jueves, 27 de septiembre de 2012

Hora Santa en compañía de los santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael



         Estamos en la Presencia de Jesús Eucaristía, Dios Hijo hecho hombre, oculto detrás del velo sacramental; en la adoración, estamos delante de Jesús Eucaristía, así como están los ángeles y los santos en el cielo delante del Cordero de Dios; Jesús en la Eucaristía y el Cordero de Dios, a quien adoran ángeles y santos postrados delante suyo, son uno y el mismo Dios Eterno. Nosotros, que estamos en la tierra y vivimos en el tiempo, nos unimos a la adoración de los ángeles y de los santos en el cielo y en la eternidad; nos acompañan nuestros ángeles custodios, y están también con nosotros los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.

         Canto de entrada: Te adoramos, Hostia divina.
¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.
Tú del ángel eres delicia,
tu del hombre luz y vigor.
¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.

¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.
Tú del alma eres dulzura,
tú del débil eres sostén.
¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.

¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.
En la vida eres consuelo,
en la muerte dulce solaz.
¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.

         Oración de Nacer (tres veces): “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”.
         Meditación inicial: Querido Jesús Eucaristía, Tú eres el Rey de los ángeles, y ellos en Tu Presencia en los cielos te adoran día y noche, sin cesar, y se alegran con alegría incontenible, queremos adorarte junto a ellos, y así alegrar nuestro corazón por tu compañía. Le pedimos también a María Santísima, Reina de los ángeles, que guíe nuestra meditación, para que nuestra oración suba a ti como suave aroma de incienso.

Oremos a los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, que están aquí junto a nosotros, adorando a Jesús Eucaristía, para que intercedan por nosotros, por nuestros seres queridos, y por todo el mundo:

         -San Miguel Arcángel, tú que al ser creado contemplaste la hermosura de Dios Trinidad y enamorado de Dios Uno y Trino le juraste fidelidad y permaneciste a su lado; ruega por nosotros, para que seamos siempre fieles a la gracia y que jamás nos apartemos del camino de la Cruz;
         -San Miguel Arcángel, tú que enfrentaste al Ángel rebelde, el demonio, gritando en los cielos con potente voz: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!”, ayúdanos para que no caigamos en las trampas y seducciones del demonio, del mundo y de la carne;
         -San Miguel Arcángel, tú que eres el Príncipe de la Milicia celestial, y combatiste en el cielo a las órdenes de Dios, y expulsaste con el poder divino a los ángeles rebeldes, para quienes nunca más habrá lugar en el cielo, te pedimos que nos ayudes a luchar contra las tentaciones, para que viviendo en gracia, podamos ocupar un día los lugares en el cielo que dejaron vacíos los ángeles de la oscuridad.

         Meditación personal (en silencio).

         -San Gabriel, tú que eres llamado “Mensajero de Dios”, y anunciaste a la Virgen María la alegría de ser la Madre de Dios, ruega por nosotros, para que nuestra alegría sea solamente Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre;
         -San Gabriel, tú que como mensajero de Dios, llevaste a la Virgen la noticia más alegre que jamás nadie pueda recibir, ruega para que el mundo entero se alegre por la Venida de Jesús;
         -San Gabriel, tú que llevaste a Dios la respuesta de María, su “Sí” a la Voluntad de Dios, ruega para que, imitando a la Virgen, cumplamos siempre en nuestras vidas la Voluntad de Dios. 

         Meditación personal (en silencio).

-San Rafael, que eres llamado “Medicina de Dios”, tú que curaste a Tobías de su ceguera, ruega a Jesús y a la Virgen para que nunca nos falte la gracia santificante, que sana las heridas mortales del alma;
         -San Rafael, tú que acompañaste a Tobías en su peregrinar, acompáñanos también a nosotros en el peregrinar de la vida, para que lleguemos algún día a la feliz eternidad en los cielos, en compañía de Jesús y de María;
         San Rafael, tú que por orden de Dios, colmaste de bienes a Tobías, ruega por nosotros para que, libres de todo mal, seamos capaces de adorar a Jesús en esta vida y en la eternidad. 

         Meditación personal (en silencio).

