Los artefactos incendiarios han dañado una de las tallas que se encontraban en la capilla/Arzobispado de Madrid.
Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por el sacrílego
ataque incendiario contra la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid. La información
pertinente a tan lamentable episodio se puede encontrar en el siguiente enlace:
https://www.actuall.com/laicismo/intentan-quemar-la-capilla-de-la-autonoma-de-madrid-que-ha-amanecido-con-la-pintada-la-iglesia-que-ilumina-es-la-que-arde/ Los atacantes, además de arrojar
un elemento incendiario, dejaron escritos en las paredes, como el que sigue: “La
iglesia que ilumina es la que arde”. El fuego, si bien fue sofocado a tiempo,
provocó daños en “en las paredes, el suelo, en una imagen de San José y en una
puerta”.
Basaremos nuestras meditaciones en
oraciones eucarísticas de San Juan Crisóstomo, San Ambrosio y San Pedro Julián
Eymard, realizando paráfrasis de las mismas, esto es, intercalando reflexiones
nuestras, para ayudarnos así a meditar y orar con ellas: en las meditaciones, las
cursivas corresponden a las oraciones originales, y luego va nuestra
paráfrasis.
Canción inicial: “Cristianos venid;
cristianos llegad”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Inicio del rezo del
Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
¡Oh Señor!, yo creo y
profeso que Tú eres el Cristo Verdadero, el Hijo de Dios vivo que vino a este
mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero![1] ¡Oh
Jesús Eucaristía, yo creo, espero, te adoro y te amo, y creo firmemente que
estás en Persona en el Santísimo Sacramento del altar; creo que Tú, en la
Eucaristía, eres el Hijo Único de Dios, el Mesías, el Hijo del Dios Altísimo,
el que habría de venir a este mundo para salvarnos a nosotros, los pecadores,
de los cuales yo soy el primero y el peor! Acéptame
como participante de tu Cena Mística, ¡oh Hijo de Dios! No revelaré tu Misterio
a tus enemigos, ni te daré un beso como lo hizo Judas, sino que como el buen
ladrón te reconozco. Recuérdame, ¡Oh Señor!, cuando llegues a tu Reino.
Recuérdame, ¡oh Maestro!, cuando llegues a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Santo!,
cuando llegues a tu Reino. Jesús Eucaristía, Tú te donas a Ti mismo, con tu
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el banquete celestial, la Santa Misa: mira
que soy como el pobre Lázaro, indigente, herido por mis pecados, hambriento de
verdad, sediento de amor, aliméntame con tu substancia divina, dame tu Cuerpo
sacramentado, que contiene la Vida y el Amor divinos. Acuérdate de mí, pobre
pecador, Tú que eres el Dios del sagrario, el Dios de la Eucaristía, Rey de reyes,
a Quien los cielos eternos no pueden contener, tan grande es tu majestad y tu
divinidad; acuérdate de mí, que vivo en “tinieblas y sombra de muerte”, y hazme
vivir en tu Reino, ya desde esta vida, por medio de la comunión eucarística. Que mi participación en tus Santos
Misterios, ¡Oh Señor! no sea para mi juicio o condenación, sino para sanar mi
alma y mi cuerpo. ¡Oh Señor!, yo también creo y profeso que lo que estoy a
punto de recibir es verdaderamente tu Preciosísimo Cuerpo y tu Sangre
Vivificante, los cuales ruego me hagas digno de recibir, para la remisión de
todos mis pecados y la vida eterna. ¡Oh Dios!, se misericordioso conmigo,
pecador. ¡Oh Dios!, límpiame de mis pecados y ten misericordia de mí. ¡Oh
Dios!, perdóname, porque he pecado incontables veces. Amén. Oh Jesús
Eucaristía!, haz que yo participe de la Santa Misa y de la Comunión
Eucarística, iluminado por tu Espíritu Santo, única manera de vivir los santos
misterios de tu redención de modo pleno; no permitas que me acerque a comulgar
