sábado, 28 de julio de 2018

Hora Santa en reparación por agravio contra la Santa Misa en obra de teatro blasfema en Rosario Argentina 220718



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en reparación y desagravio por blasfema obra de teatro realizada en Rosario, Argentina, el pasado mes de julio de 2018. La información pertinente al lamentable hecho se encuentra en los siguientes enlaces:



En dicha “obra” de teatro, en realidad se lleva a cabo una burla blasfema de la Iglesia, de la Virgen y de la Santa Misa, además de promocionar el aborto, al haber colocado pañuelos verdes en las imágenes sagradas. Otro hecho repugnante es que los “intérpretes” perpetraron el sacrilegio en un estado de total desnudez, atentando así contra la moral y el pudor. Nos solidarizamos con el Obispo de Rafaela en Argentina, Mons. Luis Fernández, quien escribió una carta dirigida a su comunidad en la que expresa “dolor y repudio” ante la puesta en escena de una obra de teatro que se burla de la Virgen María, la Misa y promociona el aborto. Se trata de la obra teatral “Dios” del dramaturgo Lisandro Rodríguez, llevada a cabo el viernes 20 de julio en el Centro Cultural Municipal.

 Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         ¿Por qué los cristianos “exaltamos” la Cruz? Pareciera en esto haber una contradicción, porque exaltar la Cruz significa exaltar la humillación, al mismo tiempo que glorificar la ignominia[1] y ensalzar el dolor, la muerte y la efusión violenta de sangre. ¿Podemos, como cristianos, “exaltar la Cruz”, si la Cruz significa todo esto? La pregunta es válida tanto más cuanto que “fiesta” significa alegría y esto parece una contradicción, porque la fiesta viene del aumento de la vida y la Cruz es muerte de la vida. La Cruz, por el contrario, significa destrucción de la vida, muerte, dolor y tormento de la existencia. Por estos motivos, parece haber una contradicción insalvable en la Fiesta de la Exaltación de la Cruz, porque pareciera que los cristianos celebramos lo que la Cruz, a los ojos de los hombres, representa: destrucción, ignominia y muerte. Precisamente, cuando se ve con ojos humanos y sin la luz de la fe, la Cruz es rechazada por el mundo pagano y por los judíos, como lo dice la Escritura: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles” (1 Cor 1, 23). La respuesta al porqué los cristianos celebramos la Cruz, la exaltamos y hacemos fiesta, es porque en ella, Cristo Dios, que es Quien cuelga de la Cruz, invierte con su omnipotencia todos los valores[2] y así, a la humillación, la ignominia y el oprobio de la Cruz, la convierte en gloria divina y la muerte en vida, pero no en vida creatural, sino en vida divina. Porque en la Cruz Jesucristo invierte todos los valores, es que los cristianos hacemos fiesta y exaltamos la Santa Cruz.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Los judíos piden señales, es decir, poderío divino; los griegos –los paganos- piden sabiduría, es decir, inteligencia: ambas cosas están contenidas, en grado infinito, en la Cruz, porque en la Cruz resplandecen el poder divino de Jesucristo y la Sabiduría de Dios, Cristo Jesús. Resplandece  el poder de Dios, porque el que muere en la Cruz no es un simple hombre, sino el Hombre-Dios, que con su poder, destruye a la muerte, vence al Demonio y borra el pecado de las almas de los hombres; en la Cruz resplandece la Sabiduría de Dios, porque Cristo Jesús es Dios y a la violencia del hombre que lo crucificaba con sus pecados, instigado por el Demonio, con su mansedumbre y humildad venció la soberbia y el orgullo del Ángel caído, nos dio su Vida eterna y con su Sangre borró para siempre nuestros pecados. Todo lo que los hombres buscan, sea poder divino, sea sabiduría divina, está contenido en la Santa Cruz de Jesús, porque el que está Crucificado es el Hombre-Dios, la Sabiduría de Dios encarnada, Jesucristo.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Ante el misterio insondable de la Santa Cruz, la inteligencia creatural debe callar y solo contemplar[3]. La Santa Cruz no tiene explicación humana, no puede comprenderse, entenderse ni valorarse si se mira a la cruz con las solas capacidades de la inteligencia creatural. Es necesario que Dios mismo, desde la Cruz, nos infunda un rayo de su gracia, para que su sabiduría divina ilumine las tinieblas de nuestra razón y nos haga contemplar a la Cruz en su realidad mistérica: en la Cruz no cuelga un malhechor, sino el Hijo de Dios; en la Cruz no triunfan ni el odio del demonio ni la malicia de los hombres, sino la humildad y la misericordia divinas; en la Cruz Dios no ha sido vencido ni ha fracasado: por el contrario, en la Cruz Dios ha triunfado de manera rotunda sobre los tres grandes enemigos del hombre, el Demonio, la Muerte y el Pecado, porque ha vencido al Dragón, ha destruido a la muerte y ha lavado los pecados de los hombres, y todo al precio altísimo de la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, derramada en la Santa Cruz, en el Calvario, el Viernes Santo, y derramada cada vez, por el misterio de la liturgia eucarística, en el Cáliz del altar, para ser vertida en las almas de los hombres.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Solo la luz de la gracia puede revelar al hombre el misterio insondable de la Cruz. Solo la gracia, con la cual viene ya infuso el deseo de salvación eterna, puede hacer comprender al hombre que en la Cruz la inteligencia humana es absolutamente insuficiente para escudriñar siquiera las insondables profundidades de su realidad de misterio sobrenatural. Solo la gracia da la sabiduría divina, que es la sabiduría de la Cruz y solo por la gracia el alma puede escuchar y aceptar el mensaje de la Escritura acerca de la Cruz[4]: “La doctrina de la Cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que salvan (…) Porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la flaqueza de Dios más poderosa que los hombres” (1 Cor 1, 18-25). La Cruz es necedad para los que se pierden, porque sin la luz de la gracia no pueden contemplar al Salvador, que es el que pende de la Cruz y con su Sangre derramada salva a la humanidad, de manera que el que se pierde –por propia voluntad- es porque no ve que ese Hombre que cuelga de la Cruz es el Mesías de Dios, es Dios hecho hombre que con su Sangre salva al mundo. En cambio, el que posee la sabiduría de Dios, verá en la Cruz es poder omnipotente de Dios que por la Sangre del Cordero derrota a las potencias malignas de los aires para dar al hombre la posibilidad de la inhabitación de la Trinidad en su alma; destruye a la muerte, para darnos la Vida divina que late en su Corazón de Dios, a cambio de su muerte y así dar muerte a nuestra muerte y, por último, darnos su gracia santificante al puesto del pecado que antes ocupaba nuestros corazones. ¿Que un hombre crucificado en un remoto pueblito de Palestina, en un rincón perdido del imperio romano, alejado de todo centro de poder humano, abandonado de los suyos y acompañado solo por su Madre, sea el centro de la salvación del mundo? Es una locura y suena una locura a la luz de la razón humana, pero “la locura de Dios es más sabia que los hombres” (cfr. 1 Cor 1, 18-25). ¿Que un hombre débil, agotado, agonizante primero y muerto después, en aparente –solo aparente- fracaso de sus ideas sea el centro de la historia de la humanidad, pues Él en la Cruz triunfa para siempre sobre los enemigos de la humanidad y de Él depende la salvación de toda la raza humana? Sí, porque la flaqueza de Dios es más poderosa que los hombres” (cfr. 1 Cor 1, 18-25).

