Altar eucarístico de madera, totalmente incinerado.
Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo
Rosario meditado en reparación por las iglesias, imágenes sagradas y altares
eucarísticos profanados a lo largo y ancho del mundo. Las respectivas noticias
acerca de estas penosas profanaciones pueden encontrarse en los siguientes
sitios electrónicos: http://www.actuall.com/laicismo/profanan-una-iglesia-en-francia-e-incendian-el-retrato-de-la-virgen/;
http://gaceta.es/noticias/atacan-profanan-tres-iglesias-sevilla-lugo-26012016-1852;
https://www.aciprensa.com/noticias/domingo-tragico-en-francia-eucaristia-profanada-iglesias-incendiadas-y-cruz-derribada-75964/
Canto
inicial: “Cristianos, venid, cristianos,
llegad”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón
por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo
Rosario.
Meditación.
Cuando
se profana una iglesia, una imagen sagrada, o un altar, lo que se pretende, en realidad, es
quitar de en medio de los hombres la memoria y la Presencia del Dios del
sagrario, Cristo Jesús. La Iglesia terrena, compuesta de edificios materiales,
es imagen de la Iglesia celestial, en la que se adora al Cordero; la imagen
sagrada, es representación, en la tierra, del Hombre-Dios Jesucristo; el altar
eucarístico, es el lugar sagrado en donde se confecciona el Santo Sacramento
del Altar, la Eucaristía, el Alimento celestial, el Pan de ángeles con el que
los hombres, al alimentarse, se nutren del Amor de Dios. Es por esto que
decimos que la quema de iglesias y de imágenes sagradas y la profanación de
altares, sagrarios y Eucaristías, persiguen un único fin: hacer desaparecer, de
la faz de la tierra -y, sobre todo, de la inteligencia y del corazón de los
hombres-, no solo la Presencia Eucarística sacramental de Jesús, la Eucaristía,
sino hasta su recuerdo mismo. En la Iglesia, lo más valioso que hay, luego del
sagrario, que contiene la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro
Señor Jesucristo, es el altar eucarístico, que en la Santa Misa se convierte en
una parte del cielo, en donde el Cordero de Dios, por el misterio de la
liturgia eucarística y por el poder del Espíritu Santo, renueva de modo
incruento y sacramental su Santo Sacrificio de la Cruz, para que los hombres de
todo tiempo y lugar tengan a su alcance y disposición el fruto santo de la
Redención, la gracia santificante, obtenida al precio altísimo de su Sangre derramada
en la cruz y vertida en el cáliz de la Santa Misa. Oh Jesús, Dios de la Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los
hombres, por el Amor que nos demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en
el Sacrificio de la Cruz, y por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio
del Altar, la Santa Misa, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te
exaltamos y te damos gracias, oh Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te
pedimos perdón y reparamos por las iglesias, las imágenes sagradas, los altares
y los sagrarios profanados. Amén.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Sobre el altar eucarístico se opera el milagro más grande de
todos los grandes milagros de Dios, un milagro que supera infinitamente la
Creación del universo visible e invisible, porque cuando Dios Trino creó los
ángeles y el mundo visible, solo creó creaturas, sean espíritus puros, como los
ángeles, sean espíritu y cuerpo, como los hombres, además de todas las otras creaturas;
pero sobre el altar eucarístico Dios, si podemos decir así, se crea a sí mismo
en la Eucaristía, porque la conversión del pan y del vino no dan lugar a nuevas
creaturas, sino a la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor
Jesucristo, que se hace Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en
Santo Sacramento del altar; por el milagro de la Transubstanciación, dejan de
ser y estar las substancias creadas del pan y del vino, para convertirse en las
substancias gloriosas del Cuerpo y el Alma humanos de Jesús, unidos a su
Persona divina, la Segunda de la Trinidad, y este milagro, como decimos, supera
infinitamente a cualquier otro milagro que la Trinidad pueda hacer, porque no
hay ningún otro milagro que supere en Poder, Sabiduría y Amor divinos, a la
Eucaristía. Oh Jesús, Dios de la
Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los hombres, por el Amor que nos
demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio de la Cruz, y
por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa,
te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te damos gracias, oh
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón y reparamos por
las iglesias, las imágenes sagradas, los altares y los sagrarios profanados.
Amén.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando el sacerdote besa el altar eucarístico, al inicio de
la Santa Misa, está besando a Jesucristo, porque el altar es símbolo y
representación de Jesucristo, que es Sumo y Eterno Sacerdote, es Víctima
Inocente y Pura y es, también el Ara Santa, el altar sagrado en el que la
Humanidad, unida a Él hipostáticamente, personalmente, a la Persona Segunda de
la Trinidad, se inmola como Hostia Santa, Pura, Inmaculada, a Dios Uno y Trino.
