"La vaca sagrada", blasfema "obra de arte",
emplazada en una iglesia no desacralizada de Bélgica.
Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por una gravísima
profanación realizada en una iglesia en Bélgica: en la diócesis de Limburgo,
colocaron una “obra de arte” de un “artista” de nombre Tom Kerck, titulada “La
vaca sagrada”, la cual consiste en un enorme crucifijo en el cual está colgada
una vaca, rodeada de un lago de leche. La blasfema obra, calificada como “imagen
satánica y un insulto a Dios y al catolicismo” por parte del Katholiek Forum, y
los pormenores de dicho acto sacrílego, pueden ser consultados en los
siguientes enlaces:
Hacemos nuestro el pedido de los
católicos belgas, quienes munidos de rosarios, clamaron por una reparación
frente a este nuevo acto sacrílego: “Parad la blasfemia y el arte degenerado.
Rezad por la rehabilitación”. Aunque según el “artista”, autor del engendro, “la
obra no quiere ser un insulto al catolicismo, sino que hace referencia al
despilfarro que se produce en nuestra sociedad”, resulta sumamente llamativo el
que sea la religión católica la que sirva de “inspiración y material” para “performances”
que nada tienen de artístico y sí mucho de blasfemo. Pedimos por la conversión
de los que pergeñaron el sacrilegio, así como la conversión propia, de nuestros
seres queridos y del mundo entero.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
Aunque la Cruz es el símbolo que representa la muerte[1],
sin embargo, es vida y vida eterna, y la razón es que Aquel que cuelga del
madero no es un hombre más, entre tantos; ni siquiera es el más santo entre los
santos: el que cuelga del madero es el Hombre-Dios, es Dios hecho hombre sin
dejar de ser Dios y por lo tanto, es en la Cruz el Vencedor Victorioso de la
muerte, porque Él es, en cuanto Dios, la Vida eterna e Increada en sí misma. Es
por esto que la Iglesia celebra la “victoria de la Cruz”, porque en la Cruz la
muerte –junto al pecado y al demonio- ha sido vencida para siempre por el
Hombre-Dios, quien muriendo en su naturaleza humana, abrió la fuente de la Vida
eterna, su naturaleza divina, para todos los hombres. La comunicación de la Vida
eterna al alma se lleva a cabo por medio de la Sangre del Cordero, inmolado y
crucificado, Sangre que se transmite, por los siglos, por medio del Santo
Sacrificio del Altar y por la gracia sacramental. La Iglesia, contemplando la
Cruz, no canta a la muerte, sino a la vida, pero no a una vida como la que
poseemos ahora, sino a la Vida eterna que del Crucificado brota para las almas:
“Nosotros debemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. En Él
están nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección. En Él hemos sido
salvados y liberados”[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La muerte en el patíbulo de la cruz es el símbolo supremo de
la extinción del hombre, imagen del ajusticiado que está bajo la ira de Dios: “Maldito
todo aquel que cuelga del madero” (Gál
3, 13) y en el Antiguo Testamento: “El ahorcado es maldición de Dios” (Dt 21, 23), y sin embargo, el Hijo
eterno del Padre, Dios Hijo encarnado, tomó sobre sí esta maldición que pesaba
sobre toda la humanidad[3],
para borrarla al precio de su Sangre Preciosísima, para no solo quitar de
nosotros la maldición, sino para colmarnos, por su muerte en cruz, “de toda
clase de gracias y bendiciones” (cfr. Ef
1, 3). Estas “gracias y bendiciones”, obtenidas por Cristo en la Cruz, van más
allá de todo lo que podemos desear, imaginar o pedir, porque lo que se nos da
con la Sangre del Cordero, derramada en la Cruz, no es otra cosa que el Amor de
Dios, es decir, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Jesús toma sobre sí la maldición que pesa sobre la humanidad desde Adán y Eva, “para
que la bendición de Abraham se extendiese sobre las gentes en Jesucristo y por
la fe recibamos la promesa del Espíritu” (Gál
3, 14). Es decir, por Jesucristo, por su misterio pascual de Muerte y Resurrección,
recibimos “la promesa del Espíritu”, y el Espíritu es una Persona, la Persona
Tercera de la Trinidad, el Divino Amor, que se derrama sobre las almas por
medio de la Sangre que brota del Corazón traspasado del Redentor.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
la cruz, Jesús toma sobre sí la maldición que pesaba sobre los hombres, no solo
para borrarla con su Sangre, sino para colmarnos con una bendición que supera
toda capacidad de raciocinio e imaginación, tanto del hombre como del ángel, y
que asombra al hombre y al ángel por toda la eternidad, porque lo que nos dona
Jesús, desde la Cruz, es el Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. La
muerte en cruz de Jesús se convierte, por lo tanto, para los hombres, en fuente
