Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por la profanación cometida
contra la Eucaristía en la ciudad de Mar del Plata, según consta en el
siguiente portal informativo: https://www.aciprensa.com/noticias/profanan-la-eucaristia-y-asaltan-a-misioneras-de-la-caridad-en-argentina-14409/ A modo de reparación por este sacrilegio,
ofreceremos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, tomando como
tema las figuras de la Eucaristía: el cordero pascual, el maná del desierto,
Melquisedec, el Arca de la Alianza, y el profeta Elías. pediremos por la
conversión de quienes perpetraron este sacrilegio, además de nuestra
conversión, la de nuestros seres queridos, y la de todo el mundo.
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
El
cordero de la Pascua hebrea, sacrificado primero y asado luego al fuego, es imagen
de Jesucristo, Cordero Pascual que fue muerto y sacrificado en el altar de la
cruz, para ser luego abrasado en el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo,
en la Resurrección. La cena pascual hebrea consistía en cordero asado, pan
ázimo -es decir, sin levadura-, y vino que se servía en el cáliz de bendición,
todo acompañado por hierbas amargas. Sin embargo, la pascua judía era solo una
figura de la verdadera Pascua, que es la que celebramos nosotros en la Santa
Misa: allí nos alimentamos con la Carne del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado
del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, todo lo cual es acompañado
por las hierbas amargas de la tribulación de la Santa Cruz de Jesús. Por la
Eucaristía, los cristianos no solo recordamos a nuestro Redentor, sino que nos
unimos a Él por la gracia, la fe y el amor, y nos hacemos participamos de su
Pasión comiendo su carne en la Sagrada Comunión, y al recordar que Cristo subió
a la cruz para sacrificarse y entregar su vida por nosotros como manso cordero,
nos unimos a Él en la Santa Misa como víctimas de la Divina Justicia y de la
Divina Misericordia, para la salvación de las almas. Los hebreos celebraban con
gran unción y piedad la Cena Pascual, cena por la cual agradecían a Yahvéh por
las maravillas que había obrado a su favor, los grandiosos milagros por las
cuales los había sacado de Egipto; nosotros, los cristianos, no celebramos la
figura de la Pascua, sino la Pascua real y verdadera, Cristo Jesús, el Cordero
de Dios que obra la maravilla de llevarnos, por su Cruz y su Sangre, desde la
miseria de nuestra nada en la tierra, al seno eterno del Padre en el Reino de
los cielos.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Luego
de salir de Egipto, los israelitas caminaron por cuarenta años por el desierto,
peregrinando hacia la Tierra Prometida, la Jerusalén terrena, y en este largo peregrinar,
los hebreos recibieron un alimento milagroso caído del cielo, llamado “Maná”, gracias
al cual pudieron atravesar el desierto y llegar a Jerusalén. Sin embargo, ese Maná,
aún siendo milagroso, porque venía del cielo, era sólo una figura y un anticipo
del verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía. El Maná que recibieron los
israelitas era milagroso por su origen, pero era solo un alimento terreno, que
alimentaba los cuerpos, pero no las almas, y al ser alimento terreno, era
perecedero y, sobre todo, no alimentaba el alma ni concedía la vida eterna. Los
cristianos no caminamos por un desierto de arena en dirección a la Jerusalén
terrena, sino que caminamos por el desierto de la vida hacia la Jerusalén
celestial y así como los israelitas necesitaron de un Maná celestial para
fortalecer sus cuerpos y no perecer en el desierto, así también los cristianos
necesitamos un alimento celestial, que es el Verdadero Maná bajado del cielo,
el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, que nos alimenta el alma con la
substancia misma de Dios, con su Vida eterna y con su Amor infinito, dándonos
así la fuerza espiritual más que suficiente para llegar a nuestro destino
final, la Patria del cielo, la Jerusalén celestial, cuya Lámpara es el Cordero.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En el Antiguo Testamento el rey y sacerdote Melquisedec
ofrece pan y vino al Único y Verdadero Dios, Yahvéh, en acción de gracias por
una gran victoria obtenida por Abraham. En Melquisedec, sacerdote del Dios
Altísimo, está representado Jesucristo, “Rey de reyes y Señor de señores” y Sumo
y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, y la ofrenda de Melquisedec, hecha de
pan y vino simboliza y representa a su vez a la ofrenda de la Iglesia, que sin
embargo no ofrece a Dios Trino las substancias materiales e inertes inertes del
pan y vino terrenos, sino la substancia humana glorificada del Hombre-Dios
Jesucristo, unido a la substancia divina y a la Persona divina del Cordero de
Dios, contenidas en acto en el Pan de Vida eterna y en el Vino de la Alianza
Nueva y definitiva, la Eucaristía; por su parte, la Iglesia, al igual que
Melquisedec, ofrece por manos del sacerdote ministerial, representante del Sumo