Jesucristo, Sacerdote, Altar y Víctima, se inmola incruenta y sacramentalmente
en el Santo Sacrificio del Altar, para adorar a la Trinidad, para expiar por
los pecados del hombre, para dar gracias por el don de la Redención y la
filiación divina y para pedir por la eterna salvación de todos los hombres. El
beso del sacerdote al altar, entonces, es el beso opuesto al beso de Judas
Iscariote, porque Judas también besa a Jesús, pero para entregarlo a sus
enemigos; el sacerdote lo besa al besar el altar, para entregarlo –por medio de
la liturgia eucarística que se desarrolla en el altar- a los hombres como Pan
de Vida eterna, como don salvífico de la Trinidad a la humanidad. Oh Jesús, Dios de la Eucaristía, por tu
inmenso y eterno Amor por los hombres, por el Amor que nos demostraste al
derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio de la Cruz, y por el Amor que
nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa, te adoramos, te
bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te damos gracias, oh Santo Dios,
Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón y reparamos por las iglesias,
las imágenes sagradas, los altares y los sagrarios profanados. Amén.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En el Calvario, Jesús lleva a cabo el Santo Sacrificio de la
Cruz para la remisión de los pecados de los hombres y para concederles la
gracia de la filiación divina. La redención y justificación de los hombres se
lleva a cabo por medio del supremo, augusto y santo sacrificio cruento del
Cordero de Dios, Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, que en la cruz, en la
cima del Monte Calvario, entrega su Cuerpo y derrama su Sangre. Y por este
sacrificio, por un lado, redime a la humanidad; por otra parte, en relación a
Dios, al entregar su Humanidad santísima en la cruz, glorifica a Dios, lo
alaba, lo adora, expía los pecados de los hombres y ofrece la acción de gracias
en nombre de toda la humanidad. Este Santo Sacrificio de la Cruz se renueva, de
modo incruento y sacramental, por el misterio de la liturgia eucarística y por
el poder del Espíritu Santo, sobre el altar eucarístico, de manera tal que
Jesús obra en el altar lo mismo que obra en el Calvario: así como en la cruz
entrega su Cuerpo y derrama su Sangre, así en el altar eucarístico, Nuevo
Calvario, entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre Preciosísima
en el cáliz eucarístico. Es por esto que la Santa Misa tiene el mismo valor
redentor de la cruz, porque se trata del mismo y único Santo Sacrificio de la
Cruz, que se nos presenta a nosotros, hombres del siglo XXI, de modo oculto,
tras las especies eucarísticas, e invisible a los sentidos, pero no por eso menos
real, místico y sobrenatural, que el sacrificio del Calvario. Para nosotros,
asistir a la Santa Misa, es asistir, en el misterio de la liturgia de la
Eucaristía, al mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, lo cual es un don de
la Santísima Trinidad para los hombres de todos los tiempos, para que todos los
hombres pudieran tener acceso a los frutos de la Redención, conseguidos por
Nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Es por esto que, aunque la Eucaristía es
el Cuerpo resucitado y glorioso de Nuestro Señor Jesucristo, el espíritu y la
disposición de ánimo con los cuales, como cristianos, debemos asistir a la
Santa Misa, son el mismo espíritu y la misma disposición de ánimo que tenía
María Santísima cuando estaba “de pie junto a la cruz de Jesús” (cfr. Jn 19, 25-30) y esto significa estar
dispuestos, como la Virgen, a ofrecer a la Víctima Pura y Santa, Jesús, el
Cordero de Dios, y unirnos a su sacrificio en cruz, tal como lo hizo María
Santísima. La Misa, que en su misterio celestial se desarrolla sobre el altar
eucarístico no es, por lo tanto, ni “divertida”, ni “aburrida” –calificarla en
estos términos es reducir a la nada su misterio divino-, sino un misterio
sobrenatural maravillosísimo, por el cual participamos y nos unimos,
espiritualmente, a la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Salvador, Cristo
Dios, el Señor. Oh Jesús, Dios de la
Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los hombres, por el Amor que nos
demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio de la Cruz, y
por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa,
te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te damos gracias, oh
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón y reparamos por
las iglesias, las imágenes sagradas, los altares y los sagrarios profanados.
Amén.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al inicio de la Creación, el Génesis relata que el Espíritu
del Señor “sobrevoló sobre las aguas” (cfr. Gn
1, 2), fecundando con su hálito vivificante a todo lo creado, dando vida a todo
lo que estaba muerto. En la Santa Misa, el Espíritu Santo, espirado por el
Padre y el Hijo en la eternidad, es espirado también por el Padre y por Jesús,
Sumo y Eterno Sacerdote en la consagración, a través del sacerdote ministerial y
así el Espíritu del Señor sobrevuela sobre el altar eucarístico, fecundando las
ofrendas inertes del pan y del vino y convirtiéndolas en el Cuerpo, la Sangre,
el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Así como el Espíritu Santo
sobrevuela al inicio de la Creación sobre el mundo inerte, dándole vida, así el
Espíritu Santo, Soplo de Dios Viviente, sobrevuela sobre el altar eucarístico,
dando vida y vida divina a las materias sin vida del pan y del vino,
convirtiéndolas en la Humanidad glorificada de Jesús, unida a la Persona
Segunda de la Trinidad, la Eucaristía. Oh
Jesús, Dios de la Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los hombres, por
el Amor que nos demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio
de la Cruz, y por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la
Santa Misa, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te
damos gracias, oh Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón
y reparamos por las iglesias, las imágenes sagradas, los altares y los
sagrarios profanados. Amén.
Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo
por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para
ganar las indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro
y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Los cielos, la tierra”.
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