Demolición de la Catedral de Immerth, Alemania, 10 de Enero de 2018.
Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario en reparación por la demolición de una maravillosa
iglesia en Alemania, llevada a cabo para dar lugar a una mina de lignito. La triste
noticia puede ser consultada en el siguiente sitio electrónico:
Canto
inicial: “Cristianos,
venid; cristianos llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo
creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).
Primer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesucristo
no es un hombre más entre tantos; tampoco es un profeta, ni un hombre santo, en
quien la gracia santificante obró de manera particular en él, uniéndolo de
manera perfecta con Dios[1] y tampoco es el más
santo entre todos los santos: Jesucristo es el Hombre-Dios, la Segunda Persona
de la Trinidad, el Verbo Eterno del Padre, que “es Dios” (cfr. Jn 1, 1ss) y que
está en el seno del Padre, junto a Dios, desde la eternidad y que con el Padre
recibe una misma adoración y gloria; Él es la Santidad Increada, es la Gloria
divina Increada; es el Dador del Espíritu, junto al Padre, y es el que, llevado
por el Espíritu Santo, esto es, el Amor de Dios, se encarna en el seno virgen
de María para nacer en Belén, Casa de Pan, como Niño Dios. Es el Cordero de
Dios que ofrece su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en el Santo
Sacrificio de la Cruz, en el Calvario, el Viernes Santo y continúa ofreciéndolo
cada vez, por medio del Santo Sacrificio del Altar, el Nuevo Calvario, por la
liturgia eucarística. Si Jesucristo fuera solo un hombre, aun cuando fuera el
más santo entre los santos, la Eucaristía sería solo un poco de pan bendecido y
nada más, y no podríamos adorarla, ni tampoco podríamos recibir, por la
comunión eucarística, al Autor de la gracia y la Gracia Increada en sí misma,
el Verbo de Dios encarnado.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Algunos teólogos suponen, de modo erróneo, que se puede
deducir con rigor lógico la existencia de la Encarnación. Esto no es posible,
por tratarse de un misterio sobrenatural absoluto que comienza incluso antes de
la Encarnación del Verbo y es la constitución íntima de Dios como Uno en
Naturaleza y Trino en Personas. Como dicen algunos autores, “la idea de la
Encarnación del Verbo trasciende de tal manera el orden natural y racional, que
no se da en este orden –natural y racional- ni una motivación suficiente para
su actuación, ni una imagen proporcionada para su esencia, dese el momento en
que se trata de un misterio en el sentido más estricto de la palabra”[2].
En otras palabras, quiere decir que el misterio de Jesús en cuanto Hombre-Dios
es inalcanzable, tanto para la inteligencia angélica como para la humana. Y una
vez revelado, permanece siendo un misterio, desde el momento en que la Persona
de Jesús de Nazareth es el Verbo Eterno del Padre que une a su Persona divina
–hipostáticamente- a la naturaleza humana de Jesús, resultando por dicha unión
hipostática las características particulares y exclusivas de Jesús de Nazareth:
santidad, plenitud de gracia, ciencia, visión beatífica. Jesús de Nazareth es
el Hombre-Dios; es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia creada. Es
sumamente importante para nuestra fe eucarística hacer estas consideraciones
acerca de Jesús de Nazareth, por cuanto todo lo que de Él se dice, se traslada
luego a la Eucaristía, porque la Eucaristía es el mismo Verbo de Dios que, por
la Encarnación, aparecía oculto en su divinidad a través de la naturaleza
humana, mientras que la Eucaristía es ese mismo Verbo de Dios, que prolonga su
Encarnación en el Santísimo Sacramento del altar y que permanece oculto en su
divinidad, esta vez, bajo la apariencia de pan.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
A Jesús de Nazareth, Hombre-Dios, le pertenece el nombre de “Cristo”
o “Ungido” por excelencia, y esta unción la recibe la humanidad santísima de
Cristo, en el momento de la Encarnación en el seno purísimo de María, al ser
derramado sobre su humanidad el Espíritu Santo, por parte del Padre y del Hijo.
Jesús de Nazareth, Sacerdote, Profeta y Rey, no es ungido con un aceite
bendecido: en su humanidad habita la plenitud de la divinidad del Verbo, que
está unido substancialmente a esta humanidad y que vive en ella corporalmente[3].
