Inicio:
una capilla dedicada al Sagrado Corazón de Jesús fue totalmente devastada por
un incendio, provocado por unos niños, según la información del siguiente
portal:
En el mencionado se afirma que,
según el capellán fray José Luis Genaro explicó a la Agencia Informativa
Católica Argentina (AICA), el incendio fue causado por tres niños, luego de que
les fuera negada una pelota para jugar, a causa de estar las religiosas
empeñadas en tareas propias de ese momento. Los niños, cuyas edades no se
proporcionan, “se fueron atrás de la capilla y comenzaron a tirar piedras al
templo. Luego, arrojaron algo encendido que podría ser un nido de paja bañado
en algo inflamable, seguramente alcohol que fueron a buscar a sus casas”. El templo
fue destruido totalmente por el fuego, quedando a salvo solo el área de la
cocina.
Ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del
Santo Rosario meditado en reparación al ultraje sufrido por la capilla del Sagrado
Corazón. Si bien consideramos que los autores del atentado eran “niños”, según
la información de prensa, y aunque no sabemos de qué edades eran, suponemos que
no calcularon o no tenían intención de devastar completamente la capilla,
debido precisamente a su corta edad. Sin embargo, sí hubo una clara intención
de dolo y daño, puesto que el material arrojado era combustible. Es por esta
intención de dañar y ofender a lo más sagrado que los católicos tenemos, que es
el Sagrado Corazón de Jesús –junto al Inmaculado Corazón de María-, que
ofrecemos la reparación.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
Uno de los grandes errores de los cristianos –principalmente
los católicos-, cometidos en la práctica de la fe, es considerar a Jesucristo
como un hombre santo, o bien considerar que la Trinidad y la Encarnación son
posibles de deducir por la razón; cuando esto se hace, se priva al cristianismo
–al catolicismo- de todo su misterio sobrenatural, puesto que se lo reduce a
una moral y a una espiritualidad “racionales”, es decir, al alcance de la
limitada razón humana. Esto incide en la vida espiritual y, por supuesto, en la
adoración eucarística. Jesucristo no es “un gran hombre”, ni un “profeta”, ni
un “santo” -ni siquiera el más santo entre los santos- en el cual la gracia
santificante realizó su obra maestra, la de unir al hombre Jesús en modo
perfecto con Dios, tal como lo sostiene cierta teología progresista y liberal,
aliada con los errores de Nestorio[1]. Tampoco
puede la Encarnación ser deducida con rigor lógico partiendo del análisis de la
situación concreta del hombre y del universo, puesto que la Encarnación, así
como la verdad de Dios Uno y Trino, es un misterio sobrenatural absoluto[2],
imposible de ser alcanzado por la mente creatural –angélica o humana- si no es
revelada por el mismo Dios, y aun así, revelada, permanece como tal, como
misterio sobrenatural absoluto. La idea de la Encarnación –el hecho en sí
mismo- trasciende por mucho el orden racional y natural, de manera tal que no
se da en el mismo ninguna motivación suficiente para su realización y
actuación, y tampoco puede el orden racional proporcionar una imagen
proporcionada para su esencia, puesto que es, como afirma un autor, “un
misterio absoluto”. Si Dios es “racional”, entonces no es un misterio absoluto;
pero Dios es supra-racional, en su constitución íntima de su Ser divino
trinitario, y por eso es un misterio sobrenatural absoluto, como así también la
Encarnación y la prolongación de la Encarnación en la Eucaristía. Ningún
conocimiento y ningún amor del misterio sobrenatural absoluto puede ser
alcanzado por el hombre, sino es infundido, en el alma del hombre, por la
gracia santificante.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Debido a que en Jesucristo se unen hipostáticamente la
Segunda Persona de la Trinidad –Dios Hijo- con la humanidad de Jesús de
Nazareth[3],
de esto se siguen las propiedades consecuentes a dicha unión: santidad,
plenitud de gracia, ciencia, visión beatífica. Jesús, en cuanto Hombre, era
perfectísimo, porque no tenía pecado original, pero era Santo y la Fuente de la
santidad en sí misma, por cuanto su humanidad estaba unida hipostáticamente,
personalmente, a la Persona Segunda de la Trinidad, el Verbo Eterno del Padre. El
nombre propio de Cristo, expresado en las Escrituras, el Ungido por excelencia,
expresa este misterio del Hombre-Dios: “la unción de Cristo no es otra cosa que
la plenitud total de la divinidad del Verbo, unido substancialmente a la
humanidad que vive corporalmente en la divinidad, divinidad que con su bálsamo
y con su fuerza vivificadora la perfuma y la penetra de manera de hacerla capaz
–a la humanidad de Cristo- de poder infundir sobre los demás la misma fuerza
divina vivificadora y colmarlos con el perfume de su gracia y santidad”[4].
