Procesión blasfema en Pamplona, febrero de 2016.
Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa en reparación por los ultrajes cometidos contra la Madre de Dios –y,
en consecuencia, también contra su Hijo, Cristo Dios- en su advocación de
“Nuestra Señora de los Dolores” o “Nuestra Señora de la soledad” en Pamplona,
España, en el mes de febrero de 2016, según lo consignan los siguientes sitios
digitales: http://infovaticana.com/blog/cigona/nueva-profanacion-y-provocacion-en-pamplona/; http://elirrintzi.blogspot.com.es/2016/02/una-nueva-profanacion-nuevo-desagraqvio.html; https://www.youtube.com/watch?v=o3ILvPRuPAg
La lamentable profanación consistió
en una blasfema parodia de los tradicionales “pasos” -procesión de imágenes
sagradas portadas por sus respectivas cofradías- por las calles de Pamplona, en
donde la Madre de Dios fue ultrajada al llevarse en procesión una imagen que
remedaba en todo a la Nuestra Señora de los Dolores, pero que en vez del rostro
de la Virgen, la imagen tenía el rostro del Demonio. Deseamos que Nuestra
Señora de los Dolores socorra a estos pobres infelices, cuando se encuentren
cara a cara con aquél a quien sirven, el Demonio, al tiempo que le pedimos que interceda
ante su Hijo Jesús por la conversión de quienes cometieron tan lamentable acto –también
pedimos por nuestra conversión y la de nuestros seres queridos-. Es entonces en
reparación por este ultraje sufrido contra la Madre de Dios que ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Rosario meditado.
Canto
inicial: “Cristianos,
venid, cristianos, llegad”.
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios
a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Santa
María, Virgen Pura e Inmaculada, Llena de gracia, concebida sin mancha del
pecado original e inhabitada desde tu Concepción Purísima por el Espíritu
Santo, tú eres la Madre de Dios por privilegio divino, pero también eres Nuestra
Madre celestial porque nos engendraste en tu Inmaculado Corazón en la cima del
Monte Calvario, el Viernes Santo, como pedido de tu Hijo, el Hijo de Dios,
Cristo Jesús. Al nombrarte como Nuestra Madre celestial, Jesús nos entregaba lo
más preciado para Él en esta vida terrena, su Madre amantísima y es por eso que
nosotros, tus hijos, nacidos al pie de la cruz, queremos decirte que te
honramos, te veneramos, te ensalzamos, por el doble prodigio concedido a ti por
la Trinidad, el ser Virgen y Madre de Dios al mismo tiempo y es en nuestra
condición de hijos de tu Inmaculado Corazón que pedimos perdón y reparamos por
los ultrajes cometidos contra ti, al tiempo que imploramos que intercedas ante
tu Hijo para que otorgue a los profanadores de tu imagen y del Santísimo Nombre
de Jesús, la gracia de la contrición perfecta del corazón. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas
en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas
para obtener de tu Hijo la gracia de la conversión! Amén.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María
Santísima fue concebida Inmaculada y Llena de gracia porque estaba destinada a
ser, por la Encarnación y Nacimiento del Verbo de Dios, la Madre de Dios Hijo.
Su seno purísimo fue la cuna, más preciosa que el oro, en donde el Verbo de
Dios Encarnado se alojó durante nueve meses al tomar la forma de un embrión humano,
recibiendo de María Santísima todos los nutrientes necesarios para el correcto desarrollo
de su naturaleza humana, unida a la divinidad. Pero antes de concebir en su
seno purísimo, la Virgen ya había concebido a la Palabra de Dios en su mente y
en su corazón: en su mente, porque creyó a la Palabra de Dios que se le
revelaba por medio del Arcángel Gabriel; en su corazón, porque amó a la Palabra
de Dios más que a cualquier otra cosa en la vida. Así, la Virgen es nuestro
modelo para recibir a la Palabra de Dios encarnada y glorificada en la
Eucaristía: con la mente unida estrechamente a la Verdad de Dios Encarnada,
Jesucristo, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, rechazando toda duda
acerca de esta verdad de Fe y rechazando también los errores acerca de la
Presencia real, verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía. La Virgen es
nuestro modelo para recibir en el corazón a Jesús Eucaristía, porque Ella amó a
su Hijo, que era Dios, y todo lo que amó fuera de su Hijo, lo amó por Él, para
Él y en Él: así también nosotros, no debemos amar a nada ni a nadie que no sea
Jesús Eucaristía, y si amamos algo fuera de Jesús Eucaristía, lo debemos amar
en la Eucaristía, por la Eucaristía y para la Eucaristía. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas
en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas
para obtener de tu Hijo la gracia de la conversión! Amén.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Una
vez nacido el Niño, María Santísima llevó a su Hijo al templo para presentarlo
ante el Señor tal como prescribía la ley, el consagrar a Dios a los
primogénitos (cfr. Lc 2, 22-40). Este
episodio del Evangelio nos revela el porqué de la advocación de María Santísima
como “Nuestra Señora de la Candelaria”: ingresando en el templo con su Hijo recién
nacido en brazos, es como cuando alguien ingresa en una habitación a oscuras
con una candela encendida, porque el Hijo que lleva María Santísima no es un
niño más entre tantos, sino el Hijo de Dios; es Dios Hijo que, en cuanto Dios,
es Luz, puesto que la naturaleza divina es luminosa e irradia la luz de la
gloria divina, una luz más brillante que cientos de miles de soles juntos, una
luz que es vida y vida eterna, porque es la luz misma del Ser divino trinitario.
El Niño que lleva María entre sus brazos es la “Luz del mundo” (cfr. Jn 8, 12), es la Candela celestial que
alumbra a todo hombre que nace en este mundo, un mundo inmerso en las
“tinieblas y sombras de muerte” (cfr. Lc
1, 68-79). Ingresando al templo con su Hijo en brazos, la Virgen se convierte
en “Nuestra Señora de la Candelaria”, porque es la portadora de la luz eterna
de Dios, que a través suyo se esparce sobre los hombres. Entonces, allí donde
va María, va la luz de Cristo; va Cristo, que es Luz divina y porque es Luz
divina disipa las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia, y sobre
todo disipa y dispersa a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los tenebrosos
y siniestros “espíritus de las alturas” (cfr. Ef 6, 12). Cuando un alma rechaza a María Santísima –como sucede
con quienes ultrajan su nombre- rechaza la Luz Eterna, Cristo Dios, que Ella
porta para el mundo y se queda a oscuras, inmerso en las tinieblas, apartado
del Salvador por propia voluntad: ofender a María es ofender a su Hijo Dios;
honrar a María, es honrar a su Hijo, Cristo Dios. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas
en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas
para obtener de tu Hijo la gracia de la conversión! Amén.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
San
José -esposo meramente legal de la Virgen, varón casto y puro-, recibió en
sueños el aviso por parte del ángel de que el rey Herodes “buscaba al niño para
matarlo” y que por lo tanto debía la Sagrada Familia huir a Egipto (cfr. Lc 2, 13ss). Obedeciendo a la Voluntad
de Dios transmitida por el Ángel, la Virgen Santísima tomó al Niño entre sus
brazos, emprendiendo con San José un largo y peligroso camino para poner a
salvo a su Hijo de las intenciones homicidas del rey Herodes, instrumento del
Maligno: “La mujer huyó al desierto con el Niño, para ponerlo a salvo del
Dragón” (cfr. Ap 12, 1-6). “El Dragón Grande Rojo, la serpiente antigua” (Ap 12, 9) es el que “persigue a la Mujer” (cfr.