Es a esto a lo que la Sagrada Escritura se refiere cuando dice: “En Cristo
habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9) y es esta inhabitación
de la plenitud de la divinidad en Cristo, lo que hace que los Apóstoles lo
adoren, postrándose ante Él, como lo relata el Evangelio en numerosas
oportunidades, y es lo que justifica que la Iglesia se postre, de igual manera,
en adoración, ante la Eucaristía, puesto que la Eucaristía es el mismo Cristo,
en quien inhabita corporalmente la divinidad, quien se encuentra en el
Santísimo Sacramento del Altar. Por eso mismo, la Iglesia que adora a Cristo
Eucaristía en el altar, adora al mismo Cordero que está en el trono de Dios, en
el Reino de los cielos.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La divinidad del Verbo
es la que actúa como bálsamo que, con su fuerza divina vivificadora penetra en
la humanidad de Cristo, convirtiéndolo en el Ungido por excelencia, y lo hace de
manera tal de poder Él ejercitar sobre nosotros, los hombres, su misma fuerza
divina vivificante y colmarnos con sus perfumes. Cuando los Padres de la
Iglesia afirman que Cristo fue ungido por el Espíritu Santo, quieren significar
que el Espíritu Santo, desde el Verbo del cual procede, desciende sobre la
humanidad de Cristo y, como efusión o perfume exquisito del ungüento que es el
Verbo mismo, unge y perfuma la humanidad santísima a Él –el Hijo de Dios- unida[4].
Aunque la fuente de la unción puede ser, propiamente hablando, el Padre, porque
es el Padre quien comunica al Hijo la dignidad y la naturaleza divina, que es
la que unge la humanidad asunta en la Persona divina del Verbo. Esta unción
colma a la humanidad con la plenitud de la divinidad y la ensalza a tal punto,
que coloca a esta humanidad en el trono mismo de Dios, en donde es sostenida
por una Persona divina –la Segunda de la Trinidad-, constituyéndose esta
humanidad de Cristo en sujeto digno de adoración como Dios mismo. Es esta
humanidad santísima del Verbo, colmada con la plenitud de la divinidad, la que
se encuentra, oculta a los ojos corporales, bajo apariencia de pan, en la
Eucaristía y es la razón por la cual la Iglesia, así como se postra y adora la
Humanidad Santísima del Cordero, así también se postra y adora a esta Humanidad
Santísima, contenida en la Eucaristía.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cristo es el Ungido y el ungüento con el cual su humanidad
santísima es ungida es la divinidad que, brotando del Ser trinitario divino,
sumerge a la creatura –la humanidad de Cristo- en Dios y lo convierte en un
hombre no solo meramente divinizado, sino que lo convierte en el verdadero
Hombre-Dios. Éste es el misterio del Cristo por excelencia, del Cristo que es
ungido no solo por la efusión del Espíritu Santo, sino ante todo, y
primariamente, por la unión personal con el principio del Espíritu –el Hijo y el
Padre-. La unción divina es parte constitutiva de su esencia y esto hace que, en
consecuencia, Cristo sea “Ungido” y “Hombre-Dios” y que ambos términos signifiquen
la misma y única cosa. “Cristo” y “Hombre-Dios” expresan el misterio
incomprensible, sublime, escondido en la persona de Jesús, de ser, Jesús de
Nazareth, el Verbo Eterno del Padre, encarnado en una naturaleza humana, que
prolonga su Encarnación en la Eucaristía. El nombre de Jesús caracteriza a la
persona –divina- según la función que debe ejercitar sobre la tierra en
beneficio de los hombres; la función de Salvador la ejerce en cuanto su
constitución teándrica de Jesús –es Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios- y
es la razón por la cual doblamos las rodillas ante el único nombre dado para
nuestra salvación, Jesús de Nazareth. El nombre de Cristo le corresponde en cuanto
es ungido con la plenitud de la divinidad, divinidad que de Él se propaga a
todos aquellos que, por la unión con Cristo –por la fe, por el amor, por la
gracia-, se convierten en “Cristos” y en “un solo Cristo con Él”. Es la razón
por la cual, quien comulga a Cristo Eucaristía, recibe de Él la plenitud de la
divinidad, el Espíritu Santo de Dios.
Un
Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres
Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las
indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Junto
a la Cruz de su Hijo”.
1 Cfr. Francesco Saverio Pancheri, Il mistero di Cristo, Edizioni Messaggero Padova, Padua 1984, 2.
[2] Cfr. Matthias Joseph Scheeben,
Il mistero del cristianesimo, en Saverio,
Il mistero di Cristo, 42.
[3] Cfr. Scheeben, ibidem.
[4] Scheeben, ibidem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario