Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por la burla sacrílega recibida
por Nuestra Madre del Cielo, la Virgen, por parte de un pastor evangelista
brasileño. Dicha burla sacrílega se puede observar en las redes sociales, en un
video en donde dicho pastor protestante compara, burlona y sacrílegamente, a la
Virgen Santísima, en concreto, en la advocación de Nuestra Señora de Aparecida,
con con una botella de Coca-Cola. Según la información de diversos portales, “el
pastor Agenor Duque, de la Iglesia Plenitud del Poder de Dios, también profesó
insultos contra la Patrona de Brasil e instó a sus fieles y seguidores a
destruir las imágenes que tuvieran en sus casas de la virgen o santos”. Se puede
acceder a la información acerca del lamentable en los siguientes enlaces: http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=30208 ; https://www.facebook.com/aciprensa/posts/10154772194416846; https://www.aciprensa.com/noticias/video-polemica-por-pastor-que-se-burlo-de-la-virgen-comparandola-con-una-coca-cola-20182/; https://www.youtube.com/watch?v=VW4UKyz0h4Y;
Realizaremos las meditaciones del Santo
Rosario basados en las oraciones a la Santísima Virgen de San Ambrosio[1]
y en un pensamiento de San Juan Crisóstomo sobre la Eucaristía. Como siempre lo
hacemos, además de la reparación, pediremos por nuestra conversión, la de
nuestros seres queridos, la del pastor que cometió la burla sacrílega y la de
todo el mundo.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de
los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).
Meditación.
Nada hay, en el universo visible e invisible, de entre todas
las creaturas, nada ni nadie más noble, hermoso y espléndido que la Madre de
Dios. Concebida Inmaculada, sin mancha de pecado original, para ser el
Tabernáculo Purísimo y la Custodia Viviente más preciosa que el oro y la plata
del Hijo de Dios encarnado, la Santísima Virgen era virgen no solo de cuerpo,
sino también de espíritu, y esto
significa que así como no conoció varón -porque su cuerpo y su alma estaban
inhabitados por el Espíritu Santo y no había amor para hombre alguno, sino solo
para Dios Uno y Trino-, así también su alma y su Corazón Inmaculado eran
purísimos en el amor, porque la Madre de Dios no podía conocer ningún amor que
fuera profano o mundano, ya que en Ella solo inhabitaba el Santo y Purísimo
Amor de Dios. Así, la Virgen Santísima nos da ejemplo de cómo recibir la
Eucaristía: así como recibió Ella al Verbo de Dios con un cuerpo y un alma
purísimos, así también debemos nosotros recibir la Eucaristía: con un cuerpo
puro, convertido en templo del Espíritu Santo por la gracia santificante, y con
un alma pura, en la que el corazón sea altar en el cual Jesús Eucaristía, el
Cordero de Dios, sea adorado, amado, bendecido y glorificado, en el tiempo y en
la eternidad. ¡Oh Santísima Virgen,
concédenos la gracia de un cuerpo casto y una fe pura, para así ser dignos de
recibir a tu Hijo Jesús, en la Eucaristía!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Como
un reflejo exterior de su inmaculada pureza interior, la Virgen Santísima
poseía todas las virtudes posibles, en grado excelso, comenzando por la caridad
y la humildad, superando a los ángeles y santos más que el cielo supera a la
tierra. La Virgen es nuestro ejemplo en caridad, es decir, en amor
sobrenatural, porque Ella amó a Dios Hijo en la Encarnación, en su Nacimiento virginal,
en su Infancia, en su Juventud y en su Adultez, con un amor tan intenso, que al
morir Jesús en la Cruz le parecía que era Ella la que moría, porque El que
moría en la Cruz era el Amor de su vida, era su vida, que era el Amor. Así,
como la Virgen amó a su Hijo con amor sobrenatural, así también nosotros debemos
