Iglesia San Francisco de las Escaleras (San Francesco alle Scale) en Ancona, Italia, lugar donde se produjo el robo sacrílego de las Hostias consagradas el 23 de marzo de 2018.
Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por un robo
sacrílego de Hostias consagradas ocurrido en la localidad de Ancona, Italia, en
la iglesia parroquial San Francisco de las Escaleras (San Francesco alle
Scale). La información relativa al lamentable episodio se puede leer en el
siguiente enlace:
Nos solidarizamos con Monseñor
Angelo Spina, Arzobispo de Ancona-Osimo –el comunicado completo se puede leer
en el enlace[1]-,
quien ha lamentado profundamente el sacrílego robo, agravado, según el mismo
obispo, por la posibilidad de ulteriores sacrilegios –misas negras- cometidas
contra la Eucaristía. Como recuerda Monseñor, quien ha cometido este acto ha
incurrido en excomunión “latae sententiae”, según el canon 1367 del Código de
Derecho Canónico. Pediremos por la conversión de quienes han cometido este
gravísimo acto, además de pedir por la conversión propia, la de nuestros seres
queridos y la del mundo entero.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los
amores”.
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Enunciación
del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
La
Eucaristía es el Banquete celestial, el Banquete escatológico, organizado por
Dios Padre para recibir a su hijo pródigo, la humanidad perdida por el pecado
de Adán y Eva y hecha regresar a la Casa del Padre por la gracia del sacrificio
redentor de Jesucristo. La Eucaristía, como Banquete celestial, nace el Jueves
Santo, en el ámbito de la Última Cena y en el contexto de la Cena Pascual[2]. Se
desarrolla en el ámbito del convite, en el que el dueño de casa agasaja a sus
invitados más ilustres con el manjar más exquisito que jamás haya podido
preparar. El “sentido de convite, de ágape, está en las palabras utilizadas:
Tomen, coman… Tomó luego una copa y… se la dio diciendo: Beban todos de ella… (Mt 26, 26.27)”[3]. La
Eucaristía es un convite, pero un convite sacrificial, un sacrificio incruento
y sacramental que se ofrece bajo la forma de banquete, pero es un sacrificio
que se conecta indisolublemente con el Santo Sacrificio de la Cruz: “la
Eucaristía tiene también un profundo sentido profunda y primordialmente
sacrificial”[4].
En efecto, la fuerza divina, impresa en las palabras de la consagración, adquirirán
toda su plenitud cuando el sacrificio en la cruz sea consumado, cuando el
Cordero de Dios sea inmolado en el altar de la cruz, entregando
sacrificialmente en el ara de la cruz su Cuerpo y derramando su Sangre en el
Calvario y es de este sacrificio cruento de donde el sacrificio incruento,
llevado a cabo en la Última Cena y en donde el Cordero se inmoló incruenta y
sacramentalmente, obtiene toda su virtud y eficacia salvífica.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Si
bien la Eucaristía se nos ofrece a partir del Jueves Santo –y así aparece a los
ojos del cuerpo- como un convite, como un banquete –se ofrecen lo que a los
ojos del cuerpo parecen pan y vino sobre una mesa, el altar-, el banquete
eucarístico hunde sus raíces y adquiere su total y pleno sentido en el
sacrificio cruento de Jesucristo el Viernes Santo sobre la cruz. La Eucaristía
es un banquete, pero no se entiende sin relación al sacrificio de la cruz; sin
la referencia -objetiva y no meramente subjetiva o moral- al sacrificio de
Jesús en la cruz sobre el Monte Gólgota, la Eucaristía queda reducida a una
mera “santa cena” o a una “comida religiosa”, llena de buenas intenciones y
mensajes, pero sin ningún valor salvífico. Lo que le da a la Última Cena y a la
Eucaristía que en ella se origina el valor redentor, es su relación con la
muerte sacrificial de Jesucristo en la cruz: en efecto, la Última Cena del
Jueves Santo es el mismo sacrificio de la cruz del Viernes Santo, pero ofrecido
de modo incruento y sacramental, que alcanzará la plenitud de su significado
cuando el Cordero, habiendo ofrecido en el Cenáculo su Cuerpo en la Eucaristía
y derramado su Sangre en el Cáliz, ofrezca su Cuerpo en el Altar sacrosanto de
la Cruz y derrame su Sangre Preciosísima, de modo cruento, también sobre el Ara
de la Cruz. Nunca debemos perder de vista esta relación intrínseca, ontológica,
real, sobrenatural, entre la Eucaristía de la Última Cena y el Santo Sacrificio
de la Cruz del Viernes Santo, so pena de convertir a la Última Cena en una
inocua “santa cena”, sin ningún valor salvífico ni redentor.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
El
significado sacrificial del banquete
eucarístico radica en que “en él Cristo nos presenta el sacrificio ofrecido una
vez por todas en el Gólgota”[5]. En
el Pan Eucarístico Jesús está glorioso y resucitado y en la Sagrada Comunión
nos unimos sacramentalmente, además de la fe y el amor, no a su Cuerpo muerto
en la cruz, sino a su Cuerpo resucitado y glorioso, el mismo Cuerpo con el que
resucitó en el sepulcro y con el cual está en el Cielo, en el trono de Dios.