de vida, pero no de una vida humana, terrena, tal como la que poseemos por
naturaleza y se despliega en el tiempo[4]. La
muerte de Jesús en la cruz nos obtiene una vida que es eterna, porque es la
vida misma de Dios, porque el Espíritu que se nos infunde con la Sangre que
brota de sus heridas, es Espíritu Dador de Vida, la Vida divina, la Vida que
brota del Ser trinitario de Dios. La Cruz de Cristo, Cristo en la Cruz, Cristo
crucificado, se convierte, de instrumento de tortura y de muerte creado por los
hombres, en instrumento de gozo y de vida eterna, porque con su Omnipotencia, su
Sabiduría y su Amor divinos, Dios convierte la muerte en Vida y el castigo en
Misericordia. En la Cruz, Dios invierte los significados: de instrumento de
muerte, en fuente de Vida eterna; de lugar de ignominia, en Trono Sacratísimo
del Redentor; de lugar de maldición por estar el hombre sujeto a la ira de la
Divina Justicia –“Maldito el que cuelga del madero”- en lugar de bendición y
Misericordia Divina para el alma que a la Cruz se abraza con fe, con piedad y
con amor.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Aunque la cruz, invento de los hombres para torturar,
humillar y matar, es sinónimo de ignominia y de muerte, Dios la convierte, por
su omnipotencia, en Fuente de vida y de vida eterna, porque Aquel que cuelga
del madero no es un hombre más entre tantos; no es un profeta; no es, ni mucho
menos, un revolucionario; no es, ni siquiera el más santo entre los santos: es
Dios Hijo en Persona, Dios Tres veces Santo, el Dios Eterno e Inmortal; es el
Dios cuyo Acto de Ser divino es Perfectísimo, y del cual brota la Vida eterna
como un manantial inagotable. El que cuelga del madero es el Dios “que Era, que
Es y que vendrá” (Ap 1, 8; 4, 8); es
el Dios que vino en Belén, oculta su divinidad en nuestra naturaleza humana; es
el Dios que viene en cada Eucaristía, oculta su gloria en la apariencia de pan;
es el Dios que ha de venir al Fin del mundo, en el Día del Juicio Final, en el
esplendor de su gloria y majestad, para dar a los buenos el Cielo y a los malos
el Infierno. El que cuelga del madero es Dios Hijo encarnado en el seno virgen
de María por obra del Espíritu Santo, nacido en el tiempo de María Santísima,
que padeció en la Cruz para salvarnos, que se quedó en la Eucaristía para
darnos la Vida eterna, y que vendrá a juzgar a vivos y muertos. La cruz es
símbolo de muerte, pero Dios, con su omnipotencia, la convierte en signo de
vida y de Vida eterna, porque el que cuelga del madero es Él mismo, Dios
omnipotente, el “Yo Soy” Eterno; el Dios que “estaba muerto –en su humanidad-
pero ahora vive por los siglos, por la eternidad, con su humanidad gloriosa y
resucitada unida a su divinidad”; el que cuelga del madero es “el primero y el
último, el Viviente, que estuvo muerto tres días en el sepulcro, pero ahora
vive por los siglos sin fin y tiene en sus manos las llaves de la vida y de la
muerte y del Infierno” (cfr. Ap 1,
17), y nos da su Vida eterna por medio de la Sangre y el Agua que brotan de su
Corazón traspasado, en cada Eucaristía.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si el que cuelga del madero es Dios Hijo, entonces está
claro cuál es el Único Camino al Cielo: Jesús crucificado, pues Él dijo: “Yo
Soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre si no por Mí” (Jn 6, 14). Para nosotros, que somos “nada
más pecado” y cuya vida está signada por la muerte, no hay otro nombre en el
que sea dada la salvación ni por el que se vaya a algo que es infinitamente más
hermoso que los infinitos cielos hermosos, el seno de Dios Padre, que no sea
Jesús crucificado. Jesús en la Cruz es el Único y Verdadero Árbol de la Vida,
en donde nosotros, pobres pecadores y sometidos al imperio de la muerte,
encontramos la Divina Misericordia, que perdona nuestros pecados y encontramos
además la Vida eterna de Dios, que se nos concede con el Agua y la Sangre que
brotan del Corazón traspasado del Cordero, y que se nos administra en cada
comunión eucarística. La fuente de la vida eterna, el Camino para ir al Padre,
están entonces, para nosotros, a los pies de Jesús crucificado y a los pies del
sagrario. “¡Oh Jesús, Hombre-Dios, que diste
tu Vida por mí en la Cruz, y que me concedes tu Amor Eterno en cada Eucaristía,
me postro ante la Cruz y ante el Sagrario, y por manos de María Santísima, tu
Madre y Madre nuestra amantísima, te ofrezco la nada de mi ser, para que borres
con tu Sangre todo lo que no es de tu agrado, me concedas participar de tu
Pasión en esta vida y me conduzcas al Reino de los cielos en la vida eterna!
Amén”.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Junto
a la Cruz de su Hijo”.
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