Inicio: ofrecemos
esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación
sacrílega de una Iglesia en Canarias, España, profanación ocurrida cuando un
grupo de hombres vestidos de mujer utilizaron a la sede parroquial como
camerino para su espectáculo inmoral. La información relativa al sacrilegio
mencionado, ocurrido en el mes de julio de 2018, se encuentra en la siguiente
dirección electrónica:
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia santificante es una cualidad grandiosa, sobrenatural, otorgada por Dios
y mediante la cual nos hacemos partícipes de la naturaleza divina y sus
propiedades[1].
Al haber sido nuestra naturaleza humana elevada y glorificada por la
participación en la naturaleza divina, comenzamos a formar una unión íntima,
misteriosa y viva con Dios, lo cual aumenta todavía más el valor y la gloria de
la gracia. Es a la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, la
Persona Divina a la cual se le atribuye, en primer lugar, la unión de Dios con
la creatura y de la creatura con Dios. Siendo el Espíritu Santo el
representante personal del Amor Divino, del que procede, es en virtud de este
amor que se obra la unión de Dios con la creatura. Es decir, en la unión de
Dios Trino con la creatura, el “encargado”, por así decirlo, de esta unión, es
el Espíritu Santo, o sea, el Amor de Dios. Ahora bien, puesto que Dios se une a
nosotros por el Amor, como hemos visto –la Tercera Persona de la Trinidad-, en
la vida de la gracia nuestra unión con Dios consistirá principalmente en el
amor que le profesemos. Si Dios se une a nosotros por amor, es lógico que nosotros
le respondamos uniéndonos a Él por amor. A Dios no lo mueve, para unirse a
nosotros, otra cosa que el Amor Divino, el Espíritu Santo; es lógico entonces que,
de nuestra parte, seamos capaces de responder a este Divino Amor con nuestro
amor, por pequeño y limitado que sea, según el adagio: “Amor con amor se paga”.
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El Espíritu Santo, según la Tradición, es el don por
excelencia hecho por Dios al hombre[2]. Esto
quiere decir que todo el misterio pascual del Hombre-Dios –su Encarnación,
Pasión, Muerte y Resurrección- está encaminado y tiene como objetivo el don del
Espíritu Santo a la humanidad, el cual la santifica con su Presencia. El Espíritu
Santo, donado a la Iglesia por parte de Jesús resucitado en Pentecostés y a cada
alma en particular en la comunión eucarística –con lo que la comunión
eucarística se convierte así en un mini-Pentecostés o en un Pentecostés
personal-, lo cual constituye un Don cuyo valor sobrenatural, infinito y
eterno, por sí mismo, está fuera del alcance de toda imaginación y de toda
capacidad de raciocinio por parte de la creatura inteligente, sea hombre o
ángel. Ahora bien, esta presencia del Espíritu Santo en el alma, consecuencia
del misterio pascual del Hombre-Dios Jesucristo, no excluye la presencia de las
otras Personas Divinas, el Padre y el Hijo. Por esta verdad de la inhabitación
trinitaria del alma, que se produce cuando el alma comulga en estado de gracia,
con fe y con amor, podemos decir que la comunión eucarística constituye un Don
tan inmensamente grande del Amor eterno de Dios, que no nos alcanzarán las
eternidades de eternidades, ni para comprenderlo en su plenitud, ni para
valorarlo adecuadamente, por lo que es nuestro deber de amor y justicia para
con la Trinidad el comenzar a dar gracias ya desde esta vida terrena, en todo
momento y circunstancia, postrándonos en adoración ante el Santísimo Sacramento
del altar.
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Según los más grandes santos de la Iglesia, como Santo
Tomás, “con la gracia nos viene el Espíritu Santo, el cual se nos da en la
gracia y por la gracia permanece en nosotros de modo inefable”[3]. Ahora
bien, esta presencia del Espíritu de Dios en nosotros, posible por la gracia,
ejerce una acción transformadora de nuestras almas: según el Apóstol, el
Espíritu de Dios nos transforma, por medio de su poder divino, en imagen de
Dios[4].