Sacerdote Jesucristo y que actúa in
Persona Christi, la ofrenda eucarística, no por una victoria terrena sobre
enemigos terrenos, como la de Abraham, sino por la victoria obtenida por el
Cordero de Dios, inmolado en la cruz, sobre los tres grandes enemigos del
hombre, el Demonio, el mundo y la carne.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En el Arca de la Alianza se guardaba una porción del maná,
el pan milagroso caído del cielo, con el cual Dios había alimentado a su Pueblo
y gracias al cual el Pueblo Elegido no solo no había perecido en el desierto,
sino que había sido hecho capaz de alcanzar la Tierra Prometida, la Jerusalén
terrena. Así, el Arca de la Alianza del Antiguo Testamento se convierte en
figura de los sagrarios de la Iglesia Católica, en donde se guarda el Verdadero
Maná, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, el Pan celestial con el que
Dios Padre alimenta al Nuevo Pueblo Elegido en su peregrinar, por el desierto
de la vida y la historia humana, hacia la Jerusalén celestial, cuya “Lámpara es
el Cordero” (cfr. Ap ). A diferencia del Arca de la Alianza, que contenía un
maná milagroso, pero no dejaba de ser una substancia inerte, en los sagrarios
de la Iglesia Católica se contiene al Dios de la Eucaristía, Jesucristo, el
Hombre-Dios, la Persona Segunda de la Trinidad encarnada en el seno virgen de
María Santísima, el Dios Viviente y la Vida Increada en sí misma, Creador de
toda vida creatural y participada, y por esta razón es que los católicos
debemos acudir a los tabernáculos de la tierra, para postrarnos en acción de
gracias y adoración al Dios de los sagrarios, Cristo Jesús, Pan Vivo bajado del
cielo, que nos alimenta con el contenido de su Sagrado Corazón Eucarístico, el
Amor de Dios, el Espíritu Santo. El Maná del Arca de la Alianza no era el Dios
Viviente, sino el recuerdo de su amor, porque por amor a su Pueblo les había
enviado el Maná; el Maná del Sagrario católico ES el Dios Viviente, el mismo
Yahvéh del Antiguo Testamento, revelado como Trinidad de Personas por Jesús de
Nazareth y encarnado en la Persona del Hijo, y así es la Eucaristía la Segunda
de estas Tres Divinas Personas, Presente en el Tabernáculo, en la Eucaristía,
con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, encarcelado en el sagrario, para
darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El profeta Elías, en su peregrinación al Monte Horeb,
experimentó un agotamiento tal de sus fuerzas, que le resultaba imposible
cumplir con la misión que Dios le había encomendado. Para auxiliarlo en la
misión y para que pudiera llevarla a cabo, Dios envió a un ángel del cielo,
quien le dio pan y así pudo el profeta, fortalecido por este pan, continuar su
peregrinación por cuarenta días más y llegar al Monte santo. A nosotros, Dios
no nos envía un ángel para que nos dé un pan terreno, sino que Dios Padre envía
a Dios Hijo, por el Amor de Dios Espíritu Santo, para que se encarne en María
Santísima y, naciendo en Belén, Casa de Pan, como Pan Vivo bajado del cielo, se
nos dé a nuestras almas todo Él, no un pan sin vida, como el que recibió Elías,
sino Él, que es el Dios Viviente y Autor de toda vida, oculto en algo que
parece pan sin levadura, pero ya no es más pan terreno, sino que es el Pan del
cielo, la Eucaristía, que nos nutre con la substancia misma de la divinidad
para que, así fortalecidos con este manjar celestial, lleguemos al Nuevo Monte
Horeb, el Reino de los cielos.
Meditación final.
El cordero pascual hebreo no podía perdonar los pecados,
como sí lo puede hacer Jesús Eucaristía, el Cordero de Dios, que viene a su
Iglesia desde el cielo en cada Santa Misa, invisible, para renovar su
sacrificio en cruz, para entregar su Cuerpo en la Eucaristía y derramar su
Sangre en el cáliz, por nuestra salvación. Son las palabras de la consagración,
pronunciadas por el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, a través de la voz del
sacerdote ministerial humano, las que producen el milagro de la
Transubstanciación, por el cual el pan y el vino, sin vida, se convierten en el
Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús baja
del cielo, por el poder del Espíritu Santo, en cada Santa Misa, para quedarse
en la Eucaristía y para donar, a quien lo reciba con fe y con amor, el Amor
infinito y eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico. Jesús Eucaristía es Dios
Hijo en Persona, y es a Él a quien adoramos en la Adoración Eucarística y en la
Sagrada Comunión, cuando nos acercamos a comulgar. Y a quien lo recibe con fe y
con amor en la Eucaristía, Jesús le concede la Vida eterna: “Si alguno come de
este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne… El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día” (Jn
6, 51-57).
Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para
ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones
de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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