Cruz invertida y objeto de burlas y "diversiones" en Nola, Nápoles, Italia,
el pasado 23-11-18. No toleraremos tamaño ultraje a la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesús.
Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
Santo Rosario meditado en reparación a un gravísimo ultraje y blasfemia contra
la Santa Cruz de Jesús, llevados a cabo en una discoteca en Italia. La
sacrílega acción consistió en colocar una cruz en forma invertida en el centro
de la discoteca y dirigirle toda clase de insultos, como forma de “diversión”. La
información pertinente al desagradable atentado blasfemo contra la Santa Cruz
de Jesús se puede encontrar en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Oh, Buen Jesús, yo creo firmemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesucristo, el Hombre-Dios, obró maravillas, signos y
prodigios de todo tipo en el mundo: curó enfermos, expulsó demonios, resucitó
muertos, multiplicó panes y peces, hizo los milagros de las pescas abundantes,
entre muchísimos otros milagros más. Ahora bien, si la gracia es superior –como
afirman San Agustín y Santo Tomás- a todas las obras de la naturaleza, sino que
es también superior en grado y excelencia a todas las obras milagrosas que ha
hecho Dios Hijo encarnado en el mundo[1]. La
gracia excede a todo tipo de milagros, sean de dotes de gloria para los cuerpos
–como atravesar parees, por ejemplo, como lo hace Jesús resucitado-, sea de
resurrección, sea de curación de algún tipo de mal o enfermedad. La infusión de
la gracia por parte de la omnipotencia y la misericordia divinas exceden y
superan a todos estos milagros que, comparados con la gracia, son obras menores.
Según San Agustín, la gracia habitual que es infundida por Dios en el alma, es
superior incluso a todos los milagros visibles que obró Nuestro Señor
Jesucristo. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que sepamos siempre apreciar el valor infinito de la gracia
santificante, mayor que cualquier milagro!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si
la transfiguración de los cuerpos en la gloria de Dios parece y es una obra
maravillosa, en donde resplandecen la omnipotencia, la sabiduría, el amor y la
majestad divinas, mucho más grandiosa es la gracia que se le concede al hombre,
por medio de la cual su corazón se contrista por el dolor de haber pecado. En
efecto, un acto de contrición, de verdadero y perfecto dolor de los pecados, es
un don concedido por la misericordia divina y es infinitamente más precioso que
la transfiguración del cuerpo, porque por la contrición, el alma se salva, ya
que se trata de un dolor de pecados salvífico. Todavía más, es más grandiosa la
gracia de la contrición del corazón que la resurrección de un muerto, porque
por la resurrección, lo que sucede es que simplemente el alma se une al cuerpo,
mientras que por la contrición, es el alma misma la que vuelve a la vida, al
recibir la gracia divina que la hace partícipe de la naturaleza y de la vida de
Dios Uno y Trino. Es esto lo que afirma San Agustín, Doctor de la Iglesia: “Si
Dios te hizo hombre y tú te haces justo –por la gracia-, haces cosa mejor que
el mismo Dios hizo”[2].
¡Madre Santísima, Nuestra Señora de la
Eucaristía, concédeme la gracia de morir antes que cometer un pecado mortal o
venial deliberado!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
infusión de la gracia por medio del Sacramento de Confesión, con la cual el
alma vuelve a la vida divina luego de estar muerta por el pecado, es obra más
excelente que la resurrección de un cuerpo muerto, según San Juan Crisóstomo: “Cosa
más excelente es dar salud al alma muerta con pecados –esto es, la recepción de
la gracia en el Sacramento de la Penitencia o Confesión-, que resucitar por
segunda vez a la vida a los cuerpos muertos”[3]. También
el mismo santo dice, en el mismo sentido: “El mayor milagro de San Pablo y
mayor que resucitar muertos, fue la conversión de los pecadores”[4]. En
el mismo sentido, un autor, Roberto Victorino, afirma: “No sé si puede el
hombre recibir de Dios cosa más grande en esta vida; no sé si pueden en ella
hacer Dios gracia mayor al hombre, que concederle que por su ministerio los
hombres perversos se muden a mejor vida y que los hijos del demonio se hagan
hijos de Dios. Acaso le parecerá a alguno que es más resucitar muertos; pero,
¿por ventura será cosa mayor resucitar la carne, que ha de tornar a morir, que
el alma, que ha de vivir para siempre? No debía la esposa de Dios recibir de su
Esposo otro dote, ni convino al Esposo dar otro dote a su esposa, sino que por
la gracia de adopción pueda engendrar para Dios muchos hijos y de hijos de ira
y de infierno, inscribirlos por herederos del Cielo”[5]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre nos mantengamos en gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos del
Cielo!