         Meditación final: Jesús, Rey de los ángeles, que inundas de amor y de dulzura a los ángeles y santos que te adoran en los cielos, y también a nosotros, que te adoramos en la Eucaristía; haz que sepamos dar testimonio de Ti en el mundo, obrando para con todos la misericordia, la bondad y la compasión. Sólo así podremos reflejar, aunque sea mínimamente, una pequeñísima parte de tu infinito Amor. Que nos ayuden en esta tarea María, Reina de los ángeles, los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, nuestros ángeles custodios, y todos los ángeles del cielo. Amén.

         Oración de Nacer (tres veces): “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”.

Canto de salida: El trece de Mayo
El 13 de mayo
la Virgen María
bajó de los cielos
a Coya de Iría.
Ave, Ave, Ave María...

A tres pastorcitos
la Madre de Dios
descubre el misterio
de su Corazón.
Ave, Ave, Ave María...

«El Santo Rosario
constantes rezad
y la paz al mundo
el Señor dará».
Ave, Ave, Ave María...

«Haced penitencia,
haced oración,
por los pecadores
implorad perdón».
Ave, Ave, Ave María...

«Mi amparo a los pueblos
habré de prestar,
si el Santo Rosario
me quieren rezar».
Ave Ave, Ave María...

sábado, 22 de septiembre de 2012

Creer que Dios Hijo está en la Eucaristía




            “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16, 13-19). Narra el evangelista que la revelación del Padre a Pedro acerca de la divinidad de Jesús, y la posterior confesión de Pedro, tienen lugar en Cesarea de Filipo, al norte de Palestina. Dios no hace las cosas por casualidad. Ese lugar tenía una gran importancia para el mundo antiguo: habían allí dos templos paganos, el templo en honor del dios Pan, levantado por los griegos, y un templo levantado por los romanos, en honor del emperador Augusto, por eso se llamaba Cesarea, en honor de César Augusto. Es decir, en ese lugar, los pueblos más ilustres de la antigüedad, rendían culto de idolatría a los dioses y al poder político, y es en ese lugar en donde es confesada por primera vez la divinidad de nuestro Señor Jesucristo[1]. La confesión de la divinidad de Jesucristo es lo que va a diferenciar a la religión católica de cualquier otra religión de la tierra, y es lo que la transforma a esta Iglesia en la única y verdadera Iglesia de Dios.
         Es Dios Padre quien revela a Pedro la verdad acerca de Jesucristo: era imposible que por razonamientos lógicos y humanos, Pedro llegase a la verdad acerca de la divinidad de Cristo. Una consideración racional de los milagros y de las profecías, jamás habría podido llevar a Pedro a deducir que Jesús era el Hijo eterno del Padre, encarnado en una naturaleza humana[2]. Las palabras del Pedro tienen un significado profundísimo, tanto por el origen de la revelación –se lo revela interiormente el mismo Dios Padre- como por la substancia de lo revelado –Jesús no es un simple mortal, es Dios Hijo encarnado-. Y Dios Padre se lo revela a Pedro porque lo había elegido como fundamento visible de la Iglesia de su Hijo. De ahí que la Iglesia Católica confiese, a lo largo de los siglos, la misma fe de Pedro: Jesús es Dios Hijo encarnado.
         También para nosotros se repiten, a pesar de la distancia en el tiempo, situaciones análogas a las de la escena del evangelio: también hoy, los hombres de nuestro tiempo, como los de ayer, idolatran al ser humano, que intenta ejercer sobre los demás un poder omnímodo, totalitario, a través de la política –hoy se idolatra el poder político como si fuera un poder divino-, e idolatran a dioses y demonios, como lo hacen los cultores de la secta neo-pagana de la Nueva Era: tarot, brujería, esoterismo, ocultismo, religiones orientales.
         Pero también hoy como ayer, el Padre envía su Espíritu, así como lo envió a Pedro, para iluminar desde el interior las almas de sus hijos adoptivos, para que no caigan en el error de la civilización moderna, y confiesen, junto a Pedro, la divinidad de Jesús. Y ese mismo Jesús, que estuvo delante de Pedro, está hoy en medio de su Iglesia, en Persona, vivo y resucitado, en su Presencia Eucarística. Por eso, junto a Pedro, con la fe de Pedro, también confesamos la divinidad de Cristo Eucaristía: “Cristo Eucaristía, Tú eres el Hijo del Dios vivo”.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1954, 415.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 416.

martes, 11 de septiembre de 2012

"Hombre de poca fe, ¿por qué dudas de mi Presencia eucarística?"




