Inicio: ofrecemos
esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación de
una Misa en Alemania, profanación que consistió en la celebración (sic) de un
espectáculo carnavalesco no solo en el interior de la Iglesia –lo cual es ya
una profanación del templo-, sino dentro de la celebración de la Santa Misa. Si
cabe, un agravante más: el sacerdote, travestido de mujer. El increíble ultraje
a la Santa Misa puede encontrarse en los siguientes enlaces:
Canto inicial: “Cristianos, venid;
cristianos llegad”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).
Primer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Santa Misa es un misterio sobrenatural, es decir, es una
realidad celestial que, por ser celestial, sobrepasa infinitamente la capacidad
de la inteligencia, sea angélica o humana. Es un misterio divino, cuyo centro
es la Persona divina de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios. Puesto que Cristo es
Dios, Él es “su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino y es la razón
por la cual la misa es un misterio de eternidad, que se despliega en el tiempo,
ante nuestros ojos, sobre el altar eucarístico. Por la Misa, el Hombre-Dios
Jesucristo, que en cuanto Dios es Eterno y en cuanto Hombre es nacido en el
tiempo en el seno virgen de María, se hace Presente como Sacerdote, como Altar
y como Víctima. Cristo es Sacerdote Sumo y Eterno porque es Él quien, a través
del sacerdocio ministerial, en el momento en que este pronuncia las palabras de
la consagración del pan y del vino, les concede el poder divino que obran el
milagro de la Transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en
el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Jesús es Víctima porque, por la Encarnación,
adquiere una naturaleza humana la cual, santificada al contacto con su
divinidad, en el momento mismo de la Encarnación, será ofrecida por Él en el
altar de la cruz y por la Iglesia Santa, cada vez, en cada Santa Misa,
renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz. Cristo es
Altar, porque es en Él, Ara Santa, en donde se realiza la consumación
perfectísima del Sacrificio de la Nueva Ley, la ofrenda del Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad del Cordero de Dios, a la Trinidad, por nuestra salvación.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En Semana Santa, la Iglesia recuerda a Nuestro Señor en su
Pasión: la Última Cena, la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio ministerial,
la traición de Judas, la oración en el Huerto de los Olivos, el apresamiento,
el juicio inicuo, su condena a muerte, su flagelación, el Via Crucis, su Muerte en Cruz. La Semana Santa es el momento
propicio, por lo tanto, para recordar a Nuestro Señor en su Pasión de Amor por
todos y cada uno de nosotros. Sin embargo y aunque no se limite a un recuerdo
piadoso, porque es en cierta manera una participación de la Iglesia en la
Pasión del Señor es, en su esencia, un recuerdo de su Pasión. Hay un lugar y un
momento en donde el cristiano, como miembro vivo del Cuerpo Místico del
Hombre-Dios Jesucristo, puede unirse, de manera tal, a la Pasión de Jesús, que
mucho más que recordarla, puede vivirla
y este lugar y momento es la Santa Misa. La Santa Misa es mucho más que
recordar la Pasión: es el modo de unirnos a la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo. La razón por la cual en la Santa Misa podemos unirnos a la Pasión
es que la Santa Misa es el mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, el mismo
y único Sacrifico del Señor Jesús realizado en el Monte Calvario, el Viernes
Santo, hace dos mil años. Asistir a la Santa Misa es como estar presentes en el
momento mismo de la crucifixión del Señor. En la Santa Misa se contiene la
Pasión de Jesucristo, porque a través del misterio de la liturgia eucarística,
sobre el altar eucarístico, delante de nuestros ojos –aunque invisible a los
ojos y sentidos corporales- se desarrolla el drama de la Pasión, porque se
actualiza y se hace presente la ofrenda que el Rey de reyes y Señor de señores,
Cristo Jesús, hizo de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el Calvario, el
Viernes Santo. Por medio de la Santa Misa podemos, más que simplemente recordar
la Pasión, unirnos a la Pasión
salvadora de Nuestro Señor Jesucristo.
