Inicio: habiéndonos enterado por los medios de
comunicación (http://infocatolica.com/blog/infories.php/1405081112-autorizan-la-celebracion-de-u; http://infocatolica.com/blog/infories.php/1405091050-la-archidiocesis-de-boston-ex)acerca de la realización, por parte de unos estudiantes
pertenecientes a una secta satánica denominada “Templo Satánico” de una “misa
negra satánica” en los predios de la Universidad de Harvard en los EE. UU., la
cual cuenta con la correspondiente autorización concedida por los directivos de
la mencionada Universidad, ofrecemos esta Hora Santa en reparación por dicha “misa”,
habida cuenta de lo que significa, un ultraje blasfemo, sacrílego, satánico,
dirigido a profanar y a denigrar, explícitamente, lo más sagrado con que cuenta
la Iglesia Católica, la Sagrada Eucaristía. Ofrecemos esta Hora Santa en
reparación y desagravio por esta horrible y blasfema misa negra satánica,
prevista para el día 12 de mayo de 2014, a horas 201.30, hora de EE.UU. El
hecho es tanto más grave aún, cuanto que, inicialmente, los organizadores del “evento”,
pretendían realizar el acto sacrílego con una Hostia consagrada, retractándose
de este propósito frente a la reacción pública de los católicos, aunque cabe
suponer que los sectarios satánicos poseen una o más Hostias consagradas
(profanadas y robadas, obviamente) en su poder, por lo cual, esta Hora Santa
tiene la intención de reparar también por estas Hostias robadas y profanadas. Imploramos
también la Misericordia Divina por las almas de quienes se encuentran detrás de
la organización de tan excecrables y condenables actos, por su conversión y
arrepentimiento, antes de que sea demasiado tarde, pues se encuentran en
peligro de eterna condenación.
Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la misa negra satánica en la Universidad de Harvard
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Meditación
Jesús, la Santa Misa es el tesoro más preciado no solo de
los católicos, sino de la Humanidad entera, porque por ella se renueva, de modo
incruento, tu Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio por el cual la Humanidad encuentra su salvación. Asistir a la Santa Misa es asistir
al Santo Sacrificio de la Cruz, el sacrificio que salva a los hombres de la eterna condenación. Quien asiste a Misa no asiste a un mero oficio
religioso: asiste al espectáculo que asombra a cielos y tierra, porque sobre el
altar eucarístico se yergue, majestuosa, invisible, la Santa Cruz, que sostiene
entre sus brazos, al Cordero de Dios, que en un misterio de Amor divino
incomprensible, inabarcable, entrega en la Eucaristía su Cuerpo y derrama en el
Cáliz del altar su Sangre, así como hace veintiún siglos entregó su Cuerpo en
la Cruz y derramó su Sangre desde su Corazón traspasado y desde sus heridas
abiertas, para la salvación del mundo. Y así como la Santísima Virgen y Juan el
Evangelista, inflamados sus corazones por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, asistían
conmovidos y estremecidos de Amor al Santo Sacrificio de la Cruz, así también quienes
hoy asistimos a la Santa Misa, somos convocados, aun sin saberlo, por el mismo
Espíritu Santo, el Amor Divino, para ser testigos del mismo Santo Sacrificio del
Calvario, que se renueva de modo incruento, bajo el velo sacramental, en el
misterio de la liturgia eucarística. Por este misterio que brota de lo más
profundo de las entrañas de Sagrado Corazón, te suplicamos, oh Jesús
Misericordioso, ten piedad de nosotros, de nuestros seres queridos, del mundo
entero, y sobre todo de quienes, enceguecidos por el odio satánico, no dudan en
cometer horrendos sacrilegios en las blasfemas misas negras. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, la Santa Misa es la obra más grandiosa de la
Santísima Trinidad. Si Dios Uno y Trino quisiera hacer una obra con más
Sabiduría y con más Amor que la Santa Misa, no lo podría hacer, porque en ella
está empeñada toda su Sabiduría, toda su Misericordia, todo su Amor. Por la
Santa Misa, los hombres damos a Dios Uno y Trino toda la adoración, todo el
amor, toda la acción de gracias, toda la bendición, todo el honor, todo el
poder, toda la alabanza, que la Trinidad se merece. Sin la Santa Misa, sin el
Santo Sacrificio del Altar, que es al mismo tiempo el mismo y único Santo
Sacrificio de la Cruz, no podríamos nunca los hombres, tributar a la Santísima
Trinidad el homenaje que la majestad infinita de la augustísima Trinidad se
merece. Por una simple Misa, celebrada en la más humilde de las capillas,
ubicada en el más remoto de los parajes, la Santísima Trinidad recibe la
adoración, la alabanza, el honor, la bendición, la glorificación, que las Tres
Divinas Personas, por ser Ellas las Tres Adorabilísimas Personas de la
Augustísima Trinidad, se merecen, y sin la Santa Misa, el mundo, el Universo
entero, no merecerían existir. Si la Santa Misa se dejara de celebrar, en ese
mismo instante, el Universo entero, visible e invisible, debería, al instante,
dejar de existir, debería ser aniquilado, porque nada, absolutamente nada,
habría en él, digno de la Santísima Trinidad y no merecería su existencia. Es por
esto que si las cosas existen y tienen vida; si los seres, visibles e invisibles,
si los hombres y los ángeles son, viven y existen, es por la Santa Misa, porque la
Santa Misa es el Santo Sacrificio de la Cruz, y el Santo Sacrificio de la Cruz
es la respuesta de Amor de Dios Trino al pecado del hombre. Dios Padre envía a
su Hijo Dios al mundo, y el hombre se lo devuelve crucificado y muerto en la
cruz y Dios Padre, en vez de responder con Justicia, descargando el peso de la
ira divina en respuesta a la muerte de su Hijo Dios, tal como lo exige la
Justicia Divina, responde en cambio con las entrañas de su Misericordia, derramando los
torrentes inagotables de su Misericordia Divina, al ser traspasado el Corazón
de su Hijo por la lanza del soldado romano en la Cruz. Esta es la razón por la
cual la Santa Misa es la Misericordia Divina puesta en el altar eucarístico:
porque en el Calvario, en el Santo Sacrificio de la Cruz, en Dios prevalece su
Misericordia por sobre su Justicia. Por este misterio insondable del Amor
Misericordioso de Jesús, oh Dios Uno y Trino, ten misericordia de nosotros, de
nuestros seres queridos, del mundo entero, y de quienes han organizado la misa
satánica en la Universidad de Harvard. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, la Santa Misa es la obra de tu Amor Misericordioso,
porque en ella renuevas el Santo Sacrificio de la Cruz, y por lo tanto renuevas
el Amor Eterno expresado en las Siete Palabras pronunciadas por Ti en la Cruz. En
cada Santa Misa escuchamos, en el silencio de nuestras almas, las Siete
Palabras, pronunciadas para todos y cada uno de nosotros: “Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen” (Lc 23, 34):
son nuestros pecados los que te golpean, te flagelan, te coronan de espinas, te
taladran las manos y pies con duros clavos de hierro, te dejan agonizar hasta
la muerte, te perforan el costado con la lanza, te quitan la vida, te exprimen
tu Preciosísima Sangre, hasta la última gota. Y sin embargo, Tú nos excusas
ante el Padre, pidiendo perdón en vez de castigo, porque “no sabemos lo que
hacemos”, porque sabes que nuestra necedad y nuestra ceguera nos impide ver la
relación directa que hay entre el pecado que cometemos y el golpe que Tú
recibes en tu Sacratísimo Cuerpo. Piedad, Señor, pecamos contra Ti; perdónanos,
porque no sabemos lo que hacemos, danos la luz del Espíritu Santo, para que
elijamos la muerte antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado. “Hoy
estarás conmigo en el Paraíso” (Lc
23, 43). La Segunda Palabra pronunciada en la Cruz, la escuchamos también en la
Santa Misa, en el silencio del alma, porque Tú la pronuncias a todo aquel que
se reconoce, como el Buen Ladrón, un pecador que recibe inmerecidamente el perdón
y la misericordia de parte de un Dios que, con tal de ganarse a su creatura
para el cielo, no duda en humillarse hasta la muerte de cruz. En la Santa Misa,
eres Tú, oh Dios del cielo, Jesucristo, quien bajas rasgas el cielo y bajas,
hasta el altar eucarístico, crucificado, como si fueras un malhechor, siendo el
Cordero Inocente, derramando tu Sangre Preciosísima en el Cáliz del altar, para
que yo, el verdadero malhechor, ante la vista de tanto Amor y Misericordia,
ablande mi duro corazón y exclame: “¡Acuérdate de mí, oh Jesús, Tú que eres el
Rey del cielo!”. Por este misterio insondable de tu Amor misericordioso, ten
piedad de nosotros y del mundo entero, y de quienes perpetran las blasfemas
misas negras y concédeles la gracia de la conversión, antes de que sea
demasiado tarde. Amén.