Los discípulos en la barca lo adoraron teniéndolo delante de sí, con su aspecto humano; nosotros, que estamos en la Barca, que es la Iglesia, lo adoramos en su Presencia sacramental
“Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (cfr. Mt 14, 22-36). Después de que Pedro empieza a hundirse en el agua, Jesús lo saca del mar tomándolo de la mano, y le reprocha su “poca fe”. Jesús no le reprocha a Pedro el hecho de no tener fe, sino el hecho de tener “poca fe”. ¿A qué “fe” se refiere Jesús? Jesús se refiere a la fe sobrenatural, a la fe concedida por Dios mismo; es un don de Dios. Y Dios lo concede en abundancia, y en ese sentido, no es “poca” la fe. Pero sí se necesita, por parte del alma, la aceptación de ese don, y la adhesión a ese don, y es ahí, en lo que respecta a la intervención humana, en lo que falla la fe de Pedro, y por es “poca”. ¿Cómo es esta fe, que es un don de Dios? Esta fe sobrenatural es una participación en la luz divina; es como una contemplación directa de Dios, por la cual el alma ya en esta vida puede contemplar a Dios en su luz, aunque es una contemplación no de la luz en sí misma, como quien contempla la luz del sol y al sol en sí mismo, sino como una luz crepuscular, como quien observa el crepúsculo, el atardecer, los últimos rayos del sol, y no al sol mismo. Esa es la luz de la fe, infundida por Dios mismo[1].
         Por esta fe, Dios nos llama de nuestras tinieblas a su luz y nos abre los oídos del corazón; se nos revela interiormente y nos ilumina con su Espíritu. Se trata de un acto místico, por el cual Él difunde en el alma su propia luz, y por esa luz, nos eleva al grado de su mismo saber[2]. Es esa fe, por la cual reconocemos las verdades que la Iglesia nos enseña –entre ellas, la principal y la más grande y misteriosa de todas, la Presencia de Jesús en medio nuestro, en la Eucaristía-, la que nos proporciona la paz del alma, la serenidad del espíritu, que nos permite estar serenos aún en las tempestades de la vida, aún en las tribulaciones del espíritu.
         Luego del reproche de Jesús, Pedro es iluminado interiormente con más fuerza por el Espíritu de Dios, y puede reconocer con mucha más claridad al Hijo de Dios encarnado, y hace un acto de fe en el cual está representada toda la Iglesia: “Tú eres el Hijo de Dios”. Que el acto de fe de Pedro sea el de toda la Iglesia, se ve en lo que el evangelio dice inmediatamente: “Los que estaban en la barca lo adoraron”. Luego del firme acto de fe de Pedro –“Tú eres el Mesías”-, los discípulos que están en la barca realizan el acto amor más grande que el ser humano puede hacer a Dios: adorarlo. La barca es la Iglesia, y quienes estamos en la Iglesia, en la fe de Pedro, también debemos adorar a Jesucristo, que está en la Barca Presente en la Eucaristía.
         También a nosotros, que cuando el mar está movido y amenaza con sus olas -las tribulaciones y los problemas existenciales-, en muchos momentos de la vida –o aún, en muchos momentos del día-, Jesús nos dirija el mismo reproche que a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
Pero también como Pedro, debemos pedir la luz del Espíritu Santo para reconocer a Jesucristo no como un ser de la imaginación, o como a un fantasma, sino como al verdadero Hijo de Dios, que desde la Eucaristía calma las tempestades y guía la Barca que es la Iglesia, por medio de Pedro, a la Vida eterna. Los discípulos en la barca lo adoraron teniéndolo delante de sí, con su aspecto humano; nosotros, que estamos en la Barca, que es la Iglesia, lo adoramos en su Presencia sacramental.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Naturaleza y gracia, Editorial Herder, Barcelona 1969, 251.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 251.

