificio de la Cruz –que se
hace presente de modo sacramental en la Última Cena, anticipando el Sacrificio
del Calvario- jamás puede ser reducido a una “comida ritualizada”.
Por último, lo más grave es cuando
relaciona a la Eucaristía con el erotismo: “EROS –“Tomad, esto es mi
cuerpo" y una frase que sin ninguna dificultad podría ser contextualizada
en lo que un hombre dice a su mujer, o viceversa. El sacerdote T.
Radcliffe (NT, Radcliffe afirmó que el
sexo homosexual puede ser una expresión de la autodonación de Cristo: “El sexo
gay (...) debemos preguntar qué significa, y hasta qué punto es eucarístico”) Belli
escribió: “Deseo hablar de la última cena y la sexualidad. Puede parecer un
poco extraño, pero creo que por un momento. La última cena y la sexualidad, las
palabras centrales fueron: “Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros”. La
Eucaristía, como el sexo, se centra en el don del cuerpo (...) Entendemos la
Eucaristía a la luz de la sexualidad y la sexualidad a la luz de la Eucaristía”.
Por lo tanto, para este sacerdote
hereje -Manuel Belli-, “Hay un componente erótico de la Eucaristía, que no debe
ser descuidado. Entre dos amantes hay un código corporal que excede la
naturaleza de las palabras”. La Eucaristía es don del Cuerpo Sacratísimo de
Cristo, un Cuerpo Purísimo, por ser el Cuerpo de Dios Encarnado, y ni siquiera
mínimamente contaminado por la concupiscencia del pecado. La Eucaristía es donación del Amor de Dios, que nada tiene que ver con
la pasión desordenada del hombre. Rechazamos todas y cada una de las
afirmaciones de este hereje.
Como
siempre lo hacemos, pediremos por quienes perpetraron este sacrilegio, por su
conversión, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres
queridos y por todo el mundo.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
La
Eucaristía no es, jamás, un mero alimento; aunque es instituida en el curso de
un alimento –precisamente, la Última Cena, el Jueves Santo-, sin embargo su
carácter esencial es el de ser la actualización del Santo Sacrificio del Calvario.
Como enseña la Santa Iglesia desde su misma institución, “la Eucaristía es, por
encima de todo, un sacrificio”[1]; es
el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesús, muerto en la Cruz, resucitado y
glorificado, que está en la Eucaristía con el mismo Cuerpo glorioso con el que
está “sentado a la derecha de Dios Padre” (cfr. Mc 16, 19) en el Reino de los cielos. La Eucaristía es el Cuerpo y
la Sangre de Jesús, y aun cuando a nuestros ojos y sentidos corporales parezcan
pan y vino, ya no lo son más, puesto que donde estaban las substancias de ambos
–vino y cuerpo-, ahora están las substancias humanas divinizadas del Cuerpo y
la Sangre de Cristo y la substancia divina de la Persona Segunda de la Trinidad.
La conversión del pan y del vino es realizada por obra del Espíritu Santo, quien
con su omnipotencia divina produce el milagro de la transubstanciación, en el
momento en el que el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la
consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, y esto de manera tal que
sobre el altar eucarístico y ante nuestros ojos, oculto bajo la apariencia de
pan y vino, se encuentra “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (cfr.
Jn 1, 29-51), Jesús de Nazareth, el
Hombre-Dios.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por
la Eucaristía tenemos la esperanza de la vida eterna, una vida que no es esta
vida terrena, sino la vida misma de la Trinidad, aunque no se trata de solo una
esperanza, sino de una esperanza que se
hace realidad en nuestro aquí y ahora, porque por la Eucaristía recibimos, ya
en esta vida terrena, sujeta al paso del tiempo, la vida eterna, vida divina que
Jesús nos dona en cada comunión eucarística, tal como lo afirman los santos: “Del
mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación divina,
deja de ser pan común y corriente y se convierte en Eucaristía, compuesta de
dos realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando
reciben la Eucaristía, dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza
de la resurrección” [2].
Es esta esperanza –esperanza de la vida divina que recibimos de modo anticipado
en la tierra por la comunión eucarística-, la que nos lleva a proclamar, en
cada Santa Misa, la fe en la resurrección, obtenida para nosotros por Jesús y
su sacrificio en cruz. Sin embargo, no necesitamos morir para, en cierto modo,
comenzar a vivir desde ahora la vida eterna, por cuanto esta vida eterna está
incoada en la Eucaristía, obteniéndola nosotros del mismo Jesucristo, cuando
nos unimos a Él por la comunión sacramental. Como dicen los santos, por medio
de la Eucaristía, nos ofrecemos en cuerpo y alma a nuestro Dios, recibiendo de
Él el anticipo de la vida eterna: “Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo,
significando con nuestra ofrenda nuestra unión y mutua comunión, y proclamando
nuestra fe en la resurrección de la carne y del espíritu”[3].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Como
afirma el Papa Juan Pablo II, “la Eucaristía es un sacrificio”[4],
es el “sacrificio de la Redención”[5],
es el “sacrificio de la Nueva Alianza”[6];
es el sacrificio por el cual el hombre, al serle cancelado el pecado y serle
concedida la gracia de la filiación divina, regresa a Dios. En la fe de la
Santa Iglesia Católica, la Eucaristía no es un mero recuerdo, piadoso y
religioso, de la Última Cena: es la renovación, incruenta y sacramental, del
Santo Sacrificio de la Cruz. Así es como lo cree la Iglesia de todos los
tiempos: “El sacrificio actual (…) es como Aquel que un día ofreció el Unigénito
Verbo Encarnado, es ofrecido (hoy como entonces) por Él, siendo el mismo y
único sacrificio”[7].
