Inicio: la Santa Misa es el acto de adoración más
grandioso y sublime que podemos los hombres tributar a Dios Uno y Trino. No existe
algo más grandioso y majestuoso que la Santa Misa, acto con el cual los seres
humanos podamos agradar a Dios. Es el máximo culto de adoración, de acción de
gracias, de petición y de satisfacción por nuestros pecados, que los
cristianos podemos brindar a Dios. Es por este motivo que, el atentar contra la
Santa Misa, con actos sacrílegos y blasfemos como la “misa negra satánica” -programada para el lunes 12 de mayo
de 2014 a horas 20.30 (en Boston, EE.UU.), en la Universidad
Harvard, por parte de la secta satánica “Templo Satánico”, tal como ha sido
publicado por diversos medios de comunicación-, significa atentar contra las
bases mismas de la religión católica y contra el fundamento mismo de la Santa
Iglesia Católica. Es por este motivo que, como integrantes de la Iglesia
Católica, no podemos permanecer de brazos cruzados y es así que ofrecemos esta
Hora Santa y el Rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por este
gravísimo ultraje público realizado contra lo más sagrado de nuestra Religión Católica. La Santa Misa no es un mero oficio religioso: es la renovación
incruenta, sacramental, del Santo Sacrificio del Calvario, de modo que asistir
a la Santa Misa es asistir al Santo Sacrificio de la Cruz. Y atentar contra la
Santa Misa, es atentar contra el Santo Sacrificio de la Cruz. Queremos agregar
que no se trata de un “estado paranoico”, tal como falsamente calificaron a la
defensa contra la misa negra satánica los sectarios de la secta Templo
Satánico. Lejos de esto, el concepto mismo de “misa negra satánica”, implica en
sí mismo, de modo inescindible, la agresión a la Eucaristía; en otras palabras,
es impensable un misa negra satánica sin el ultraje explícito y directo -de modos tan execrables
que avergüenza la sola mención- a la Eucaristía, que su ausencia haría que se
hablara de otra cosa y no de misa negra satánica. Por lo tanto, repudiamos con todas nuestras
fuerzas esta horrible agresión contra lo más sagrado de nuestra religión católica,
la Santa Misa, por parte de la secta satánica “Templo Satánico”, al tiempo que
advertimos a las autoridades universitarias de la Universidad de
Harvard que una cosa es “libertad religiosa” y otra cosa muy distinta es la
agresión, lisa y llana, contra una religión y una Iglesia, en este caso, la
Católica y reclamamos que retiren la autorización equívocamente concedida a tan ultrajante "evento". Por último, puesto que la Santa Misa es obra de las Tres Personas de
la Santísima Trinidad, ofrecemos esta Hora Santa en honor a la Santísima
Trinidad y en reparación y desagravio por las ofensas y ultrajes que, de
realizarse esta misa negra satánica, habrá de recibir la Augustísima y
Beatísima Trinidad. También esta Hora Santa es en honor y desagravio a María
Santísima, cooperadora indispensable en la realización de la Santa Misa.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor, reparación y desagravio a la Santísima Trinidad, autora de la Santa Misa, por la "misa negra satánica" en Harvard
(Parte 1)
Canto inicial:
“Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.
