Inicio: ofrecemos esta Hora
Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación
cometida contra una iglesia en Nápoles, Italia, el pasado 31 de octubre de
2018. Dicha profanación consistió en la celebración de una fiesta de tintes
satánicos y mundanos en el interior de la histórica iglesia de San Gennaro all’Olmo,
en Nápoles, Italia. La información pertinente a tan lamentable suceso se
encuentra en el siguiente enlace[1]:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando asistimos
a Misa, asistimos a un misterio: el misterio del sacrificio en cruz de Cristo
en el Calvario que se renueva, incruenta y sacramentalmente, sobre el altar
eucarístico. Por esto podemos decir, con absoluta certeza, que en la Santa Misa
y por la liturgia eucarística, nos encontramos delante del Santo Sacrificio de
la Cruz. Por este misterio de la liturgia eucarística, la Santa Misa no es un
rito ni vacío ni simbólico, sino pleno del misterio de la vida divina: al igual
que en la Cruz, en donde Cristo dona su Vida, entrega su Cuerpo y derrama su Sangre,
así en la Santa Misa el mismo Jesús, con el mismo y único sacrificio, solo que
ahora oculto bajo los velos sacramentales, hace lo mismo en el altar
eucarístico que en la Cruz: dona su Vida, entrega su Cuerpo en la Eucaristía y
derrama su Sangre en el cáliz. Entonces, la Santa Misa, como la Santa Cruz, es
un misterio de muerte y de vida: es el misterio de la muerte del Cordero que,
por medio de su muerte, da muerte a nuestra muerte, para donarnos su Vida
eterna. La Misa es el misterio de Cristo que, muriendo en el altar de la cruz,
renueva y actualiza sacramentalmente su muerte en la cruz del altar, para
destruir nuestra muerte y donarnos su Vida divina.
Un Padre
Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús se
inmola en la Cruz del Calvario, muriendo para donarnos una nueva vida, no esta
vida natural y terrena que tenemos y no una vida nueva en un mero sentido
moral, sino una vida nueva que es ontológicamente nueva, porque es la Vida
divina que brota del Ser divino trinitario como de una fuente inagotable. Esa misma
muerte, ofrecida como inmolación del sacrificio, es perpetuada y renovada en el
tiempo, bajo el velo sacramental, sobre el altar eucarístico, sobre la Cruz del
altar, para que nosotros, hombres del siglo XXI, recibamos, en nuestro aquí y
ahora, la Vida divina que brota del Ser divino trinitario y que está contenida
en la Eucaristía y en el Cáliz del altar. La Misa es un misterio sobrenatural
que sobrepasa absolutamente, tanto lo que nuestros sentidos pueden captar, como
lo que la razón puede alcanzar, siendo necesaria la luz de la gracia y de la fe
para poder, sino comprender, al menos aprehender el misterio que se desarrolla,
en toda su magnificencia y majestuosidad, invisible pero real, ante nuestros
ojos, sobre el altar eucarístico. Asistir a Misa sin la luz de la gracia y de
la fe, es asistir como espectadores ciegos a un evento que supera toda
capacidad de imaginación y de raciocinio creatural.
Un Padre
Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio
del Santo Rosario.
Meditación.
La Misa es
entonces la renovación, incruenta y sacramental, del Santo Sacrificio de la
Cruz, realizado en el Calvario hace dos mil años. No es otro sacrificio
distinto, es el mismo y único Sacrificio de la Cruz, que se renueva incruenta y
sacramentalmente sobre el altar eucarístico. Es por esto que decimos que
asistir a Misa es asistir al Santo Sacrificio de la Cruz y es esta la razón por
la cual la Santa Misa se llama también Santo Sacrificio del Altar. Para asistir
a Misa, es necesaria la luz de la fe y de la gracia, como dijimos, pero también
es necesario participar con el mismo espíritu de amor y de adoración con el que
la Santísima Virgen y San Juan Evangelista se encontraban al pie de la Cruz,
durante la agonía de Jesús. La Virgen y San Juan no asistían como espectadores
pasivos, ni como espectadores ciegos, ni su acompañamiento era meramente moral,
como si estuvieran ahí, pero solo para dar ánimo a Jesús que agonizaba y moría
en la Cruz. La asistencia y la presencia de la Virgen y de San Juan consistían
en la unión, por el amor, al amor y a las intenciones de Jesús, de manera tal
que no solo estaban ahí presentes, sino que participaban del sacrificio
redentor de Jesús en la Cruz. Es así como debe ser la participación del
cristiano –y no solo del sacerdote que celebra la Misa- al Santo Sacrificio del
altar: participar, por medio de la unión en el amor y en la intención de Jesús,
de su Sacrificio en Cruz, un sacrificio que es redentor y que implica la
donación de la propia vida.