En otras palabras, sin la gracia, somos simplemente creaturas, seres creados,
limitados, que participan del Acto de Ser porque poseen el ser, pero con la
gracia, se da en nosotros una transformación vital y cualitativa, porque
pasamos de ser, de creaturas, a imágenes vivientes de Dios. Esta transformación
no es meramente externa: es una transformación interna, interior, sobrenatural
y la imagen que más nos sirve para entender de qué se trata, es la del fuego que,
al penetrar en la madera, la convierte en brasa incandescente y a tal punto que
se puede decir que la madera, por la acción del fuego, se transforma en el
mismo fuego. Como dice un autor, “es como el sello con el que Dios imprime en
nuestra alma la imagen de su naturaleza divina y de su santidad”. Así como el
sello moldea la cera y deja impresa en ella su imagen, así el Espíritu Santo,
sello del Amor de Dios en el alma, moldea el alma a imagen y semejanza de Dios,
al hacerla partícipe de su naturaleza divina. Pero a diferencia del sello que imprime
su forma en la cera, que para hacerlo es necesario que entre en íntimo contacto
con ella, el Espíritu Santo no puede darnos su gracia sin dársenos Él mismo, y
de ahí el nombre de Don de dones. Si la gracia es un don, el Espíritu Santo es
el Don que hace posible el don de la gracia.
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por la gracia viene a nosotros el Espíritu Santo e inhabita
en nuestras almas, aunque también es cierto que es el Espíritu Santo el que
debe venir primero a nosotros, para que nosotros poseamos la gracia. En la
gracia y por la gracia poseemos al Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos da la
gracia y por la gracia obtenemos no sólo más gracia, sino al Amor de Dios, el
Espíritu Santo y esto es un misterio sobrenatural inefable, conseguido para
nosotros al precio altísimo de la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios,
crucificado por nuestros pecados. Por la gracia el alma se vuelve capaz no solo
ya de gozar de los bienes creados, como toda creatura, sino que se vuelve capaz
de gozar del Bien Increado en sí mismo, Dios Uno y Trino y “es ésta la misión
invisible del Espíritu Santo al hacernos el don de la gracia santificante”[5],
pero no obstante esto, junto con la gracia, el Espíritu Santo se nos dona Él
mismo en Persona, de manera que pasamos a poseerlo como un bien de nuestra
posesión personal. Otro aspecto a considerar es el modo de amar al Espíritu
Santo por la gracia: no solo conocemos y amamos al Espíritu Santo y gozamos del
Espíritu Santo, tal como se conoce y se goza y se ama a un objeto que no nos
pertenece ni que no es inherente a nosotros, sino que la gracia nos capacita
para conocer, amar y gozar del Espíritu Santo en sí mismo, en su misma
substancia[6],
porque la gracia hace que poseamos al Espíritu Santo en su Persona, en su Ser
mismo de Dios. En otras palabras, la substancia divina no sólo es el objeto de
nuestro gozo –tal como lo puede ser un objeto que no nos pertenece- sino que
está presente en nosotros de un modo inefable, real e íntimo.
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La forma en la que el Espíritu Santo está unido a nosotros
por la gracia es equivalente a la unión que en el cielo tienen los
bienaventurados con Dios: así como en la otra vida la visión beatífica de Dios
es inconcebible sin la presencia real e íntima de Dios en el alma, así también
en esta vida podemos amar a Dios de un modo sobrenatural, desde el momento en
que está presente de la manera más íntima en nuestra alma, como objeto de
nuestro amor[7].
Si en el cielo Dios es el objeto de la visión beatífica, en la tierra y por la
gracia, Dios es el verdadero alimento de nuestra alma, a la cual está unido tan
estrechamente, como lo está el alimento al cuerpo. También el amor sobrenatural
de Dios es ya un verdadero abrazo espiritual por el que le tenemos, le poseemos
y lo disfrutamos en lo más profundo del alma, como si fuera algo propio, de
nuestra propia pertenencia. Entonces, en esta vida, el Espíritu Santo viene a
nosotros de dos maneras: como el autor de la gracia y junto con ella y luego,
en un segundo momento, es la gracia la que nos lleva y nos une a Él, pero de
manera tal que gozamos de Él como algo que es de nuestra propiedad, porque nos
pone en posesión del Espíritu Santo, de la naturaleza divina y de las otras
divinas Personas, las del Padre y del Hijo.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Editorial Desclée de Brower,
Buenos Aires 1945, 58.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem.
[3] Cfr. Summa Theol., I. q. 38, a. 1; q. 43, a. 3.
[4] Cfr. Scheeben, ibidem.
[5] Cfr. Summa Theol., I, q, 43, a. 3.
[6] Cfr. Scheeben, ibidem.
[7] Cfr. Scheeben, ibidem.
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