Pero la Misa, la Eucaristía, tiene un sentido sacrificial, desde el momento en
que, misteriosamente, se trata “del mismo y único sacrificio ofrecido de una
vez por todas en el Gólgota”[6]. En
la Santa Misa Jesús se nos presenta en su condición de resucitado, pero también
en su Santo Sacrificio de la Cruz, porque en el altar eucarístico hace lo mismo
que en el altar de la cruz: entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su
Sangre en el Cáliz. En la Santa Misa, entonces, se da este doble aspecto del
misterio: es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la
Cruz –significado en la consagración por separado del pan y del vino que luego
se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor y que se consagran por separado
porque en la Cruz la Sangre y el Cuerpo se separan-, pero también es la
Presencia gloriosa del Cristo resucitado y glorioso, que se hace Presente en la
Eucaristía con el mismo Cuerpo, lleno de la vida, la luz y la gloria de Dios,
tal como cuando resucitó el Domingo de Resurrección. Éste doble misterio está
representado en la aclamación de la Iglesia: “Anunciamos tu muerte, proclamamos
tu resurrección”[7].
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
La
Eucaristía es un misterio insondable: al mismo tiempo que, por el misterio de
la liturgia eucarística, nos sumergimos en el pasado –asistimos mística y
sobrenaturalmente al Santo Sacrificio del Viernes Santo- viviendo en el
presente –en nuestro hoy, en nuestro aquí y ahora temporales-, nos proyecta al
futuro, hacia la vida eterna –porque lo que consumimos al comulgar el Pan Vivo
bajado del cielo, el Pan Eucarístico, es el Ser trinitario divino-, por lo que
podemos decir que vivimos, de modo anticipado, la vida eterna que nos espera en
el Reino de Dios: “Mientras actualiza el pasado, la Eucaristía nos proyecta
hacia el futuro de la última venida de Cristo, al final de la historia”[8]. Todo
lo cual nos infunde una esperanza que sobrepasa infinitamente cualquier buena
esperanza terrena, porque nos hace esperar en el Reino de los cielos: “Este
aspecto escatológico da al Sacramento eucarístico un dinamismo que abre al
camino cristiano el paso a la esperanza”[9].
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
La
fe específicamente católica acerca de la Eucaristía consiste en que solo la
Iglesia Católica –Apóstolica, Romana- cree en “el misterio de la Presencia real”[10]
de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar. Esta fe
propiamente católica, es motivo de “santo orgullo” –si cabe la expresión-, pero
además de una alegría que no tiene su origen en este mundo ni puede compararse
a ninguna de las alegrías buenas que el hombre puede tener en esta vida
terrena: ¡se trata nada menos que de la Presencia real, verdadera, substancial,
del Cordero de Dios, Cristo Jesús, en medio nuestro, que se presenta ante
nuestros ojos corporales como si fuera pan, pero es Él, el Dios de la
Eucaristía, el Dios tres veces Santo, el Dios del sagrario! Es un verdadero “misterio
de la fe” y es la razón por la cual el corazón del cristiano debe convertirse,
de la mundanidad de esta vida, a Dios, pero como nuestro Dios está en Persona
en la Eucaristía, la conversión del cristiano debe ser, ante todo, primaria,
única y esencialmente, una “conversión eucarística”. Así como el girasol, que
durante la noche está inclinado hacia la tierra y con su corola cerrada, pero
cuando aparece en el cielo el lucero de la mañana comienza a desplegar su
corola y a elevarla hacia el cielo y cuando aparece el sol se enfoca en él y lo
sigue durante todo su recorrido en el cielo, así nuestros corazones, apegados a
la tierra y cerrados a la gracia, cuando aparece en nuestras vidas la Estrella
de la mañana, Nuestra Señora de la Eucaristía, para darnos la gracia de la fe
en el Cordero de Dios, Cristo Jesús, debemos elevar nuestros corazones,
despegarlos de las cosas mundanas y contemplar al Sol de justicia, Jesús
Eucaristía y mantener fija la vista del alma en Él y sólo en Él. Sólo así será
realidad la conversión eucarística del corazón.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de
Iría”.
[1] In seguito al
furto di due pissidi contenenti ostie consacrate, avvenuto nella chiesa di san
Francesco alle Scale, l’Arcivescovo di Ancona ha emesso il seguente comunicato:
“Con profondo dolore vi do notizia che nella serata del 22 marzo 2018, nella
chiesa parrocchiale di San Francesco alle Scale, mani ignote e sacrileghe hanno
forzato il tabernacolo e derubato due pissidi con la SS. Eucaristia. É un
terribile gesto che offende gravemente Dio e lacera in profondità il cuore
della nostra Chiesa locale, perché non c’è nulla di più prezioso, nella Chiesa
di Dio, della Santa Eucarestia. É un atto inaudito, compiuto volutamente per
sottrarre le Sacre Specie e utilizzarLe per chissà quali fini sacrileghi. Chi
ha compiuto questo gesto è incorso nella scomunica, la cui assoluzione è
riservata solo alla Santa Sede, data la gravità dell’atto (scomunica latae
sententiae secondo il can. 1367 del CIC). I nostri cuori si uniscono nella
preghiera di riparazione e di adorazione, nella richiesta di conversione per
chi ha oltraggiato il Signore Gesù presente nella SS. Eucaristia. Invito tutti
i sacerdoti, in questa settimana, a celebrare una santa Messa per la remissione
dei peccati, e a vivere un momento di adorazione con la propria comunità,
possibilmente il giovedì santo 29 marzo. Io stesso celebrerò l’Eucaristia il 23
marzo alle ore 18.00 nella chiesa di S. Francesco alle Scale e con la comunità
parrocchiale sosterò orante davanti alla SS. Eucaristia, per adorare e chiedere
misericordia. Che la Vergine Immacolata, i Santi Patroni Ciriaco e Leopardo, S.
Francesco di Assisi, intercedano per noi”. +Angelo Spina – Arcivescovo di
Ancona-Osimo.
[2] Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Mane Nobiscum Domine al Episcopado, al Clero y a los Fieles para el
Año de la Eucaristía Octubre 2004 – Octubre 2005, II, 15.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.
[9] Cfr. ibidem.
[10] Cfr. Mane Nobiscum, II, 16.
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