jueves, 6 de diciembre de 2018

Hora Santa en reparación por profanación a la catedral de Viena con un concierto de rock, Austria 041218



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje cometido contra la Catedral de Viena, Austria, el pasado 04 de diciembre de 2018. El sacrilegio consistió en la realización, dentro de la Catedral, de un concierto de rock. En el siguiente enlace se puede leer el resto de la triste noticia:


         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

Las reflexiones de un filósofo pre-cristiano y pagano como Séneca, nos pueden ayudar a valorar la gracia. Este filósofo, aun no siendo cristiano, experimentaba un gran rechazo por las riquezas materiales, desde el momento en que él advertía que las podemos tener, pero no ser lo bueno de ellas, porque sólo se pueden poseer exteriormente, pero no se pueden tener en el interior del alma[1]. Decía así: “Ponme en una casa riquísima; pon que pueda usar el oro y plata que quisiere; no me estimaré por estas cosas, las cuales, aunque estén junto a mí, están fuera de mí”[2]. Si alguien posee riquezas materiales, éstas no lo vuelven, a su poseedor, ni más bueno, ni más sano, ni más fuerte. Si alguien posee una gran cantidad de oro, por ejemplo, no verá su cuerpo cubierto de oro; incluso, si fuera rey de los mismos ángeles, no poseería el entendimiento de los mismos, ya que la mera posesión de estas riquezas materiales no llega a la persona, sino que queda fuera, sin darle ni su forma, ni su ser. No sucede así con la gracia, porque no sólo excede infinitamente a todo bien temporal y natural, sino que da de su mismo ser y grado a quien la tiene. La gracia, que es superior a toda riqueza natural, hace al que la tiene también superior a toda la naturaleza, elevándolo a su poseedor a un grado mayor y superior a cuantas naturalezas ha creado Dios en el cielo y en la tierra. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones estén fijos en la gracia y no en los bienes de la tierra!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación

La superioridad de la gracia, como bien espiritual y celestial, se demuestra en que no sólo es superior a todo bien natural, sino en que concede, a quien la posee, la grandeza de su bondad y de su santidad, de manera que no ya el cuerpo, exteriormente, goza de la gracia, como sucede con los bienes materiales, sino ante todo es el alma la cual, en su esencia espiritual, la que recibe la grandeza de su majestad y santidad. Como afirman los santos, un grado de gracia tiene más valor que todo el universo, por lo que el que alcanza este grado de gracia, tiene más valor que todo el universo. La gracia es mayor que todos los milagros, por lo que el que posee la gracia, se puede considerar más afortunado que si hubiera recibido los más grandes milagros, como los relatados en el Evangelio. La gracia que justifica es la más grande de entre las obras divinas, porque pertenece al orden sobrenatural, de manera que quien la tiene, se realiza a un ser sobrenatural y estado divino. Es esto lo que dice San Cirilo Alejandrino: “Los que por la fe de Cristo fueron llamados, dejaron la vileza de su naturaleza y por la gracia de Cristo, que así nos honró, como vestidos de una resplandeciente púrpura, suben a una dignidad sobrenatural”[3]. ¡Cuántos, llevados por la vida mundana y los apetitos y deseos de este mundo, se desvelan por las riquezas materiales, sin darse cuenta de que un grado de gracia vale más que el universo entero! ¡Cuánta paz obtendrían para sus almas, si sus intereses estuvieran puestos en los bienes del cielo!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La inferioridad de las cosas materiales radica en que, además de ser inferiores a las cosas celestiales, no pueden comunicar al alma aquello que son, permaneciendo sólo en el ámbito de lo corporal, pero sin enriquecer el espíritu. Es decir, aun cuando se posean ingentes cantidades de bienes materiales, estos en nada pueden enriquecer al alma. No sucede así con la gracia, puesto que por ella, todo el ser del hombre es ensalzado por encima de la naturaleza y colocado en un estado sobrenatural. Al que está en gracia, Dios lo corona como rey de toda la creación, por encima de hombres y creaturas en estado natural. Y esto es así, aun cuando el hombre en gracia esté colmado de dolores, tribulaciones, pesares y angustias, porque más se aventaja un hombre en gracia, que los serafines y ángeles de las más perfectas esencias. Dionisio Cartujano dice así: “La preciosidad de la acción meritoria se toma por parte de la gracia, que hace al hombre grato a Dios, lo cual es una sobrenatural semejanza de la esencia divina, y por parte de la creatura racional, que por la gracia es constituida en ser sobrenatural”[4]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nuestros corazones estén apegados al más grande de los bienes celestiales, la gracia santificante, que nos hace semejantes a Dios y partícipes de su naturaleza!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

Si la adquisición de la gracia eleva al hombre por encima de todo bien natural, su pérdida comporta, para el mismo hombre, la mayor y más grande de las desgracias. Un ejemplo bíblico está en Nabucodonosor, “que del trono más sublime del mundo fue abatido a ser bestia”[5]. La caída de ese rey poderoso, de quien dice el profeta Daniel (4, 7) que su grandeza llegó hasta el cielo y su poder hasta los fines de la tierra, que en una hora fue despojado de su majestad y de su reino y echado al campo con las fieras[6] y que terminó comiendo heno como un buey y durmiendo en los montes desiertos como oso; al que le crecieron los cabellos como plumas de águilas y las uñas se le encorvaron como a las arpías, éste rey, así transformado, es sólo una pálida imagen del alma que, arrojando de sí la corona de la gracia otorgada por Dios, se arroja en el pecado y se deja arrastrar por  las más innobles pasiones. Quien pierde la gracia, pierde mucho más que un reinado terreno y que una figura corporal, porque se abate a ser compañía, no de fieras o bestias salvajes, sino de demonios[7]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, infunde en nuestros corazones un gran horror por el pecado y un gran amor por la gracia, para que seamos siempre amigos e hijos de Dios y herederos del Reino!

