jueves, 15 de noviembre de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje al Hombre-Dios Jesucristo en San Francisco 141118



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el horrendo ultraje cometido contra la Persona Santísima de Nuestro Señor Jesucristo por parte de una comunidad LGBTI en San Francisco, EE. UU. La infame ofensa, llevada a cabo el 01 de Noviembre de 2018, consistió en una irrespetuosa parodia del Redentor de la humanidad, en la que se competía, entre burlas y excentricidades, para elegir al Jesús más “sensual”. A esta irrespetuosa y blasfemia parodia la llaman “Hunky Jesus” y la organizan todos los años. Se trata por lo tanto de una dolorosa ofensa anti-cristiana cargada de ignorancia, grosería, fealdad, agresión e irrespeto a la fe de los demás, pero sobre todo, es una ofensa incalificable contra el Verbo de Dios Encarnado, Jesús de Nazareth. El video y la información pertinente a tan lamentable hecho se encuentra en el siguiente sitio:


Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Santísima Virgen María fue el instrumento elegido por la Trinidad la causa instrumental esencial[1], es decir, el medio a través del cual el Verbo de Dios se encarnó para venir, desde la eternidad del seno del Padre en el que inhabitaba, a nuestro tiempo y a nuestra historia. La Santísima Virgen fue adornada con dones y virtudes excelentísimas, jamás dados ni antes ni después a creatura alguna, ni siquiera a los más poderosos ángeles, debido a que estaba predestinada a ser la Madre de Dios, permaneciendo siempre Virgen. El ingreso del Verbo de Dios Encarnado es precedido por el majestuoso y augusto saludo del Arcángel Gabriel a María Santísima: “No temas, María. El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y te cubrirá la sombra del Altísimo. Aquél que nacerá será llamado santo e Hijo de Dios” (Lc 1, 30-35). En el Anuncio, el Ángel revela, al mismo tiempo, la virginidad de María y su condición de Madre de Dios: en efecto, la Encarnación se produce no por obra humana, sino por “la sombra del Altísimo”, “el Espíritu Santo”, que “descenderá sobre Ella”, haciéndola concebir al Hijo de Dios encarnado. Al encarnarse el Verbo por obra del Espíritu Santo, la Virgen permanece Virgen, al tiempo que se convierte en la Madre de Dios Hijo hecho hombre.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Según Santo Tomás, el Anuncio realizado por el Arcángel a la Santísima Virgen era necesario por múltiples motivos: por el orden natural de las cosas –los hijos de los hombres nacen de sus madres y el Verbo de Dios, al encarnarse, debía nacer de una madre-; por el testimonio del misterio que la Virgen habría de darnos –en efecto, la Virgen, con su ser y con su vida, es un testimonio viviente y perfectísimo de la Encarnación del Verbo-; por el obsequio de la voluntad que Ella habría de prestar a Dios –la Encarnación del Verbo no se habría llevado a cabo si la Virgen hubiera dicho “no” a la voluntad de Dios-; y finalmente, porque por medio de la Encarnación, se habría de llevar a cabo el matrimonio místico y la unión esponsal entre Cristo y la naturaleza humana. La Virgen, con su “Sí”  a la voluntad de Dios, lo dio en nombre de todo el género humano. Ahora bien, esta Encarnación del Verbo se prolonga en el misterio eucarístico, por medio de la transubstanciación y la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Como hijos adoptivos de Dios y como hijos de la Virgen, nosotros debemos contemplar el misterio de la Encarnación y, a imitación de la Virgen, dar nuestro “Sí” a la voluntad de Dios, quien quiso venir a nuestro mundo por medio de la Virgen Madre y quiere prolongar su Encarnación viniendo a nuestro tiempo por medio de la Eucaristía.