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
También
otros santos afirman que el don de la gracia es mayor que todos los milagros de
Dios, siendo el don de la gracia preferible al don de resucitar muertos. En el
tercer libro de sus Diálogos, dice San Gregorio: “Si abrimos los ojos
interiores del alma y consideramos atentamente lo que no se ve, hallaremos que
es mayor milagro, sin duda, convertir a un pecador con la palabra de la
predicación –la conversión no es una deducción de la razón humana, sino una
acción de la gracia, N. del R.- y con la fuerza de la oración, que dar vida a
un cuerpo muerto. Porque, ¿cuál piensas que fue mayor milagro del Señor:
resucitar a Lázaro y dar vida al cuerpo que olía ya mal en la sepultura, o
resucitar el alma de Saulo, que lo perseguía, y trocarle en Paulo y hacerle
vaso de elección? Sin duda que fue mucho mayor milagro y de mayor provecho para
la Iglesia de Dios, el convertir a Paulo que el resucitar a Lázaro; y así es
menos resucitar el cuerpo muerto que no el alma”[6]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que con tu
ayuda celestial nuestras almas no experimenten nunca la muerte espiritual a
causa del pecado y que se mantengan siempre frescas, vivas y rozagantes por la
gracia de Jesús!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Ahora
bien, parafraseando nosotros a los santos y doctores de la Iglesia, podemos
decir que si Nuestro Señor Jesucristo realizó sólo algunos milagros de
resurrección en el Evangelio –al menos los que están documentados y revelados-,
la Santa Madre Iglesia, por un lado, realiza innumerables milagros mayores
todos los días, a lo largo y ancho del mundo, por medio del Sacramento de la
Penitencia, pues por este admirable sacramento, regresa a la vida de la gracia
y saca de su mortandad espiritual a cientos de miles de almas muertas por el pecado.
Por otro lado, si la gracia es un don infinitamente mayor que el don de resucitar
muertos, la Santa Madre Iglesia realiza, todos los días, sobre el Altar
Eucarístico, un milagro frente al cual, la resurrección de los muertos o
cualquier otro milagro, incluido el de la Creación visible e invisible, son
poco menos que nada, y es el milagro de la conversión de las substancias
muertas e inertes del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, por el milagro de la
transubstanciación, producido al pronunciar el sacerdote ministerial –que actúa
in Persona Christi- las palabras de la consagración sobre las materias sin vida
del pan y del vino, estas se convierten en el mismo Señor Jesucristo, quien entrega
su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el Cáliz. El milagro de la
Transubstanciación es, entonces, el milagro de los milagros, el milagro que se
desarrolla ante nuestros ojos, sobre el altar eucarístico y es superior
infinitamente no solo a los milagros de resurrección, sino a todos los milagros
realizados por Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede ante tu Hijo Jesús, para que
nuestras mentes y corazones, al asistir a la Santa Misa, sean capaces de
contemplar, a la luz de la fe, el Milagro de los milagros, frente al cual,
todos los otros milagros son casi como nada, la conversión del pan y del vino
en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y que seamos capaces de
postrarnos en adoración ante la Eucaristía, en señal de acción de gracias y de
adoración a tu Hijo Jesús, el Cordero de Dios!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 22.
[2] Serm. 15, De Verb. Apost.; en Nieremberg, o.
c.
[3] Homil. 4.
[4] Homil. 25.
[5] In Benjamin. Minore, cap. 44.
[6] Cfr. Cap. 17.
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