viernes, 16 de mayo de 2014

Hora Santa en acción de gracias por el Sacramento de la Eucaristía


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por el Sacramento de la Eucaristía, razón de ser de nuestras vidas.

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

  Meditación

         Jesús, la Eucaristía es el Pan Vivo bajado del cielo; es el Verdadero Maná, no como el que comieron los israelitas en el desierto y murieron, sino el verdadero, porque el que se alimenta de este maná celestial, aunque muera, vivirá, porque aunque muera en esta vida terrena, vivirá eternamente, porque la Eucaristía contiene la substancia divina, que es fuente de Vida y de Gloria divina inagotables. Quien se alimenta de este Pan super-substancial en esta vida, posee ya en germen la vida eterna, aun viviendo en el tiempo, porque la Eucaristía contiene al Dios Eterno, al Dios que es la eternidad en sí misma. Cuando nos alimentamos con el Verdadero Maná, la Eucaristía, no comemos un pan bendecido en una ceremonia religiosa; nos alimentamos con la substancia misma divina, la substancia del Hombre-Dios Jesucristo, la cual nos hace partícipe de su divinidad y de su eternidad; comulgar es comenzar ya a vivir, en el peregrinar de esta vida temporal, un poco de la vida eterna y celestial que nos espera al traspasar el umbral de la muerte terrena. Te damos gracias, oh Jesús, Hombre-Dios, porque al precio de tu Vida y de tu Sangre en la cruz, nos conseguiste el Alimento celestial, el Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía, que nos alimenta con el manjar de ángeles, la substancia divina, que nos concede la Vida eterna en anticipo y sin ningún mérito de nuestra parte, solo gracias al Amor de tu Sagrado Corazón. Amén.





         Silencio para meditar.

         Jesús, la Eucaristía es la Carne del Cordero ofrecida en el Santo Sacrificio de la Cruz para la salvación de la humanidad. Es el sacrificio prefigurado en el sacrificio del hijo de Abraham; en el sacrificio de Elías, cuando hizo bajar fuego del cielo que consumió la ofrenda del holocausto, y en el sacrificio del cordero de la Alianza de la cena pascual de los hebreos. En el sacrificio de Abraham estaba prefigurada la Eucaristía, porque el Patriarca inmolaba a su unigénito inocente ofrendándolo a Dios Padre, y la Eucaristía es la ofrenda de Cristo, el Unigénito del Padre, el Cordero Inocente, que se inmola en el ara de la cruz y en el altar eucarístico, para la salvación del mundo; el sacrificio de Elías prefiguraba la Eucaristía, porque el profeta, desafiando a los sacerdotes de Baal, los derrotó haciendo descender fuego del cielo, fuego sagrado que consumió la ofrenda colocada en el altar del holocausto, convirtiendo la materia muerta de la ofrenda en humo que se elevaba hasta el cielo, como signo de que el sacrificio pertenecía a Dios, y en la Eucaristía el sacerdote ministerial, prefigurado en Elías, invoca al Espíritu Santo por la fórmula de consagración y el Espíritu Santo desciende desde el cielo como Fuego Sagrado que consume la materia muerta del pan y del vino y la transubstancia en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y así la Eucaristía se convierte en el sacrificio que se eleva desde el altar del sacrificio como suave aroma de agradable fragancia hasta el trono de la majestad de Dios; por último, el cordero pascual de los hebreos era también figura de la Eucaristía, porque así como para los hebreos la cena pascual consistía en comer carne de cordero asada, acompañada de una copa de vino, además de pan y de hierbas amargas, no sin antes haber pintado los dinteles y las jambas de las puertas de sus casas con la sangre del cordero pascual para que el ángel exterminador no les hiciera nada, así también para nosotros, los cristianos, la Eucaristía es la verdadera Cena Pascual, en la que comemos Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, acompañada con Pan de Vida eterna y con Vino de la Alianza Nueva y Eterna, además de las hierbas amargas de la tribulación, condimento que no puede faltar en la mesa de los verdaderos hijos de Dios, y en vez de pintar los dinteles y las jambas de las puertas, teñimos nuestros labios con la Sangre del Cordero de Dios, Sangre que bebemos del Cáliz del altar eucarístico. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias y te bendecimos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, la Eucaristía parece un pan, pero no lo es. A los ojos del cuerpo, a los sentidos corporales, a la luz de la razón humana, parece un poco de pan, tiene el sabor y el color del pan, que merece veneración por haber sido bendecido en una ceremonia religiosa. Pero la Fe de la Santa Iglesia Católica nos dice algo muy distinto: sobre el pan inerte, material, que se deposita sobre el altar eucarístico, en el momento en el que el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración sucede algo que es solo visible a los ojos de la fe, iluminados por la luz del Espíritu Santo. Cuando el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre”, esas palabras sirven de vehículo para que el Espíritu Santo, con el resplandor de miles de ardientes soles, descienda como lluvia de Fuego que cae del cielo, un Fuego no material, sino inmaterial, celestial, espiritual, divino; es el Fuego del Amor Divino, el Espíritu Santo, que transubstancia la materia sin vida del pan material para convertirlo en el Pan de Vida eterna, convirtiendo la substancia del pan material e inerte en la substancia del Cuerpo glorioso del Hijo de Dios, convirtiendo al pan sin vida en el Pan Vivo del altar eucarístico, el altar del sacrificio, Pan que parece pan pero que no más pan, porque ya no contiene la substancia del pan, sino que contiene la substancia divina del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hombre-Dios Jesucristo. El pan material, hecho de harina de trigo y agua, da vida solo en sentido figurado, puesto que impide la inanición por un período breve de tiempo y solo para esta vida temporal; en cambio, el Pan de Vida eterna, contiene en sí mismo la substancia divina del Cordero de Dios, que alimenta al alma no solo impidiéndole morir, sino que al concederle la Vida eterna de Dios Uno y Trino, le concede la vida divina ya desde ahora por participación, para luego otorgarle en la otra vida la vida divina en su totalidad, en su plenitud, por siglos sin fin, introduciendo a la creatura en un mar de felicidad, de alegría, de gozo y de dicha que ni siquiera son posibles de imaginar. Por este don del Amor de tu infinita misericordia, oh Jesús Eucaristía, te damos gracias, te bendecimos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.