A través de la Eucaristía, “el hombre y el mundo son restituidos a Dios por
medio del misterio pascual de muerte y resurrección de Jesucristo, el
Hombre-Dios”[8].
Como verdadero y único sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza, la Eucaristía
obra la Redención, “restituyendo a Dios”[9] al
hombre, al cancelar Nuestro Señor, con su sacrificio en la cruz, el pecado, que
era lo que lo separaba al hombre de su Creador. Solo por Jesucristo, el
Hombre-Dios, Presente en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la
Eucaristía, puede el hombre reconciliarse con Dios Uno y Trino y regresar a Él.
Es imposible, para el hombre, la unión con Dios, fuera de la Eucaristía y de la
Santa Iglesia Católica. Fuera de la Eucaristía, y fuera de la Iglesia, por
medio de la cual se confecciona el Santísimo Sacramento del Altar, no hay
salvación posible.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Eucaristía es el sacrificio de la Nueva Ley por el cual Jesús se ofrece, a
través de los siglos, por medio de la Iglesia y el sacerdocio ministerial, a
las almas de los fieles, bajo la apariencia de pan, para colmarlos de su gracia
y de su vida divina. La Santa Misa es por lo tanto el mismo sacrificio de la
Cruz, ofrecido en el Calvario hace más de veinte siglos, que se actualiza y
prolonga en el tiempo, oculto en la liturgia eucarística, pero siendo en substancia
y en esencia el mismo y único sacrificio del Calvario. Esto es así porque si el
Viernes Santo Jesús ofreció su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la cruz, a
la vista de todos, en la Santa Misa ofrece ese mismo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad, aunque ahora de modo incruento y sacramental, por lo que no son dos
sacrificios distintos, el del Calvario y el de la Misa, sino uno mismo,
ofrecido de dos modos: cruento el del Calvario, incruento el de la Santa Misa. Y
tanto en el Calvario como en la Misa, la Persona que une hipostáticamente a sí
a la naturaleza humana de Jesús, es la misma y única Segunda Persona de la
Trinidad, el Verbo Eterno del Padre. Es decir, en el Calvario, Jesús se ofreció
por nuestra salvación derramando su Sangre y entregando su Cuerpo en la cruz;
en el Altar Eucarístico –que por esto puede ser llamado “Nuevo Calvario”-,
Jesús derrama su Sangre en el Cáliz y entrega su Cuerpo en la Hostia consagrada,
siendo entregados su Cuerpo y su Sangre a nosotros bajo las apariencias de pan
y vino, estando presente en las mismas, en virtud de la unión hipostática,
Jesucristo, el Hombre-Dios, vivo, glorioso, resucitado, lleno de la vida, de la
gloria y del amor divinos, que se derraman sin límites sobre el alma que
comulga en gracia, con fe y piedad, pero sobre, todo, con amor.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
Sacrificio de Jesús en la Cruz –renovado incruenta y sacramentalmente en la
Santa Misa- es el único sacrificio de la Nueva Ley, por cuanto es el único
sacrificio digno de la majestad divina, al ser la ofrenda y el oferente el
mismo Jesucristo, Dios Nuestro Señor. Por este sacrificio, el Señor Jesús
aplacó la Divina Justicia, obtuvo todos los méritos necesarios para nuestra
salvación y cumplió nuestra redención y si bien son méritos para todos los
hombres de todos los tiempos, los aplica solo por medio de su Iglesia, esto es,
el Santo Sacrificio de la Misa. Luego de reflexionar acerca del inefable
misterio que constituye el Santísimo Sacramento del altar, al asistir a la
Santa Misa, entonces, postrémonos y ofrezcamos a Dios Uno y Trino la Santa
Eucaristía, en acción de gracias y en adoración, y pidamos las gracias que
necesitemos para una vida santa, ante todo y la principal, la gracia de la
contrición del corazón y la perseverancia final en la fe y en las buenas obras.
De esa manera, estaremos seguros de poder continuar la acción de gracias, el
amor y la adoración que le tributamos en el tiempo, por toda la eternidad, en
el Reino de los cielos.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
"Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Postrado a vuestros pies,
humildemente”.
[1] Cfr. Juan Pablo II, Carta Dominicae
Cenae a todos los obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la
Eucaristía, II, 9.
[2] San
Ireneo, Libro 4, 18, 1-2. 4.
5: SC 100, 596-598. 606. 610-612.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. Juan Pablo II, Carta Dominicae
Cenae a todos los obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la
Eucaristía, II, 9.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Synodus Constantinopolitana
adversus Sotericum (enero 1156 y mayo 1157): Angelo Mai, Spicilegium romanum, t. X, Romae 1844, 77; PG 140, 190.
[8] Cfr. Juan Pablo II, Dominicae
Cenae, II, 9.
[9] Cfr. ibidem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario