“¿Como puede este darnos a comer su carne?” (cfr. Jn 6, 52-59). La pregunta de quienes
escuchan a Jesús revela la perplejidad frente al anuncio de Jesús de ofrecer su
cuerpo como alimento de vida eterna. El anuncio es desconcertante por lo
novedoso pero también por el misterio que encierra: cuando Jesús dice que va a
dar su cuerpo como alimento, se está refiriendo a su cuerpo ya glorificado, es
decir, a su cuerpo que ya ha atravesado el misterio pascual de muerte y resurrección.
Quienes lo escuchan, lo interpretan literalmente y piensan que Jesús está
diciendo literalmente que les va a dar su cuerpo material, tal como lo están
viendo. De ahí la pregunta, perpleja y sorprendida: “¿Cómo puede este darnos a
comer su carne?”
¿No se trata acaso de la misma perplejidad y
descreimiento dentro del Nuevo Pueblo Elegido? Todos los días la Iglesia
entrega al mundo el don del Pan de vida eterna, el cuerpo de Jesús resucitado
en la Eucaristía, y todos los días se observa la misma frialdad y la misma
indiferencia, lo que hace pensar que no se cree en las palabras de Jesús: “Esto
es mi cuerpo”.
Si en el Pueblo Elegido muchos se preguntaban: “¿Cómo
puede este darnos a comer su carne?”, hoy, en el Nuevo Pueblo Elegido, muchos
se preguntan: “¿Cómo puede la Eucaristía contener la vida eterna, el cuerpo de
Jesús resucitado, si es solo pan?”
Para no caer en la incredulidad y en el descreimiento,
debemos pedir, como un don del cielo, la respuesta, la cual solo la puede dar
el Espíritu Santo.
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