El Sagrario muestra las
huellas de las balas de los comunistas nicaragüenses
Inicio: ofrecemos
esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación
sacrílega de la parroquia Jesús
de la Divina Misericordia, llevada a cabo por parte de policías y paramilitares comunistas nicaragüenses bajo el mando del
presidente de Nicaragua Daniel Ortega el pasado sábado 14 de julio de 2018. Los
mencionados esbirros fusilaron al sagrario de la parroquia, cometiendo un acto sacrílego
que recuerda los peores ataques de los comunistas españoles republicanos contra
la Iglesia en la Guerra Civil Española. Además de fusilar al sagrario, los
sicarios comunistas armados atacaron y mataron a jóvenes pertenecientes a
organizaciones juveniles católicas de la Iglesia en Nicaragua. Además,
destruyeron la parroquia, la capilla del Santísimo y la Casa Parroquial. Hacemos
nuestro el pedido de reparación de la Arquidiócesis de Managua. En la foto se
puede observar cómo quedó el sagrario luego del fusilamiento por parte de los paramilitares
comunistas nicaragüenses. Como siempre lo hacemos, además de la reparación y
desagravio, pediremos por la conversión de los autores intelectuales y
materiales de tan horrible sacrilegio y por el eterno descanso de los jóvenes
fallecidos. La información relativa al mismo se puede encontrar en el siguiente
enlace:
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Última Cena de Jesús anticipa su muerte en cruz, según
las mismas Escrituras: “En la noche en la que fue traicionado” (1 Cor 11, 23). Por este motivo, las
palabras de la consagración de Jesús –“Esto es mi Cuerpo que se entrega por
vosotros (…) Esta es mi Sangre que se derrama por vosotros”- no se puede
separar de la muerte inminente de Jesús en la cruz y tampoco se pueden explicar
sin ella[1]. Desde
el inicio hasta el final de la Última Cena se anuncian la ausencia y separación
del Maestro Jesús, al mismo tiempo que la glorificación y su señorío sobre el
tiempo, la historia y los hombres: “Haced esto en memoria mía”; “Hasta que Él
vuelva” (1 Cor 11, 26). La Última
Cena, anticipo incruento y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, anuncia
tanto la muerte de Cruz y su ausencia –“Un poco y no me veréis”-, como así
también la vida nueva de Jesús más allá de su muerte y su Presencia real entre
sus discípulos, por medio de la Resurrección y de su Presencia gloriosa y
resucitada en la Eucaristía –“Otro poco y me veréis”-. Hay un presente
doloroso, signado por la noche, la traición de Judas Iscariote, la muerte, pero
también la señalación de un futuro glorioso de vida y resurrección, en el que
Jesús presidirá otro banquete, el banquete escatológico, el banquete que será
celebrado no ya en el Cenáculo, sino en el Reino de los cielos: “Ya no beberé
del cáliz hasta que lo beba en el Reino de mi Padre” (cfr. Mt 26, 29).
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
la Última Cena está el presente doloroso de la traición de los hombres[2],
encarnada y representada en la traición de Judas Iscariote; en la Última Cena
están las palabras de despedida, el saber de Jesús que ha de morir; está
presente la muerte que sobrevuela como negro presagio; en la Última Cena está
el dolor del Corazón de Jesús que en Judas ve cómo las almas, a pesar de su
supremo sacrificio en la cruz, habrán de condenarse a lo largo de las edades;
en la Última Cena está presente la noche, pero no solo la noche cósmica, la que
se abate sobre el mundo creado cuando el sol se oculta y sale la luna: está
presente la noche del espíritu, la noche más negra, encarnada en el espíritu de
Judas, el hombre destinado a perderse, destinado por haber elegido al Príncipe
de las tinieblas y no al Hombre-Dios; está presente la noche personificada en
el Príncipe de la oscuridad, que entra en el alma sacrílega de Judas para
poseerlo cuando éste “toma el bocado”, antítesis de la comunión eucarística,
porque si en la comunión eucarística el alma es inhabitada por la Trinidad
Santísima, en la comunión sacrílega de Judas Iscariote es Satanás quien toma
posesión no solo de su cuerpo, sino de su voluntad, constituyendo así la
posesión perfecta, total y definitiva, que lleva al alma de Judas a
precipitarse en el Infierno.
