sábado, 4 de noviembre de 2017

Hora Santa en reparación por ultraje a la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena de Sevilla 121017


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por el ultraje sufrido por la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena en Sevilla, España. En esta ocasión, la imagen de la Madre de Dios ha sido ultrajada al ser usada vilmente para promocionar un musical. La información relativa a este lamentable ataque contra Nuestra Madre del cielo, se encuentra en el siguiente enlace:
         Como siempre lo hacemos, pediremos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la del mundo entero, y la de quienes perpetraron este vil ataque contra Nuestra Madre celestial.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

En la Encarnación del Verbo, el Espíritu Santo “cubre con su sombra” a la Madre de Dios, siempre Virgen, para que el Verbo Eterno del Padre, encarnándose, encuentre una morada más preciosa que el oro, en el seno de la Virgen Madre. Así como la divinidad estaba en el Arca y en el Templo en el Antiguo Testamento, ahora, esta misma divinidad, revelada como Dios Uno y Trino, se encarna en la Persona del Hijo en la Nueva Arca, el seno virginal de María Santísima, e inhabita en el Nuevo Templo, la mente, el alma, el cuerpo y el Corazón Inmaculados y Purísimos de la Madre de Dios. El Pueblo Elegido poseía el Arca, que era solo figura del Arca Nueva y definitiva, una Custodia viviente, más preciosa que el oro y la plata, la Virgen Santísima, porque en Ella inhabitaba el Amor de Dios, el Espíritu Santo, por quien el Verbo Eterno del Padre se encarnó en su seno. El Pueblo Elegido adoraba a Dios Uno en el templo, pero ese templo era la figura del Nuevo Templo, un Templo Purísimo, colmado de la gracia y del amor de Dios, la Virgen Santísima, que alojaba en su seno virginal al Hijo de Dios encarnado, que tomando carne y sangre de su Madre amantísima, habría de subir algún día a la Cruz, para ofrecer su Cuerpo y su Sangre para la salvación de los hombres.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Arcángel Gabriel anuncia a la Virgen Santísima que ha sido elegida, por su pureza, por su humildad y por ser la Llena de gracia, para ser la Madre del Dios Altísimo, el Dios Verdadero por quien se vive. El Hijo que ha de nacer de sus entrañas purísimas –pues María es Virgen, no conoce amor de hombre alguno, y su concepción viene del Espíritu Santo- habrá de “heredar el trono de David y reinará sobre la casa de Jacob para siempre” (Lc 1, 32-33); es decir, será el Rey mesiánico, que librará a los hombres de la triple esclavitud a la que hasta entonces estaban sometidos: la esclavitud del Demonio, del pecado y de la muerte. Los habrá de librar al precio de su Sangre en la Cruz cuando, ya adulto, entregue su Vida en rescate por la humanidad. El hecho de que sea “la sombra del Altísimo” la que cubrirá a María y engendrará en su seno purísimo a este Mesías Redentor, indica que no hay amor alguno, sino que se trata de la intervención misma de Dios Uno y Trino: Dios Padre envía a Dios Hijo por medio de Dios Espíritu Santo, para que, encarnándose en el seno virgen de María, adquiera Él, que es Espíritu Purísimo en cuanto que es Dios, un Cuerpo al cual inmolar en la Cruz y dar de alimento, junto con Sangre, como bebida, para la salvación de los hombres. Con su Venida desde el seno eterno del Padre, traído por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, y alojado en el seno purísimo de María Virgen, el Redentor, Jesús de Nazareth, Dios Hijo encarnado, ha cumplido de una vez y para siempre las expectativas, no solo de Israel, sino de toda la humanidad. Porque Jesús no es un mesías terreno, que habrá de liberar al Israel terreno de un opresor terreno; Jesús es el Mesías de Dios, que habrá de librar a la humanidad, manifestándose primero al Pueblo Elegido y a través de él a todos los hombres, de las esclavitudes verdaderamente espirituales, que son mucho más duras y penosas que las terrenas, las esclavitudes a las que el Ángel caído somete a la humanidad desde el pecado original de Adán y Eva.