jueves, 25 de febrero de 2016

Hora Santa en reparación por el Padrenuestro blasfemo en España


         Inicio: No se nos ocurre otra cosa para reparar –además de pedir por la conversión de quienes, dándose de “iluminados”, muestran sin embargo una mentalidad oscura, arcaica y retrógrada-, que ofrecer esta meditación en la que nos parece entrever cómo el Padrenuestro –el único, el verdadero, el real, el enseñado por Nuestro Señor Jesucristo- se vive en la Santa Misa. Al respecto, recordamos que no es el primer Padrenuestro blasfemo: le antecede el abominable “padrenuestro chavista” titulado por sus pergeñadores: “Chávez nuestro que estás en el cielo”. Las noticias respectivas las pueden encontrar en las siguientes direcciones electrónicas: http://www.religionenlibertad.com/leen-una-version-blasfema-del-padrenuestro-en-un-acto-institucional-presidido-47835.htm; http://www.religionenlibertad.com/la-nueva-oracion-oficial-del-chavismo-venezolano-chavez-nuestro-que-estas-37430.htm ; Este segundo, peca más de patético que de blasfemo, aunque no deja de ser un horrible sacrilegio, al igual que el primero. Es en reparación por estos ultrajes a Dios Padre, que ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

“Padrenuestro que estás en el cielo”: mientras que en la primera petición de la oración de Jesús nos dirigimos a Dios, Nuestro Padre, que “está en el cielo”, y para hacerlo nos postramos ante la cruz de Jesús, porque Jesús nos ha dicho: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí” (Jn 14, 6), y “Nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo le da a conocer” (cfr. Mt 11, 27), en la Santa Misa, la petición se hace realidad, porque el altar eucarístico, en la Santa Misa, deja de ser un elemento de material y concreto, para convertirse en una parte del cielo, en la parte del cielo en donde está el trono de la majestad de Dios, en donde está Dios, Nuestro Padre, rodeado de ángeles y santos que le tributan adoración, honor y gloria, por los  hombres ingratos que aquí en la tierra, o lo olvidan, o lo insultan; además, en la Santa Misa, quien eleva al Padre la oración del corazón que podamos hacerle, es el Sagrado Corazón traspasado de Jesús, que en el altar se hace Presente en Persona, renovando su sacrificio en cruz, de modo incruento y sacramental.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         “Santificado sea Tu Nombre”: en esta oración, pedimos a Dios, Nuestro Padre, que “su Nombre sea santificado”, porque sólo Dios es Santo, Tres veces Santo, y es por eso que los ángeles se postran ante Él adorándolo y proclamando sin cesar, como lo describe el profeta Isaías: “Vi al Señor sentado sobre su trono alto y sublime. Había ante El Serafines. / Los unos a los otros se gritaban y respondían: / Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos, / está llena la tierra de su gloria' (6, 1-3)”. En la Misa, quien santifica por nosotros al Nombre de Dios es Jesucristo, Dios Hijo Encarnado, desde el Trono Santo de la Santa Cruz, procurando a Dios con este sacrificio una gloria infinita y eterna, pero al mismo tiempo y tal como sucede en los cielos, también en el altar eucarístico los ángeles entonan el triple “Sanctus” con el cual santifican el Nombre de Dios y del Cordero.
“Venga a nosotros tu Reino”: pedimos en el Padrenuestro que venga a nosotros el Reino de Dios, pero por la Santa Misa, más que venir a nosotros el Reino viene, en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, el Rey de este reino celestial, Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Y viene de tal manera que, en el alma que lo recibe sacramentalmente en gracia, este Rey celestial que es Nuestro Señor Jesucristo, establece su Reino, que es el Reino del Padre, en el alma, de manera tal que el alma, que pedía en el Padrenuestro que viniera el Reino de Dios, se ve convertida ella misma, en porción viviente del feliz Reino de Dios, que alberga y adora, en su castillo interior, esto es su corazón, al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

“Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad de Dios, siempre santa, es que “todos nos salvemos”, porque Dios, que es un Padre amoroso, no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, sino que estén con Él, por toda la eternidad, en el Reino celestial, y es para eso que ha enviado a su Hijo Jesús, a morir en cruz. Esta voluntad santísima de Dios, se vive en la Santa Misa, porque es allí en donde Jesús, el Hijo de Dios, renovando su sacrificio de la cruz, de modo incruento y sacramental, nos alcanza, a los hombres de todos los tiempos, los frutos de la Redención, al actualizar sobre el altar eucarístico el único y mismo sacrificio del Calvario. De modo que en la Santa Misa vivimos, gracias al sacrificio de Jesús, la voluntad de Dios, que es que nos salvemos por medio de nuestra unión y participación al sacrificio en cruz de Jesús.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: pedimos en el Padrenuestro “el pan de cada día”, es decir, acudimos a la bondad de Nuestro Padre celestial para que no nos falte el sustento material, para que por medio del trabajo honesto de todos los días, glorifiquemos a Dios que en el Génesis mandó que “ganáramos el pan cotidiano con el sudor de la frente” (). Pero en la Santa Misa, Dios no solo escucha nuestras oraciones en las que pedimos el pan material y terreno; puesto que su bondad es infinita y su amor misericordioso no conoce límites por nosotros, nos concede algo que ni siquiera podíamos imaginarnos, y es el pan, sí, pero no el mero pan terreno, sin vida, sino el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, el Verdadero Maná bajado del cielo, que alimenta y nutre nuestras almas con la substancia misma de la divinidad, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Si los israelitas en el desierto se alimentaron con un maná milagroso, bajado del cielo, dado por Moisés, y así pudieron atravesar el desierto para llegar a la Tierra Prometida, la Jerusalén terrena, nosotros en la Misa recibimos el verdadero Maná, dado por Dios Nuestro Padre, el Pan de Vida eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado, que nos permite, al infundirnos la fortaleza misma del Ser divino trinitario, atravesar el desierto de la vida para llegar a la Tierra Prometida, la Jerusalén celestial. Es por esto que, en el Padrenuestro, la petición del “pan de cada día” se ve cumplida de un modo que ni siquiera podríamos llegar a imaginarnos.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

“Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: pedimos en el Padrenuestro a Dios que nos perdone nuestras ofensas, nuestros pecados, nuestros actos de malicia, cometidos contra Él y contra nuestro prójimo, al tiempo que damos nuestra palabra de perdonar nosotros a quienes nos hayan ofendido. Esta petición se vive en la Santa Misa, porque el Padre, incluso antes que seamos capaces de formularla, nos concede lo que le pedimos, porque por el Santo Sacrificio del Altar, Jesús nos otorga, al precio de su Cuerpo entregado en la Eucaristía y de su Sangre derramada en el Cáliz de salvación, el perdón de Dios Padre, de modo que su Cuerpo y su Sangre en el altar son el signo del perdón de Dios. A la vez, Jesús en la cruz es nuestro modelo para que cumplamos lo que prometemos a Dios Padre, el perdonar a quien nos ha ofendido, pero no es sólo modelo, sino que su Sagrado Corazón Eucarístico es la Fuente viva del Divino Amor, que nos da la fuerza celestial necesaria para perdonar y amar a nuestros enemigos, con el mismo Divino Amor con el cual Jesús nos perdonó y amó desde la cruz.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

“No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”: puesto que somos débiles y “seremos tentados hasta el fin de nuestra vida terrena”, como dice el Santo Cura de Ars, pedimos a Dios, Nuestro Padre del cielo, que nos proteja con su omnipotencia y no permita que por debilidad seamos engañados por la seducción de la tentación,; al mismo tiempo, pedimos ser “librados del mal”, pero no del mal en un sentido genérico, sino del mal personificado en una persona angélica, el Demonio, y esto porque sólo Dios puede rechazar las acechanzas con las que el Ángel caído procura constantemente nuestra eterna perdición. En la Santa Misa, Dios responde a nuestra petición, porque nos envía a su Hijo Jesús que por su sacrificio de la cruz, no solo vence para siempre al Tentador, el Demonio, librándonos de eterno mal, sino que nos concede la gracia, por la comunión de su Cuerpo y su Sangre, de concedernos su Vida eterna, la vida divina que brota de su Ser trinitario, la Vida que es vida santa, vida por la cual rechazamos el mal y la tentación, que es su antesala, vida por la cual participamos de la santidad misma de Dios y que por lo tanto hace huir de nuestra presencia al Ángel caído. Por la Santa Misa, Jesús nos libra del Maligno, el Tentador, la fuente de la tentación, y nos concede aquello que repulsa radicalmente al mal, su Vida divina y con su Vida divina, su misma santidad.

Meditación final.

“Amén”: “Amén” quiere decir “así sea” y finalizamos la oración del Padrenuestro de esta manera, porque así expresamos nuestra confianza en la infinita bondad y en la Divina Misericordia de Nuestro Padre del cielo, que habrá de concedernos todas y cada una de las peticiones contenidas en esta oración, porque es una oración enseñada por Jesús y, por lo tanto, contiene lo necesario tanto para alabar a Dios, como para conseguir nuestra salvación. En la Santa Misa, como vimos, todas estas peticiones están concedidas y se viven, por el misterio de la liturgia eucarística, y es por eso que también nosotros, delante de la Presencia del Dios de la Eucaristía, y reconociendo su Omnipotencia, su Gloria, su Majestad, las Prerrogativas y su condición de ser el “Rey de reyes y Señor de señores”, decimos “Amén”, “Así sea, como era en un principio, ahora y siempre, y por los siglos sin fin”.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la cruz de su Hijo”.


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