Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la
profanación eucarística ocurrida durante un asalto a una parroquia en San Fernando del
Rey, Tabasco, México, el día 08 de abril de 2018. La información relativa a tan penoso episodio se
encuentra en el siguiente enlace:
La profanación de la Santísima
Eucaristía ocurrió en el curso de un asalto violento a la parroquia en horas de
la madrugada. Luego de ingresar por la fuerza, los delincuentes abrieron el
sagrario y arrojaron las Hostias consagradas por el piso, además de llevarse
los copones y otros objetos de valor del templo, según se consigna en la
información. Nos unimos de esta manera al pedido de acto de desagravio que
realizara el Obispo de Tabasco, Mons. Gerardo de Jesús Rojas López. Pediremos por
la conversión de quienes realizaron este sacrilegio, así como la conversión
propia, la de nuestros seres queridos y por todo el mundo.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los
amores”.
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Enunciación
del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Jesús,
el Dios de la Vida, nos concede su vida, una vida que no es la vida esta
humana, terrena, que vivimos los hombres. Pero antes de darnos su Vida divina,
Jesús mata a nuestra muerte, para que luego de haber nosotros muerto a la vida
en la tierra, una vez cumplido nuestro ciclo vital, recibamos la plenitud de la
Vida divina en el Reino de los cielos. Mientras tanto, aun antes de morir,
recibimos la Vida divina de Jesús participada por la gracia santificante. Es
decir, Jesús no solo nos quita la muerte, sino que nos dona su Vida divina,
participada por la gracia en esta vida terrena, vivida en plenitud en la gloria
del Reino de los cielos. ¿Dónde nos consigue Jesús esta nueva Vida, la Vida
divina que brota de su Ser divino trinitario como de una fuente inextinguible?
Nos la consigue en la Cruz: en la Cruz es donde Jesús da muerte a nuestra
muerte[1].
En las Antífonas de las fiestas en honor de la Cruz, la Iglesia canta así: “¡Oh
obra grandiosa del Amor! ¡La muerte murió, cuando en el madero murió la Vida!”.
En apariencia, se trata de una contradicción o una incongruencia[2],
porque no parece ser posible que la muerte pueda morir y aún más cuando la Vida
muere: es decir, parece una contradicción afirmar que la muerte muere cuando
muere la Vida. Parece una contradicción o una incongruencia, pero de ninguna
manera lo es, porque así sucede en la realidad: Jesús, que es la Vida Increada
en sí misma, muere en su naturaleza humana al ser crucificado, pero puesto que
es Dios, no muere en su naturaleza divina y es esta naturaleza divina, cuya
Vida es indestructible y que brota del Ser divino trinitario, la que vuelve a
la vida al Cuerpo muerto de Jesús tendido sobre la piedra del sepulcro,
venciendo así para siempre a la muerte, dando muerte a la muerte.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
La
razón por la cual Jesús en la cruz venció a la muerte para siempre, es que Él,
que es Dios Hijo encarnado, murió en la cruz, pero murió con su naturaleza
humana y no con su naturaleza divina. Su Alma se separó de su Cuerpo, y por eso
murió humanamente, naturalmente, pero su Divinidad permaneció unida a su
Humanidad, tanto a su Alma como a su Cuerpo, y es por esto que con su Alma
descendió al Limbo de los justos y con su Cuerpo resucitó el Domingo de
Resurrección. Fue su Divinidad, que permaneció siempre unida a su Cuerpo y a su
Alma, la que dio reunificó a ambos, regresándolo a la vida, pero no a la vida
humana, sino a la Vida divina, la vida gloriosa propia de la divinidad, la vida
que brota de su Ser divino trinitario. Fue la Vida divina, que surge del Acto
de Ser trinitario, la que permaneció inmutable en su vitalidad, a pesar de que
su vida terrena murió en la cruz y porque permaneció inmutable en su vitalidad
divina, es que la Vida de la Trinidad venció a la muerte del hombre contenida
en la muerte de Jesús y al reunificar el Alma y el Cuerpo, los volvió a la vida
para que vivieran para siempre con la vida eterna de Dios. Esta Vida divina, la
que venció a la muerte con la muerte de Jesús en la cruz, es la que el mismo
Jesús nos la comunica por medio de la gracia y es por ella que, a pesar de
morir a esta vida terrena, vivimos para la vida eterna, en el momento mismo en
que por la muerte pasamos de esta vida a la Vida eterna.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
La
Eucaristía es Fuente de Vida divina porque la Eucaristía contiene el Cuerpo, el
Alma, la Sangre, la Divinidad y el Acto de ser divino trinitario de Cristo
Jesús. Por esta razón, cada vez que el alma comulga –con piedad, fervor, amor y
sobre todo en estado de gracia-, recibe no solo la participación en la Vida
divina, sino la Vida divina en sí misma, porque recibe al Ser divino trinitario
contenido en la Eucaristía y de este Ser divino trinitario es que surge, como
de una fuente inagotable, la absoluta vida divina del Hijo de Dios, Cristo
Jesús. Al comulgar y permanecer en gracia, el alma fiel posee en su corazón al
Hijo de Dios, al Dios que “estaba muerto –en la cruz- pero ahora vive –en la
Eucaristía y en los cielos- para siempre”; el Dios que es “el Principio y el
Fin, el Alfa y el Omega”, y por esa razón, aunque el alma se separe del cuerpo
por la muerte terrena, el Hijo de Dios, que vive en esa alma, reunificará el
alma y el cuerpo separados por la muerte y al reunificarlos, los hará
partícipes de la Vida divina. Así se cumplen las palabras de Jesús: “El que
come mi Carne y bebe mi Sangre tiene la vida eterna y Yo lo resucitaré en el
último día” (cfr. Jn 6, 52-59).