Meditación
Te
adoramos y te bendecimos, Dios Uno y Trino, Tri-Unidad Divina, Trinidad de
Personas Divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, iguales en divinidad, en poder,
en majestad, en honor; Te adoramos y bendecimos, oh Bienaventurada Trinidad,
misterio absoluto sobrenatural, que sobrepasa absolutamente toda capacidad de
nuestra razón natural y toda capacidad de la creatura angélica, tan grande es
tu inmensa majestad y tu misterio inaudito y celestial; Te alabamos y Te
adoramos, oh Santísima y augustísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios
Espíritu Santo, Tres Personas Divinas en un solo Dios Verdadero, iguales en
naturaleza divina, poseedoras las Tres Personas de un mismo Ser divino
Trinitario, distintas realmente una Persona de la otra, y todas son iguales en
majestad, honor, poder, divinidad, y gloria celestial. Te adoramos, te
bendecimos y te glorificamos, oh beatísima y augustísima Trinidad, porque tu
existencia es para nosotros un misterio de fe absoluto, imposible absolutamente
de conocer, si no nos hubiera sido revelado desde lo alto[1],
porque la intimidad de tu Ser como Trinidad Santa es un misterio completamente
inaccesible a la sola razón humana y si lo conocemos, es porque tu Sabiduría y
tu Bondad infinitas, manifestadas en la Encarnación de Dios Hijo y en el envío
del Espíritu Santo, nos lo han revelado; de otra manera, habría sido imposible
conocer tu existencia como Dios Uno y Trino. Por este misterio de tu existencia
y de tu revelación en el Hombre-Dios Jesucristo, que nos envió el Espíritu
Santo, el Amor Divino en Pentecostés, para que inflamara nuestros corazones y
los incendiara con las llamas del Fuego de tu Amor Santo, llamas que arden y
envuelven al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, te adoramos, te bendecimos,
te glorificamos, te damos gracias, y te ofrecemos, por medio de las manos y del
Inmaculado Corazón de María, el don más preciado que tenemos en el cielo y en
la tierra, la Divina Eucaristía. Amén.
Silencio para meditar.
Te adoramos, oh Dios Padre, Principio sin Principio de la
Augustísima Trinidad, Primera Persona de la Santísima y Beatísima Trinidad.
Padre, Tú pronuncias eternamente la Palabra y esta Palabra eternamente
pronunciada por Ti es el Verbo, tu Hijo, y es tan perfecta que pone en tu
interior a otra Persona, tu Hijo, la Palabra, en la que te revelas y te
comunicas a ella[2];
Padre, Tú amas a esta Persona, el Verbo, tu Hijo, con amor substancial, el
Espíritu Santo, que es el mismo amor con el que nos amas a nosotros cuando
estamos en gracia[3].
Tu amor por nosotros llega al extremo de depositar en nuestras almas tu propio
Espíritu, al tiempo que por medio de tu Hijo, llegamos a conocerte[4].
Padre, Tú nos creaste, hemos salido de tus amorosas manos creadoras, pero no te
contentas con nuestra creación: quieres que te conozcamos y te amemos, como te
conoce tu Hijo, el Verbo, la Palabra eternamente pronunciada por Ti, y quieres que
te amemos como te ama el Espíritu Santo, la Persona-Amor de la Santísima
Trinidad, y para ello nos das a tu Hijo en la Eucaristía y tu Hijo en la
Eucaristía nos sopla el Espíritu Santo, que enciende nuestros corazones en el
Amor Divino, y así podemos conocerte y amarte, oh Padre Eterno, como te conoce
Jesús y como te ama el Espíritu Santo. Tú has enviado a tu Hijo, la Palabra eternamente
pronunciada por Ti, oh Padre, para que nosotros, míseras creaturas, fuéramos
capaces, por medio de la comunión eucarística, de glorificarte con honor
infinito y por esto te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te damos
gracias, y te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado Corazón de María,
el don más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra, la Divina Eucaristía.
Amén.
Silencio para meditar.
Te adoramos, oh Dios Hijo, Verbo de Dios humanado, Palabra
eternamente pronunciada, Hombre-Dios, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser
Dios, para que los hombres nos hiciéramos Dios por participación. Oh Dios,
Jesucristo, desde el primer instante de tu Encarnación, te encontrabas en
estado de glorificación y, por lo tanto, en la más perfecta santidad[5],
porque Tú eres Dios Hijo encarnado. Oh Verbo de Dios encarnado, Tú poseías,
desde el primer instante de tu Encarnación, la plenitud de la gloria que el Padre te
había comunicado desde la eternidad y sin embargo, por un milagro de tu
incomprensible e inabarcable amor eterno por nosotros, renunciaste libremente a
la manifestación visible de la gloria de tu Sacratísimo y Purísimo Cuerpo, de
manera de hacer posible tu Pasión[6];
en efecto, si no hubieras renunciado a la gloria que te correspondía por tu
condición de Hijo de Dios, tu Cuerpo glorificado, tal como se manifestó por
breves instantes en el Tabor y tal como se manifestó luego en la Resurrección,
no habrías podido sufrir la Pasión y así no podrías haber demostrado cómo el infinito
y eterno Amor que te consumía desde la eternidad y el cual estabas ansioso por derramarlo
sobre nuestras almas desde tu Corazón, llegaba hasta el extremo de la locura de la Cruz; era necesario que tu Corazón fuera traspasado por la lanza en la Cruz, para que las llamas del Amor eterno que te abrasaban con ardor, pudieran salir con el Agua y la Sangre, pero para eso, debías renunciar a la manifestación visible de tu gloria, y es
así que renunciaste a la gloria de tu Cuerpo y de esta manera te hiciste capaz
de sufrir la Pasión, de sufrir infinitamente por nuestra salvación, para poder abrir las entrañas de tu Misericordia, tu Corazón traspasado y entregar tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma, tu Divinidad, en la Cruz y en la
Eucaristía, para donar, junto a Dios Padre, al Espíritu Santo, al Amor
Divino, y poder encender nuestras almas en el Fuego Santo del Amor de Dios. Tu Encarnación
y todo tu misterio pascual de Muerte y Resurrección, tenía este objetivo, el don
del Amor de Dios, cumpliendo así el designio del Padre: que regresáramos a Él
uniéndonos por el Espíritu a tu Cuerpo sacramentado. Así, por la comunión
eucarística, el Espíritu nos une a tu Cuerpo eucarístico, oh Jesús y por tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, oh Jesús,
somos llevados al Padre, cumpliéndose de esta manera tu promesa de conducirnos al Padre: “Nadie
va al Padre si no por Mí” (Jn 14, 6).
Por este misterio del Amor infinito de tu Sagrado Corazón, te adoramos, te
bendecimos, te damos gracias, oh Dios Hijo y
te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado Corazón de María, el don
más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra, la Divina Eucaristía.
Amén.
Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor, reparación y desagravio a la Santísima Trinidad, autora de la Santa Misa, por la "misa negra satánica" en Harvard
(Parte 2)
Silencio para meditar.
Te adoramos, oh Dios Espíritu Santo, Persona-Amor de la Santísima
Trinidad, Amor Divino espirado recíprocamente por las Personas del Padre y del
Hijo[7]; Te
adoramos, Amor del Padre y del Hijo, Don de dones, por quien somos adoptados
como hijos por Dios, por la vía del Amor, porque no somos hijos de Dios por
naturaleza, sino que Dios nos adopta por amor, enviándonos a Ti, Persona del
Amor, Espíritu Santo, para que nos adoptes como hijos; te adoramos, oh Espíritu
Santo, Fuego de Amor Divino, porque sobrevuelas sobre el altar eucarístico en
cada Santa Misa, obrando el prodigio que asombra a cielos y tierra,
convirtiendo el pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad
de Nuestro Señor Jesucristo; Te adoramos, oh Espíritu Santo, porque así como
Elías hizo descender fuego del cielo, fuego que consumió la ofrenda en el altar
del holocausto, así también Tú, oh Fuego del Amor Divino, desciendes desde el
cielo sobre el altar eucarístico, cada vez que el sacerdote ministerial
pronuncia las palabras de la consagración, realizando la transubstanciación y
convirtiendo el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo, obrando para nosotros el milagro que asombra a cielos y tierra, el Milagro de los milagros, la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan
que es la Carne del Cordero de Dios, un Pan que por fuera parece pan pero que
contiene al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que arde en las llamas del
Espíritu Santo, el Fuego del Amor de Dios, Fuego que se transmite y se comunica
a todo aquel que lo recibe en la comunión eucarística con un corazón contrito y
humillado. Por todo esto, oh Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, cuyas
ardientes llamas envuelven al Corazón de Jesús, que late al ritmo del Amor de Dios, oh Persona-Amor de la Santísima Trinidad, te adoramos, te bendecimos, te
glorificamos, te damos gracias, y te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado
Corazón de María, el don más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra,
la Divina Eucaristía. Amén.
Silencio para meditar.