indignamente, para que no coma y beba mi propia condenación, sino que,
recibiéndote con mi corazón en estado de gracia, sea capaz de vivir la vida
nueva de la gracia, la vida que Tú nos comunicas, oh Dios del sagrario, y así
deje yo de vivir la vida del hombre viejo, el hombre atraído por la
concupiscencia y el pecado. ¡Oh Cordero de Dios, Jesús Eucaristía!, purifícame
y limpia mis pecados con la Sangre tu Corazón Sacratísimo, para que viva yo
revestido de tu gracia. Amén.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Señor mío Jesucristo[2], me acerco a tu altar lleno de
temor por mis pecados, pero también lleno de confianza porque estoy seguro de
tu misericordia. Tengo conciencia de que mis pecados son muchos y de que no he
sabido dominar mi corazón y mi lengua. Por eso, Señor de bondad y de poder, con
mis miserias y temores me acerco a Ti, fuente de misericordia y de perdón;
vengo a refugiarme en Ti, que has dado la vida por salvarme, antes de que
llegues como juez a pedirme cuentas. Oh Jesús, cuando me
acerco a comulgar, tengo temor de mis pecados, pero al mismo tiempo, me invade
una gran confianza en tu infinita misericordia, y aunque soy “nada más pecado”,
para comulgar, dejo mi pecado en la confesión sacramental, y me acerco con mi
nada, para que Tú, que eres el Dios que lo es Todo, llenes mi nada con tu
infinito y eterno Amor. Señor no me da
vergüenza descubrirte a Ti mis llagas. Me dan miedo mis pecados, cuyo número y
magnitud sólo Tú conoces; pero confío en tu infinita misericordia. Sé que a
tus divinos ojos aparezco como lo que realmente soy: un alma cubierta de
llagas, que son mis innumerables pecados, pero también sé que Tú eres el Médico
Divino, oh Jesús Eucaristía, y es por eso que me acerco a Ti, confiado, para
recibir el aceite de la gracia, que cura mis heridas, para así recibirte con un
corazón purificado e iluminado por tu gracia. Señor mío Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre verdadero, mírame con
amor, pues quisiste hacerte hombre para morir por nosotros. Escúchame, pues
espero en Ti. Ten compasión de mis pecados y miserias, Tú que eres fuente
inagotable de amor. Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Dios de la
Eucaristía, Tú que eres el Rey de reyes y Señor de señores, Tú que reinas desde
el madero de la Cruz y desde la Eucaristía, ten piedad de mí, mírame con ojos
de compasión y misericordia, Tú, que por amor a mí, te hiciste hombre sin dejar
de ser Dios y luego de morir en cruz y resucitar, te quedas en la Eucaristía,
en apariencia de pan, aunque ya no es pan sino Tú, oh Dios eterno, oculto en
algo que parece pan, pero ya no lo es.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Te adoro, Señor, porque diste tu
vida en la Cruz y te ofreciste en ella como Redentor por todos los hombres y
especialmente por mí. Adoro Señor, la sangre preciosa que brotó de tus heridas
y ha purificado al mundo de sus pecados. Te adoro, Jesús
Eucaristía, porque diste tu vida en la Cruz por mi salvación y por la salvación
de todos los hombres, y para que los hombres de todos los tiempos tuvieran
acceso a la Fuente de Vida que eres Tú mismo en la Cruz, renuevas y actualizas
de modo incruento y sacramental, por el poder del Espíritu Santo, por la
liturgia eucarística, tu sacrificio redentor, en el Santo Sacrificio del Altar,
la Santa Misa. Así, en el altar eucarístico haces lo mismo que en el Calvario,
sobre la Cruz: entregas tu Cuerpo en la Eucaristía y derramas tu Sangre en el
Cáliz de salvación, para que cayendo sobre el mundo entero, el océano de tu
misericordia purifique al mundo de sus pecados. Mira, Señor, a este pobre pecador, creado y redimido por Ti. Me
arrepiento de mis pecados y propongo corregir sus consecuencias. Purifícame de