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Arcángel saluda a la Virgen, le anuncia el misterio y espera su asentimiento. La Virgen, destinataria del mensaje que indicaba el inicio de la salvación para humanidad, había sido ya elegida y predestinada para su excelsa misión y para eso es que la había preservado del pecado original, concibiéndola sin la mancha de la malicia cometida por Adán y Eva y no solo, sino también concibiéndola, además de Inmaculada, como Llena de gracia, esto es, inhabitada por el Espíritu Santo. Aquella que debía ser la futura Madre de Dios le fue concedida la gracia de estar libre de todo pecado, a fin de que en Ella inhabitara el Espíritu Santo, el Divino Amor, y así el Verbo fuera recibido en la tierra, en el seno de la Virgen Madre, con el mismo Amor con el que era amado en los cielos, en el seno del Padre Eterno, desde toda la eternidad. Al igual que la Virgen, la Iglesia concibe, en su seno purísimo, el altar eucarístico y por obra del Espíritu Santo, al Verbo de Dios, que así prolonga su Encarnación en el tiempo y en la historia de los hombres, de modo que los hombres de todos los tiempos tengan acceso a su gracia, su luz y su amor divinos.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En el Anuncio del Ángel se revela la doble condición de la Virgen, la de ser Virgen y Madre al mismo tiempo, y también se revela la doble naturaleza de Jesús, la de ser Hijo de Dios y Hombre perfecto al mismo tiempo. En efecto, la Virgen –que es Virgen antes, durante y después del parto-, permanece como tal desde el momento en que en la concepción del Hijo de Dios no interviene hombre alguno, siendo la Encarnación obra exclusiva del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es Virgen antes del parto y lo es también durante el parto, pues Jesús nace milagrosamente, y permanece Virgen por la eternidad, porque es imposible que la Virgen no sea fiel a su Esposo, el Espíritu Santo. Al mismo tiempo que se revela su virginidad, se revela también su maternidad divina, porque lo que la convierte a la Virgen en Madre es la Encarnación del Verbo, obra del Espíritu Santo y como es obra de Dios y no del hombre, y puesto que el que se encarna es Dios Hijo, la Virgen se convierte, en el momento mismo de la Anunciación, en Madre de Dios. La doble naturaleza de Cristo también queda evidenciada en el Anuncio del Arcángel: en efecto, Quien se encarna por obra del Espíritu Santo es la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo de Dios, engendrado, no creado, que procede eternamente del seno del Padre y por esto mismo, es Dios Omnisciente y Omnipotente. Al mismo tiempo se revela su naturaleza humana, porque precisamente, lo que asume en la unidad de su Persona divina, hipostáticamente, es el Cuerpo y el Alma purísimos de Jesús de Nazareth, creados por Dios Trino en el instante mismo de la Encarnación. La Anunciación revela así, el inefable misterio de la Virgen y Madre de Dios y de la Encarnación del Logos del Eterno Padre, Cristo Jesús.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El inefable misterio de la Virgen Madre de Dios y de su Hijo, Dios hecho carne, se continúa, se prolonga y se perpetúa por el misterio de la liturgia eucarística: así como la Virgen concibe por obra del Espíritu Santo al Hijo de Dios en su seno purísimo, dándolo luego a luz como el Niño Dios, así la Santa Madre Iglesia concibe, en su seno virginal y purísimo, el altar eucarístico, por obra del Espíritu Santo, al mismo Hijo de Dios que, por la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre, prolonga su Encarnación en el seno de la Virgen Madre, en el seno de la Santa Madre Iglesia, quien da a luz al Cordero como Pan Vivo bajado del cielo. Y así como la Virgen es también Madre de Dios y por el Espíritu Santo concibe en sus entrañas purísimas al Verbo de Dios con su Cuerpo y su Sangre, así la Iglesia Santa, que es Virgen porque no conoce otro Esposo que Cristo y que es Madre porque engendra al Cristo Eucarístico, concibe en sus entrañas purísimas, el altar eucarístico, al mismo Verbo de Dios que, con su Cuerpo y su Sangre, se entrega en el don de sí mismo en el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. Si el Ángel le anuncia a la Virgen que será la Madre de Dios, el cual habrá de morar en su seno por obra del Espíritu Santo, la Santa Madre Iglesia, cuando ostenta la Eucaristía y dice: “Éste es el Cordero de Dios”, nos anuncia a nosotros que el Hijo de Dios ha bajado del cielo por obra del Espíritu Santo, sobre el altar eucarístico, para venir a morar en nuestros corazones. Por lo tanto, pidamos la gracia de comulgar la Eucaristía con el mismo amor inefable con el que la Virgen dijo “Sí” a la Encarnación del Verbo.
         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. 172.

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