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Si para los hombres la Cruz es necedad, locura y escándalo y para Dios es sabiduría, poder divino y gracia, es porque en la Cruz todos los valores han sido invertidos por el mismo Dios que de ella cuelga[5]. Para los hombres la Cruz es ignominia, castigo, dolor, muerte, humillación; para Dios, la Cruz es gloria, paz, humildad, misericordia, solaz, porque Él todo lo transforma con su omnipotencia divina. Lo que para los hombres es sabio, noble y fuerte –el hombre sin Cruz-, para Dios es necio, vulgar y débil, porque está sujeto a sus propias pasiones  y a su propio pecado. Y para lo que los hombres es necedad y locura –un hombre que, crucificado, salve al mundo-, para Dios omnipotencia y sabiduría divina –porque el que cuelga de la Cruz es el Hombre-Dios, quien con su omnipotencia transforma e invierte todos los valores-. Es en la Cruz y a la luz de la gracia que los valores terrenos se invierten y se convierten en los verdaderos misterios salvíficos sobrenaturales, porque es Dios quien invierte estos valores y los convierte en misterios de salvación. Por la Cruz, el hombre tiene acceso a una realidad superior, sobrenatural, mistérica, que lo saca de este mundo y lo conduce, por la Sangre del Cordero, a la unión mística con la Trinidad. Lo  que para los hombres es separación de Dios –porque el hombre, al crucificar a su Dios, cumple el acto de máxima separación de su Dios-, el mismo Dios lo convierte en unión mística con Él, por medio de la unión con su Cuerpo crucificado y con su Sangre derramada. Por la Cruz, el hombre, que creía haber dado muerte a su Dios, obtiene de Dios el perdón misericordioso y la unión con Él, en esta vida y por la eternidad.



[1] Cfr. Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 166.
[2] Cfr. Casel, ibidem.
[3] Cfr. Casel, ibidem.
[4] Cfr. Casel, ibidem.
[5] Cfr. Casel, ibidem.

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