jueves, 14 de febrero de 2013

Hora Santa en reparación por nuestras faltas como cristianos



         Inicio: Jesús Eucaristía, Dios del altar y del sagrario, venimos a postrarnos en humilde adoración ante tu Presencia Eucarística para rendirte el homenaje de nuestra adoración, en unión con la adoración que en los cielos te rinden los ángeles y los santos. Basados en la frase de Su Santidad Benedicto XVI: “No hay que utilizar a Dios para los propios intereses, para la propia gloria y para el propio éxito”, queremos adorar y reparar por las veces en que hemos actuado como fariseos y no como cristianos, es decir, por las veces en que hemos dejado de lado la contemplación de tu Rostro para inclinarnos a mirar el mundo.

         Canto de entrada: “A Jesús en la cruz”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

         Meditación

         Te pedimos perdón, Señor Jesús, y queremos reparar, por las veces en que hicimos mal uso de nuestro nombre y condición de “cristianos”; te pedimos perdón por las veces que usamos el nombre santo de Dios para nuestra propia conveniencia; para nuestros propios intereses; para nuestra propia gloria; para nuestro propio éxito.
         Te pedimos perdón por haber olvidado que nuestro único interés, nuestra única gloria, nuestro único éxito, eres Tú en la Cruz y en la Eucaristía.

         Silencio meditativo.

         Te pedimos perdón porque siendo cristianos, y llamados por lo tanto a vivir esta vida como algo pasajero, además de una prueba para alcanzar la vida eterna, nos hemos olvidado del cielo y de la vida eterna, y no queremos convertirnos, es decir, volver el corazón hacia Ti, única fuente de alegría, de paz, de amor.

         Silencio meditativo.

         Te pedimos perdón por las veces que hemos destruido la naciente vida humana, que viene de Ti, Dios Vivo y Verdadero, y hemos así construido la siniestra “cultura de la muerte” que ahora nos destruye día a día.

         Silencio meditativo.

    Te pedimos perdón porque como cristianos, estamos llamados a vivir las Bienaventuranzas
         Te pedimos perdón y queremos reparar porque siendo como somos, cristianos, es decir, hijos de Dios y herederos del cielo, continuamos apegados a los bienes de la tierra.

         Silencio meditativo.

       Te pedimos perdón y queremos reparar porque siendo como somos, hijos de Dios, preferimos nuestra comodidad antes que el sacrificio en bien del prójimo, nuestro hermano, y así olvidamos las obras de misericordia, sin las cuales no entraremos en el Reino de los cielos.

         Silencio meditativo.

Te pedimos perdón porque no te vemos, o más bien, no queremos verte, en el hermano necesitado, en el pobre, en el indigente, en el desesperado, en el caído.

Silencio meditativo.
Te pedimos perdón por haber pasado tantas veces de largo, dejando tendido a la vera del camino a quien veía en nosotros una posibilidad de auxilio. Nos hemos comportado como fariseos, como religiosos henchidos de orgullo propio y vanagloria, pero vacíos del Amor de Dios, y así, hemos usado Tu Santo Nombre en provecho propio.
Silencio meditativo.

Te pedimos perdón por haber creído que las obras de misericordia espirituales y corporales que recomienda la Iglesia eran solo una lección más entre otras del Catecismo de Primera Comunión, y no las hemos practicado, olvidando así que estas obras son la única llave que puede abrir la Puerta del Reino de los cielos, tu Sagrado Corazón.

Silencio meditativo.

Te pedimos perdón porque nos decimos cristianos, pero parecemos serlo sólo los domingos, durante cuarenta minutos, mientras que el resto del tiempo, dejamos ese título en la puerta de la Iglesia, para comportarnos más fácilmente en el mundo como un pagano más, al volcar nuestros pensamientos, amores y obras a los atractivos del mundo y sus vanos placeres.

Silencio meditativo.

Te pedimos perdón porque siendo cristianos, no hemos sabido dar testimonio de tu Amor, de tu perdón, de bondad, de tu humildad, de tu sencillez, de tu paciencia, y por el contrario, hemos reflejado al mundo y al prójimo nuestra propia ambición, nuestro orgullo, nuestra soberbia, nuestra falta de perdón. Te pedimos perdón porque Te hemos dejado de lado a Ti, Sabiduría divina, para hacernos conocedores de las vanas novedades del mundo, convirtiéndonos así en los hombres más necios del mundo.

