viernes, 24 de noviembre de 2017

Hora Santa en reparación por ultraje a Iglesia Católica en Argentina 071117


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de una iglesia en Argentina –la Parroquia Nuestra Señora del Rosario, perteneciente al Arzobispado de Paraná-, la cual fue cubierta en sus paredes con lemas favorables al aborto y ofensivos contra Dios. La información acerca del lamentable hecho se puede encontrar en el siguiente enlace:
         Nos unimos de esta manera al pedido del Arzobispado de Paraná, de “elevar una oración en desagravio”: “Por su parte y a en su cuenta de Twitter, la oficina de prensa del Arzobispado de Paraná señaló: “Repudiamos lo sucedido en la Iglesia parroquial de Crespo. Invitamos a elevar una oración en desagravio por tales hechos””. Al mismo tiempo, pedimos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la de quienes cometieron este acto, y por el mundo entero.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

El alma que, en la tierra, reconoce el misterio de la Cruz, consigue luego en el cielo el premio de su redención. Es decir, aquel que, en la tierra, contempla a Jesucristo, el Hombre-Dios, crucificado, es luego glorificado en el Reino de los cielos. Esto significa que el conocimiento del “misterio escondido por los siglos”, la Cruz redentora del Salvador, le corresponde el premio de la eterna bienaventuranza[1]. La contemplación del Cordero en la Cruz, cubierto de su propia Sangre, que brota de sus heridas abiertas; coronado de espinas; clavado al madero por tres gruesos clavos de hierro; humillado; blasfemado y aparentemente vencido, conduce a la visión gloriosa del Cordero “como degollado” en los cielos, el Cordero que es “la Lámpara de la Jerusalén celestial”, ante quien los ángeles y santos se postran en adoración exclamando con gozo inefable: “Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo”. La contemplación de la Cruz conduce a la visión beatífica; la contemplación, en el tiempo, de la Sangre de la Cruz conduce a la contemplación, en la eternidad, de la gloria del Cordero.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Los cristianos deberíamos no solo esforzarnos cada vez más por “alcanzar el conocimiento de la Cruz”[2], sino que deberíamos hacer de la Cruz –y por lo tanto, de la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Sacrificio de la Cruz- el centro de nuestras vidas. Nuestras vidas, nuestro ser, todo lo que somos y tenemos, debería girar en torno a la Cruz. La Cruz –y la Eucaristía- deberían ser, para nosotros, como el astro sol para los planetas: así como los planetas giran alrededor del sol, en una armoniosa danza dispuesta por el Creador de todas las cosas, así nuestras almas deberían girar en torno a la Cruz -y en torno a la Santa Misa-. La razón es que la Cruz –Cristo en la Cruz- es el Camino hacia el Padre: “Yo Soy el Camino” (Jn 14, 6). Jesús crucificado en el Calvario, Jesús crucificado en el altar eucarístico, Nuevo Calvario del Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia Católica, es el Camino para aquello que es infinitamente más grande y hermoso que los cielos infinitos y hermosos: el seno de Dios Padre. Y a su vez, el camino para llegar a Cristo crucificado, no es el del temor servil, el de la sumisión forzada por el miedo a un tirano déspota, sino el del amor, porque, ¿quién puede tener miedo de un hombre que se nos muestra crucificado, cubierto de heridas sangrantes, coronado de espinas, humillado, agonizante? El modo de llegar a Cristo crucificado es el del amor, pero no el amor humano, que no puede, por sí mismo, entrever ni amar el misterio del Hombre-Dios, sino el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo. Quien se acerca a la Cruz y se postra ante el Cordero “como degollado”, lo hace con piedad y con temor filial, pero lo hace, ante todo, movido por el Amor de Dios, el Divino Amor del Padre y del Hijo. Postrarse ante la Cruz, movido por este Divino Amor, es ya una garantía de que Dios nos ama tanto, que no quiere esperar a la vida eterna para darnos su amor, sino que quiere darnos de ese Amor Divino ya, desde esta vida terrena, y lo hace a través de la Cruz de Jesús.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Cruz de Jesús porta un doble carácter[3]: es signo de ignominia, porque es la muerte más humillante que pueda hombre alguno experimentar, pero también de gloria, porque en la Cruz se manifiesta en su esplendor la gloria de Dios; es signo debilidad, porque quien está crucificado aparece a los ojos de los demás, como vencido por sus enemigos, pero también de fuerza divina, porque en la Cruz Dios demuestra su omnipotencia, venciendo a la muerte al dar su vida divina, venciendo al pecado al donar su gracia, y venciendo al Demonio y al Infierno entero al aplastar la cabeza del Dragón infernal; es signo de esclavo, porque eran los esclavos los que morían crucificados, pero es signo del rey, porque el que reina desde el madero es Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores; es signo de dolor, porque no hay muerte más dolorosa que la crucifixión, pero es signo de alegría eterna, porque Cristo Dios en la Cruz convierte, con su omnipotencia, al dolor en alegría, al destruir para siempre las tinieblas que esclavizaban al hombre y al concederle el perdón divino y la gracia de la divina filiación; es signo del poder del pecado, que tiene tanta fuerza como para dar muerte al Hombre-Dios, pero al mismo tiempo, es signo de santidad, porque Quien muere en la Cruz es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, que es la Santidad Increada en sí misma, la misma santidad que es comunicada al hombre por la Sangre Preciosísima que brota de las heridas abiertas del Cordero. ¡Misterio de la Cruz!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Cruz es la manifestación de la Verdad divina en todo su esplendor, porque Quien está crucificado es el Hijo de Dios, la Sabiduría del Padre, la Verdad Increada, encarnada en Jesús de Nazareth. Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” y es por eso que quien contempla a Cristo en la Cruz, contempla la Verdad Absoluta de Dios. Quien se aleja de la Cruz, se interna en las tinieblas del error, de la apostasía, de la ignorancia, de la herejía, porque fuera de la Cruz, que ilumina al mundo con la luz de Cristo, que es la luz de Dios, está el Príncipe de las tinieblas, que es “el Padre de la mentira”. El mundo está bajo el poder del maligno y es por eso que el mundo sin Dios está asentado sobre la mentira del Padre de la mentira, Satanás, y es la razón por la cual el mundo y los que son del mundo y no de Dios, odian a la Cruz, que manifiesta a los hombres el esplendor de la Verdad Divina. Quien quiera estar en la Verdad de Dios y no en la falsedad y el error del Padre de la mentira, el Ángel caído, debe postrarse ante la Cruz y adorar la Verdad encarnada y crucificada, Cristo Jesús y después de adorar al Señor en la Cruz, debe subir con Él para ser crucificado con Él[4]. En la Cruz, Cristo Jesús, Verdad de Dios, ilumina las almas con la luz de su Ser divino trinitario y disipa las “tinieblas y sombras de muerte” en las que el hombre vive inmerso. El “espíritu de la verdad y el espíritu del error” (cfr. 1 Jn 4, 4-6) se diferencian y se separan entre sí por la Cruz: quien adora a Cristo crucificado –quien adora a Cristo Eucaristía- está en la Verdad; quien se aleja de la Cruz y de la Eucaristía, se aleja de la Verdad de Dios Trino y es envuelto en la falsedad, el error, la apostasía y la ignorancia del mundo y de los suyos: “(…) el que no es de Dios no escucha a los que son de Dios” (cfr. 1 Jn 4, 4-6). Los que se apartan del mundo y se acercan a la Cruz, salen de las tinieblas y se acercan al misterio de Dios, “oculto por los siglos” y revelado a los hombres por Cristo Jesús crucificado, muerto y resucitado. ¡La Cruz es signo, al mismo tiempo, de derrota de la falsedad y de triunfo y victoria de Dios sobre las tinieblas del hombre y del Ángel caído!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Además de revelar la Verdad de Dios, la Cruz revela el Amor de Dios[5], porque Jesucristo, que es la Misericordia Divina encarnada, junto al Padre, dona el Espíritu Santo, el Amor de Dios, por medio de la Sangre que brota de su Corazón traspasado. Es por esto que, quien se acerca a la Cruz y se postra ante el Redentor, besando con amor y piedad sus pies crucificados, recibe sobre sí la Sangre Preciosísima del Redentor, que cae sobre el alma y el corazón de los que adoran la Cruz. En un sentido totalmente opuesto al del Pueblo Elegido, que pedía que la Sangre del Redentor “cayera sobre ellos” –“¡Que caiga sobre nosotros su Sangre!”[6]-, el Nuevo Pueblo de Dios, postrado ante la Cruz, también hace la misma petición, pero con la intención de verse purificado de su malicia, al tiempo que santificado por la Sangre del Cordero: “¡Que caiga sobre nosotros su Sangre; que su Sangre caiga sobre nuestros corazones y sobre nuestras almas, para que, purificados del pecado por esta Sangre Preciosísima, seamos colmados de toda gracia y bendición!”. La Cruz entonces no solo revela el Amor de Dios, sino que lo dona por medio de la Sangre Preciosísima del Cordero y el alma, en acción de gracias, debe postrarse ante el Hombre-Dios crucificado y ofrecerle el humilde homenaje de su amor y de su adoración. De esta manera vemos cómo la Cruz es misterio de Amor, del Amor de un Dios que, para mendigar el mísero amor de su creatura predilecta, el hombre, no duda en dejarse crucificar, llevado por este mismo Amor suyo al hombre, Amor que es Eterno, Infinito, incomprensible, inagotable.

           Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré”.

        




[1] Cfr. Odo Casel, Misterio de la Cruz, 158.
[2] Cfr. Casel, o. c., 158.
[3] Cfr. Casel, o. c., 159.
[4] Cfr. Casel, o. c., 161.
[5] Cfr. Casel, o. c., 161.
[6] Cfr. Mt 27, 25.

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