Te adoramos, oh Santísima Trinidad, Dios Uno y Trino, porque
en tu infinita Sabiduría y en tu Amor Eterno, creaste para Ti una creatura, la más Pura
y Hermosa que jamás hayan contemplado cielos y tierra, la Virgen María, para que
sirviera de Tabernáculo Viviente, de Sagrario Purísimo y de Custodia Bellísima
para que el Verbo de Dios pudiera encarnarse y venir a esta tierra, a este valle de
lágrimas y al venir, fuera recibido por un Amor Santo y Puro, el mismo Amor
Santo y Puro en el que vivía en el seno del Padre Eterno en los cielos, porque la
Virgen, por un prodigio admirable, era al mismo tiempo Virgen y Madre y estaba
inhabitada por el Espíritu Santo, el Amor Divino, de modo que el Verbo de Dios,
al encarnarse, no extrañó en ningún
momento al Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad, porque la
Virgen Madre estaba inhabitada por el Amor Divino, gracias a que Ella, por los
méritos de la Pasión de su Hijo, había sido creada sin mancha alguna del pecado
original y había sido concebida, además de Inmaculada Concepción, como la Llena
de Gracia. Por eso la Virgen, es la Roca cristalina, el Diamante celestial, que
se mantuvo Virgen antes, durante y después del parto virginal y milagroso,
comportándose como el cristal cuando lo atraviesa un rayo de sol: así como el
cristal permanece intacto antes, durante y después de ser atravesado por el rayo de sol, así la Virgen permaneció y
permanece Virgen, por toda la eternidad, antes, durante y después del parto
virginal y milagroso del Hijo de Dios. La Virgen es como un Diamante celestial porque, al igual que una roca cristalina, que atrapa la luz para luego
irradiarla, sin sufrir ella detrimento alguno en su integridad, así la Virgen,
recibió en su seno virginal a la Luz Eterna, Cristo Jesús, el Verbo Eterno del
Padre, lo retuvo durante nueve meses, y luego lo dio al mundo como Pan de Vida
eterna, para la salvación de los hombres. Y como la Virgen es modelo de la Iglesia,
este prodigio se renueva, actualiza y prolonga en cada Santa Misa, cuando el
sacerdote ministerial, pronunciando las palabras de la consagración, atrae
sobre el seno de la Iglesia a la Luz Eterna, el Verbo de Dios, para que la Santa
Madre Iglesia conciba, por el poder del Espíritu, al Hijo de Dios encarnado,
Jesús, Pan de Vida eterna, y lo dé al mundo como Pan Vivo bajado del cielo,
para la salvación de los hombres. Por este misterio de tu amor insondable, oh
Santísima y beatísima Trinidad, te damos gracias, te bendecimos, te adoramos y
te glorificamos y te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado
Corazón de María, el don más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra,
la Divina Eucaristía. Amén.
Meditación final
Oh Augustísima y
adorabilísima Trinidad, Dios Uno y Trino, Dios de majestad infinita, Dios de asombrosa
hermosura; Dios de bondad infinita; Dios, ante quien los ángeles y santos en el
cielo enmudecen de asombro al contemplar la inmensidad inabarcable de tu majestad, de tus maravillas,
dichas, alegrías y felicidades sin fin; Dios, ante quien no hay palabras que
puedan si quiera comenzar a describir en lo más mínimo tus increíbles
perfecciones, ternuras, bondades, que emanan de tu Ser divino trinitario en
cascadas y torrentes inagotables por eternidades de eternidades, y a todas y
cada una nos las reservas para todos y cada uno de nosotros. Oh Dios Uno y Trino,
te hemos ofrecido esta Hora Santa en tu honor y en reparación y desagravio por
tantos ultrajes que recibes de nosotros y de nuestros hermanos, creaturas
ciegas, necias y desagradecidas. Te pedimos perdón y reparamos por tantos y
tantos ultrajes y sacrilegios cometidos contra tu infinita bondad; por tanta malicia demostrada contra Ti, sobre todo la demostrada en la
realización de la Santa Misa, tu obra más grandiosa, y te suplicamos, por tu
infinita misericordia, que tengas compasión de nosotros, de nuestros seres
queridos y del mundo entero, y sobre todo de aquellos que se encuentran en
estado de eterna condenación, aquellos que ha pergeñado el horrible sacrilegio,
la misa negra satánica. No les tengas en cuenta este sacrilegio, porque “no
saben lo que hacen”, y perdónales, por el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico
de Jesús, y por la intercesión, los méritos y los dolores del Inmaculado Corazón
de María. Amén.
Oración final:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Oración
de Adoración a la Santísima Trinidad
Adoración
al Padre Eterno.