martes, 4 de septiembre de 2012

La Eucaristía es la Carne del Cordero



“¿Cómo puede darnos este hombre a comer de su carne?” (Jn 6, 52-59). Los judíos se escandalizan frente a las palabras de Jesús, ya que interpretan en un sentido puramente material lo que Jesús les dice. Piensan que Jesús se está refiriendo a ese cuerpo suyo, que están viendo, y que por lo tanto, ellos tendrían que cometer un acto de antropofagia o algo por el estilo. Pero Jesús está hablando de su cuerpo real, pero de su cuerpo real que tiene que pasar por la tribulación de la cruz y por la alegría de la resurrección. Jesús es el Cordero de Dios, pero para que sea alimento de las almas, debe ser asado en el fuego del Espíritu Santo, fuego que arde sin consumir, y que ardiendo provoca la espiritualización de su cuerpo tendido en el sepulcro. Ese cuerpo, real, que estuvo en el sepulcro, y que fue vivificado por el Espíritu Santo, es el cuerpo que se encuentra en la Eucaristía, y es un cuerpo lleno de la vida de Dios, una carne por lo tanto espiritualizada y glorificada, Presente con su ser substancial en la realidad sacramental de la Eucaristía.
Por eso es que el Pan que Él da, la Eucaristía, es en realidad su carne, pero no una carne muerta, sin vida, o una carne o un cuerpo materiales y terrenos, es una carne, un cuerpo, espiritualizados, es un cuerpo resucitado, un cuerpo lleno de la vida del Espíritu de Dios, que comunica esa vida y ese Espíritu al que lo consume. La Eucaristía es la carne del Cordero, que ha sido asada en el fuego del Espíritu, y que por este Espíritu, se ha convertido en Pan de Vida eterna.
“Yo vivo por el Padre, que tiene vida, y el que me come, vivirá por Mí”. Jesús vive por el Padre porque Él procede eternamente del seno del Padre, es el Hijo del Padre que recibe del Padre todo su ser y toda su vida divina, por eso, el Espíritu que anima a Jesús es el Espíritu del Padre, el Espíritu de Dios. Y este mismo Espíritu es el que se encuentra inhabitando en Persona en Jesús, y de Jesús pasa a sus hermanos, a los hijos adoptivos de Dios. Jesús no está hablando en  un sentido metafórico, en un sentido figurado, cuando dice que el que lo coma vivirá por Él. La frase se podría entender en un sentido figurado: aquél que ama tanto a Jesús, comulga, y vive por Él, pero no de Él, no recibe de Él ningún principio de vida nueva. No es este el sentido de las palabras de Jesús: el que lo coma, vivirá por Él, porque recibirá de Él su Espíritu Santo, que es Espíritu de Vida eterna. El que coma la carne del Cordero, su carne glorificada, llena del Espíritu de Dios, va a recibir a ese mismo Espíritu, que es el Espíritu Santo, espirado por Él y por su Padre desde la eternidad, y espirado en cada comunión eucarística.
“El Pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. El Pan que da Jesús es Él mismo, con su cuerpo glorificado y resucitado, Presente substancialmente en la Eucaristía, y por eso no es un pan sin vida, inerte, sino un Pan vivo, que baja del cielo, del seno mismo de Dios Trinidad, es un Pan que es en realidad la carne del Cordero. El que coma la carne del Cordero, el Pan de vida eterna, tiene la vida del Cordero en Él, el Cordero mismo es su alimento y su principio de vida, una vida que comenzando en germen en la tierra, prosigue para toda la eternidad más allá de la muerte. La carne del Cordero, contenida en la Eucaristía, es Pan de vida eterna.