         Silencio para meditar.

         Jesús, la Eucaristía es la Carne, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Dios, porque la Eucaristía contiene a tu Sagrado Corazón Eucarístico, que arde en las llamas del Amor Divino, y ese Amor Divino quiere propagarse al contacto con los corazones que lo reciben, con fe y con amor, en cada comunión eucarística. Pero sucede que muchos corazones se asemejan a una losa sepulcral: son corazones duros, fríos, oscuros, que no son capaces de percibir en lo más mínimo el ardor de las llamas del Amor Divino que envuelven a tu Sagrado Corazón, que late en la Eucaristía deseoso de comunicar esas llamas que lo abrasan. Por este motivo, oh Jesús, te pedimos que hagas que tu Madre convierta nuestros corazones de piedra, fríos e indiferentes, en otros tantos corazones que sean como la hierba seca, que al contacto con las llamas que incendian tu Corazón Eucarístico, nos veamos también nosotros encendidos en el Amor de Dios, y así seamos capaces de adorarte y amarte con tu mismo Amor, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, la Eucaristía es tu Carne y tu Sangre entregadas en el ara de la cruz para la salvación del mundo. Tú dijiste que quien “no comiera tu Carne y bebiera tu Sangre”, no tendría vida eterna. Los judíos se escandalizaban diciendo: “¿Cómo puede darnos este hombre dar a comer su carne?”, porque pensaban materialmente y con su sola razón humana, y no tenían ante sí tu misterio pascual de muerte y resurrección, misterio que se actualiza a través de la liturgia eucarística y llega hasta nosotros a través del tiempo y del espacio, a veintiún siglos de distancia, para hacernos co-espectadores y partícipes de tu sacrificio redentor en la cruz. Por la Eucaristía, verdaderamente nos das a comer tu Cuerpo y nos das a beber tu Sangre, glorificados por el Espíritu, al haber pasado ya por la tribulación de la Pasión y al haber sido glorificados en la Resurrección. Cuando comulgamos, por lo tanto, comemos tu Cuerpo y bebemos tu Sangre glorificados por el Espíritu, es decir, comulgamos tu Cuerpo y tu Sangre llenos de la gloria, de la vida, de la luz y del Amor del Ser trinitario de Dios Uno y Trino y por eso mismo somos hechos partícipes de la vida misma de la Trinidad, vida que es eterna y como es eterna es perfecta y como es perfecta es Amor en Acto Puro de Ser. Al comulgar, comemos tu Carne y tu Sangre glorificados, plenos del Amor de Dios y así nosotros, que somos seres mortales y carnales, en cada comunión eucarística hecha en gracia y recibida con fe y con amor, nos volvemos cada vez más espirituales, al ser hechos partícipes de tu Espíritu de Amor. Por este misterio del Amor de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, te bendecimos y te adoramos, oh Jesús, Cordero de Dios, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Meditación final

Virgen María, tú que por designio divino, fuiste la Elegida, por tu Pureza Inmaculada, para ser la Custodia Viviente del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu Hijo Jesús en la Encarnación, concédenos la gracia de poder transmitir a nuestros hermanos, por medio de obras de amor y misericordia, todo el amor que recibimos de tu Hijo Jesús en cada comunión eucarística. Amén.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Canto final: “El trece de mayo en Cova de Iría”.

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