v.13), que es la Madre de Dios con su Hijo, Jesucristo -pero también es la Iglesia
de Cristo y los bautizados-, y “hace
la guerra” (cfr. v. 17) contra los hijos de Dios, descendientes de
la Mujer. Pero la Virgen no solo cuidó con inefable amor maternal a su Hijo
durante la Huida a Egipto, sino a lo largo de toda su vida terrena, desde el
momento mismo de la Encarnación, y luego cuidó de Él durante toda su vida
oculta, su niñez y juventud, y cuidó también de Él cuando llegó el tiempo de su
predicación pública, pero muy especialmente acompañó la Virgen a su Hijo en la
Pasión y en el Via Crucis. Fue aquí en
el Calvario, cuando su Hijo fue crucificado, que Nuestra Señora de los Dolores
permaneció de pie, junto a la cruz de Jesús, quedándose a su lado y cuidándolo
con todo amor todo el tiempo que duró su dolorosísima agonía, hasta su Muerte
preciosísima. También con nosotros, sus hijos adoptivos -nacidos al pie de la
cruz y engendrados por el Divino Amor en el Inmaculado Corazón de María-, la
Virgen se comporta como Madre amorosísima, protegiéndonos y cuidándonos en todo
momento, nutriendo nuestras almas con el Pan de Vida eterna, su Hijo Jesús en
la Eucaristía, cubriéndonos con su manto celestial, cobijándonos entre sus
brazos y, sobre todo, ayudándonos a llevar nuestra cruz de cada día, para que en
esta vida caminemos siempre detrás de Jesús, que va con la cruz a cuestas por
el camino del Calvario, para que tomando parte en sus sufrimientos en esta
vida, seamos luego dignos de participar de su gloria en la eternidad, en el
Reino de los cielos. ¡Oh María Santísima,
Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas en cuenta, a nuestros
hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas para obtener de tu Hijo
la gracia de la conversión! Amén.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
las Bodas de Caná, Jesús realiza su primer milagro público, con el cual
“manifiesta su gloria”, iniciando así su predicación de la Buena Noticia (cfr. Jn 2, 17). El prodigio realizado por
Nuestro Señor fue en favor de unos esposos que “se habían quedado sin vino”:
convirtió el agua de las tinajas de piedra en “vino de exquisita calidad”, para
alegría y dicha de los esposos y gracias a este milagro, estos pudieron
celebrar dignamente su amor esponsal. Pero en las Bodas de Caná no sólo se
manifestó públicamente Nuestro Señor como Dios, Dueño y Señor de la Creación:
las Bodas fueron también el episodio del Evangelio en el que la Madre de Dios
se manifestó públicamente como Omnipotencia Suplicante, porque fue la primera
intercesión pública de María Santísima ante la Santísima Trinidad. Pero si los
esposos de Caná tuvieron la dicha de que su boda no fuera ensombrecida por la
falta de vino, eso se debió a Jesús, que hizo el milagro con su divino poder
–al convertir el agua en vino, prefiguraba así el milagro de la Misa, en el que
el vino se convierte en su Sangre-, pero también se debió a María Santísima,
que fue la que intercedió y suplicó a su Hijo, para que hiciera un milagro que
no estaba dispuesto a hacer –“¿A ti y a Mí, qué, mujer?”-; intercedió ante Dios
Padre, que tampoco quería hacer el milagro porque “aún no había llegado su
Hora”; intercedió ante Dios Espíritu Santo para que revelara, de modo
anticipado, el Amor de Dios hacia los esposos y hacia la humanidad toda. Que
nuestros corazones, vacíos y duros, como las tinajas de Caná, por intercesión
de María Santísima, queden vacíos de amores mundanos, se llenen luego de la
gracia santificante y, por último, queden colmados con la Sangre del Cordero de
Dios. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y
Pura, te pedimos que no les tengas en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes
y sacrilegios y que intercedas para obtener de tu Hijo la gracia de la
conversión! Amén.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Meditación
final.
Nuestra
Señora de los Dolores, la Virgen Santísima, que estuvo al pie de la cruz de
Jesús, ofreciendo su Hijo al Padre por nuestra salvación, está también al pie
del altar eucarístico, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio
de la Cruz, renovando Ella su ofrecimiento, junto al sacerdote ministerial, a
Jesús Eucaristía, para que nosotros, que vivimos en el siglo XXI, seamos
capaces de alcanzar los frutos de la Redención, obtenidos al precio altísimo de
la Sangre del Cordero. La Virgen también está al pie del sagrario, adorando a
su Hijo Jesús en la Eucaristía, reparando por quienes lo ofenden, creyendo por
quienes no creen, esperando por quienes no esperan, amando por quienes no lo
aman, adorando por quienes no adoran y así la Virgen se convierte en nuestro
modelo inigualable para creer, amar, esperar y adorar a su Hijo en la Cruz, en
la Santa Misa y en la Adoración Eucarística.
Un
Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres
Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las
indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Los cielos, la tierra”.
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