Padre
Nuestro, un Ave María y un Gloria.
Oración
Os adoro, oh Padre
eterno, con toda la corte celestial, por mi Dios y Señor, y os doy infinitas
gracias en nombre de la Santísima Virgen, vuestra Hija muy amada, por todos los
dones y privilegios con que la adornasteis, especialmente por aquel poder con
que la enaltecisteis en su gloriosa Asunción a los cielos.
Oración al Hijo
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Oración
Os adoro, oh eterno
Hijo, con toda la corte celestial por mi Dios, Señor y Redentor, y os rindo
gracias infinitas en nombre de la santísima Virgen, vuestra muy amada Madre,
por todos los dones y privilegios con que la adornasteis, especialmente por
aquella suma sabiduría con que la ilustrasteis en su gloriosa Asunción al
cielo.
Adoración al Espíritu Santo
Padre nuestro, Avemaría
y Gloria
Oración
Os adoro, Espíritu
Santo paráclito, por mi Dios y Señor, y os doy infinitas gracias con toda la
corte celestial en nombre de la santísima Virgen, vuestra amantísima Esposa por
todos los dones y privilegios con que la adornasteis, especialmente por aquella
perfectísima y divina caridad con que inflamasteis su santísimo y purísimo
corazón en el acto de su gloriosísima Asunción al cielo; y humildemente os
suplico en nombre de vuestra inmaculada Esposa, me otorguéis la gracia de
perdonarme todos los gravísimos pecados que he cometido desde el primer
instante en que pude pecar; hasta el presente, de los cuales me duelo
infinitamente, con propósito de morir antes que volver mas a ofender a vuestra
divina Majestad; y por los altísimos méritos y eficacísima protección de
vuestra amantísima Esposa os suplico me concedais á mí y a N. el preciosísimo
don de vuestra gracia y divino amor, otorgándome aquellas luces y particulares
auxilios con los cuales vuestra eterna Providencia ha predeterminado salvarme,
y conducirme a sí.
Oración a la Santísima
Virgen
Os reconozco y os
venero, oh Virgen santísima, Reina de los cielos, Señora y Patrona del
universo, como a Hija del eterno Padre, Madre de su dilectísimo Hijo, y Esposa
amantísima del Espíritu Santo; y postrado a los pies de vuestra gran Majestad
con la mayor humildad os suplico por aquella divina caridad; de que fuisteis
sumamente llena en vuestra Asunción al cielo, que me hagáis la singular gracia
y misericordia de ponerme bajo vuestra segurísima y fidelísima protección, y de
recibirme en el número de aquellos felicísimos y afortunados siervos que
lleváis esculpidos en vuestro virginal pecho. Dignaos, oh Madre y Señora mía
clementísima, aceptar mi miserable corazón, mi memoria, mi voluntad, y demás
potencias y sentidos míos interiores y exteriores; aceptad mis ojos, mis oídos,
mi boca, mis manos y mis pies, regidlos conforme al beneplácito de vuestro
Hijo, a fin de que con todos sus movimientos tenga intención de tributaros
gloria infinita. Y por aquella sabiduría con que os iluminó vuestro amantísimo
Hijo, os ruego y suplico me alcancéis luz y claridad para conocerme bien a mí
mismo, mi nada, y particularmente mis pecados, para odiarlos y detestarlos
siempre, y alcanzadme además luz para conocer las asechanzas del enemigo
infernal y sus combates ocultos y manifiestos. Especialmente, piadosísima Madre
mía, os suplico la gracia… (mencionar).
Canto final: “Venid y vamos todos, con flores a
María”.
[1] La Trinidad es un misterio de fe
en sentido estricto, uno de los ‘misterios escondidos en Dios, que no pueden
ser conocidos si no son revelados desde lo alto’ (Cc. Vaticano I: DS 3015.
Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de
Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la
intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la
sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios
y el envío del Espíritu Santo.
[2] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios de la gracia divina, Editorial Herder, Barcelona
1964, 85.
[4] Cfr. Scheeben, ibidem, 176.
[5] Cfr. Scheeben, ibidem, 347.
[6] Cfr. Scheeben, ibidem, 475.
[7] Cfr. Scheeben, ibidem, 115.
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