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús es el “vástago del tronco de Jesé y retoño de sus raíces”, sobre el que “reposará el Espíritu de Yahveh” (Is 11, 1-2). Con Él llega una nueva edad para la humanidad, la época del “Hijo del hombre” (Dn 7, 12), esto es, de Dios hecho hombre, que nace como hijo de hombre, como Niño, sin dejar de ser Dios, para que los hombres, por su gracia santificante que les comunicará con su sacrificio en cruz, se conviertan en Dios por participación: “Dios se hace hombre para que los hombres se hagan Dios”. Con la Encarnación del Verbo, se hacen realidad las promesas dirigidas por Yahvéh  a la Hija de Sión –la humanidad enera-: “¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti y ha alejado a tus enemigos. ¡Yahveh, rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal!” (Sof  3, 14-15). Yahveh se ha encarnado, en la Persona del Hijo, en seno virginal de María, y esa es la causa de la alegría para toda la humanidad.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El saludo del Arcángel Gabriel a María es un saludo que se caracteriza por la alegría: “¡Alégrate, Llena de gracia…!” y la razón de esta alegría es doble: por un lado, porque Quien la saluda es Dios, que es “Alegría infinita”, la Alegría Increada en sí misma, la Alegría celestial, sobrenatural, desconocida para los hombres; por otro lado, porque el anuncio del Ángel contiene en sí mismo la causa de la alegría, tanto para la Virgen, como para la humanidad entera: el Dios de majestad infinita la ha elegido a Ella para ser morada de Dios Hijo encarnado, el cual, con su sacrificio en cruz, devolverá la verdadera alegría a los hombres, al borrar el pecado de sus almas, al derrotar al Demonio y a la muerte para siempre, causas de tristeza, en esta vida y en la otra. El saludo del Arcángel no se traduce como “Ave”, sino como “Alégrate”, con lo que el inicio del plan de redención de la Santísima Trinidad, es un anuncio que comienza con alegría en la tierra y finalizará luego con la alegría celestial de los bienaventurados en los cielos. Esta es la razón por la cual el Ave María es considerada como una invitación a la alegría, pero no a la alegría mundana, sino a la Alegría de Dios, porque Él es la Alegría Increada y porque lo que se anuncia en el Ave María es que el Dios de la Alegría se ha encarnado en el seno virgen de María para perdonarnos los pecados, concedernos la gracia de la filiación divina y conducirnos al Reino de los cielos en la otra vida.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La expresión “Jaire” (cfr. Lc 1, 28) es un saludo griego, pero no es, de ninguna manera, un saludo meramente convencional o puramente formal. La expresión utilizada por el Arcángel posee una connotación profunda y solemne, la cual está dada por la magnitud del Anuncio que el Arcángel realiza a María de parte de Dios: el motivo de la alegría –sobrenatural, celestial, divina, no humana ni angélica, sino divina- es que, por un lado, la Virgen ha sido elegida, por su Pureza Inmaculada y por su humildad, para ser la Virgen y Madre de Dios Hijo encarnado; por otro, la alegría está dada por este hecho: que Dios Padre, eligiendo a María como a su Hija predilecta, envía a su Hijo Dios, por el Espíritu Santo, a encarnarse en el seno virgen de María, para que el Dios Espíritu Puro e Invisible y que habita en una luz inaccesible, en las entrañas purísimas y virginales, asumiendo una naturaleza humana, sea visible a los ojos de los hombres, como Dios Niño, esto es, que adquiera un Cuerpo material, sin dejar de ser Dios Espíritu Puro, y que de esta manera, aun habitando en la luz inaccesible, comience a inhabitar en las entraña purísimas de la Virgen, y todo para obtener un Cuerpo Purísimo que habría de ser ofrecido un día, en el Altar del Calvario, la Santa Cruz, para la salvación del mundo, Cuerpo y también su Sangre que continuarían siendo ofrecidos, por el misterio de la liturgia eucarística, en el Altar del Nuevo Calvario, el altar eucarístico de la Santa Misa, donándose como Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía. Esta es la razón por la cual el saludo del Arcángel no es meramente formal, sino que invita a una alegría sobrenatural, que lleva al alma, que contempla el misterio con la luz de la Fe católica, a alegrarse sobremanera, no con la alegría humana y mucho menos mundana, sino con la alegría misma de Dios, con Dios, que es “Alegría infinita”, al decir de los santos[1].

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día la veré, en célica armonía”.






[1] Cfr. Santa Teresa de los Andes, Escritos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario