Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje contra un Pesebre
en España. La información relativa al lamentable hecho se encuentra en el
siguiente enlace:
Meditaremos sobre la escena del Pesebre
y sobre lo que en él contemplamos: la Madre y Virgen, el Portal, las posadas
ricas de Belén, el Niño, los ángeles y los pastores.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
Cuando se contempla la escena del Pesebre, se observa a una
familia, formada por una madre que, junto a quien es su esposo legal, contempla
absorta al Hijo que milagrosamente acaba de nacer. Esa madre no es una madre
más entre tantas: es la Virgen María, la Flor de los cielos, la Niña Hermosa
ante quien el sol palidece; es la Llena de gracia, inhabitada por el Espíritu
Santo, su celestial Esposo; es la Inmaculada Concepción, la Purísima, creada
sin la mancha del pecado original porque estaba destinada a ser la Custodia
Viviente, más preciosa que el oro, del Hijo de Dios encarnado; es la Madre de
Dios, el Dios Único, El que vive por los siglos, por quien se vive y que es la
Vida Increada en sí misma; es la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la
Serpiente Antigua con la omnipotencia divina a Ella participada por Dios; es la
Mujer de la Pasión, que al pie de la Cruz, ofrece a su Hijo y a sí misma al
Padre por nuestra salvación, convirtiéndose en modelo de la Iglesia que, en el
altar de la cruz, ofrece por manos del sacerdote el Cuerpo y la Sangre del
Redentor, al Padre, para salvarnos; es la Mujer del Apocalipsis, revestida de
sol, es decir, de la gloria de Dios, porque Ella lleva en su seno virginal a
Aquel que es el Sol de justicia, Cristo Jesús, y por eso es justo que Ella esté
revestida de la gloria de su Hijo, Cristo Dios. La dulcísima Señora que,
extasiada, contempla al Niño de Belén, no es simplemente una madre primeriza
que ama con locura a su hijo recién nacido: es la Virgen y Madre de Dios, María
Santísima.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al llegar a Belén, San José y María Santísima –ya a punto de
dar a luz al Redentor- se encuentran con una amarga sorpresa: no hay lugar para
ellos en las ricas, luminosas, posadas de Belén. Recorren una por una todas las
posadas, pero en todas reciben la misma respuesta: no hay lugar para la Mujer
que va a dar a luz al Salvador. Las posadas ricas de Belén están llenas de
gentes que cantan, bailan, comen y beben, satisfaciendo egoístamente sus
propias pasiones, sin preocuparse por Aquel que proviene del seno del Padre
Eterno, oculto en el seno virgen de María. Llenas de luz, al calor de las
llamas de las chimeneas que hacen desaparecer el cortante frío de la noche,
repletos sus vientres con la comida y la bebida, se sienten satisfechos de sí
mismos y demasiado alegres como para pensar en su salvación, que viene como
Niño humano en las entrañas purísimas de María. Las posadas ricas de Belén
representan, no a las personas ricas materialmente, sino a las almas orgullosas
y mundanas que creen no tener necesidad de Dios en sus vidas. Como las posadas
de Belén, llenos de luz, los orgullosos también tienen luz, pero la pobre luz
de su razón humana, que en el fondo, no es más que densas tinieblas; como las
posadas de Belén, llenas de gentes que cantan, bailan, comen y beben, así los
orgullosos, sin pensar en la vida eterna, no se preocupan por evitar el
Infierno, ni por ganar el Cielo, y es así como viven la vida presente sin
pensar en el Juicio Particular y el Juicio Final. Como las posadas de Belén,
que rechazaron al Salvador, así también las personas orgullosas y soberbias
rechazan al Salvador, porque no ven la necesidad de ser salvados del Demonio, del
Pecado y de la Muerte. Y así perecen en su orgullo y en su soberbia.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Virgen, con el Niño Dios en su seno y ya a término –el Niño
está impaciente por nacer, para continuar el plan de salvación de Dios Padre
iniciado en la Encarnación-, se dirige, junto con el casto, puro y abnegado
José, a las afueras de Belén; deben encontrar pronto un lugar, para Dios que
nace como Niño, y lo que encuentran es el Portal de Belén, un oscuro, frío y
poco higiénico refugio de animales. Mientras San José busca leña para encender
un fuego, la Santísima Virgen, con su Niño en su seno purísimo, se pone en la
tarea de convertirlo en un lugar más digno de lo que es, para que así su Hijo venga
a este mundo en un lugar pobre, pero limpio. El buey y el asno, ceden sus lugares,
al tiempo que aportan el calor de sus cuerpos animales, para que el Niño, que
desciende de algo más hermoso que el cielo cubierto de estrellas, el seno
eterno del Padre, no sufra tanto el frío de la noche. El Portal representa al
corazón del hombre sin Dios pero que, en su pobreza espiritual, se abre a la
gracia que lo conducirá finalmente a creer: como el Portal antes del
Nacimiento, el corazón del hombre es oscuro, porque no tiene la luz de la gracia;
es frío, porque no tiene el Amor de Dios, y está dominado por las pasiones
irracionales, representadas en el asno y el buey, porque no tiene la gracia
que, iluminando la razón y la voluntad, le permita controlarlas. Pero el Portal
representa al hombre que, en su pobreza espiritual, abre su corazón a la
gracia, esto es, posee devoción y amor a la Santísima Virgen, Mediadora de toda
gracia y Puerta celestial a través de la cual llega al corazón el Hijo de Dios
hecho Niño.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El Niño que, luego del nacimiento milagroso, está recostado
en un pesebre y es contemplado con éxtasis de gozo y amor por la Virgen y San
José, no es un niño más entre tantos; no es ni siquiera un niño santo, ni el
más santo de todos los niños santos: el Niño de Belén es la Santidad Increada
porque es Dios, en la Persona del Verbo, la Segunda Persona de la Trinidad que,
habiéndose encarnado en María por obra del Espíritu Santo, ahora nace también,
milagrosamente, por obra del Espíritu Santo, y reposa con su Cuerpo pequeño,
aterido de frío, en el Portal. El Niño de Belén es Dios Hijo encarnado; es el
Rey de reyes y Señor de señores; es el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin;
es el Creador del Universo visible e invisible; es el Rey de ángeles y hombres;
es el Cordero de Dios, que adquiere un Cuerpo para ser inmolado en la Cruz,
cuando sea adulto, aunque ya desde la Encarnación comienza a sufrir,
místicamente, los dolores de la Pasión; es Dios hecho Niño sin dejar de ser
Dios, que viene a nuestro mundo para darnos su gracia y convertirnos a los
hombres, por la gracia, en Dios por participación; es Dios de Dios, Luz de Luz,
que ilumina las tinieblas de la humanidad y las hace desaparecer: con la luz
divina que emana de su Ser trinitario, Dios Niño vence a las “tinieblas de
muerte” que rodean a todo ser humano que nace en este mundo, las tinieblas del
pecado, de la muerte y las tinieblas vivientes, los ángeles caídos. El Niño de
Belén es Dios, el Niño Dios, que ha venido a salvarnos, a convertirnos en hijos
de Dios adoptivos y a conducirnos al Reino de los cielos.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Luego del Nacimiento milagroso –el Niño atravesó el seno de
María como un rayo de luz atraviesa un cristal, dejando intacta su virginidad
antes, durante y después del parto-, los ángeles de luz, rodean al Niño, que es
su Rey y cantan la gloria de Dios que del Niño brota. Por orden divina, los
ángeles comunican a los pastores que ha nacido el Redentor y la señal que les
dirá que es verdad lo que les anuncian, es el encontrar a un Niño recostado en
un pesebre. Los pastores, hombres de humilde condición y trabajadores,
representan a los hombres de buena voluntad de todo el mundo, de todas las
épocas de la humanidad que, iluminados por la gracia, reconocen la divinidad
del Niño de Belén y se postran ante Él en adoración, al igual que los Reyes
Magos. Junto con estos, representan también a los cristianos que, a lo largo de
la historia, reconociendo por la fe a ese Niño, Presente con su Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad en la Eucaristía, se postrarán ante el Santísimo Sacramento
del altar, para ofrecerle el homenaje de la contrición del corazón y el amor
hacia la Eucaristía.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Adeste fideles”.
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