Silencio para meditar.
“He
aquí a tu Hijo; he aquí a tu Madre” (Jn
19, 26). La Tercera Palabra de la Cruz también la pronuncias en la Santa Misa, porque
en donde está el Hijo, está la Madre, y como la Santa Misa es la renovación
incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, y la Virgen está de pie junto a la
Cruz, la Virgen está también de pie, en el altar eucarístico, en donde se lleva
a cabo el Santo Sacrificio del Altar. Y así como en el Calvario diste a Juan
como Madre la Virgen María, así también en la Santa Misa, renuevas cada vez el
don de la Virgen como Madre nuestra amorosa, y es por eso que asistir a la
Santa Misa es estar resguardados por el amor maternal de la Virgen,
como así también aumentar cada vez más nuestro amor filial por la Virgen y ser
conscientes de que no es posible acercarnos a Ti, oh Jesús, si no es a través
del Inmaculado Corazón de María, porque nadie puede acercarse al Hijo si no es
a través del Corazón de la Madre y nadie puede recibir gracias si no es por
medio del Inmaculado Corazón de María. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” (Mt 27, 46). La Cuarta
Palabra de la Cruz, también la pronuncias en la Santa Misa, y también la
escuchamos resonar en el silencio del alma, en lo más profundo de nuestro ser, porque
la tribulación es el sello distintivo de los verdaderos hijos de Dios, de
quienes han sido elegidos por Dios y sellados por Él para ser discípulos y
amigos de su Hijo Jesús, porque así lo dijo Jesús en el Evangelio: “El que deje
todo por Mí recibirá persecuciones y la vida eterna” (cfr. Mc 10, 28-31). La Cena Pascual consiste en Carne de Cordero asada
en el Fuego del Espíritu Santo; Pan de Vida Eterna; Vino de la Alianza Nueva y
definitiva, y todo acompañado con las hierbas amargas de la tribulación, y es
por eso que en la Santa Misa, como en la Cruz, escuchamos tus Palabras: “Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?”, pero también sabemos, que si Dios Padre
parece haberte abandonado, no así la Virgen Madre, que permanece de pie junto a
la Cruz, y por eso también para nosotros, la Virgen es el consuelo en medio de
las tribulaciones de la vida. Por todas estas misericordias, que brotan de tu
Sagrado Corazón, ten piedad de nosotros, de nuestros seres queridos, del mundo
entero, y de quienes han pergeñado la horrible y blasfema misa negra de la
Universidad de Harvard, y concédeles la gracia de la conversión, antes de que
sea demasiado tarde. Amén.
Silencio para meditar.
