Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por el ultraje y sacrilegio cometidos contra un templo católico en Bélgica, por
parte del mismo sacerdote párroco, convirtiéndolo en un lugar de “diversión” y
de “comida chatarra”. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:
https://www.riposte-catholique.fr/archives/177817
Canto
de entrada: “Cristianos venid, cristianos llegad”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Una
razón por la que los cristianos en estado de gracia deben conservar sus cuerpos
en la santificación y honor de la castidad o continencia es porque, como dice
el Apóstol, se hacen miembros de Cristo, espejo de toda pureza y limpieza y
así, exhortando a la castidad, dice San Pablo: “¿No sabéis que vuestros cuerpos
son miembros de Cristo?” (1 Cor 6, 15)[1].
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
El
que está en gracia es templo del Espíritu Santo y se hace partícipe de la
pureza de Cristo, quien es en Sí mismo la Pureza Increada. Jesús es castísimo,
purísimo, limpidísimo, porque así es el Ser divino trinitario; entonces, quien
se hace miembro del Cuerpo de Cristo por la gracia, no puede no imitar a Cristo
en su pureza, en su castidad, en su ser inmaculado.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Todo
en Cristo Dios es limpidísimo, porque todo su Acto de Ser divino trinitario es
limpidísimo, purísimo, blanquísimo, castísimo y todo tiene que ser así para
poder ser parte de Él por la gracia: el discípulo para amarlo, el contemplativo
para mirarlo, el sepulcro para enterrarlo -el sepulcro de José de Arimatea era
nuevo, ningún cadáver había sido sepultado antes allí-, la sábana para
envolverle -de lino purísimo y finísimo-, su Madre para alojarlo en su seno y
para criarlo -es la Madre de Dios, la que más participa de entre ángeles y
santos de la pureza del Ser divino trinitario-; por esto mismo, quien quiera hacerse
un solo cuerpo con Aquel que es la Pureza Increada, debe ser puro y casto en su
cuerpo.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
La
Persona Segunda de la Trinidad, Dios Hijo, asumió la naturaleza humana en la Encarnación,
pero no quiso que fuera esta humanidad afectada por la impureza del pecado y
por eso su humanidad, la humanidad de Jesús de Nazareth, fue desde su creación
en el seno de la Virgen, Purísima y Limpidísima, Inmaculada, como corresponde a
su Ser divino trinitario. Y así debe serlo, por la gracia santificante, por la
pureza y la castidad del cuerpo, todo aquel que quiera vivir unido a Cristo
Dios.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Tampoco
quiso que el seno de la Mujer que habría de alojarlo en la Encarnación, estuviera
mancillado por la mancha horrible y espantosa del pecado original y por eso
determinó, desde toda la eternidad, que su Madre, Elegida desde la eternidad
por la Trinidad, debía ser Purísima, Limpidísima, Inmaculada, libre también de
la horrible mancha del pecado original. Entonces, a imitación de la Virgen
Purísima y del Cordero Inmaculado, el cristiano no puede no vivir en estado de
pureza en su alma por la gracia y en castidad y pureza en su cuerpo, si quiere
ser fiel discípulo de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre Francisco.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina
Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 569.
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