Silencio meditativo.

Te pedimos perdón por haber escandalizado a quienes, sabiendo que éramos cristianos, esperaban de nosotros una palabra de aliento, un tiempo compartido, un amigo que escucha, un padre que consuela, una madre que acaricia, un hermano que ayuda, un poco de pan, un vaso de agua, una ayuda cualquiera, se ha encontrado en cambio con nuestro gesto hosco, frío, desinteresado, negligente, arrogante, orgulloso, vacío de amor y lleno de soberbia.

Silencio meditativo.

Te pedimos perdón porque en vez de acudir a Ti, Único Dios verdadero, que por nosotros y por Amor a nosotros desciendes cada vez a la Eucaristía y en la Santa Misa, y por nosotros y por Amor a nosotros te has quedado en el sagrario, ves en cambio despreciada Tu Presencia Eucarística, el máximo Don del Amor trinitario para los hombres, porque en vez de venir a recibir el don que el Padre nos da en cada Santa Misa, preferimos nuestras vanas distracciones y ocupaciones, y en vez de venir a adorarte en la Eucaristía, preferimos acudir a los ídolos paganos.

Silencio meditativo.

Oración de despedida: ten piedad, ten compasión, ten misericordia, Jesús Eucaristía, Dios del sagrario y del altar, por las veces que te hemos abandonado, olvidado, intercambiado por ídolos y por el mundo; apiádate de nosotros, de nuestros seres queridos y de todo el mundo; confiamos en tu infinita Misericordia, en tu Bondad sin límites, como un océano sin playas, y nos encomendamos a tu Madre, que es también nuestra Madre, para que desde su Corazón Inmaculado, lleve estas humildes oraciones, adoraciones y reparaciones ante tu Presencia, de manera que en algo se mitigue tu justa indignación y tu profunda tristeza.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

Canto de salida: “Stabat Mater lacrimosa”.

lunes, 11 de febrero de 2013





¡Te agradecemos de todo corazón, Santo Padre Benedicto XVI, tu servicio a la Santa Madre Iglesia! ¡Que el Espíritu Santo suscite un sucesor con tu misma fe, sabiduría y caridad!

viernes, 8 de febrero de 2013

Hora Santa reparadora por Carnaval



         Introducción: Jesús Eucaristía, Dios del Sagrario, Dios del Altar, venimos a postrarnos ante tu Presencia sacramental, con el corazón lleno de dolor por nuestros pecados, por nuestras ingratitudes, por nuestras indiferencias a tu Amor; nos humillamos ante Ti y nos postramos en adoración, pidiendo a María Santísima que nos alcance la luz del Espíritu Santo para poder adorarte en esta Hora Santa con todo el amor del que seamos capaces. Nos unimos, con la luz de la fe, a los ángeles y a los santos que, en el cielo, te contemplan y te adoran y te aman extasiados, sin poder salir del asombro que les provoca la inimaginable hermosura de tu Ser trinitario. Te ofrecemos el humilde homenaje de nuestra adoración, suplicándote que la aceptes y que no tengas en cuenta nuestra miseria y nuestros pecados, sino el deseo de reparación que Tú mismo has puesto en nuestros pobres corazones.
Venimos a adorarte y a reparar en este tiempo previo a la Cuaresma, tiempo caracterizado por la celebración pagana del Carnaval, celebración que tiene por objetivo apartar a muchos de tus hijos de tu Amor. Venimos a reparar por todos aquellos que se dejarán seducir por el brillo multicolor, por la estridencia de la música y por la falsa alegría de esta festividad pagana, dejando de lado y despreciando la solemnidad, la austeridad, la serena alegría del Miércoles de Cenizas y del sagrado tiempo de Cuaresma.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Canto de entrada: “Perdón, oh Dios mío”.


Perdón, ¡Oh Dios Mío! 
Perdón e indulgencia, 
Perdón y clemencia, 
Perdón y piedad (2). 

Pequé, ya mi alma, su culpa confiesa 
mil veces me pesa de tanta maldad. 

Mil veces me pesa de haber obstinado 
tu pecho rasgado ¡Oh Suma Bondad! 

