sábado, 1 de diciembre de 2018

Hora Santa en reparación por blasfemia contra la Santa Cruz en Italia 231018


Cruz invertida y objeto de burlas y "diversiones" en Nola, Nápoles, Italia,
el pasado 23-11-18. No toleraremos tamaño ultraje a la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesús.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación a un gravísimo ultraje y blasfemia contra la Santa Cruz de Jesús, llevados a cabo en una discoteca en Italia. La sacrílega acción consistió en colocar una cruz en forma invertida en el centro de la discoteca y dirigirle toda clase de insultos, como forma de “diversión”. La información pertinente al desagradable atentado blasfemo contra la Santa Cruz de Jesús se puede encontrar en el siguiente enlace:

Canto inicial: “Oh, Buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Jesucristo, el Hombre-Dios, obró maravillas, signos y prodigios de todo tipo en el mundo: curó enfermos, expulsó demonios, resucitó muertos, multiplicó panes y peces, hizo los milagros de las pescas abundantes, entre muchísimos otros milagros más. Ahora bien, si la gracia es superior –como afirman San Agustín y Santo Tomás- a todas las obras de la naturaleza, sino que es también superior en grado y excelencia a todas las obras milagrosas que ha hecho Dios Hijo encarnado en el mundo[1]. La gracia excede a todo tipo de milagros, sean de dotes de gloria para los cuerpos –como atravesar parees, por ejemplo, como lo hace Jesús resucitado-, sea de resurrección, sea de curación de algún tipo de mal o enfermedad. La infusión de la gracia por parte de la omnipotencia y la misericordia divinas exceden y superan a todos estos milagros que, comparados con la gracia, son obras menores. Según San Agustín, la gracia habitual que es infundida por Dios en el alma, es superior incluso a todos los milagros visibles que obró Nuestro Señor Jesucristo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que sepamos siempre apreciar el valor infinito de la gracia santificante, mayor que cualquier milagro!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Si la transfiguración de los cuerpos en la gloria de Dios parece y es una obra maravillosa, en donde resplandecen la omnipotencia, la sabiduría, el amor y la majestad divinas, mucho más grandiosa es la gracia que se le concede al hombre, por medio de la cual su corazón se contrista por el dolor de haber pecado. En efecto, un acto de contrición, de verdadero y perfecto dolor de los pecados, es un don concedido por la misericordia divina y es infinitamente más precioso que la transfiguración del cuerpo, porque por la contrición, el alma se salva, ya que se trata de un dolor de pecados salvífico. Todavía más, es más grandiosa la gracia de la contrición del corazón que la resurrección de un muerto, porque por la resurrección, lo que sucede es que simplemente el alma se une al cuerpo, mientras que por la contrición, es el alma misma la que vuelve a la vida, al recibir la gracia divina que la hace partícipe de la naturaleza y de la vida de Dios Uno y Trino. Es esto lo que afirma San Agustín, Doctor de la Iglesia: “Si Dios te hizo hombre y tú te haces justo –por la gracia-, haces cosa mejor que el mismo Dios hizo”[2]. ¡Madre Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, concédeme la gracia de morir antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La infusión de la gracia por medio del Sacramento de Confesión, con la cual el alma vuelve a la vida divina luego de estar muerta por el pecado, es obra más excelente que la resurrección de un cuerpo muerto, según San Juan Crisóstomo: “Cosa más excelente es dar salud al alma muerta con pecados –esto es, la recepción de la gracia en el Sacramento de la Penitencia o Confesión-, que resucitar por segunda vez a la vida a los cuerpos muertos”[3]. También el mismo santo dice, en el mismo sentido: “El mayor milagro de San Pablo y mayor que resucitar muertos, fue la conversión de los pecadores”[4]. En el mismo sentido, un autor, Roberto Victorino, afirma: “No sé si puede el hombre recibir de Dios cosa más grande en esta vida; no sé si pueden en ella hacer Dios gracia mayor al hombre, que concederle que por su ministerio los hombres perversos se muden a mejor vida y que los hijos del demonio se hagan hijos de Dios. Acaso le parecerá a alguno que es más resucitar muertos; pero, ¿por ventura será cosa mayor resucitar la carne, que ha de tornar a morir, que el alma, que ha de vivir para siempre? No debía la esposa de Dios recibir de su Esposo otro dote, ni convino al Esposo dar otro dote a su esposa, sino que por la gracia de adopción pueda engendrar para Dios muchos hijos y de hijos de ira y de infierno, inscribirlos por herederos del Cielo”[5]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que siempre nos mantengamos en gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos del Cielo!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

También otros santos afirman que el don de la gracia es mayor que todos los milagros de Dios, siendo el don de la gracia preferible al don de resucitar muertos. En el tercer libro de sus Diálogos, dice San Gregorio: “Si abrimos los ojos interiores del alma y consideramos atentamente lo que no se ve, hallaremos que es mayor milagro, sin duda, convertir a un pecador con la palabra de la predicación –la conversión no es una deducción de la razón humana, sino una acción de la gracia, N. del R.- y con la fuerza de la oración, que dar vida a un cuerpo muerto. Porque, ¿cuál piensas que fue mayor milagro del Señor: resucitar a Lázaro y dar vida al cuerpo que olía ya mal en la sepultura, o resucitar el alma de Saulo, que lo perseguía, y trocarle en Paulo y hacerle vaso de elección? Sin duda que fue mucho mayor milagro y de mayor provecho para la Iglesia de Dios, el convertir a Paulo que el resucitar a Lázaro; y así es menos resucitar el cuerpo muerto que no el alma”[6]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que con tu ayuda celestial nuestras almas no experimenten nunca la muerte espiritual a causa del pecado y que se mantengan siempre frescas, vivas y rozagantes por la gracia de Jesús!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ahora bien, parafraseando nosotros a los santos y doctores de la Iglesia, podemos decir que si Nuestro Señor Jesucristo realizó sólo algunos milagros de resurrección en el Evangelio –al menos los que están documentados y revelados-, la Santa Madre Iglesia, por un lado, realiza innumerables milagros mayores todos los días, a lo largo y ancho del mundo, por medio del Sacramento de la Penitencia, pues por este admirable sacramento, regresa a la vida de la gracia y saca de su mortandad espiritual a cientos de miles de almas muertas por el pecado. Por otro lado, si la gracia es un don infinitamente mayor que el don de resucitar muertos, la Santa Madre Iglesia realiza, todos los días, sobre el Altar Eucarístico, un milagro frente al cual, la resurrección de los muertos o cualquier otro milagro, incluido el de la Creación visible e invisible, son poco menos que nada, y es el milagro de la conversión de las substancias muertas e inertes del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, por el milagro de la transubstanciación, producido al pronunciar el sacerdote ministerial –que actúa in Persona Christi- las palabras de la consagración sobre las materias sin vida del pan y del vino, estas se convierten en el mismo Señor Jesucristo, quien entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el Cáliz. El milagro de la Transubstanciación es, entonces, el milagro de los milagros, el milagro que se desarrolla ante nuestros ojos, sobre el altar eucarístico y es superior infinitamente no solo a los milagros de resurrección, sino a todos los milagros realizados por Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede ante tu Hijo Jesús, para que nuestras mentes y corazones, al asistir a la Santa Misa, sean capaces de contemplar, a la luz de la fe, el Milagro de los milagros, frente al cual, todos los otros milagros son casi como nada, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y que seamos capaces de postrarnos en adoración ante la Eucaristía, en señal de acción de gracias y de adoración a tu Hijo Jesús, el Cordero de Dios!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 22.
[2] Serm. 15, De Verb. Apost.; en Nieremberg, o. c.
[3] Homil. 4.
[4] Homil. 25.
[5] In Benjamin. Minore, cap. 44.
[6] Cfr. Cap. 17.

No hay comentarios:

Publicar un comentario