Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por el robo
sacrílego de Hostias consagradas en Francia. Para mayores datos acerca del lamentable
hecho, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Oh, Buen Jesús”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Es
verdad que Dios es Misericordia Infinita, pero también es Justicia Divina y
como parte de esta justicia, castiga a quienes desprecian las gracias actuales[1], tal como afirma un autor.
Por esta razón, debemos hacer caso y aceptar los auxilios divinos con los que
el Espíritu Santo nos avisa de lo bueno y santo que Él nos concede, para que de
esta manera seamos capaces de amarlo, adorarlo y servirlo, que es el fin para
el que hemos sido creados.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
Apóstol afirma (Rom 1, 18) que Dios, a aquellos que desaprovecharon las
gracias para conocerlo -y, por lo tanto, amarlo y servirlo-, los entregó a sus sentimientos
errados y a las concupiscencias indecentes de sus pervertidos corazones,
quedando así llenos de toda maldad. De este ejemplo vemos cómo el desprecio de
la gracia no le es indiferente a Dios, sino que Dios da al perverso lo que éste
quiere: despreciar la gracia, esto es, lo bueno, lo virtuoso y lo santo, y
dejarlo a merced de la perversión de sus corazones corruptos[2]. Es lo que le sucede, en
el Evangelio, a aquel que, en vez de hacer rendir el talento -es decir, hacer
fructificar la gracia-, lo enterró -o también, despreció la gracia-.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Las
vírgenes necias del Evangelio[3], que se quedan fuera del
banquete del esposo, son ejemplo de las almas que mueren sin la gracia por
despreciarla a esta. Por esto mismo, no nos descuidemos en lograr la gracia con
buenas obras y con el acceso a los sacramentos -sobre todo la Confesión Sacramental
y la Eucaristía-, porque si posponemos la adquisición de la gracia, corremos el
riesgo severo de morir sin ella y por lo tanto de quedar privados del Cielo. Y
sin la gracia de Dios, todo es perdición, pecado e Infierno[4].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Dios,
que es Misericordia Divina e Infinita, no duda en amenazar a quienes desprecian
la gracia, que es el pasaporte al Cielo. En Proverbios 1, 24, dice así: “Porque
os llamé y no quisisteis corresponder; Yo extendí mi mano y no hubo quien mirase;
despreciasteis todo mi consejo y menospreciasteis mis reprensiones; pues Yo
también me reiré de vuestra perdición. Yo haré mofa cuando os sucediere lo que
temíades”. ¿Quién no ha de estremecerse con estas amenazas de la Divina
Misericordia? Porque siendo Dios tan misericordioso y compasivo con nosotros,
sin embargo, aun así, se reirá de la condenación eterna de quienes no oyeron y
despreciaron sus santas inspiraciones y hará burla de su eterna perdición[5]. Lo dice Él mismo en las
Escrituras, como acabamos de comprobarlo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
razón por la cual Dios mismo despreciará a quienes en esta vida despreciaron su
gracia, es porque la gracia es algo que no es de poca importancia, ya que es la
puerta al Cielo y, por otra parte, le costó muchísimo a Dios conseguirla para
nosotros: le costó la Vida y la Sangre del Cordero de Dios, su Hijo Unigénito,
que nos la consiguió para nosotros al altísimo precio de su Sangre Preciosísima
en la Cruz[6]. Por esta razón, Dios no
se ve ya obligado para con aquel que desprecia, hasta el fin de esta vida, el
gran don de su Amor misericordioso, la gracia divina.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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