Perdón Oh Dios Mío 
Perdón e indulgencia 
Perdón y clemencia 
Perdón y piedad (2) 

Yo fui quien del duro madero inclemente 
te puso pendiente con vil impiedad. 

Por mí en el tormento tu Sangre vertiste 
y prenda me diste de amor y humildad. 

Perdón Oh Dios Mio 
Perdón . . . . . . . . . (2) 

Y yo en recompensa pecado a pecado 
la copa he llenado de iniquidad. 

Más ya arrepentido te busco lloroso 
Oh Padre amoroso ¡Oh Dios de Bondad! 

Perdón Oh Dios Mío 
Perdón . . . . . . . . . (2)

Meditación

Venimos a pedirte perdón por los cristianos que ofrendarán sus cuerpos a Baal, porque esto es lo que significa “Carnaval”: “baile de la carne” y “carne para Baal”, olvidando de esta manera que sus cuerpos son “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19).

         Silencio meditativo.

Venimos a pedirte perdón y a reparar por todos los cristianos que en el carnaval, olvidarán que sus corazones son altares y sagrarios en donde debe ser adorado Jesús Eucaristía; olvidarán que sus corazones deben ser como nidos de luz y de amor en donde encuentre reposo y contento la dulce paloma del Espíritu Santo.

         Silencio meditativo.

Venimos a pedir perdón y a reparar por todos los cristianos que, ofrendando sus cuerpos a Baal, profanarán sacrílegamente al templo del Espíritu Santo, el cuerpo, convirtiéndolo, de nido de luz y de amor en el que debería reposar el Espíritu Santo, en cueva maloliente, oscura y babeante, en donde se alojará una de las serpientes más grandes del infierno, Asmodeo, el demonio de la lujuria, dando cabida a todo desenfreno de las pasiones.

Silencio meditativo.

Venimos a pedirte perdón y a reparar por todos los cristianos que olvidarán que sus cuerpos son templos del Espíritu Santo, y que por lo tanto, estos templos deben estar iluminados con la luz de la fe en Ti, Hombre-Dios y así, olvidándose de Ti, adorarán a quien merece tu eterna reprobación; olvidarán que esos templos que son sus cuerpos, deben estar perfumados con el aroma exquisito de la gracia santificante; olvidarán que en estos templos del Amor de Dios, que son sus cuerpos, no debe escucharse otra cosa que cantos de alabanza, de adoración, de acción de gracias, a Dios Uno y Trino y al Cordero de Dios, y que esos cánticos e himnos y salmos de alabanza, deben alternarse con el silencio, porque Tú hablas en el silencio, y el alma que no vive en el silencio no puede nunca escuchar Tu dulce voz, y así, olvidándose de cantarte a Ti, Único y Verdadero Dios, dedicarán sus horribles cantos a los seres de la oscuridad, y en esos templos así profanados, resonarán músicas abominables –entre muchos otros, la cumbia y el rock-, y toda clase de música sacrílega, atronando el templo hollado con espantosas blasfemias e insultos a tu Amor, a tu santidad, a tu majestad, a tu misericordia, encendiendo la ira de tu Divina Justicia.

Silencio meditativo.

Venimos a reparar por todos aquellos cristianos que, olvidarán que en este templo santo que es el cuerpo sólo se sirve y se degusta el banquete celestial preparado por el Padre: la Carne del Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo; el Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo resucitado de Jesús en la Eucaristía, y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Hombre-Dios derramada en la Cruz; así, olvidándose y despreciando este manjar celestial, la Eucaristía, profanarán sus cuerpos, sus mentes y sus corazones, embriagándose con todo tipo de substancias prohibidas, substancias que jamás deberían entrar en los templos de Dios.

Silencio meditativo.

Venimos a reparar por todos los cristianos que profanarán el Domingo, Día del Señor, Día sagrado que participa de la eternidad; Día santo que participa del Día de la Resurrección; Día destinado a adorar, alabar y dar gracias a Ti, Cristo Dios, que resucitaste en el Domingo luego de sufrir atrozmente en la Pasión por nuestra salvación; venimos a reparar por todos los cristianos que piensan que el Domingo, y los fines de semana, son para descansar, divertirse, pasear y, peor aún, para dar rienda suelta y desenfreno a las pasiones, olvidando así el deber sagrado de santificar las fiestas, esto es, de ir a recibir el don de los cielos, Jesús en la Eucaristía, que Dios Padre deposita en cada Santa Misa en el altar, que de esta manera queda olvidado y despreciado porque los cristianos, sus destinatarios, lo intercambian por los ídolos del mundo.

