Inicio: ingresamos en el oratorio, hacemos
genuflexión exteriormente, mientras que interiormente acompañamos la
genuflexión con un acto de adoración y con una jaculatoria dirigida al Cordero
de Dios que reina desde la Eucaristía. Nos postramos en adoración ante la Presencia
sacramental de Jesús Eucaristía y de esta manera nos unimos, con nuestra
adoración, aquí en la tierra, como Iglesia Peregrina, a la adoración que le
tributan, en los cielos, los ángeles y los santos, al Cordero victorioso en los
cielos, que es el mismo que está en la Eucaristía. Ofrecemos esta Hora Santa a
María Santísima, Madre y Maestra de Adoradores, en acción de gracias a Jesús,
por el don del Sacramento del Bautismo.
Canto inicial:
“Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Meditación
Jesús
Eucaristía, te damos gracias por el Sacramento del Bautismo, porque por el
Bautismo, somos librados de la oscura mancha del pecado original; el Sacramento
del Bautismo nos quita la mancha del pecado original, mancha que cubre el alma
de todo hombre que nace en este mundo, mancha que lo recubre de una densa
tiniebla, negra, oscura, que oculta al alma de los benéficos rayos de gracia
que emite el Sol de justicia que es Jesucristo. Toda alma que es concebida en
este mundo, nace con el pecado original, y por este motivo, habita “en
tinieblas y en sombras de muerte” (Lc
1, 68-79), porque los rayos de gracia que emite el Sol de justicia que es
Jesucristo, son rayos de vida y de vida eterna, y el alma, al no recibirlos a
causa de esta negra y densa, que es el pecado original, muere
indefectiblemente, aunque más bien, podemos decir, que nace muerta a la vida de
la gracia y vive una vida muerta mientras no reciba los rayos de este Sol de
vida eterna que es Cristo Jesús. La nube negra y oscura del pecado original se
disipa solo cuando la Sangre de Cristo cae sobre el alma, y esto se produce
místicamente cuando el alma recibe el Bautismo sacramental; solo entonces, por
efecto de la Purísima y Preciosísima Sangre del Cordero, que limpia y quita el
pecado original del alma, dejándola inmaculada y llena de gracia, puede el alma
no solo recibir los benéficos rayos de gracia que emite el Sol de gracia que es
Jesucristo, sino, por un prodigio que admira a los cielos, albergar en su seno
al mismo Sol de gracia, Jesucristo, convirtiéndose el alma en un Tabernáculo
viviente, en un Sagrario resplandeciente, que aloja en su interior a Aquel al
que los cielos no pueden contener, Jesús, el Cordero Inmaculado, la Lámpara de
la Jerusalén celestial (Ap 21, 23). Por
habernos dado tan precioso don, el Bautismo sacramental, te damos gracias, te
alabamos, te bendecimos y te adoramos, oh Jesús Eucaristía, nuestro Rey y
Redentor, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús Eucaristía, te damos gracias por el Bautismo
sacramental, porque nos sustrae de las garras del Príncipe de las tinieblas. En
el Bautismo se cumple la liberación que estaba prefigurada en el paso del Mar
Rojo: el Pueblo hebreo estaba esclavizado por el faraón y se encontraba lejos y
separado de la Tierra Prometida, Jerusalén, por el desierto y el Mar, todos
símbolos del pecado y de Satanás, imposibles de superar con las solas fuerzas
humanas. Todos estos obstáculos fueron superados con el auxilio divino, y fue
así que el Pueblo Elegido emprendió el Éxodo hacia la Tierra Prometida,
obteniendo la liberación con la poderosa y benévola intervención de Yahvéh en
favor de su amado Pueblo. Sin embargo, el Éxodo o Pascua, o "Paso"
del Pueblo Elegido, era solo una figura del verdadero Éxodo, la verdadera
Pascua, el verdadero "Paso", el bautismo, por el cual Jesucristo
derrota a Satanás y libera al hombre de la esclavitud del Príncipe de las
tinieblas, de la esclavitud del pecado, del error, y de la muerte, porque por
medio del Bautismo, lo hace partícipe de su misterio pascual de Muerte y Resurrección:
lo sumerge con Él en las aguas del Jordán, lo hace participar místicamente de
su propia muerte, y luego, cuando emerge del Jordán, lo hace participar también
místicamente de su resurrección, haciéndolo renacer a la vida nueva de los
hijos de Dios. Por el Bautismo sacramental, el alma escapa del dominio del
Príncipe de las tinieblas, del pecado y de la muerte, porque es hecha partícipe
del triunfo de Cristo y entra a formar parte del Nuevo Pueblo Elegido, que
entona el Cántico de los que han vencido a la Bestia con la cruz de Cristo y
que, enarbolando el signo victorioso de la Cruz, se dirigen hacia la eternidad,
hacia el Reino de los cielos. Porque nos has hecho partícipes de tu triunfo en
la Cruz, te alabamos, te bendecimos, te damos gracias y te adoramos, oh Jesús
Eucaristía, Cordero de Dios victorioso, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús Eucaristía, te damos gracias por el Bautismo
sacramental, porque por él, somos re-creados y re-generados y convertidos en
nuevas creaturas, como lo dicen los Padres de la Iglesia: “Nosotros, como otros
pequeños peces, nacemos en el agua a semejanza de Nuestro Pez, Jesucristo, y
somos salvados solo si permanecemos en el agua”, es decir, en la gracia
santificante. El Espíritu de Dios, que aletea sobre las aguas del Bautismo, es
el mismo Espíritu que se posa sobre la Virgen y que obra en las aguas
bautismales para suscitar el hombre nuevo a imagen y semejanza de Dios en
justicia y santidad. El seno materno de este nuevo nacimiento está dado por las
surgentes bautismales de la Iglesia, en donde obra el Espíritu Santo. Nace en
el sentido bautismal implica comenzar a existir en una nueva forma, una nueva
creación, una nueva creatura. El Bautismo sacramental nos concede la gracia de
la filiación adoptiva, la misma filiación por la cual Jesús es Hijo de Dios
desde la eternidad. Por el Bautismo nacemos como hijos adoptivos de Dios, por
el agua y el Espíritu, que actúan como co-agentes en esta nueva creación, para
que así podamos entrar en el Reino de Dios. Nacemos de Dios, para Dios, como
hijos adoptivos de Dios. Ser bautizados significa ser re-generados,
convertirnos en primicias de la nueva humanidad y de la nueva creación. Por
este don de tu Amor, te bendecimos, te alabamos, te damos gracias y te
adoramos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús
Eucaristía, te damos gracias por el Bautismo sacramental, porque por él, cuando
recibimos el agua bautismal, nos sumergimos místicamente contigo en el río
Jordán, participando no solo de tu Bautismo, sino que nos hacemos partícipes,
ante todo, de tu misterio pascual de Muerte, Sepultura y Resurrección. Es decir, ser bautizados, para
nosotros, significa el participar de tu misterio pascual; la inmersión
significa que el alma desaparece en las aguas para morir y ser sepultada y el
emerger significa el renacer a la vida y a la luz de la gracia santificante que
proviene de Ti, Gracia Increada. El que es bautizado muere y es sepultado
contigo, que has muerto y has sido sepultado, para luego resucitar, y así como
Tú has resucitado, así también nosotros resucitamos contigo, oh Jesús, que has
resucitado venciendo a la muerte para siempre “y ya no mueres más”; el bautizado,
en Ti, oh Jesús, es una nueva creatura, porque ha recibido de Ti la gracia
santificante y el hombre viejo ha desaparecido (2 Cor 5, 17). Por el bautismo, vivimos la vida nueva del Espíritu,
en una sola fe y en una sola Iglesia, en la espera de tu Segunda Venida. Por
eso, como bautizados y como hijos de la Iglesia, tu Esposa, esperamos,
ansiosos, el cumplimiento del mundo escatológico, tu triunfo definitivo, tu
Llegada en la gloria, “sobre las nubes del cielo”, y como hijos de la Iglesia, nacidos
a la vida nueva por la gracia bautismal, mientras nos esforzamos por vivir la
caridad fraterna, decimos: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22, 20).
Silencio para meditar.
Meditación
final
Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, para cumplir con nuestro deber
de estado. Le pedimos a María Santísima que nos conceda la gracia de conservar
siempre nuestros cuerpos en gracia, como templos del Espíritu Santo, para mayor
gloria de Dios, para que en ellos habite en todo momento la Santísima Trinidad,
y que nuestros corazones sean siempre y en todo momento altares vivientes y
tabernáculos de Jesús Eucaristía. A Ella, a María Santísima, que al Anuncio del
Arcángel Gabriel se convirtió en Custodia Viviente del Verbo de Dios Encarnado,
le pedimos que convierta a nuestros corazones en otras tantas copias vivas de
su Corazón Inmaculado, que ardan de Amor por su Hijo Jesús, en lo que nos quede
de tiempo en esta vida y luego por toda la eternidad. Amén.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final:
“Un día al cielo iré”.
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