"Solo a Dios adorarás" (Deut 6, 13; Mt 4, 10). No adorarás al Demonio y mucho menos en el templo del Único y Verdadero Dios, Jesucristo.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Misa es un misterio
y esto quiere decir que se trata de algo desconocido para nosotros, que se
encuentra oculto e invisible para los ojos del cuerpo y los sentidos
corporales. Es un misterio sobrenatural, que consiste en que el Señor Jesús
está Presente en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la
Eucaristía, así como estuvo Presente en Persona con su Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad en el Viernes Santo, en el Monte Calvario. La Misa es un misterio,
pero no de este mundo, porque no se puede comparar a nada de este mundo. En el
mundo terreno hay muchas cosas misteriosas –desconocidas- para nosotros, pero
que pueden ser alcanzadas por la razón y explicadas por esta, una vez que son
conocidos, por los sentidos. Por ejemplo, una isla oculta en un lugar perdido
del mar: eso es un misterio –algo desconocido- para nosotros, pero en cuanto
esa isla se descubre, deja de ser un misterio, porque una isla pertenece a
nuestra vida natural y puede ser comprendida por nuestra razón. No sucede así
con la Santa Misa, porque aun después de ser percibida por los sentidos en sus
elementos externos –el altar, el pan, el vino, el sacerdote, las palabras de la
consagración-, continúa siendo un misterio, algo desconocido, para nuestra
razón, porque es un misterio que no pertenece al orden natural, al mundo
terreno, sino que es un misterio que se origina en el seno mismo de Dios Uno y
Trino. Por eso se le llama misterio sobrenatural, porque no pertenece a la
naturaleza creada, como por ejemplo, la unión del cuerpo con el alma o la
existencia de los relámpagos. Es el misterio de una Presencia que no depende de
nuestra imaginación, ni de nuestra fe, porque se trata de la Presencia real,
viva, gloriosa, de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. En la Misa, Jesús
está realmente, sobre el altar, en la Eucaristía y no simplemente en nuestro pensamiento
o imaginación. De hecho, en la Misa puede haber muchos ateos, que no creen en
la existencia de Cristo Dios, pero eso no hace que Jesús deje de estar Presente
con su Cuerpo y su Sangre, más allá de que los que participan de la Misa crean
en Él o no. Por este motivo la Misa no
se puede entender -y mucho menos vivir- con la sola razón humana siendo
absolutamente necesario que los ojos del alma estén iluminados con la luz de la
fe, pero no de cualquier fe, sino la Fe de la Iglesia Católica, la misma fe de
hace más de dos mil años.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Misa es un sacrificio, un sacrificio perfectísimo y
santo, con el cual los hombres podemos adorar a Dios, pedirle perdón por
nuestros pecados, darle gracias e impetrar favores y todo esto porque se trata
del sacrificio del Hombre-Dios Jesucristo. Este sacrificio es de valor infinito
porque es el sacrificio de la cruz, el sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza.
En la Misa se verifica lo mismo que en la cruz, en el Calvario, el Viernes
Santo: la inmolación de Cristo, que es la separación del Cuerpo de la Sangre. Esta
separación sacrificial del Cuerpo de la Sangre de Cristo, verificada en la Cruz
del Calvario, está significada por la doble consagración por separado de las
ofrendas del pan y del vino. En la Última Cena –la Primera Misa- Nuestro Señor
Jesucristo determinó que se consagraran, por separado, el pan y el vino, para
que así se significara la separación que se verifica en la cruz, del Cuerpo y
la Sangre del Señor. Por medio de las palabras de la consagración, pronunciadas
distintamente sobre el pan y el vino, el Verbo del Padre obra, con su virtud
divina, a través de la débil voz del sacerdote, para que las substancias del pan
y del vino se conviertan en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Cordero
de Dios. Por esta acción real del Verbo de Dios, que le da la fuerza de la
omnipotencia divina a las palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial,
se encuentran sobre el altar, delante de nuestros ojos, el mismo Cuerpo del
Cordero, ofrecido en la cruz el Viernes Santo, y la misma Sangre del Hijo de
Dios, derramada desde la cruz sobre la tierra del Calvario. Solo que ahora el
Cuerpo se entrega en la Eucaristía y la Sangre se derrama sobre el Cáliz.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por ser un misterio
sobrenatural, que sobrepasa nuestra capacidad de razonamiento –no significa que
sea irracional, sino supra-racional-, en la Santa Misa hay una realidad
espiritual, celestial, invisible, imposible de ser captada por los sentidos
corporales. Se trata de una presencia invisible, la Presencia de Jesús en la
cruz. Siendo el mismo y único sacrificio del Calvario, sobre el altar
eucarístico desciende, mística y misteriosamente, desde los cielos eternos, el
Señor Jesucristo, Dios Eterno, el Sumo Pontífice de la Nueva Alianza, que es al
mismo tiempo la Víctima perfectísima y definitiva y el Ara Santa de la Alianza
Nueva y Eterna, que abroga los sacrificios de la Antigua Ley. En la Santa Misa,
Jesús está Presente en el altar, no al modo en que lo puede estar en una
imagen, ni tampoco está en nuestra mente, corazón o imaginación: está de modo
real, personal, aunque incruento y sacramental, pero no por eso, menos real y
personal. De modo invisible, en la Santa Misa se lleva actualiza, por la
liturgia eucarística, el santo sacrificio de la cruz y por esta razón, aunque
no lo veamos con los ojos del cuerpo, sí podemos ver, con los ojos del alma
iluminados por la Santa Fe de la Iglesia Católica, al Cordero de Dios que,
sobre el altar eucarístico, ofrece para nuestra salvación su Cuerpo, su Sangre,
su Alma, su Divinidad, y la plenitud del Amor de su Sagrado Corazón
Eucarístico, envuelto en las llamas del Divino Amor e inflamado en el Fuego del
Espíritu Santo para que, recibiendo en estado de gracia su Sagrado Corazón
Eucarístico, nuestras pobres almas se incendien en el Fuego del Amor de Dios.
Un Padre Nuestro, tres Ave Marías
y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas
del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.
Oración final: “Dios mío,
yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Junto a
la Cruz de su Hijo”.
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