Silencio meditativo.

Oración de despedida: Querido Jesús Eucaristía, Dios del Sagrario, Dios del Altar eucarístico, nos despedimos, ya que debemos retornar a nuestros quehaceres diarios, pero te dejamos, como siempre, nuestros míseros corazones al pie del sagrario, para que Tú los atraigas con tus lazos de amor y no dejes que se extravíen por las oscuras y tenebrosas sendas del mundo. Ten piedad de nosotros y de nuestros hermanos, principalmente de aquellos que más te ofenderán en este tiempo de Carnaval; no les tengas en cuenta sus pecados, perdónalos, por tu gran misericordia, porque “no saben lo que hacen”; perdónalos, e ilumínalos, para que salgan del error, así como también tuviste misericordia de nosotros y nos concediste la luz de la fe para que nos apartáramos del error. Perdónalos, perdónanos, muéstranos tu Misericordia Divina, ten piedad de nosotros, apiádate de nosotros y del mundo entero. Junto con tu Padre, infunde el Espíritu Santo, Espíritu de Amor, de piedad, de paz, de alegría; alivia la aridez de este suelo con el agua fresca de tu gracia, intensifica tu Presencia y la de tu Madre en los corazones de los hombres, sobre todo de los más alejados, y haz que refugiados en el Corazón Inmaculado de María Santísima, tu Madre y nuestra Madre, lleguemos a la eterna felicidad en los cielos.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Canto de salida: “El trece de mayo”.

A tres pastorcitos la Madre de Dios,
descubre el misterio de su corazón.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
Haced penitencia, haced oración,
por los pecadores implorad perdón.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
Las modas arrastran al fuego infernal,
vestid con decencia si os queréis salvar
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
El Santo Rosario constantes rezad,
y la paz del mundo el Señor os dará.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
¡Qué pura y qué bella se muestra María,
qué llena de gracia en Cova de Iria!
Ave, ave, ave Maria. Ave, ave, ave Maria.

viernes, 1 de febrero de 2013

Hora Santa en reparación por los últimos sacrilegios públicos cometidos contra la Eucaristía y el altar



Ofrecemos esta Hora Santa en reparación por los recientes sacrilegios públicos cometidos contra Jesús, la Virgen, la Eucaristía y el Altar eucarístico. Pedimos también el rezo del Santo Rosario, ayunos, penitencias, sacrificios, obras de caridad, para reparar.


         Inicio: Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, venimos hoy a adorarte, postrándonos ante tu Presencia sacramental, con profundo dolor y pena, para reparar los sacrilegios cometidos en estos últimos días: entre otros sacrilegios, dos sacerdotes han negado tu divinidad y la condición de tu Madre, la Virgen, como Madre de Dios[1]; un sacerdote ha negado tu existencia[2]; han profanado tu Cuerpo y tu Sangre en una capilla[3]; el altar eucarístico de una casa de retiros ha sido utilizado para ritos de magia[4].
Venimos a pedirte perdón por estas ofensas, y a ofrecerte la miseria de nuestros corazones en reparación y en adoración, uniendo nuestras reparaciones y adoraciones a las tuyas en el Santísimo Sacramento.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Creemos que Tú, siendo Dios Hijo desde la eternidad, te encarnaste en el tiempo en el seno virgen de María, por obra del Espíritu Santo, el Amor de Dios, y que por lo tanto no hubo intervención humana alguna en tu Encarnación.

         Silencio para meditar.

         Creemos que, siendo Dios Hijo, y sin dejar de ser Dios Hijo, te encarnaste en el seno virgen de María Inmaculada, y asumiste una naturaleza humana, un cuerpo y un alma, con los cuales te hiciste visible Tú, que eres el Dios invisible.

         Silencio para meditar.

         Creemos que naciste de una Madre Virgen, Madre que por ser al mismo tiempo Virgen, es el portento de los portentos, el Milagro de los milagros, la Maravilla de todas las maravillas realizadas por la Trinidad.

         Silencio para meditar.

