Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
en reparación por el ultraje cometido por la política liberal ecologista suiza
Sanika Amety contra una imagen sagrada de la Virgen y el Niño. La susodicha
política utilizó la imagen sagrada como blanco de su arma de dióxido de
carbono, subiendo luego las imágenes a su cuenta de la red social “X”, aunque
luego borró el video. Para más detalles sobre el sacrílego atentado, se puede
consultar el siguiente enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=3RvVYHq6EUE
Canto de entrada: “Postrado a vuestros pies
humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Afirma un autor que “la santidad no es posible si no
vivimos constantemente en la humildad, con el odio al pecado y con el arrepentimiento
del pecado”[1].
Ahora bien, continúa este mismo autor, estos sentimientos de contrición y de
pesar de sí mismos, deben tener por fin último y primario y exclusivo a Nuestro
Señor Jesucristo para ser saludables, puesto que el orgullo puede subsistir
bajo las apariencias de una falsa humildad. Si no existe en el alma la
intención de imitar a Cristo, no hay santidad posible y cualquier virtud se
convierte en falsa virtud, incluida la humildad, la virtud explícitamente
pedida por Jesucristo: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt
11, 29).
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
En este sentido, la Santa Misa nos ayuda a comprender
la verdadera y auténtica virtud de la humildad, cuando contemplamos, con la luz
del Espíritu Santo, la inmensa majestad del Hombre-Dios Jesucristo, Quien Es el
que se hace Presente en Persona en la Sagrada Eucaristía con su Cuerpo y su
Sangre luego de las palabras de la consagración, por el milagro de la
transubstanciación. Luego de contemplar la inmensa majestad de la Eucaristía,
la comparamos con la realidad de nuestra nada más pecado y así nos vemos en
nuestra nada y caemos en la cuenta de que el menosprecio de nosotros mismos
frente a Dios es lo que nos corresponde existencialmente.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Al compararnos con la infinita majestad de la Sagrada
Eucaristía en el Altar Eucarístico, en la Santa Misa, no cabe otra cosa que el
menosprecio de nosotros mismos y así caemos en la cuenta que la adulación que
nosotros nos hacemos a nosotros mismos, no corresponde en absoluto con la
realidad de nuestro ser en acto. Solo el menosprecio, por nuestra realidad de
nada más pecado, nos corresponde, frente a la realidad absolutamente grandiosa
del Pan Vivo bajado del cielo y esto contribuye grandemente en hacernos crecer
en la humildad y en el anonadamiento y en el menosprecio de nuestro “yo” y de
nuestra soberbia y orgullo.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
La grandeza infinita, sin límites, de la renovación
incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, nos
facilita la tarea de sabernos carentes de todo mérito; todavía más, podríamos
decir que, a los méritos infinitos de Nuestro Señor Jesucristo en el Altar de
la Cruz, el Calvario -y en la Cruz del Altar, la Santa Misa-, le oponemos la
carencia infinita de méritos de nuestra parte, con lo cual resalta nuestra nada
absoluta y a esa nada absoluta le agregamos el pecado, con lo cual es más que
suficiente para postrarnos ante el Cristo crucificado del Altar Eucarístico,
menospreciándonos a nosotros mismos y al mismo tiempo, reconociendo en Cristo
al Dios Todopoderoso, Glorioso y Tres veces Santo, que por nosotros desciende
del Cielo para dejar su Cuerpo Santísimo en la Hostia y su Sangre Gloriosísima
en el Cáliz.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Ahora bien, por la Santa Misa, no solo logramos
acceder a la realidad del vacío de nuestra nada más pecado, sino que luego de
despreciarnos en la nada de nuestra soberbia y en nuestro orgullo, podemos
colmar esta nada y este vacío con los méritos infinitos de Nuestro Señor
Jesucristo, que por su infinita misericordia nos pertenecen, porque Él nos los
consiguió para nosotros en la Cruz del Calvario y nos los dona en la Cruz del
Altar. Así la nada de la miseria de
nuestro ser humano pecador, se colma con la gloria del Ser divino trinitario
que se nos dona por la Eucaristía.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.