amar, con amor sobrenatural a Nuestro Dios, Presente en Persona, real,
verdadera y substancialmente, en la Eucaristía. La Virgen es ejemplo de
humildad, porque siendo Ella la creatura más perfecta jamás creada en la
tierra, superada en santidad sólo por su Hijo, que era la Santidad Increada en
sí misma, y con todo, se llamó a sí misma “esclava del Señor”, y siendo Ella la
creatura más excelsa jamás creada, superada en dignidad sólo por su Hijo, que
era la Palabra eternamente pronunciada del Padre, no solo nunca hizo acepción
de personas, ni exigió el trato de reina que su dignidad exigía, sino que ocultó
esta dignidad suya, apareciendo ante los demás con una sublime y exquisita
sencillez y humildad de corazón, que dejaba extasiados en el amor de Dios a
todos los que con Ella trataban. Así la Santísima Virgen es ejemplo inigualable
para nosotros en humildad, porque no solo debemos combatir la soberbia que late
en nuestro corazón, contaminado por el pecado, sino que nuestro objetivo en
esta vida es imitar a Jesús, “manso y humilde de corazón”, y en esta tarea de
enseñarnos a ser humildes, no hay nadie como la Virgen y Madre de Dios, María
Santísima.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María Santísima es modelo perfectísimo de virginidad, de
pureza, de castidad. Es modelo de pureza corporal perfectísima, porque fue
concebida sin mancha de pecado original e inhabitada por el Espíritu Santo, de
manera tal que desde su Concepción Inmaculada, su cuerpo fue templo sagrado del
Espíritu Santo y morada santa de la Santísima Trinidad, y nunca jamás tuvo ni
siquiera el más mínimo afecto impuro, ni siquiera la más ligera inclinación al
mal, y por eso mismo, es modelo para nuestra castidad y pureza corporal, sea
cual sea nuestro estado de vida. La Virgen Santísima es modelo de pureza de
alma y de fe perfectísimos, porque su Alma bendita, desde su creación, estuvo
inhabitada por el Divino Amor, siendo la Llena de gracia, y fue así que su
Mente era Sapientísima porque estaba iluminada por la Divina Sabiduría y más
que iluminada, inhabitada por la Sabiduría de Dios, de manera tal que la Virgen
no solo superaba en inteligencia sobrenatural a todos los ángeles y santos
juntos, sino que en su Mente Sapientísima no cabían otros pensamientos que no
fueran de Dios, para Dios y por Dios. Por esta razón, la Virgen Santísima es
nuestro modelo en cuanto a pensamientos se refiere, porque nuestra mente,
ofuscada en la búsqueda de la Verdad como consecuencia del pecado original, encuentra
mucha dificultad en encontrar esta Verdad –y como consecuencia, surgen los
errores en la fe, los cismas, las herejías, las apostasías, el gnosticismo
cristiano, y así surgen las sectas y las falsas religiones-, por lo que la
Virgen puede, con su agudísima Inteligencia, guiarnos con facilidad al
encuentro con la Verdad de Dios, su Hijo, Jesús de Nazareth, que resplandece
con divino esplendor en el Magisterio y en sus dogmas intocables, divinamente
revelados.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María Virgen es ejemplo perfectísimo de amor a Jesús, pues
lo amó con amor inefable desde la Encarnación hasta su Agonía y Muerte en Cruz,
y más allá, porque después que su Hijo diera su vida por nuestra salvación en
el Calvario, la Virgen esperó con Fe y con Amor su Resurrección. La Virgen al
pie de la Cruz es nuestro modelo y ejemplo a seguir, porque todo cristiano
tiene el deber ineludible de amor, de no solo imitar a Jesús, sino de
participar de su Pasión, en cuerpo y alma, y si alguien quiere saber cómo
hacerlo, es la Virgen Santísima el modelo y ejemplo inigualable a contemplar,
meditar y seguir. Según el Evangelista San Juan, la Virgen estaba al pie de la