“Tengo sed” (Jn 19, 28). La Quinta Palabra la escuchamos también, en el silencio
del alma, en la Santa Misa, porque la Santa Misa se ofrece, al igual que el Santo
Sacrificio de la Cruz, por toda la humanidad, y la sed que tenías en la Cruz
era, ante todo, sed de almas, pero también era sed de nuestro amor, sed de
nuestros afectos, sed de nuestros buenos pensamientos, sed de nuestros buenos
deseos, sed de nuestros buenos propósitos, sed de nuestras buenas obras. Cada Santa
Misa, por lo tanto, es una oportunidad para que saciemos tu sed, ofreciendo tu
propio sacrificio de la Cruz por la salvación del mundo entero y ofreciendo no
solo el propósito sino obras concretas de misericordia, corporales y
espirituales, hechas en el amor a Ti, con el deseo de satisfacer y calmar tu
sed de almas y de nuestros buenos propósitos y sentimientos. Cada Santa Misa es
la oportunidad para satisfacer tu sed, sed de almas y sed de nuestro amor y es
por eso que, para asistir a Misa, debemos esforzarnos y sacrificarnos, día a
día, en el obrar la misericordia para con nuestros hermanos más necesitados,
incluidos también y en primer lugar nuestros enemigos, porque esa es la única
forma en la que lograremos calmar tu sed, esa sed que Tú clamas en cada Santa
Misa y que nos haces escuchar en el fondo de nuestros corazones. Si asistimos a
Misa sin obrar la misericordia y sin perdonar y sin amar a nuestros enemigos,
no solo no calmamos tu sed, sino que la volvemos más abrasadora, haciéndola más
y más insoportable, y en vez de agua para calmarla, te damos hiel y vinagre. “Todo
está consumado” (Jn 19, 30). En la
Santa Misa escuchamos la Sexta Palabra de la Cruz, porque como en el Calvario,
en el Santo Sacrificio del Altar todo se recapitula en Cristo, los tres enemigos
del hombre, el demonio, la muerte y el pecado, son derrotados definitivamente,
de una vez y para siempre y se abre, para la humanidad entera, un nuevo
horizonte, impensado, inimaginable, el seno de la Santísima Trinidad, en donde
son introducidos aquellos que son lavados por la Sangre del Cordero. Tanto en
la Cruz como en la Misa, se consuma el destino de dicha, de felicidad, de
alegría, de amor, de paz inconcebibles, inimaginables, conseguidos al Precio
altísimo de la Vida y de la Sangre Preciosísimas de la Sangre del Cordero
Bendito de Dios, sacrificado e inmolado en la Ara de la Cruz, y por eso,
escuchamos y repetimos, atónitos e inmersos en el estupor sagrado que nos
produce el misterio del Amor Divino manifestado en la Cruz de Cristo, y
estuporosos, en el silencio de nuestras almas, la Sexta Palabra de la Cruz,
pronunciada por el Cordero Victorioso, como Degollado: “Todo está consumado”. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lc 23, 46). La Séptima y última
Palabra de la Cruz, la escuchamos también en la Santa Misa, en el silencio de
nuestras almas, porque como en el Calvario, Jesús también entrega al Padre, en
la Misa, su Espíritu al Padre. Y en la Eucaristía, el Padre, junto con el Hijo,
entregan el Espíritu, en cada comunión eucarística, a los hijos adoptivos de
Dios, que comulgan con fe y con amor, provocando en cada alma un pequeño
Pentecostés, un soplo del Espíritu que incendia al alma en el Fuego del Amor
Divino. Por este misterio del Amor de tu Sagrado Corazón, oh Jesús
Misericordioso, imploramos tu Divina Misericordia para nosotros, para nuestros
seres queridos y para el mundo entero, y te pedimos la conversión de quienes
han pergeñado la horrible y sacrílega misa negra en la Universidad de Harvard.
Amén.
Meditación final
Jesús, debemos ya
retirarnos, pero dejamos nuestros tibios corazones en las manos purísimas de
María, para que Ella los custodie, para que así reciban el calor del Amor de
Dios en el que arde su Inmaculado Corazón.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Al Corazón benigno de María”.
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