lunes, 13 de agosto de 2012

El Sagrado Corazón de Jesús late en la Eucaristía




         El Sagrado Corazón del Hombre-Dios late en la Eucaristía con la fuerza vital de un doble amor, la del amor divino substancial de la Trinidad y la del amor humano de Jesús. Con este doble amor, con el que nos ama personalmente a cada uno de nosotros, se encuentra Jesús existiendo espiritualmente, invisiblemente, gloriosamente, en la Eucaristía, y es este doble amor el que nos infunde en nuestras almas, derramándolos desde lo más profundo de nuestro ser, cada vez que consumimos la Eucaristía.
         Por el misterio de la unión hipostática, el Corazón humano de Jesús está unido íntimamente al Corazón único de Dios, por lo que su Corazón humano, que existe, divinizado, glorioso e invisible en la Eucaristía, posee, además del amor humano perfecto –porque Jesús en cuanto hombre es perfecto-, el amor de la Trinidad, es decir, el Amor substancial del Padre y del Hijo, el Amor espirado por el Padre y co-espirado por el Hijo, el Espíritu Santo.
Por eso en la Eucaristía, Cristo nos ama con un doble amor: con el amor substancial del ser divino, el Espíritu divino de Amor, y con el amor que como ser humano perfecto posee desde la Encarnación.
Desde la Eucaristía Cristo nos ama con su amor humano y con su amor humano divinizado quiere hacernos partícipes e incorporarnos, a través de la incorporación a Él, a su Humanidad sacramentada, y donarnos la corriente de vida y de amor divino que circula entre las Personas de la Trinidad.
La unión que Cristo pretende con nosotros, la unión que Él intenta en nosotros con Él y en Él y con Él a la Trinidad, no es meramente moral, psicológica, imaginaria. Es una unión real, substancial, de nuestras almas con Él y en Él con la Trinidad. Ante tal maravilloso don de Cristo, nosotros podríamos preguntarnos: ¿no son sólo simples consideraciones y deseos nuestros? ¿es posible realmente semejante don?
Sì. Es posible, la unión intentada por Cristo entre nosotros y Él y en Él con la Trinidad, es una unión real y no meramente moral, porque el Corazón Eucarístico de Cristo es la más excelsa expresión de las relaciones trinitarias y, al mismo tiempo, la más maravillosa prolongación ad extra de estas relaciones intratrinitarias por estar este Sagrado Corazón unido íntimametne, indisolublemente, al Corazón del Verbo, Corazón único de las tres Personas divinas. A través del Corazón eucarístico de Jesús y por medio de él, nos llega a nuestras almas el amor trinitario porque en él están presentes las Personas de la divinidad, las cuales se aman eternamente con el amor substancial divino.
A través del Corazón eucarístico de Jesús, se prolongan, en el tiempo y en el espacio, sobre el altar primero –y en el alma después- las relaciones de amor de las Personas divinas; en otras palabras, el amor con el cual las divinas Personas se aman en la eternidad, está contenido en su plenitud substancial, en el Corazón eucarístico de Jesús, y desde allí este caudal de amor se nos comunica a nuestras almas.
Por eso el dono del amor divino substancial, que se nos ofrece en cada comunión eucarística, no es una simple consideración de la teología, sino una asombrosa, maravillosa y misteriosa realidad.
Sin embargo, el amor del Corazón eucarístico de Cristo no se detiene ni se contenta sólo con donarnos la vida intratrinitaria y la corriente de amor que circula al interno de esta divina comunión de Personas. Quiere no sólo darnos el don del amor divino –con cuya posesión el alma, según los místicos, moriría de amor sino fuera sostenida por la gracia divina-, sino también hacernos parte de ese mismo Amor substancial, quiere que nosotros y el Amor hipostático, seamos una sola cosa, un solo espíritu. Quiere introducirnos y hacernos parte de la vida intratrinitaria, lo cual significa hacernos parte de la alabanza, la glorificación, la alegría eterna que Él como Unigénito, en el Espíritu de Amor, otorga al Padre por la eternidad.
En la Eucaristía, Cristo prolonga su generación eterna desde el Padre, continúa su Encarnación en el seno de la Virgen, renueva su Pasión dolorosa, existe glorioso y resucitado, está sentado en su trono de gloria por los siglos sin fin; en la Eucaristía, Cristo es eternamente generado por el Padre, prolonga su Encarnación en el tiempo, se encuentra presente, glorioso, resucitado y tres veces santo, en el seno glorioso del Padre, del cual fue generado.
En la Eucaristía, el Corazón Eucarístico de Cristo, el Hombre-Dios, por el Espíritu Santo que inhabita en Él, proporciona alabanzas, gloria, amor y adoración a Dios Trino por toda la eternidad. A esta alegría suya, eterna, sin límites, tenemos acceso en cada comunión eucarística; en cada comunión eucarística, como un anticipo en el tiempo de lo que será la alegría eterna, nos hacemos parte del Corazón Eucarístico de Jesús que en cada latido suyo adora a Dios en un mar infinito de alegría infinita.

viernes, 3 de agosto de 2012

Hora Santa para Aspirantes de Acción Católica





         Querido Jesús Eucaristía, nos postramos ante tu Presencia Eucarística, para ofrecerte, con todo el amor de nuestro corazón, nuestra humilde adoración. Venimos a adorarte, a amarte, y a darte gracias por todos tus dones, pero sobre todo por haberte quedado en la Eucaristía para acompañarnos en nuestro peregrinar hacia tu morada santa.
         Canto:
Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar
y la Virgen concebida
sin pecado original.

Celebremos con fe viva
Este pan angelical
y la Virgen concebida
sin pecado original.

Es el Dios que da la vida,
y nació en un portal,
de la Virgen concebida
sin pecado original.