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Pero
en la Última Cena también está contenida la promesa de la futura resurrección
de Jesús[3];
está contenida la promesa de su victoria definitiva sobre la muerte, el pecado
y el demonio; en la Última Cena está contenida la alegría futura, que ya se
vislumbra más allá del Viernes Santo, la alegría desbordante de la vida
gloriosa del Hombre-Dios, que surge triunfante del sepulcro el Domingo de
Resurrección. En la Última Cena está la promesa más hermosa hecha por Dios a
los hombres, la promesa de quedarse, aun cuando se vaya por la muerte en cruz,
en la Eucaristía, porque la Eucaristía, su Presencia real en la Hostia
consagrada, es el cumplimiento de la promesa de que habrá de quedarse con
nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Si en la Última Cena está la
comunión sacrílega de Judas, que prefiere unir su cuerpo y su alma al Demonio, también
están presentes las comuniones santas de los Apóstoles que, comulgando en
gracia, con fe y con amor, reciben en sus corazones la inhabitación trinitaria
de las Tres Divinas Personas. Si bien está el anticipo de la muerte de Jesús en
la cruz, en la Última Cena está también en anticipo el anuncio del banquete
escatológico que los discípulos gustarán en la eternidad, en el Reino de los
cielos. Si la Última Cena está signada por el presente doloroso de la traición
de Judas –en la que están representadas las traiciones de todos los hombres de
todos los tiempos, sobre todo, los eclesiásticos-, también la Última Cena está
signada por la promesa del futuro banquete celestial del cual participarán
Jesús y los suyos, los hombres que a lo largo de los siglos hayan permanecido
fieles a la gracia y al glorioso Amor de Dios donado en la Eucaristía.
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
la Última Cena Jesús reúne en torno a sí a los que –a excepción del hijo de la
perdición, Judas Iscariote- lo han seguido fielmente hasta ese momento (Lc 22, 8); es con ellos con los que ha
deseado ardientemente comer la Pascua antes de sufrir (Lc 22, 15)[4]. De
esta manera Jesús, ofreciéndose a sí mismo de forma anticipada en la cena
sacramental con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, deja para los discípulos y
para la Iglesia toda el sacerdocio ministerial y la Sagrada Eucaristía, modo de
cumplir su promesa de quedarse con nosotros, para consolarnos en nuestras penas
mientras vivimos en este “valle de lágrimas” todos los días, hasta el fin del
mundo y de esa manera Jesús cumple la voluntad del Padre hasta el fin. El misterio
de su muerte, que se anuncia en la Última Cena, anticipa al mismo tiempo el
misterio de su gloriosa resurrección; es decir, en la Última Cena no solo están
presentes los eventos inmediatos relacionados con su Pasión y Muerte, sino
también, ya con el don de la Eucaristía, se anticipa el triunfo final, total,
absoluto y definitivo sobre la muerte, el pecado y el demonio y se anticipa su
Presencia gloriosa en el banquete celestial, banquete que es el cumplimiento de
la voluntad del Padre. El Padre no lo ha mandado a morir solamente, sino a
morir y a resucitar y tanto la muerte como la resurrección están presentes en
la Última Cena, porque anuncia que habrá de partir, pero anuncia también que
entrega su Cuerpo y su Sangre, que constituirán el alimento de la Iglesia a lo
largo de los siglos, pero también serán el elemento central del banquete
escatológico en el Reino de los cielos: “Ya no beberé de este cáliz hasta que lo
beba en el Reino de mi Padre”. Su muerte, anunciada en la Última Cena,
constituye así un evento de salvación para todos aquellos que, en el tiempo de
la Iglesia, “haciendo memoria” de lo que Jesús ha hecho en la Última Cena,
participen de su gloriosa muerte y resurrección, mediante la unión con Él por
la Eucaristía.
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por
medio de la Última Cena, a través de la cual permanecerá con los suyos hasta el
fin por el don de la Eucaristía, Jesús hará participar a los suyos de su
victoria sobre la muerte, al ingresar en sus almas por la Hostia consagrada. Los
actos y palabras de la institución eucarística anticipan su misterio pascual de
muerte y resurrección: se entrega voluntariamente a la muerte de cruz –significada
sacramentalmente por la consagración separada del pan y del vino-, para hacer
de su vida un don de vida eterna para todos los que crean en Él, porque si bien
morirá en la cruz, es también verdad que resucitará el Domingo de Resurrección,
de manera tal que todos aquellos que crean en Él y participen del Pan partido –que
es su Cuerpo donado- y del Vino del cáliz –que es su Sangre derramada en la
cruz-, recibirán el don de la vida eterna[5].
Es de misterio pascual de muerte y de resurrección del cual participamos cada
vez que, adorando, recibimos la comunión eucarística.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Carlo Rocchetta, I
Sacramenti della fede. Saggio di teología bíblica dei sacramenti come “evento di
salvezza” nel tempo della Chiesa, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 1998,
98.
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