Monasterio de la Santa Faz en Alicante.
Si bien no se trata de
una profanación propiamente eucarística, igualmente ofrecemos esta Hora Santa y
el Santo Rosario en reparación por el atentado satánico, llevando siempre en la
mente y en el corazón las palabras de Jesús: “Las puertas del Infierno no
prevalecerán contra mi Iglesia” (cfr. Mt 16, 18). La información acerca del
lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace: https://infovaticana.com/2017/05/09/profanan-monasterio-la-santa-faz-murcia/
Según informa el portal católico “Infovaticana”, “el sacerdote encargado de la
apertura del Monasterio encontró en la mañana del domingo, tres pintas del
número seis y una cruz invertida en el cristal blindado que protege la reliquia
de la Santa Faz, así como mayo varias cruces del Via Crucis también invertidas
(…) En un comunicado, el Obispado de Alicante ha asegurado que está estudiando
“ampliar o mejorar” las medidas de seguridad en el monasterio tras estos actos
vandálicos. El Obispado también ha asegurado que “se suplica a Dios, nuestro
Señor, por quien o quienes han causado este daño” y han pedido a los fieles de
Alicante que “las lamentables circunstancias no sean en detrimento del amor y
devoción que sentimos hacia esta reliquia secular de la Santa Faz”. Uniéndonos al
pedido del Sr. Obispo de Alicante, ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario
meditado, eb reparación y desagravio por el atentado sufrido por la sagrada
reliquia, pidiendo al mismo tiempo por la conversión de quienes perpetraron,
intelectual y materialmente, este horrible sacrilegio. Pedimos también por
nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y la de todo el mundo.
Canto inicial: “Alabado
sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Luego de la Última Cena, Jesús se dirigió con sus discípulos
al Huerto de los Olivos, para orar al Padre al haber comenzado ya su Pascua, su
“Paso”, de esta vida a la vida eterna; en esta Pascua, en este “Paso”, habría
de cargar consigo, sobre sus espaldas, todos nuestros pecados, uno por uno, los
pecados de todos los hombres de todos los tiempos, para lavarlos con la Sangre derramada
en la Pasión y en la Cruz, recibiendo Él el castigo merecido por nuestra
malicia a fin de que nuestras almas pudieran presentarse impecables y libres de
toda mancha ante Dios Padre. Ya en el Huerto, su Sagrado Rostro se vio surcado
por el rictus de la amargura, de la desolación, de la tristeza y a tal punto,
que hubo de exclamar: “Mi Alma está triste hasta la muerte”. Y esta amargura,
esta desolación, esta tristeza que ensombrecieron su Rostro hermosísimo, se
debían a la acedia, la indiferencia, la indolencia de sus discípulos –en quien
estábamos todos representados-, los cuales, lejos de secundar el pedido de
Jesús de que oraran junto a Él, para compartir con Él las amargas horas de la
Pasión, los discípulos, llevados por la frialdad y la indolencia, se ponen a
dormir, en vez de rezar con Él. En nuestros días, la indolencia de los
cristianos se repite y se agiganta, toda vez que Nuestro Señor es dejado solo
en el sagrario, porque los cristianos, dominados por el desamor y la acedia,
prefieren los vanos atractivos del mundo, en vez de orar a los pies del
sagrario, postrados ante Jesús Sacramentado. Y, al igual que entonces, de la
misma manera a como los enemigos de Cristo se mostraban frenéticos en su
intento de arrestarlo para condenarlo a muerte y, amparados en las tinieblas
cósmicas y guiados por las tinieblas vivientes, los demonios, apuraban el paso
para arrestar al Señor mientras sus discípulos dormían, también hoy, los
enemigos de la Iglesia, las sociedades secretas y los enemigos internos y
externos de la Esposa del Cordero, se muestran igualmente frenéticos en su
intento desesperado de borrar, si fuera posible, de la faz de la tierra y del
corazón del hombre, hasta el más mínimo recuerdo de Dios y del Dulce Nombre de
Jesús. ¡Oh Jesús, cuyo Rostro Santo se
vio surcado por el rictus de la amargura, al comprobar la soledad en la que te
abandonaban tus discípulos, no permitas que nos dejemos ganar por el desamor,
la indolencia y la frialdad; enciende nuestros fríos corazones en el calor del
Amor de tu Sagrado Corazón, y haz que participemos del dolor y de la amargura
del Huerto de Getsemaní!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si
la amargura y la desolación, originadas en su Alma Santísima, marcaron su
Sagrado Rostro con un rictus de tristeza mortal, siendo este sufrimiento de
origen espiritual, su Rostro Santísimo sufrió también físicamente, puesto que desde
su arresto, Jesús recibió innumerables golpes de puño en pleno Rostro, además
de bofetadas y un corte en su mejilla, producto del brutal cachetazo dado, con irreverencia
diabólica y sin justificativo alguno, por el servidor del sumo sacerdote Caifás.