Un Padre
Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio
del Santo Rosario.
Meditación.
Para participar
del misterio de la Santa Misa, el cristiano debe considerar también otro
aspecto, puesto que forma parte del Pueblo de Dios que asiste, atraído por el Espíritu
Santo, al Santo Sacrificio de la Cruz. En la Misa se cumplen las palabras de
Jesús: “Cuando Yo sea elevado en alto, entonces atraeré a todos hacia Mí”. Jesús,
con su Espíritu, es quien nos llama, nos invita, a estar cerca de Él, que no
está glorioso sobre el Tabor, sino cubierto de Sangre en la Cruz. Para poder
asistir correctamente a Misa, además de reflexionar sobre la participación de
la Virgen y de San Juan, debemos considerar la doble oblación de Jesús, la
interior y la exterior. Por la oblación interior, Jesús realiza sobre la Cruz
lo que hace en la eternidad, esto es, ama al Padre, del cual procede
eternamente, con el Amor del Espíritu Santo y en este acto de Amor le entrega
al Padre todo su Ser divino trinitario. Por la oblación exterior, Jesús ofrenda
la materia del sacrificio, esto es, su Humanidad Santísima, su Cuerpo, su
Sangre, su Alma, consumados y sublimados por el Fuego del Divino Amor, el
Espíritu Santo, que presenta esta oblación de Jesús –su Humanidad Santísima
unida a su Divinidad- ante el trono de la majestad de Dios Trino. Para participar
en la Santa Misa debemos, entonces, como miembros del Cuerpo Místico de Cristo,
meditar y reflexionar acerca de la participación de la Virgen, de San Juan y
del mismo Jesús.
Un Padre
Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio
del Santo Rosario.
Meditación.
Si Jesús
realiza, en el altar de la Cruz y en la Cruz del altar, la oblación interior,
que precede y da significado a la oblación exterior, entonces también así
debemos nosotros, en imitación de Cristo y como participación a su sacrificio
redentor, participar en la Santa Misa, de la misma manera. Es decir, por la
oblación interior, Jesús ama al Padre con el Amor del Espíritu Santo,
entregándole todo su Ser divino trinitario y es este Espíritu Santo el que,
unido a su Humanidad Santísima, así como el fuego se une al carbón,
convirtiéndolo en brasa incandescente, el que lleva ante el trono de Dios Trino
la oblación exterior, esto es, su Cuerpo, su Sangre, su Alma, unidos a su
Divinidad. De la misma manera, también nosotros debemos asistir a la Santa Misa,
haciendo una doble oblación: interior y exterior. En nosotros, la oblación u
ofrenda interior, debe consistir en ofrecer a Dios Padre, por medio del
sacrificio de su Hijo en la Cruz del altar y en el Espíritu Santo, todo nuestro
ser y todo nuestro amor. Si no está presente la oblación interior, que consiste
en la entrega, por amor y en espíritu de adoración de todo nuestro ser, nuestra
participación a la Santa Misa es vacía y carente de sentido. Esta oblación
interior debe preceder a la oblación exterior, que es el ofrecimiento de todo
nuestro cuerpo, unida a la ofrenda de Cristo en el altar. De esta manera, ofreceremos
a Dios todo nuestro ser, nuestro cuerpo con sus sentidos y nuestra alma con sus
potencias, pero no por nosotros mismos, sino unidos a la oblación de Cristo
sobre el altar eucarístico y esta unión la haremos por medio del Divino Amor,
el Espíritu Santo, es decir, no con nuestro simple amor humano. Así, no solo
imitaremos a Cristo en su oblación interior y exterior, sino que, ante todo y
mucho más profundamente que una mera imitación extrínseca, participaremos de su
Santo Sacrificio en Cruz redentor, convirtiéndonos en corredentores de la
humanidad. En la Santa Misa, entonces, debemos participar de la renovación
incruenta y sacramental del Sacrificio de Jesús en la Cruz, haciendo nosotros,
al igual que Jesús y en el Espíritu Santo, una doble oblación, interior y
exterior, a Dios Uno y Trino. En la Santa Misa, debemos ofrecernos como
víctimas en la Víctima, con Cristo, por Cristo y en Cristo, a Dios Uno y Trino,
por la salvación del mundo, postrándonos con todo nuestro ser a los pies del
altar y de la Cruz, adorando al Cordero con todas las fuerzas y con todo el
amor del que seamos capaces.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los
que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1]
Los títulos y subtítulos de la noticia dicen literalmente así: “Escándalo en el
Vaticano: organizaron fiesta satánica en una iglesia de Nápoles. La noche del
31 de octubre se desarrolló una fiesta de Halloween en la histórica iglesia de
San Gennaro al Olmo, en el corazón de Nápoles. Alcohol, música y mucho
descontrol.
”.
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