         Creemos que el primer nombre de tu Madre es el de “Madre de Dios”, porque fue creada y concebida sin la mancha de la malicia original y llena del Amor de Dios, para que fuera tu Madre en la tierra y te recibiera en su seno virginal, purísimo y limpísimo, de manera que al encarnarte no extrañaras el seno de tu Padre, seno en el que vives desde la eternidad.

         Silencio para meditar.

         Creemos que Tú, Jesús de Nazareth, eres la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada en una naturaleza humana, y que como tal eres el Hombre-Dios, que existió realmente, que vivió realmente en Palestina hace dos mil años, que obró maravillas, signos, prodigios y milagros incontables e innumerables, antes de subir a la Cruz para dar tu vida por amor a nosotros, los hombres.

         Silencio para meditar.

         Creemos que verdaderamente sufriste la Pasión y Muerte en Cruz el Viernes Santo, y luego resucitaste el Domingo de Resurrección, para no morir más; creemos que tu Pasión y Muerte en Cruz, sucedidas cruentamente una vez en el tiempo hace dos mil años, se renuevan incruentamente en la Santa Misa, de manera que en la Santa Misa asistimos a tu Pasión y Muerte en Cruz, pero creemos también que lo que recibimos en la Sagrada Hostia es tu Cuerpo resucitado en la Eucaristía, y como tal, lleno de la vida, de la luz, de la alegría, de la paz, de la felicidad, de la gloria y del Amor de Dios.

         Silencio para meditar.

         Creemos que Tú en la Eucaristía eres Dios Hijo encarnado, que fue engendrado desde la eternidad en el seno del Padre, y que estás en este Santísimo Sacramento con tu Cuerpo resucitado, con tu Alma glorificada, con tu Divinidad refulgente y con tu Persona divina.

         Silencio para meditar.

         Creemos que Tú en la Eucaristía te donas sin reservas al alma que te comulga con fe y con amor, con piedad y devoción, y por lo tanto creemos que cuando comulgamos, entras Tú en Persona en nuestros míseros corazones, para dejarnos tus gracias y tus innumerables dones.

         Silencio para meditar.

         Creemos que al comulgar Tú entras en Persona en nuestra alma, que es una morada indigna, y por eso decimos: “No soy digno de que entres en mi casa”, pero sabemos también que cuanto mayor es el abismo de indignidad y miseria de un alma, tanto más te inclinas y te acercas al pecador, y por eso nos sentimos orgullosos de ser pecadores y decimos con San Agustín: “Dichosa culpa que mereció tan feliz Redentor”, porque nuestra miseria atrae Tu Divina Misericordia; así, cuanto más grande es nuestro abismo de miseria, tanto mayor será la cantidad de Amor y Misericordia que de tu Sagrado Corazón se derrame sobre nosotros.

         Silencio para meditar.

         Creemos que el altar eucarístico, el lugar sagrado de la tierra al cual desciendes desde el cielo en cada Santa Misa, es un símbolo de tu Sagrado Corazón, porque así como tu Sagrado Corazón está envuelto en las llamas del Amor divino, el Espíritu Santo, así ese mismo Espíritu Santo, el Amor divino, es espirado por el Padre y por Ti en la consagración, como llamas de fuego celestial sobre las especies eucarísticas, para convertirlas en tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad.

         Silencio para meditar.

         Creemos que el altar eucarístico, símbolo de tu Sagrado Corazón y por lo tanto símbolo del amor único, exclusivo, eterno e infinito que Tú rindes a Dios Trino, no puede contener nada que no seas Tú, Hombre-Dios, Cordero de Dios, Dios Tres veces Santo, y que ningún amor que no sea el Amor de tu Sagrado Corazón puede estar en él.

Silencio para meditar.

Creemos que el altar eucarístico es el símbolo de tu Sagrado Corazón, y que por lo tanto, sería la peor de las abominaciones si en este altar eucarístico se rindiera culto a nadie que no sea Dios Uno y Trino, y por eso te pedimos perdón por quienes, sin medir las consecuencias, lo han profanado con oraciones y rituales de magia y paganismo.

Silencio para meditar.

