Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por
la profanación de la imagen de la Virgen María Santísima de Belén Coronada,
patrona de la localidad de Córdoba, España, cuya corona fue robada, además de
sufrir la imagen la ruptura de un dedo y también un brazo a la talla del Niño
Jesús. La información pertinente del lamentable suceso se encuentra en los
siguientes enlaces: https://twitter.com/gjbelenmontilla/status/823551668272893953/photo/1?ref_src=twsrc%5Etfw ; https://www.aciprensa.com/noticias/roban-y-profanan-imagenes-de-la-virgen-y-el-nino-en-ermita-de-cordoba-81679/ ; http://www.actuall.com/laicismo/mutilan-las-imagenes-la-virgen-belen-del-nino-jesus-palma-del-rio
Canto inicial: “Cantemos al Amor de
los amores”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
El
Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre, el Verbo que “era Dios y estaba junto
a Dios” (cfr. Jn 1, 1), se encarnó y
se hizo hombre en el seno virgen de María, la Nueva Eva, para finalizar y
reparar la desobediencia de la primera Eva: esta, siendo virgen, prestando oído
al silbido de la Serpiente Antigua, concibió en su corazón la palabra de la
Serpiente y, engendrando el pecado, dio a luz a la rebelión y a la muerte[1];
la Nueva Eva, la Siempre Virgen María, luego de recibir el Anuncio del Ángel,
concibió por obra del Espíritu Santo a la Palabra de Dios que, de esta manera,
se encarnó en su seno, siendo luego esta Palabra dada a luz, revestida de carne
y manifestándose al mundo como Niño recién nacido, para iluminar a los que
vivían en “tinieblas y en sombras de muerte” (cfr. Lc 1, 68) y para concederles, junto con su luz, su Vida, su Amor,
su Paz y su Alegría divina. Y si la Serpiente triunfó al seducir a la primera
Eva, esta misma Serpiente fue derrotada por la Nueva Eva, la Virgen María, quien
aplastó su orgullosa cabeza por medio de la obediencia y humildad de su
Inmaculado Corazón, porque Dios da el triunfo no a los soberbios y orgullos,
sino a quienes participan de las mismas virtudes del Sagrado Corazón, la
primera entre todas, María Santísima. Mientras la primera Eva, al prestar oídos
a la Serpiente y su palabra de odio a Dios, engendró el pecado, la rebelión y
la muerte, la segunda Eva, María Santísima, al abrir su Corazón Purísimo al
Anuncio de la Encarnación de la Palabra de Dios en su seno virginal, la concibió,
la nutrió con su substancia materna, le tejió un cuerpo de carne humana para
hacerla visible y la dio a luz, engendrando así al Verbo de Vida eterna humanado
que, al ofrecer su Cuerpo Purísimo en la Cruz y al derramar su Sangre
Preciosísima en el Calvario, concede a las almas la gracia santificante y con
la gracia, su vida divina y con ella todas sus virtudes, la primera, la obediente
y humilde sumisión amorosa a la amabilísima Voluntad de Dios Trino, que quiere
que todos, todos los hombres, sin excepción alguna, nos salvemos y vivamos en
el Reino eterno de los cielos, para siempre, en la feliz contemplación de la
esencia y el Ser trinitario divino. Así como la primera Eva fue causa de muerte
para el género humano, así la Segunda Eva, la Madre de Dios, fue causa de vida
y de vida eterna, al engendrar y dar a luz a la Vida Increada en sí misma, el
Nuevo Adán, el Hombre-Dios, Cristo Jesús.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
San Juan Evangelista es representado por un águila, debido a
las características místicas de su contemplación del Verbo de Dios, que supera
a la de los demás Evangelistas: lo contempla junto al Padre y lo contempla
luego, ya Encarnado. En efecto, así como el águila se eleva hasta las alturas
inconmensurables y fija su vista en el sol, así el Evangelista Juan se eleva
hasta las alturas inconmensurables de la contemplación del Verbo Eterno del
Padre, describiéndolo como Dios igual al Padre, que vive con Él y es Dios desde
la eternidad: “El Verbo era Dios, el Verbo estaba en Dios” (cfr. Jn 1, 1); pero así también como el
águila, desde las alturas y gracias a su agudeza visual, es capaz de contemplar
con todo detalle lo que está en la tierra, así también el Evangelista Juan, en
su Prólogo, contempla a este Verbo que, desde las alturas del seno del Padre, ha
