Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la presencia de un árbol de
Navidad satánico, levantado en California, EE. UU., el pasado 03 de diciembre
de 2018. Incluso puede verse cómo, en lugar de la estrella de Belén, se encuentra
la cabeza del ídolo demoníaco Baphomet. La información relativa al penoso hecho
se encuentra en los siguientes enlaces:
Canto inicial: “Tu
scendi dalle stelle”.
Oración
de entrada: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Para
darnos una idea acerca de la grandeza de la gracia, debemos considerar que su
grandeza trasciende toda perfección de cualquier naturaleza creada o creable,
llegando a la perfección de la naturaleza divina. Si consideráramos, por
ejemplo, que Dios le concediese a sólo una alma de todas las que Él creó, la
infusión del don de la gracia –esa misma gracia que se administra por los
sacramentos, comenzando por el bautismo-, todas las creaturas del universo quedarían
admiradas por la belleza de esta alma; los querubines se humillarían; los
serafines, de la más encumbrada naturaleza, la reconocerían con veneración; los
tronos y las dominaciones hincarían ante esta alma sus rodillas, reconociendo
en esta dignidad de la gracia infundida en el alma, que la hace participar de
la naturaleza divina, de grado infinitamente superior a su naturaleza angélica,
es decir, la reconocerían como incomparablemente mayor y mejor que su propia
naturaleza angélica[1].
Todo el resto de las creaturas racionales e intelectuales, estarían admiradas
por aquel divino estado al que habría sido encumbrada dicha creatura humana.
Ahora bien, esto es lo que produjo en el Ángel caído una envidia tan grande,
que su soberbia no pudo con él y terminó por rebelarse contra Dios, por no
inclinar él, un ángel, sus rodillas, ante el alma de un hombre en gracia.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación
La grandeza que encierra la gracia que
la Santa Madre Iglesia otorga a los hombres, convirtiéndolos en hijos adoptivos
de Dios por el Bautismo sacramental, es tan grande, que los más grandes
Doctores y Padres de la Iglesia encuentran incluso dificultad para expresar
semejante grandeza, aunque lo hacen, tanto como lo permite el idioma humano.
Así, por ejemplo, San Dionisio Areopagita[2]
que la grandeza de la gracia es tal, que levanta a quien la tiene a un estado
divino, comunicándole una vida divina. En el mismo sentido dice San Máximo[3]:
“Es propio de la gracia dar a las creaturas la divinidad; la cual gracia, con
luz sobrenatural, ilustra a la naturaleza y por la excelencia de su gloria la
constituye sobre sus propios términos”, es decir, por sobre sus límites
naturales. Santo Tomás[4]
dice que la gracia “deifica y endiosa” el alma. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca jamás elijamos los bienes
del mundo antes que el bien infinito de la gracia!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
A la grandeza de la gracia otorgada
libre y gratuitamente por Dios al alma, gracia por la cual el alma es
divinizada, se le agrega el modo en el que es conferida. Dicen los autores que
no es otorgada al modo como se otorgan las honras mundanas, por merecimientos o
logros, sino por libre don gratuito de Dios. Además, a diferencia de las honras
mundanas, que sólo afectan extrínsecamente, sin tocar en lo más mínimo el ser y
la naturaleza del hombre, la gracia hace partícipe al alma de tal manera de la
naturaleza divina, que la endiosa, lo cual quiere decir que su ser y su naturaleza
divina se vuelven partícipes del ser y la naturaleza divina de Dios, es decir,
la gracia endiosa intrínsecamente a la creatura. Es un don que inhiere, no en
lo exterior y superficial, sino en su ser más profundo, elevándolo a la unión
con el Ser de Dios, de manera que el alma viene a tener por la gracia lo que
Dios tiene por naturaleza, es decir, santidad y majestad divina. Así dice Santo
Tomás: “Aquello que está en Dios substancialmente, se obra accidentalmente en
el alma que participa la divina bondad”[5]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que el don
libremente otorgado de la gracia divina, que deifica nuestras almas, sea
conservado por nosotros como el don más preciado, al punto de dar la vida antes
que perderlo!
Silencio para
meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
forma en la que la gracia hace participar al alma de la naturaleza divina,
endiosándola, la describen los santos con distintos ejemplos, como San
Atanasio, que lo explica con la semejanza de un licor precioso y aromático, que
pega su olor a quien ungen con él, comunicándole las mismas calidades de
fragancia y suavidad. Así como en una caja en donde se ha colocado un ámbar,
aunque no tenga en ella la substancia del ámbar, tiene los mismos accidentes,
como el aroma, el perfume, la suavidad y así también la persona en quien por
medio de la gracia se recibe el Espíritu Santo aunque en substancia no sea ella
Dios, queda con unas propiedades divinas y accidentalmente se obra en ella lo
que en Dios está substancialmente. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, que nuestra alma quede impregnada de la gracia, el
perfume, el aroma, la santidad y la majestad de la gracia recibida en los
sacramentos, para que así nos veamos unidos a la naturaleza de Dios del modo
más excelso e íntimo que jamás pueda concebirse!
Silencio para
meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Otro
ejemplo de San Atanasio es el del sello, para declarar lo mismo, parafraseando
a San Pablo, quien afirma de los que han recibido la gracia como de quienes
“han sido sellados con el Espíritu Santo”. Dice así San Atanasio: “Sellados de
esta manera, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina”. La razón es que,
así como el sello imprime en la cera toda su figura, la cual, quedándose en
substancia cera, tiene todo cuanto estaba en el sello, así también una creatura
que recibe la gracia, quedándose creatura, recibe una forma divina y se hace
deiforme y viva imagen del Creador y figura de su bondad y santidad. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestra
pobre alma de creaturas pecadoras, queden marcadas con el sello del Espíritu
Santo, para que al ser reconocidas por el Rey de los cielos como la firma de su
Hijo Jesús, no nos desprecie, sino antes bien, nos tenga como bien preciado de
su propiedad!
Un Padrenuestro, tres Ave Marías,
un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud
e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Niemeyer, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 46.
[2] Cap. 3, Eccles. Hierarch.
[3] Cent. 1, Cap. 76.
[4] 1, 2, q. 112, art. 1.
[5] 1, 2, q. 110, art. 2, ad. 2
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