todos mis maldades para que pueda recibir menos indignamente tu sagrada
comunión. Que tu Cuerpo y tu Sangre me ayuden, Señor, a obtener de Ti el perdón
de mis pecados y la satisfacción de mis culpas; me libren de mis malos
pensamientos, renueven en mi los sentimientos santos, me impulsen a cumplir tu
voluntad y me protejan en todo peligro de alma y cuerpo. Amén. Mírame, oh
Jesús Eucaristía, mi Dios, mi Creador, mi Redentor, mi Santificador, y ten compasión
de mí, pobre pecador; concédeme, por intercesión de María Santísima, la gracia
de un corazón contrito y humillado, pleno de la gracia santificante obtenida en
la Confesión Sacramental, para que así me acerque menos indignamente a recibir
la Comunión, tu Cuerpo y tu Sangre que me harán participar de tus santos
sentimientos, me unirán a Ti de tal manera que seré una sola cosa en Ti,
cumpliendo tu Voluntad en todo momento, y me protegerán de todo mal, el
principal de todos, el vivir alejado de Ti.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La sagrada Eucaristía es Jesús
pasado, presente y futuro... Es Jesús hecho sacramento. Bienaventurada el alma
que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía, y en Jesús Hostia todo[3].
“Dios es su misma eternidad” y la eternidad está por encima de todo tiempo,
pasado, presente y futuro; en la Eucaristía está Dios Hijo encarnado, que es la
eternidad en sí misma, y por lo tanto, ante Jesús Eucaristía está toda mi
existencia, todo mi pasado, mi presente y mi futuro, y por lo tanto Jesús
Eucaristía es, literalmente, mi vida toda, en donde toda mi vida, mi ser y mi
existir, encuentran su sentido, su razón de ser, porque fui creado por el Dios
de la Eucaristía, para gozarme y alegrarme, en la eternidad, ante el Dios de la
Eucaristía, Cristo Jesús, el Cordero de Dios. Ante la Eucaristía, el alma que
la contempla y la adora, desea vivamente ser unido, por el Espíritu Santo, al
Cuerpo sacramentado de Cristo, esto es, la Santa Comunión, y es por eso que la
adoración eucarística se acompaña del vivo deseo de comulgar. Por otra parte,
siendo la Santa Misa el lugar y el momento en el que se confecciona la Sagrada
Eucaristía, cuyo fin principal, además de la acción de gracias, la expiación y
la petición, es la adoración a la Trinidad, el alma que asiste a la Santa Misa
experimenta un profundo deseo de adorar la Eucaristía que se confecciona en el
altar, porque esa Eucaristía es el Cordero de Dios, Cristo Jesús, el mismo
Cordero que es adorado en los cielos por ángeles y santos. La adoración
eucarística, entonces, se debe acompañar del deseo de comulgar en la Santa
Misa, y la Comunión Eucarística, realizada en la Santa Misa, debe ser precedida
por la adoración a la Eucaristía, al Cordero de Dios, Cristo Jesús.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Eucaristía es, para el alma, el alimento cotidiano; es la respuesta de Dios al
pedido que hacemos en el Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, porque
allí pedimos no solo el alimento material, sino ante todo, el alimento
espiritual, y este alimento espiritual es el Verdadero Maná bajado del cielo,
la Eucaristía, el Pan de Vida eterna. Al igual que el pan material, nos
alimenta, pero a diferencia de este último, que alimenta el cuerpo y se
transforma, al ser digerido, en parte de nuestro cuerpo, el Pan Eucarístico nos
alimenta el alma, con la substancia misma de Dios, y en vez de transformarse Él
en nosotros, somos nosotros los que, por el Espíritu Santo, somos asimilados al
Cuerpo Místico de Cristo, luego de consumir este Pan celestial.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
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