descendido a la tierra y se ha encarnado en el seno de María Virgen: “El Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros y nosotros hemos contemplado su gloria”. Pero
el Evangelista, si bien llevado por el Espíritu Santo e iluminado por este, contempla al Verbo, tanto
en las alturas inefables de su condición de Hijo en el seno del Padre, como ya
en su condición de Verbo hecho carne, con todo, sólo lo contempla, y por esto
es llamado el más grande teólogo, comparable al águila que se eleva hasta el
sol y fija su vista en él, al mismo tiempo que puede ver, con toda claridad, a
ese Verbo que ha descendido ya a la tierra y se ha encarnado: “Hemos visto su
gloria”. Es decir, el Evangelista Juan es representado con el águila debido a
la excelsa contemplación del Verbo, pero sólo lo contempla: hay Alguien, y es
la Virgen, quien lo supera en su contemplación, en una medida mayor a la
distancia que hay entre la tierra y el sol, porque la Virgen, además de
contemplarlo, a este Verbo Eterno del Padre, lo lleva en sus entrañas
virginales.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Entonces,
si se dice del Evangelista Juan que es un teólogo místico, ¿qué podemos decir
de la Siempre Virgen María, la Madre de Dios, la Virgen Inmaculada y Purísima, que
no sólo lo contempla a este Verbo Eterno, sino que lo porta con Ella en su seno
virginal? ¿Qué podemos decir de la Madre de Dios, que a ese mismo Verbo Eterno
que es Dios y que está con el Padre, contemplado por San Juan, se encarna, por
el Espíritu Santo, en sus entrañas purísimas, para darle al Verbo de Dios,
Invisible en sí mismo, de sus nutrientes maternos, tejiéndole un cuerpo humano,
para que el Hijo de Dios Invisible, al nacer de la Madre de Dios, sea visible y
pueda ser contemplado y adorado por los hombres? El Evangelista Juan es como el
águila que se remonta hasta las alturas, fijando su ojo sobrenatural en el Sol
de justicia, Cristo Jesús, que está con el Padre desde la eternidad: “El Verbo
era Dios (…) el Verbo estaba junto a Dios” y desde allí es testigo de la
Encarnación del Verbo: “El Verbo se encarnó y habitó entre nosotros”, pero la
que hace posible que el Verbo sea contemplado en su gloria, poseyendo ya su
naturalezas humana, es la Virgen, porque es Ella la que le da al Verbo
Invisible de su carne y de su sangre materna, de manera tal que el Hijo de
Dios, alojado en su seno purísimo y revestido de la substancia materna, adquiere
un cuerpo que puede ser adorado por los hombres y así cada hombre, al ver al
Hijo de Dios, revestido con la substancia materna de la Virgen, pueda decir: “Hemos
visto su gloria, gloria como de Hijo Unigénito”. Y ese Cuerpo Sacratísimo, dado
por la Virgen Madre y tejido por Ella con su propia substancia materna en los
nueve meses que duró su gestación, es el mismo Cuerpo que luego habría de
entregar en la Cruz, en sacrificio para la expiación de nuestros pecados, y es
el mismo Cuerpo que continúa entregando en cada Eucaristía, para donarnos su
Vida y su Amor divinos.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si
la Virgen Santísima engendró en su seno virginal al Cuerpo, la Sangre, el Alma
y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, para darlo al mundo en Belén como
Pan de Vida eterna, esto lo hizo en cuanto Madre y Modelo de la Iglesia, para
que la Iglesia, a su imagen y semejanza, también engendrara por el Espíritu
Santo, en su seno inmaculado y puro, el altar eucarístico, el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, donándolo a las
almas como Pan de Vida eterna en cada Santa Misa. El mismo Don que hizo la
Virgen al mundo en Belén, Casa de Pan, de dar a su Hijo Jesús como Pan Vivo
bajado del cielo, ese mismo don lo continúa la Iglesia, Nuevo Belén, al dar al
Hijo de Dios, Jesús, como Pan Vivo bajado del cielo, en la Eucaristía. Es por
esto que, parafraseando a María Santísima en el Magnificat, como Iglesia le decimos: “El Señor hizo en ti, oh
Virgen Santa y Pura, amabilísima Madre de Dios y Madre nuestra, grandes
maravillas”.
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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