Creemos que Tú creaste los ángeles y que algunos de ellos por propia voluntad se rebelaron, perdieron la gracia y tu amistad, y fueron expulsados para siempre del cielo por los ángeles de luz que combatieron a tus órdenes, guiados por San Miguel Arcángel. Estos ángeles de oscuridad, expulsados del cielo, continúan su lucha contra Ti en la tierra, y así como en el cielo intentaron, en el colmo de su soberbia y de su insolente orgullo, desplazarte a Ti de los cielos, así intentan ahora desplazarte del altar eucarístico a Ti, Dios de la Eucaristía, y por eso nos unimos a San Miguel Arcángel y decimos: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios! ¡Nadie que no sea Cristo Dios ocupará el altar eucarístico, parcela del cielo en la tierra!”.

Silencio para meditar.

 Meditación final: Jesús Eucaristía, Hijo eterno del Padre, nacido en el tiempo en el seno virgen de María, nos despedimos, no sin antes reiterar nuestro dolor por las ofensas que recibes de esta humanidad que te ha olvidado, que te desecha sin pensar en tu Amor, que no quiere reconocerte, que te pospone por los ídolos falsos y vanos del mundo. Nos retiramos, pero queden nuestros corazones al pie de tu altar, para que en todo momento te adoren y canten tus alabanzas, como anticipo de la adoración y alabanza que te tributaremos por la eternidad, por tu infinita misericordia. No tengas en cuenta las ofensas de nuestros hermanos, perdónalos, porque “no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), porque si lo supieran, jamás se atreverían a profanar la Eucaristía; jamás se atreverían a negar tu divinidad; jamás se atreverían a negar la virginidad de tu Santa Madre; jamás se atreverían a profanar tu altar eucarístico con oraciones paganas. Unimos nuestras humildes reparaciones a las que Tú haces en la Cruz y en la Eucaristía; míranos con la mirada de la Cruz, que es la mirada de tu Divina Misericordia; perdónanos y ven, Señor Jesús, para que conviertas a este hórrido y sórdido mundo, con tu Presencia, en un anticipo del Paraíso celestial.

Oración final:“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
        





[1] Se trata de los sacerdotes jesuitas Massiá y Alfonso Llano, cfr. http://www.aciprensa.com/noticias/sacerdote-jesuita-es-hereje-al-negar-virginidad-de-maria-explica-experto-53943/#.UQvUyR2wRcA 
[2] http://www.thesun.ie/irishsol/homepage/news/4754775/Pulpit-Fiction.html
[3] Cfr. http://www.aciprensa.com/noticias/argentina-obispo-llama-a-orar-ante-robo-de-hostias-consagradas-20617/#.UQvUNx2wRcA

lunes, 28 de enero de 2013

Donde esté la Eucaristía, allí volarán las almas


"A los que esperan en Yahveh él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas...
(Is 40, 31)

“El día en que se manifieste el Hijo del hombre...” (Lc 17, 26-37). Nuestro Señor describe las características del día de su manifestación. Ese día será un día terrible para toda la humanidad, será el día de la ira de Dios, que se sentirá universalmente; Cristo Dios aparecerá ante los ojos de toda la humanidad no como la Misericordia Divina encarnada, sino como Juez Justo y terrible; esa es la razón por la que más adelante cambia “ese día” por “esa noche”: abre la perspectiva de juicio, calamidades y tinieblas[1]. Dice Sor Faustina Kowalska que ese día van a temblar hasta los ángeles de Dios.
Y debido a que esa venida va a ser tan repentina, muchos van a ser tomados por sorpresa y se los va ha hallar desprevenidos. De ahí que nuestro Señor aconseje el desprendimiento del afecto de todas las cosas terrenas, incluso de la misma vida, cuando el bien del alma corre peligro[2].
Los discípulos finalizan con una pregunta, sobre el “dónde” sucederá -no sobre el “cuándo”, lo cual parecería más lógico-, y nuestro Señor responde más enigmáticamente todavía: “Donde esté el cuerpo, allí se juntarán los buitres”, tal vez indicando con “cuerpo” la muerte espiritual que provoca el pecado[3], ya que los buitres, como aves carroñeras, se reúnen alrededor de un cuerpo muerto, y el cuerpo muerto, que es la figura del alma muerta por el pecado, es la figura también del Anticristo, en cuya alma reina la desolación de la muerte por la ausencia de Dios y por la presencia del demonio.
No sabemos cuándo ni dónde sucederá la manifestación final del Hijo del hombre, no sabemos dónde estará el Anticristo con su cuerpo, vivo por el espíritu del demonio y muerto a la vida de Dios, pero sí sabemos dónde está el Cuerpo vivo y santo de Cristo resucitado: donde esté el Cordero, en la Eucaristía, allí se juntarán los adoradores del Cordero, los amantes de Dios Trino.
Si en el día del Anticristo los buitres se juntarán alrededor del cuerpo muerto del Anticristo, en el día de la Iglesia, alrededor de la Eucaristía, el Cuerpo santo y vivo de Jesucristo, se juntarán los hijos de Dios.
Donde esté el Águila, la Eucaristía, allí, al seno de Dios Trino, volarán las almas.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 627.
[2] Cfr. Orchard, Verbum Dei, 627.
[3] Cfr. Orchard, Verbum Dei, 627-628.

