Una imagen del horroroso y macabro altar erigido en la Basílica Santa Maria Assunta
en Gallarate, Milán, Italia, el pasado 11 de Noviembre de 2018.
Feo, siniestro e indigno, son los adjetivos que se nos vienen en mente al contemplar tan horrible altar.
Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación
por la construcción de un siniestro altar en Italia el 11 de Noviembre de 2018.
Dicho altar consta de 120 (ciento veinte) cabezas cortadas y fue construido en
la Basílica de Santa Maria Assunta en Gallarate, cerca de Milán, Italia. Muchos
–entre los que nos contamos nosotros- han calificado a este macabro altar como “satánico”.
Consideramos este altar una ofensa a la majestad y hermosura de Dios Uno y Trino;
como un lugar indigno para celebrar la Sagrada Eucaristía y además como un
ensalzamiento blasfemo del mal. La
noticia relativa a tan triste suceso se encuentra en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Se llama “gracia de Cristo” –la que Él nos adquirió al
precio de su Sangre Preciosísima en la Cruz- a “aquellos dones y favores de que
era indigna y privada nuestra naturaleza por el pecado y que nunca fueron
debidos ni pueden serlo a naturaleza alguna, y por ellos se alcanza la eterna
bienaventuranza”[1].
En algunas ocasiones, se llama “gracia” a los auxilios con los que Dios nos
previene, infundiéndonos, por ejemplo, pensamientos santos y ayudándonos para
que hagamos alguna buena obra y es la denominada “gracia actual”. En otras
ocasiones, significa un don y una cualidad permanente de Dios en el alma con la
cual se hace agradable a Sí, amiga e hija suya; es la “gracia habitual”, porque
persevera en el alma como los otros hábitos. No hay ningún santo que no haya
subido al Cielo sin la ayuda de estas dos gracias. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que por tu intercesión logremos la
gracia de pensamientos santos y puros como los de tu Hijo y seamos capaces de
obrar siempre obras de misericordia, para así ganarnos el Cielo!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Tanto
la gracia actual como la habitual, fueron conseguidas para nosotros -que, como
dijimos, éramos indignos de recibirlas y jamás podríamos siquiera imaginar que
podríamos algún día recibirla- al altísimo precio de la Sangre Preciosísima de
Nuestro Señor Jesucristo, derramada en el altar de la Cruz y en la Cruz del
altar, en cada Santa Misa. Para darnos una idea aproximada del valor de la
gracia, podemos tomar ejemplos materiales[2]. Así,
por ejemplo, la gracia habitual –la que permanece en el alma de modo habitual,
como un hábito- es como una túnica de tela púrpura, finísimamente bordada con
hilos de oro, regalada por el rey a su hijo amado, para que anduviese con ella
vestido y con ella representara la altísima condición de ser hijo muy amado del
rey y heredero de todas sus inmensas riquezas. La gracia actual se puede
comparar a los consejos, advertencias, auxilios que este mismo rey diese a su
hijo para que no solo no cometiera jamás obra de ningún grado de malicia, ni
siquiera el más pequeño, sino para que, ante todo, fuera capaz de hacer grandes
obras, nobilísimas, dignas de su grande dignidad de ser hijo del rey. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca
perdamos el don de la gracia habitual y que por la gracia actual, seamos
capaces de hacer obras meritorias para el Cielo, a fin de algún día adorar
contigo al Cordero de Dios en los cielos!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia habitual puede ejemplificarse también de otra manera: con la salud y
hermosura del cuerpo; es decir, así como es agradable un cuerpo que está sano y
es hermoso –en sí mismo, en cuanto que es creación de Dios, es decir, que su
hermosura no viene por la edad, sino por ser perfecta creación de Dios-, así la
gracia habitual es como si a un enfermo, que además de la enfermedad tiene
atrofiados sus miembros por una prolongada parálisis, le fuera concedida, de
forma repentina, la salud total y una admirable hermosura del rostro y de todo
el cuerpo[3]. La
gracia actual, a su vez, serían como los consejos que da el médico prudente,
para que esta persona, así recobrada su salud y hermosura del cuerpo, los
conservara permanentemente. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, auxílianos, para que siempre conservemos y aumentemos,
en nuestros corazones, la gracia de Dios que embellece nuestras almas!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia habitual es algo tan grandiosamente maravilloso, que no nos alcanzarán
las eternidades para dar gracias a Dios por habérnosla concedido. En efecto, la
gracia habitual o permanente nos concede el ser hijos adoptivos de Dios, al hacernos
ser partícipes de la naturaleza divina y de la filiación divina del Hijo de
Dios. Esto quiere decir que la gracia habitual nos adopta como hijos, pero no
al modo como el hombre adopta a un hijo –al cual ama como si fuera propio-,
sino que nos hacer ser hijos ontológicamente, esto es, haciéndonos participar
de la filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios desde toda
la eternidad. La gracia actual, en consecuencia, está dirigida a conservar y
afianzar cada vez más esta relación filial con Dios, por medio de los consejos,
luces y auxilios divinos, con los cuales no solo evitamos las ocasiones de
pecado, sino que obramos meritoriamente para conservar y acrecentar la gracia
habitual. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, infunde en nosotros un gran amor a la gracia divina, para que por
las buenas obras la conservemos siempre, hasta el último aliento de vida!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia, por lo tanto, es un don altísimo, una cualidad inestimable, frente a la
cual, la inmensidad del universo material, con todas sus inimaginables riquezas
y hermosuras, queda reducido a poco menos que polvo, puesto que la gracia nos
hace ser hijos adoptivos de Dios y herederos de su reino. Por la gracia, la
creatura humana es levantada a un ser sobrenatural y grado divino, que comparte
la naturaleza, no ya con un ángel, lo cual sería una cosa altísima para esa
naturaleza, sino con el mismísimo Dios Uno y Trino. Por la gracia, el alma
trasciende y es ensalzada por encima de todo ser y de toda perfección natural y
hace, a quien la posee, participante de la naturaleza misma de Dios Trino, de
manera tal que Dios Trino viene a hacer morada en dicha alma, enriqueciéndola
Dios con hermosísimos resplandores de santidad[4].
El alma en gracia es como el grano de mostaza que, siendo pequeño, se convierte
en un gran arbusto al que van a hacer nido los pájaros del cielo: el grano
convertido en arbusto es el alma que, sin la gracia, es como el grano
pequeñísimo, mientras que con la gracia, alcanza la grandeza de la naturaleza
divina, al ser hecho partícipe de la misma; a su vez, los pájaros del cielo que
van a hacer nido en el grano devenido en gran arbusto, son tres, porque Tres
son las Divinas Personas de la Santísima Trinidad que, por la gracia, van a
inhabitar en el alma del justo, esto es, del hombre viador que vive en estado
de gracia. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que nuestros corazones sean, por la gracia, el arbusto al que van a
hacer morada los pájaros del cielo, esto es, las Tres Divinas Personas de la
Santísima Trinidad!
Oración
final: “Dios mío, yo
creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Juan
Eusebio Nieremberg, Aprecio y
estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 14.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[3] Cfr. Nieremberg, o. c.
[4] Cfr. Nieremberg, o. c.
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