Es el manjar más regalado
de este suelo terrenal
es Jesús Sacramentado

Dios eterno e inmortal.

Oración inicial: Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman (tres veces).

Meditación: Querido Jesús Eucaristía, Tú eres el Hombre-Dios, y cuando estuviste aquí en la tierra, fuiste también niño y joven como nosotros, y es por eso que queremos aprender de tus virtudes, para parecernos cada día más a Ti. Muchos nos dicen que imitemos a los ídolos del mundo; muchos nos dicen que tratemos de ser como los cantantes de moda, los artistas de cine, los futbolistas, los políticos. Pero imitarlos a ellos no nos servirá de nada, y no nos conducirá al cielo, porque no entraremos en el cielo por vestirnos a la moda, por escuchar música, por ver televisión o ir a la cancha de fútbol. Entraremos en el cielo sólo si nos parecemos a Ti, y es para eso para lo que hemos venido hoy, ante tu Presencia Eucarística: para que nos enseñes a ser como eras Tú, cuando eras niño y joven como nosotros.
         Y te pedimos, que así como fuiste educado por tu Mamá, la Virgen, y por San José, tu padre adoptivo, también nosotros queremos ser educados por ellos, para tratar a nuestros padres y mayores de la misma manera como Vos tratabas a María y a José: con amor, con respeto, con alegría, sirviéndolos y obedeciéndolos en todo, con amor y por amor.
         Queremos aprender de tu amor, de ese gran amor que te llevó a la Cruz, y que te hizo tratar a todos con afecto y dulzura, aún con aquellos que no te comprendían. ¡Enséñanos a amar a todos, principalmente a quienes, por un motivo u otro, no son nuestros amigos!
         Queremos aprender de tu paciencia, esa paciencia que te llevó en la Cruz a soportar nuestros desprecios, ingratitudes e indiferencias. ¡Enséñanos a ser pacientes y a tratar a todos con amor y dulzura, como Tú nos tratas desde la Cruz!
         Queremos aprender de tu humildad, esa humildad que te llevó a tomar la forma de siervo, sin dejar de ser Dios; la misma humildad que te llevó a soportar los insultos, los golpes, los salivazos en el rostro, la corona de espinas, la flagelación, los clavos, los dolores, la muerte en Cruz. ¡Enséñanos a ser humildes, a abajar nuestro orgullo y soberbia, Tú, que siendo Dios omnipotente, vienes a nosotros como un Hombre que muere humillado en la Cruz!
         Queremos aprender de tu pureza, que es la pureza de tu Ser divino, que hizo que amaras a Dios con toda tu mente, con toda tu alma, con todo tu corazón. ¡Enséñanos a ser puros de cuerpo y alma, danos tu misma pureza, para que con un corazón puro y casto, te amemos por encima de todas las creaturas!
         Queremos aprender de tu generosidad, que hizo que nos dieras, para salvarnos, todos lo que eres y todo lo que tienes en la Cruz y también en la Eucaristía: tu Ser divino, tu vida, tu Sangre, tu Cuerpo, tu Alma, tu Divinidad. Y como si fuera poco, cuando ya no tenías nada más para darnos, nos diste lo que más querías en este mundo: Tu Madre amada, María Santísima, para que Ella fuera también nuestra Madre, y nos adoptara como hijos suyos al pie de la Cruz. ¡Enséñanos a ser generosos con todos, ayudando en todo lo que podamos, aún a costa de sacrificios!

         Peticiones:
         A cada intención respondemos: Por los dolores de Tu Madre, escúchanos Jesús.
         -Por el Santo Padre, Benedicto XVI, por nuestro obispo, por nuestro párroco, y por todos los sacerdotes del mundo, para que Te imiten con el ejemplo de sus vidas. Oremos.
         -Por los niños y jóvenes que sufren la violencia de la guerra, de las drogas, del abandono, de la soledad; por aquellos que pasan hambre y frío, y sobre todo por los que no te conocen. Oremos.
         -Por los enfermos, los tristes, los abandonados; por los que están presos, por los moribundos, por los pecadores, por los que sufren en el cuerpo y en el alma, para que reciban la luz de tu gracia y el consuelo de tu Madre. Oremos.
        -Por todos los cristianos del mundo, para que entiendan que deben iluminar el mundo con la luz del Amor de tu Sagrado Corazón. Oremos.
-Por nosotros mismos, para que seamos capaces de entender que si no obramos la misericordia para con el prójimo más necesitado, no entraremos en el Reino de los cielos.

