Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación por la profanación de la Santa Misa ocurrida en Brasil,
en donde el arzobispo del lugar permitió que una “ministra” anglicana “concelebrara”
(¡?) y además le permitió ¡comulgar!, lo cual está prohibido para quien no haya
recibido los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Para mayores datos
acerca de este lamentable suceso, consultar el siguiente enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=0jX6gLNkRoE&t=2s
Canto de entrada: “Cristianos, venid, cristianos,
llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Es causa de asombro comprobar con cuánta ligereza los
católicos cambiamos la dignidad infinita de la gracia santificante, por los
barros y lodos del pecado y su indignidad[1]. Es
como si un príncipe, nacido en un palacio de marfil y en cuna de oro, cambiara
su dignidad real por la mendicidad; el oro y la plata, el cedro y el ciprés de
su mobiliario real, por mendrugos de pan y por harapos como vestimenta. ¿Qué
nube oscura, de origen maligno, ciega las mentes de los católicos, que tan
despectivamente desprecian la gracia santificante de los Sacramentos?
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Con la gracia sucede como con el que escala una
montaña y, por un descuido negligente de su parte, pierde el equilibrio y cae
de las alturas a las que había llegado. De la misma manera, cuanto mayor es la
altura que conseguimos mediante la gracia, tanto más profunda es la caída, si
llegamos a perderla. Un ejemplo que prefigura lo que decimos es Nabucodonosor:
era un rey poderoso, invencible, con un reino inmenso, que luego fue
transformado en un animal (cfr. Dn 4,30). Lo mismo sucede con el alma
que pierde la gracia: de ser superior a los ángeles, por participar en la vida
trinitaria, a ser rebajada a un nivel inferior a las bestias irracionales.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Es por esta razón que es imperioso reconocer, desde un
principio y no cuando ya la hemos perdido, la hermosura celestial y sobrenatural
que la gracia santificante concede al alma. Así, al apreciarla, el alma tendrá
el mundo a sus pies, pues valdrá más que todo el universo visible e invisible
juntos, porque participa de la vida de la Santísima Trinidad, de las Tres
Divinas Personas. Si por la gracia hemos sido colocados en el cielo mismo,
estando todavía en la tierra, ¿por qué habría un alma de revolcarse en el fango
de la tierra y del pecado?
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Ya los filósofos paganos comprendieron, con su razón
natural, que el amor a los bienes de aquí abajo es insensato cuando se lo compara
con el cielo, con los astros. Decía uno de ellos: “Si se diera a las abejas la
inteligencia humana, repartirían su pequeño dominio en numerosas provincias,
como acostumbran hacerlo los reyes de la tierra”. Otro afirmaba: “Si miráramos
a nuestro planeta desde el sol o desde la luna creeríamos ver un pequeño
círculo: los reinos más dilatados, sin hablar de los campos y las praderas,
aparecerían como puntos imperceptibles”. Si unos filósofos paganos, con la luz
de su sola razón natural, se daban cuenta que los bienes de esta vida son nada
si los comparamos con los del cielo, ¡cuánto más nosotros, iluminados por la
luz de la gracia santificante, no debemos considerar como motas de polvo a las
montañas de oro y plata, cuando la comparamos con el más mínimo grado de
gracia, el mayor bien celestial concedido a nosotros los hombres por la Divina Misericordia!
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Entonces, al contemplar y reflexionar que, por la
gracia santificante, obtenida al precio altísimo de la Sangre del Cordero de Dios
en el Sacrificio del Calvario, Sangre que es derramada cada vez de modo sacramental
e incruento en el Cáliz de salvación, en la Santa Misa, hagamos el propósito de
que nuestro comportamiento, nuestros actos cotidianos, sean acordes a dicha
gracia y el único modo en que lograremos este objetivo, es imitando a los
Sagrados Corazones de Jesús y María. Cuando nos acerquemos a recibir, por la Comunión
Eucarística, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, le pidamos a la Madre de
Dios que sea Ella quien comulgue por nosotros, para que este Tesoro infinito
que es el Corazón Eucarístico de Jesús derrame sus gracias sin medida sobre
nuestros pobres corazones.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Matías José Scheeben, Las maravillas de la gracia divina,
Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1945 24.
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