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Con
la muerte de Jesús no solo muere la muerte del hombre, sino que también son
vencidos y derrotados para siempre los otros grandes enemigos de la humanidad:
el Demonio y el Pecado. El Demonio, el Príncipe de las tinieblas, el Padre de
la mentira, el Dragón, es derrotado, porque el que muere en la cruz es Dios
Hijo, el Dios Luz, cuya luz proviene su Ser divino trinitario que, en cuanto
divino, es luminoso y su resplandor es más brillante que miles de soles juntos;
el que muere en la cruz es Dios Hijo, la Verdad Absoluta de Dios, el Verbo del
Padre, el Logos divino, la Sabiduría de Dios; el que muere en la cruz es la
santidad en sí misma y la Gracia Increada, por quien son santos los ángeles y
los hombres y sin el cual nada ni nadie puede ser santo. Por la Santa Cruz,
entonces, quedan derribados para siempre y para siempre derrotados el imperio
del Demonio, del Pecado y de la Muerte. Ya no podrán triunfar más sobre el
hombre, porque el Dios Tres veces Santo, Cristo Jesús, los ha derrotado
definitivamente con su muerte en el Calvario. Sin el triunfo de Jesús
victorioso en la Cruz, la humanidad habría permanecido, para siempre, víctima y
prisionera de sus tres grandes enemigos, porque las fuerzas humanas son
completamente insuficientes frente a cualquiera de ellos. Pero gracias a Jesús
y su muerte en cruz, el Demonio ha sido vencido, la Muerte ha sido matada y el
Pecado ha sido destruido. La Sangre de Cristo, que brota profusamente de las
heridas abiertas del Redentor, que se nos comunica por la Eucaristía y los demás
sacramentos, es nuestra Vida, en el sentido más literal de la palabra, que nos
libra de la muerte; es nuestra protección, que nos protege del Mal encarnado,
el Ángel caído, el Demonio; es nuestra fuente de gracia, que nos preserva del
pecado. Sin la Eucaristía no hay vida posible porque la muerte triunfa sobre
nosotros, somos esclavos del Demonio, cuya naturaleza angélica es superior a la
nuestra; somos dominados por la muerte, cuya fuerza, para nosotros invencible,
nos quita la vida. La Eucaristía es todo para nosotros; sin la Eucaristía no
podemos, literalmente, vivir.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
El
ser humano busca siempre huir de la muerte y en parte eso es natural, puesto
que el hombre fue creado por el Dios Viviente para la vida y no para la muerte[3]. La
muerte entró en el hombre por el pecado original, por la desobediencia de Adán
y Eva que sucumbieron a las insidias del Tentador: “Dios no hizo la muerte… Por
envidia del Diablo entró la muerte en el mundo” (Sab 1, 13; 2, 24). Desde entonces, la humanidad vive sometida a la
muerte. Vive, pero muere indefectiblemente, sin que el hombre pueda hacer nada
para evitarla. Aun cuando el hombre pretenda soslayarla de diversas maneras,
retrasándola por la ciencia, idolatrando la juventud, la muerte siempre lo
acechará porque es el destino inevitable desde el pecado de los primeros
padres. Solo hay una forma posible para que el hombre pueda vencer a la muerte
y seguir viviendo después de muerto y es por la unión, por la fe, el amor y la
gracia santificante, a Cristo crucificado y a Cristo Presente en la Eucaristía.
Desde la Cruz fluye el flujo divino vital que da vida nueva al hombre; desde la
Eucaristía se derrama, sobre el hombre mortal, la Vida divina, celestial y
eterna del Hombre-Dios Jesucristo, y esta Vida divina tiene tanta fuerza, que
vence a la muerte del hombre y aunque el hombre muera, vive para siempre,
porque vive ya no con su vida natural, sino con la vida divina del Cordero de
Dios. Solo en la Cruz y en la Eucaristía encuentra el hombre la paz que sobreviene
al alma al saber que Cristo ha dado muerte a nuestra muerte y que aun cuando
muramos, viviremos en el Reino de los cielos para la eternidad, si al morir,
morimos unidos a la Vida Increada, Cristo Eucaristía.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de
Iría”.
[1] Cfr. Odo Casel, Misterio de
la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 176.
[2] Cfr. Casel, ibidem.
[3] Cfr. Casel, ibidem.
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