Oración final: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

Oración de despedida: Querido Jesús Eucaristía, en esta adoración te hemos pedido que nos enseñes a vivir con tus mismas virtudes. Ayuda nuestra debilidad, haz que seamos luminosos focos de amor en un mundo frío y oscuro, en donde no está presente el Amor de Dios. A Ti, que estás presente en la Eucaristía, te lo pedimos, con toda la fuerza de nuestro corazón. Amén.


martes, 31 de julio de 2012

La Eucaristía es el misterio central de la fe católica





         La Eucaristía es el misterio central de la fe católica, es el centro del universo creado, espiritual y físico, y el origen y raíz de todos los misterios divinos revelados a los hombres.
         La Eucaristía encierra la fuente de los misterios divinos, tanto de los misterios de la Trinidad como los de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, Verbo Encarnado y por esto es la Fuente divina de donde surge la revelación de los maravillosos e insondables misterios de la constitución íntima de Dios como Trinidad de Personas y de la encarnación del Hijo para la salvación de los hombres.
         Porque la Eucaristía es la Persona divina del Verbo, encarnado y presente con su divinidad y su humanidad gloriosa, escondido bajo el aspecto de pan, es decir, por ser Cristo, la Eucaristía es el centro del universo, espiritual y físico; es el centro del cual no sólo se irradia la luz divina que alcanza e ilumina con sus rayos la infinidad material y espiritual del universo creado, sino que además es el centro de donde surge la fuerza divina que con su omnipotencia crea y mantiene en el ser a todos y cadda uno de los integrantes de este universo creado, espiritual y fisico.
         Centro del universo y fuente de los misterios divinos revelados a los hombres, la Eucaristía en sí el misterio de la Trinidad y el misterio de la Pasión y Resurrección del Hombre-Dios: en la Eucaristía, Jesús continúa y prolonga su generación eterna como Verbo del Padre y continúa y prolonga en el tiempo su encarnación en el seno virginal de María, su Pasión y su Resurrección. Jesús realiza en la Eucaristía lo mismo que en la Encarnación, se reviste de lo visible para esconder su divinidad invisible, prolongando así su generación eterna y su encarnación en el tiempo. Del mismo modo como en la Encarnación el Verbo Eterno del Padre asume la humanidad de Jesús, haciendo de ella una envoltura bajo la cual escondía su divinidad, del mismo modo, en la Eucaristía, el mismo Verbo Encarnado, Jesús, se reviste bajo las apariencias del pan y del vino, haciendo de estas apariencias una envoltura bajo la cual esconde tanto su divinidad como su humanidad resucitada y gloriosa.
         Pero la Eucaristía no sólo es el centro del universo, espiritual y físico, del cual este recibe la luz y el ser; la Eucaristía no es un centro anónimo, impersonal, alrededor del cual el universo gira. La Eucaristía es la máxima comunicación ad extra del amor trinitario, un amor de Personas y un Amor Personal, que quiere llevar hacia sí a toda la humanidad, que quiere hacer partícipe a la humanidad de la alegría y del amor divinos, de la alegría y del amor que son en sí mismas las Personas divinas; la Eucaristía es la obra del Amor de Dios que quiere que todos los hombres participen de su alegría y de su amor, que son eternos, perfectos, infinitos, inimaginables.
Por este motivo, para hacernos partícipes de su Ser y de su alegría y su amor, Jesús, el Verbo Eterno del Padre, se hace presente, sobre el altar, en la Eucaristía, bajo nuestros ojos, con su carne gloriosa, con su cuerpo resucitado, para ofrecérsenos como alimento y bebida espirituales, para incorporarnos a su Cuerpo glorioso, para donarnos su Espíritu, para ser uno con nosotros, para hacernos uno con Él. Él, el centro del universo, el misterio central de Dios, se hace presente en la Eucaristía para hacernos a nosotros centro del universo, para hacernos a nosotros parte de Él.
Decía Santa Teresa de Ávila: “El Amor no es amado”. Podemos también decir: “El misterio de Jesús Eucaristía no es conocido, no es amado; aún más, es ignorado y despreciado por la gran mayoría de los hombres de nuestro tiempo”.
Ofrezcamos la Eucaristía para reparar esta falta y para agradecer a Dios este don inestimable surgido de la profundidad de su Corazón de Padre celestial.