Si esto es así para la humanidad de Cristo, en el tiempo de su vida terrena –esto
es, que su humanidad perfectísima irradiaba santidad a causa de estar unida a
la Santidad Increada, la Persona divina del Verbo-, lo es también para el
tiempo de la Iglesia, en el que Cristo está, con su Cuerpo glorificado, en la
Eucaristía: ésta es la razón por la cual Jesús Eucaristía santifica a quien se
le acerca en la adoración eucarística. En la Eucaristía, Jesús es el Verbo
Eterno del Padre encarnado, que prolonga su Encarnación en el Sacramento del
Altar y que desde el Sacramento del Altar comunica su gracia y santidad a quien
se le acerca, tal como lo hacía a quienes se le acercaban a su humanidad,
cuando vivía en Galilea. Acercarse a la Eucaristía, postrarse ante la Eucaristía,
adorar la Eucaristía, es el equivalente al acercarse a Cristo, al postrarse
ante Cristo, al adorar a Cristo, tal como lo hacían los contemporáneos del
Señor y está descripto en los Evangelios.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los Padres de la Iglesia afirman que Cristo fue ungido por
el Espíritu Santo, pero no a la manera como puede serlo un profeta o un hombre
santo: cuando dicen que fue ungido por el Espíritu Santo, quieren significar el
Espíritu Santo, procediendo del Verbo –y también del Padre-, descendió sobre la
humanidad de Cristo, unida al Verbo y, como efusión o perfume del ungüento que
es el Verbo mismo, unge y aromatiza –con el perfume de la divinidad-, a la
humanidad del Verbo. Es este perfume exquisito de la divinidad que se derrama
como bálsamo sobre la humanidad de Cristo, lo que la Escritura quiere
significar cuando dice: “el buen olor de Cristo”. La unción colma a la
humanidad de Cristo con la divinidad, y así la eleva a esta humanidad a la más
alta dignidad que se pueda imaginar, colocándola sobre el trono mismo de Dios,
siendo allí sostenida por una Persona divina, la Segunda de la Trinidad,
convirtiéndose así en sujeto digno de adoración, como Dios mismo[5]. El
cristiano está llamado, por la gracia santificante, a ser colmado por esta
misma divinidad, es decir, está llamado a ser ungido también por el Espíritu
Santo, pero esto solo lo puede hacer si se une al Cuerpo de Cristo por la
gracia. Unido al Cuerpo de Cristo –por la fe, por la gracia y por la Comunión
Eucarística-, el cristiano –sea sacerdote ministerial o fiel laico- lleva en
sí, no ya su “olor a oveja”, ya que este es el olor del hombre viejo, sino que
lleva en sí “el buen olor de Cristo” (cfr. 2
Cor 2, 15), el perfume exquisito de su gracia santificante.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Es esta unción divina –la unción con el Espíritu Santo- que,
brotando desde lo más profundo del Ser trinitario divino –procediendo del Padre
y del Hijo-, que inunda la humanidad de Jesús de Nazareth y la sumerge en seno
de la divinidad, lo que hace que Jesús, Cristo, Jesucristo, sea, no un mero
hombre divinizado –como lo son los santos en el cielo-, sino el verdadero y
único Hombre-Dios[6],
esto es, Dios Hijo hecho hombre, sin dejar de ser Dios. Este es el misterio de
Cristo por excelencia, el Cristo que no es ungido simplemente para ejercer un
oficio por mandato divino, sino que es ungido a causa de la unión personal con
el principio del Espíritu Santo, Dios Padre y Dios Hijo. La humanidad asunta
hipostáticamente por Dios Hijo en su Persona divina, es ungida con el óleo de
perfume exquisito, el Espíritu Santo, que proviene del Padre y del Hijo. En
consecuencia, Cristo –Jesús de Nazareth- y el Hombre-Dios designan y expresan
una misma y única cosa: el misterio incomprensible sublime, escondido en Jesús
de Nazareth y revelado por el Bautista: Cristo es “el Cordero de Dios” (cfr. Jn 1, 29); no es un hombre que, por su
mansedumbre y por su santidad, es llamado secundariamente “cordero”; Cristo es
el Cordero de Dios porque es Dios Hijo encarnado, que asume la naturaleza
humana en su Persona divina, la Segunda de la Trinidad, para subir, con toda
mansedumbre, humildad y amor, a la Cruz, para rescatarnos. Ese mismo Cristo,
ese mismo Jesús de Nazareth, ese mismo Cordero de Dios, señalado por el
Bautista en el desierto, es el Cristo Eucarístico, es el Jesús Eucarístico, es
el Dios de la Eucaristía, es Dios, que en la Eucaristía es llamado, por la
Iglesia, con el mismo nombre con el cual lo llama el Bautista: “el Cordero de
Dios”. Cristo Eucaristía, Jesús Eucaristía, es el Dios que desde el sagrario,
desde la custodia, nos brinda su gracia santificante para que, nosotros sí, por
su gracia, seamos convertidos en hombres santos.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El nombre de Jesús es “Salvador” porque esa es la función
que Él ejerce en la tierra, pero esta función la puede cumplir solo en tanto y
en cuanto su constitución íntima, en cuanto sujeto, es teándrica, es decir, es
Dios-Hombre u Hombre-Dios en razón de su constitución íntima y su naturaleza
intrínseca[7]: Jesús
de Nazareth es Salvador porque es Dios Hijo unido a una naturaleza humana,
naturaleza que habrá de ser ofrecida en sacrificio en el altar de la cruz para
aplacar la ira divina; para concedernos el perdón de Dios; para infundirnos el
Divino Amor; para convertirnos en hijos adoptivos de Dios por la gracia y para,
finalmente, conducirnos al Reino eterno de Dios en los cielos. Jesús es Salvador
en la Cruz y en la Eucaristía, y lo es, porque ejerce su función salvífica por
medio de su Humanidad santísima, ofrecida en eterno holocausto al Padre por
nuestra redención, pero no sería Salvador si no fuera, en la Cruz y en la
Eucaristía, Dios Tres veces Santo. Toda la plenitud de la divinidad inhabita en
Jesús Eucaristía, y de Él se propaga a todos aquellos que, por la unión con Él –por
la fe, por el amor y por la gracia- se convierten en “Cristos” y en “un solo
Cristo con Él”. Esta es la razón por la cual, frente a la Eucaristía, no
podemos hacer otra cosa que postrarnos en adoración.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Postrado a vuestros pies
humildemente”.
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