Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación por el ultraje cometido contra la Catedral de Viena,
Austria, el pasado 04 de diciembre de 2018. El sacrilegio consistió en la
realización, dentro de la Catedral, de un concierto de rock. En el siguiente
enlace se puede leer el resto de la triste noticia:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Las reflexiones de un filósofo pre-cristiano y pagano
como Séneca, nos pueden ayudar a valorar la gracia. Este filósofo, aun no
siendo cristiano, experimentaba un gran rechazo por las riquezas materiales,
desde el momento en que él advertía que las podemos tener, pero no ser lo bueno
de ellas, porque sólo se pueden poseer exteriormente, pero no se pueden tener
en el interior del alma[1]. Decía
así: “Ponme en una casa riquísima; pon que pueda usar el oro y plata que
quisiere; no me estimaré por estas cosas, las cuales, aunque estén junto a mí,
están fuera de mí”[2].
Si alguien posee riquezas materiales, éstas no lo vuelven, a su poseedor, ni
más bueno, ni más sano, ni más fuerte. Si alguien posee una gran cantidad de
oro, por ejemplo, no verá su cuerpo cubierto de oro; incluso, si fuera rey de
los mismos ángeles, no poseería el entendimiento de los mismos, ya que la mera
posesión de estas riquezas materiales no llega a la persona, sino que queda
fuera, sin darle ni su forma, ni su ser. No sucede así con la gracia, porque no
sólo excede infinitamente a todo bien temporal y natural, sino que da de su
mismo ser y grado a quien la tiene. La gracia, que es superior a toda riqueza
natural, hace al que la tiene también superior a toda la naturaleza, elevándolo
a su poseedor a un grado mayor y superior a cuantas naturalezas ha creado Dios
en el cielo y en la tierra. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones estén fijos en la gracia y no
en los bienes de la tierra!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación
La superioridad de la gracia, como bien espiritual y
celestial, se demuestra en que no sólo es superior a todo bien natural, sino en
que concede, a quien la posee, la grandeza de su bondad y de su santidad, de
manera que no ya el cuerpo, exteriormente, goza de la gracia, como sucede con
los bienes materiales, sino ante todo es el alma la cual, en su esencia
espiritual, la que recibe la grandeza de su majestad y santidad. Como afirman
los santos, un grado de gracia tiene más valor que todo el universo, por lo que
el que alcanza este grado de gracia, tiene más valor que todo el universo. La gracia
es mayor que todos los milagros, por lo que el que posee la gracia, se puede
considerar más afortunado que si hubiera recibido los más grandes milagros,
como los relatados en el Evangelio. La gracia que justifica es la más grande de
entre las obras divinas, porque pertenece al orden sobrenatural, de manera que quien
la tiene, se realiza a un ser sobrenatural y estado divino. Es esto lo que dice
San Cirilo Alejandrino: “Los que por la fe de Cristo fueron llamados, dejaron
la vileza de su naturaleza y por la gracia de Cristo, que así nos honró, como
vestidos de una resplandeciente púrpura, suben a una dignidad sobrenatural”[3]. ¡Cuántos, llevados por la vida mundana y los
apetitos y deseos de este mundo, se desvelan por las riquezas materiales, sin
darse cuenta de que un grado de gracia vale más que el universo entero! ¡Cuánta
paz obtendrían para sus almas, si sus intereses estuvieran puestos en los
bienes del cielo!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La inferioridad de las cosas materiales radica en que,
además de ser inferiores a las cosas celestiales, no pueden comunicar al alma
aquello que son, permaneciendo sólo en el ámbito de lo corporal, pero sin
enriquecer el espíritu. Es decir, aun cuando se posean ingentes cantidades de
bienes materiales, estos en nada pueden enriquecer al alma. No sucede así con
la gracia, puesto que por ella, todo el ser del hombre es ensalzado por encima
de la naturaleza y colocado en un estado sobrenatural. Al que está en gracia,
Dios lo corona como rey de toda la creación, por encima de hombres y creaturas
en estado natural. Y esto es así, aun cuando el hombre en gracia esté colmado
de dolores, tribulaciones, pesares y angustias, porque más se aventaja un
hombre en gracia, que los serafines y ángeles de las más perfectas esencias. Dionisio
Cartujano dice así: “La preciosidad de la acción meritoria se toma por parte de
la gracia, que hace al hombre grato a Dios, lo cual es una sobrenatural
semejanza de la esencia divina, y por parte de la creatura racional, que por la
gracia es constituida en ser sobrenatural”[4]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que
nuestros corazones estén apegados al más grande de los bienes celestiales, la
gracia santificante, que nos hace semejantes a Dios y partícipes de su
naturaleza!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si la adquisición de la gracia eleva al hombre por encima
de todo bien natural, su pérdida comporta, para el mismo hombre, la mayor y más
grande de las desgracias. Un ejemplo bíblico está en Nabucodonosor, “que del
trono más sublime del mundo fue abatido a ser bestia”[5]. La
caída de ese rey poderoso, de quien dice el profeta Daniel (4, 7) que su
grandeza llegó hasta el cielo y su poder hasta los fines de la tierra, que en
una hora fue despojado de su majestad y de su reino y echado al campo con las
fieras[6] y
que terminó comiendo heno como un buey y durmiendo en los montes desiertos como
oso; al que le crecieron los cabellos como plumas de águilas y las uñas se le
encorvaron como a las arpías, éste rey, así transformado, es sólo una pálida
imagen del alma que, arrojando de sí la corona de la gracia otorgada por Dios,
se arroja en el pecado y se deja arrastrar por
las más innobles pasiones. Quien pierde la gracia, pierde mucho más que
un reinado terreno y que una figura corporal, porque se abate a ser compañía,
no de fieras o bestias salvajes, sino de demonios[7]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, infunde en
nuestros corazones un gran horror por el pecado y un gran amor por la gracia,
para que seamos siempre amigos e hijos de Dios y herederos del Reino!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El hombre cristiano debe conocer la dignidad sobrenatural
que le otorga la gracia y vivir conforme a ella, es decir, no solo debe vivir
alejado del mundo y sus atractivos, sino que debe vivir de manera tal que la conservación
y el aumento de la gracia sean para él el objetivo constante de su vida. Quien
desea vivir en la gracia, debe hacer el esfuerzo de despegar, de forma
constante, su corazón, de las cosas de la tierra. Los filósofos antiguos, aun
no conociendo las maravillas de la gracia, consideraban que si un alma llegaba
a elevarse por encima de las estrellas y contemplar, desde allí, la nada a la
que se reduce el mundo entero, entonces este hombre habría ganado para sí la
paz del alma, pues tendría por poco más que nada el mundo entero y sus bienes
materiales. Con mayor razón, el cristiano, que sabe cuánto vale el más pequeño
grado de gracia, que es inmensamente mayor a todo el universo, debe tener por poco
más que nada las riquezas y los atractivos de este mundo que pasa y que es solo
figura del verdadero mundo y la verdadera vida, el Reino de los cielos y la
vida eterna.
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a
Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Juan
Eusebio Nieremberg, Aprecio y
estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 36.
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