martes, 22 de enero de 2013

La Iglesia nos da el Pan de Vida eterna



“¿Como puede este darnos a comer su carne?” (cfr. Jn 6, 52-59). La pregunta de quienes escuchan a Jesús revela la perplejidad frente al anuncio de Jesús de ofrecer su cuerpo como alimento de vida eterna. El anuncio es desconcertante por lo novedoso pero también por el misterio que encierra: cuando Jesús dice que va a dar su cuerpo como alimento, se está refiriendo a su cuerpo ya glorificado, es decir, a su cuerpo que ya ha atravesado el misterio pascual de muerte y resurrección. Quienes lo escuchan, lo interpretan literalmente y piensan que Jesús está diciendo literalmente que les va a dar su cuerpo material, tal como lo están viendo. De ahí la pregunta, perpleja y sorprendida: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”
¿No se trata acaso de la misma perplejidad y descreimiento dentro del Nuevo Pueblo Elegido? Todos los días la Iglesia entrega al mundo el don del Pan de vida eterna, el cuerpo de Jesús resucitado en la Eucaristía, y todos los días se observa la misma frialdad y la misma indiferencia, lo que hace pensar que no se cree en las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo”.
Si en el Pueblo Elegido muchos se preguntaban: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”, hoy, en el Nuevo Pueblo Elegido, muchos se preguntan: “¿Cómo puede la Eucaristía contener la vida eterna, el cuerpo de Jesús resucitado, si es solo pan?”
Para no caer en la incredulidad y en el descreimiento, debemos pedir, como un don del cielo, la respuesta, la cual solo la puede dar el Espíritu Santo.