Cruz, y así es como los cristianos debemos vivir, todos los días de la vida, al
pie de la Cruz, arrodillados ante Nuestro Señor crucificado, besando
piadosamente sus pies ensangrentados, clavados al madero por un grueso clavo de
hierro. Así como la Virgen estuvo al pie de la Cruz durante toda la agonía de
su Hijo Jesús, así nosotros debemos estar, todos los días de la vida, de
rodillas ante Jesús crucificado, acompañados y cubiertos por el manto de
Nuestra Señora de los Dolores. Pero la Virgen Santísima no solo estuvo
físicamente al pie de la Cruz, y no sólo sufrió humanamente, como toda madre
que sufre al ver sufrir a su Hijo; la Virgen participó interior, espiritual,
sobrenatural y místicamente de los dolores de la Pasión de Jesús, de manera tal
que, aunque Ella no sufrió corporalmente la Pasión, sí la sufrió en su Alma y
en su Corazón Inmaculado, sufriendo cada golpe, cada flagelo, cada insulto, que
su Hijo recibía, en su Alma y en su Corazón, experimentando un dolor vivísimo,
como si fuera a Ella que golpeaban, flagelaban, insultaban, coronaban de
espinas y crucificaban. Así la Virgen es, entonces, para nosotros, el modelo
perfectísimo de vida cristiana, porque los católicos debemos pedir la gracia de
configurarnos a la Pasión de Nuestro Señor y participar de su Pasión en cuerpo
y alma, pues sólo así cumpliremos cabalmente la voluntad tres veces santa de
Dios Padre.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Dice San Juan Crisóstomo[2]
que en el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía, recibimos de un modo
real y verdadero al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, Cristo
Jesús, el Hombre-Dios. Puesto que la Eucaristía es el Cuerpo y el Alma
divinizados de Jesús, por estar el Cuerpo y el Alma unidos a la Persona Segunda
de la Trinidad, Dios Hijo, cuando recibimos la Eucaristía, esto es, el Cuerpo y
el Alma y la Divinidad de Jesús, tanto nuestro cuerpo como nuestra alma se ven
santificados: su Alma Santísima nos transfunde su propia fortaleza de
Hombre-Dios, de manera tal que somos capaces de resistir, ya no con nuestras
débiles fuerzas, sino con la fuerza divina del Hijo de Dios, el asalto de las
pasiones y de cualquier tentación, saliendo victoriosos de ellas. Y al recibir su
Cuerpo Santísimo en la Eucaristía, esto es, la Carne del Cordero de Dios, al
ponerse esta Carne purísima del Cordero, inhabitada por el Espíritu Santo, en
contacto con nuestra carne pecadora, le infunde de su propia pureza, la espiritualiza
y la diviniza. Al recibir todos estos dones inefables en cada comunión
eucarística, debemos recordar siempre a Nuestra Señora de la Eucaristía y darle
gracias porque fue por su “Sí” a la voluntad de Dios, que el Hijo de Dios se
encarnó en su seno purísimo, para donarse luego como Pan de Vida eterna, como
Pan Vivo bajado del cielo, en el sacrificio de la Cruz, para continuar
donándose a nuestras almas, en cada Santa Misa, como el Alma y la Carne Purísimas
del Cordero de Dios, que viene a nosotros oculto en apariencia de pan. Gracias
a la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, es que recibimos el maravilloso
don del Pan Vivo bajado del cielo, que purifica nuestros cuerpos y diviniza nuestras
almas.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. De Virginibus, dedicado por San Ambrosio en el 377 a su hermana
Marcelina.
[2] Dice así San Juan Crisóstomo: “En la Eucaristía
recibimos, real y verdaderamente al Cordero de Dios que quita los pecados del
mundo. Su Alma Santísima transfunde sobre la nuestra las gracias de fortaleza y
resistencia contra el poder de las pasiones. Su Carne purísima se pone en
contacto con la nuestra pecadora y la espiritualiza y diviniza”.
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