Contribuyen a la deformación del Rostro Divino de Jesús –el mismo Rostro ante
el cual los ángeles del cielo no se atreven a mirar a los ojos, cubriéndose con
sus alas-, el sudor intenso, que se mezcla con la Sangre Preciosísima que brota
de sus mejillas heridas y de su boca golpeada, todo lo cual forma una máscara
que afea la Santa Faz del Cordero, Santa Faz que en el cielo es el deleite del
Padre y de los ángeles, pero que en la tierra y por la malicia de nuestros
corazones, es casi irreconocible a causa de la hinchazón y el mazacote que se
forma por las lágrimas, el sudor y la Sangre del Cordero. Pero además de los
hematomas, las heridas cortantes, en el Rostro de Jesús eran visibles también las
huellas del cansancio extremo, del hambre, la sed, la deshidratación, la falta
de la más mínima compasión y consideración humana, la ausencia total de la más
pequeña muestra de humanidad, para Aquel Dios que, sin dejar de ser Dios, había
asumido nuestra humanidad para quitarle el pecado, santificarla con su gracia y
conducirnos a la gloria del cielo.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Santa Faz es uno de los dos sudarios con los que la Verónica limpió el rostro
de Cristo durante la Pasión. El Rostro Santo de Jesús, que en los cielos
embelesa a ángeles y santos con los fulgores de su divinidad y con la Belleza
Increada del Ser divino trinitario que en Él se refleja, en la tierra es sin
embargo golpeado, abofeteado, salivado, cubierto de tierra, de polvo, de
lágrimas, de sangre, a causa de la malicia que, anidando en el corazón de los hombres
desde el pecado de los primeros padres, se desencadena con toda su perversión,
azuzados los hombres necios y ciegos que no reconocen en el Rostro de Jesús el
Rostro mismo de Dios, por el Demonio, que así ve cumplidos sus irracionales
sueños de humillar y dar muerte al Hombre-Dios. Si en el cielo el Rostro de
Jesús resplandece con la belleza de la gloria divina, que embriaga de alegría a
los espíritus puros y a los bienaventurados, en la tierra, sin embargo, este
mismo Rostro, tumefacto, cubierto de heridas, escupitajos, hematomas, sangre y
tierra, resulta casi irreconocible, y a tal punto, que quienes lo ven, menean
la cabeza y dan vuelta la cara, como quien niega el rostro a un despojo humano
sanguinolento. Tan desfigurado está, que no parece hombre, dice el Profeta
Isaías, sino un gusano, y a pesar de que somos nosotros quienes, con nuestros
pecados, le provocamos estas heridas, Él las lleva y las soporta en lugar
nuestro para que, presentando al Padre su rostro irreconocible, el Padre se
apiade de nosotros y, en vez de descargar su justa ira divina, encendida por
nuestros pecados, nos ilumine con la luz del Rostro de Jesús.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En el Camino Real de la Pasión, Jesús, agotado por el peso
de la Cruz, debilitado en su Cuerpo Sacratísimo al extremo por la falta de
alimento y deshidratado por la abundante pérdida de Sangre por sus heridas
abiertas, y por el sudor intenso producto del esfuerzo de llevar la pesada cruz,
cuyo peso, más que por el leño, está dado por nuestros inmensos pecados, cae en
tierra, provocando la compasión en el corazón de la Verónica, quien se acerca
con un lienzo en donde el Señor recompensará esta obra de misericordia,
estampando en el blanco paño su Amabilísimo Rostro, que habría de quedar para siempre
como nuestro consuelo y solaz, porque al contemplar el Rostro Santísimo del
Señor, contraído por el dolor y la tristeza, nuestros dolores y tristezas
habrían de aliviarse, al comprobar que Él ya las llevaba consigo, estampadas en
su Rostro Sacratísimo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Nosotros
no tenemos un lienzo blanco como el de la Verónica, pero a cambio, le ofrecemos
a Jesús nuestros pobres corazones, para que Él se digne estampar en ellos su
Santa Faz, de manera que descanse al menos en pequeñísima parte de los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias que recibe en el Santísimo Sacramento del
Altar. ¡Oh Buen Jesús, que nuestros
corazones sean como otros tantos lienzos blancos, como el de la Verónica, para
que imprimas en ellos tu Amabilísimo, Adorabilísimo y Santísimo Rostro, para
que eternamente nos gocemos en la contemplación de tu Santa Faz!
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
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