sábado, 19 de enero de 2013

Como en Emaús, reconozcamos a Cristo en la Eucaristía



          Los discípulos de Emaús, en la tarde de la Pascua, se alejan de Jerusalén, del lugar de la Pasión.
          Jesús se acerca a ellos para acompañarlos, pero no reconocen su Presencia: “...Jesús en Persona se acercó y caminaba con ellos, pero sus ojos estaban cerrados y eran incapaces de reconocerlo” (Lc 24, 13-35).
     Se alejan del lugar de la Pasión, es decir, se alejan de la Pasión, y se vuelven ciegos y tristes, incapaces de reconocer al Señor Resucitado.
      Ciegos, tristes, sin alegría, lejos del Señor Muerto y Resucitado y Glorioso que camina con ellos.
    ¿No somos nosotros, católicos del tercer milenio, estos discípulos de Emaús? ¿No es ésta la descripción de nuestra vida espiritual? ¿Porqué los discípulos, tristes y ciegos, no reconocen a Jesús? ¿Porqué nosotros, católicos, bautizados, no reconocemos a Jesús, resucitado, presente, vivo, glorioso, en la Eucaristía?
   Ni los discípulos reconocen a Jesús en Emaús, ni nosotros reconocemos a Jesús en la Iglesia, en la Eucaristía, por nuestro modo de ver la Pasión de Jesús[1]. Es un modo totalmente humano, que ve las cosas, los sucesos, de la vida, y, sobre todo, la vida de Jesús, desde lo bajo, desde y hacia la perspectiva humana, horizontal, sin elevar nunca los ojos para ver hacia lo alto, desde lo alto.
            Una mirada meramente humana de la religión, de la Iglesia, de Jesús, de la Misa, de la Eucaristía –incluso de nosotros mismos, en cuanto creados por Dios y re-creados por el bautismo-, nos vuelve incapaces de comprender la realidad, sea esta la natural, como la sobrenatural.
            Contemplando nuestra vida solo desde el punto de vista humano, dejando de lado al Señor Jesús que camina con nosotros, como hacen los discípulos de Emaús, nunca entenderemos gran cosa de lo que sucede, tal vez sí las cosas del plano natural, pero nada de lo relativo a la salvación, a lo sobrenatural.
            Observando humanamente el camino de la vida, es decir, la alegría, la esperanza, y también el dolor, el sufrimiento, las situaciones penosas y angustiantes, jamás podremos captarlo en su totalidad de misterio incluido en otro misterio, sobrenatural.
            Sólo bajo la luz divina de la cruz de Jesús podemos entender el sentido de la vida y de sus pruebas: el sentido del dolor, del sufrimiento, que a veces parecen insoportables; sólo en el contacto con Jesús Crucificado y Resucitado podemos entender que el dolor es un don; que la vida, sea cual sea mi vida -tal vez años vividos sin una prueba, sin un dolor, tal vez años vividos en la desgracia- es el camino que debo recorrer para ganar el Cielo, el Reino de Dios, que es la Persona de Jesús.
Sólo a la luz de la cruz de Jesús puedo ver que la vida es un camino para llegar a Él. Si miro la vida con una mirada puramente humana, siempre estaré triste, porque nuestra fuerza humana es incapaz de entender el verdadero sentido de los acontecimientos; nuestra mirada humana es incapaz de ver a Jesús, Muerto y Resucitado, que nos acompaña en cada momento, en la alegría como en el dolor.
            Tenemos necesidad de la luz divina que surge de la cruz de Jesús para que nos haga entender de dónde venimos y adónde vamos.
            Pero si  no podemos entender las cosas humanas sin la luz de Jesús, sin su luz, ni siquiera podemos barruntar ni conjeturar qué cosa sea la religión, la Iglesia, Jesús, los sacramentos, la Eucaristía.
            Tenemos necesidad de la luz divina que surge de la cruz de Jesús, para contemplar los misterios sobrenaturales en su esplendor, para no rebajar los santos misterios de nuestra religión a meras elucubraciones de nuestras mentes humanas. Necesitamos de la luz que surge de la cruz de Jesús para ver a la Iglesia no como una sociedad humana natural y religiosa de hombres que quieren alabar a Dios, no como una invención de los curas y de los laicos devotos; para ver y vivir la Misa no como un evento vacío y aburrido al que tengo que concurrir por obligación o que puedo dejar de lado si hay algo más “divertido” o más “serio” o más “importante” o más “interesante” para hacer; tenemos necesidad de la luz divina que sale de la cruz de Jesús para entender que la religión no es venir a Misa por obligación en el tiempo de Pascua, en el tiempo de Navidad, o para dejar contentos a mis padres, si soy joven o niño, o para buscar solución a mis angustias y problemas, si soy adulto.
            Tenemos necesidad de la luz divina que surge de la cruz de Cristo para entender que los sacramentos no son una etapa social, hecha a duras penas por obligación, que después de recibidos no sirven para nada, o, mejor, para lo único para lo que sirven es para hacer desaparecer a los niños y a los jóvenes de la iglesia, porque una vez recibidos, no aparecen más por ella.
            Tenemos necesidad de la luz divina que surge de la cruz de Jesús para entender que la Misa es la actualización y la renovación sacramental de la Muerte y Resurrección de Jesús, que me ofrece su Vida humano-divina para salvarme; para entender que el altar se transforma en el Calvario, el pan en Su Cuerpo y el vino en Su Sangre.
            Los discípulos de Emaús recibieron, luego de ser probados en su tristeza, en su ceguera, en su falta de fe en Jesús, el don de la fe en Jesús Resucitado, y lo reconocieron al partir el pan. Desde nuestra ceguera, nuestra tristeza y nuestra falta de fe, contemplando a Cristo Crucificado en el altar, pidamos el don de reconocerlo a Él, Presente, real y substancialmente, vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía, que un rayo de su luz, desprendido de la Eucaristía, penetre, ilumine y transforme nuestro ser.


[1] Cfr. Albert Vanhoye, Per progredire nell’amore, Edizioni ADP, Roma 2001, 219ss.