         Silencio para meditar.      
        
         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.   

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         El hombre cristiano debe conocer la dignidad sobrenatural que le otorga la gracia y vivir conforme a ella, es decir, no solo debe vivir alejado del mundo y sus atractivos, sino que debe vivir de manera tal que la conservación y el aumento de la gracia sean para él el objetivo constante de su vida. Quien desea vivir en la gracia, debe hacer el esfuerzo de despegar, de forma constante, su corazón, de las cosas de la tierra. Los filósofos antiguos, aun no conociendo las maravillas de la gracia, consideraban que si un alma llegaba a elevarse por encima de las estrellas y contemplar, desde allí, la nada a la que se reduce el mundo entero, entonces este hombre habría ganado para sí la paz del alma, pues tendría por poco más que nada el mundo entero y sus bienes materiales. Con mayor razón, el cristiano, que sabe cuánto vale el más pequeño grado de gracia, que es inmensamente mayor a todo el universo, debe tener por poco más que nada las riquezas y los atractivos de este mundo que pasa y que es solo figura del verdadero mundo y la verdadera vida, el Reino de los cielos y la vida eterna.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 36.
[2] Cfr. De Vita beata, cap. 25.
[3] In cap. 14 Joan.
[4] In 2, disp. 28, q. 2, sentent. Duranti.
[5] Cfr. Nieremberg, o. c., 39.
[6] Dios lo castigó con la enfermedad conocida como “locura zooantrópica” o “licantropía”.
[7] Cfr. Nieremberg, o. c., 39.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Hora Santa en reparación por blasfemia contra la Santa Cruz en Italia 231018


Cruz invertida y objeto de burlas y "diversiones" en Nola, Nápoles, Italia,
el pasado 23-11-18. No toleraremos tamaño ultraje a la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesús.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación a un gravísimo ultraje y blasfemia contra la Santa Cruz de Jesús, llevados a cabo en una discoteca en Italia. La sacrílega acción consistió en colocar una cruz en forma invertida en el centro de la discoteca y dirigirle toda clase de insultos, como forma de “diversión”. La información pertinente al desagradable atentado blasfemo contra la Santa Cruz de Jesús se puede encontrar en el siguiente enlace:

Canto inicial: “Oh, Buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Jesucristo, el Hombre-Dios, obró maravillas, signos y prodigios de todo tipo en el mundo: curó enfermos, expulsó demonios, resucitó muertos, multiplicó panes y peces, hizo los milagros de las pescas abundantes, entre muchísimos otros milagros más. Ahora bien, si la gracia es superior –como afirman San Agustín y Santo Tomás- a todas las obras de la naturaleza, sino que es también superior en grado y excelencia a todas las obras milagrosas que ha hecho Dios Hijo encarnado en el mundo[1]. La gracia excede a todo tipo de milagros, sean de dotes de gloria para los cuerpos –como atravesar parees, por ejemplo, como lo hace Jesús resucitado-, sea de resurrección, sea de curación de algún tipo de mal o enfermedad. La infusión de la gracia por parte de la omnipotencia y la misericordia divinas exceden y superan a todos estos milagros que, comparados con la gracia, son obras menores. Según San Agustín, la gracia habitual que es infundida por Dios en el alma, es superior incluso a todos los milagros visibles que obró Nuestro Señor Jesucristo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que sepamos siempre apreciar el valor infinito de la gracia santificante, mayor que cualquier milagro!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Si la transfiguración de los cuerpos en la gloria de Dios parece y es una obra maravillosa, en donde resplandecen la omnipotencia, la sabiduría, el amor y la majestad divinas, mucho más grandiosa es la gracia que se le concede al hombre, por medio de la cual su corazón se contrista por el dolor de haber pecado. En efecto, un acto de contrición, de verdadero y perfecto dolor de los pecados, es un don concedido por la misericordia divina y es infinitamente más precioso que la transfiguración del cuerpo, porque por la contrición, el alma se salva, ya que se trata de un dolor de pecados salvífico. Todavía más, es más grandiosa la gracia de la contrición del corazón que la resurrección de un muerto, porque por la resurrección, lo que sucede es que simplemente el alma se une al cuerpo, mientras que por la contrición, es el alma misma la que vuelve a la vida, al recibir la gracia divina que la hace partícipe de la naturaleza y de la vida de Dios Uno y Trino. Es esto lo que afirma San Agustín, Doctor de la Iglesia: “Si Dios te hizo hombre y tú te haces justo –por la gracia-, haces cosa mejor que el mismo Dios hizo”[2]. ¡Madre Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, concédeme la gracia de morir antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La infusión de la gracia por medio del Sacramento de Confesión, con la cual el alma vuelve a la vida divina luego de estar muerta por el pecado, es obra más excelente que la resurrección de un cuerpo muerto, según San Juan Crisóstomo: “Cosa más excelente es dar salud al alma muerta con pecados –esto es, la recepción de la gracia en el Sacramento de la Penitencia o Confesión-, que resucitar por segunda vez a la vida a los cuerpos muertos”[3]. También el mismo santo dice, en el mismo sentido: “El mayor milagro de San Pablo y mayor que resucitar muertos, fue la conversión de los pecadores”[4]. En el mismo sentido, un autor, Roberto Victorino, afirma: “No sé si puede el hombre recibir de Dios cosa más grande en esta vida; no sé si pueden en ella hacer Dios gracia mayor al hombre, que concederle que por su ministerio los hombres perversos se muden a mejor vida y que los hijos del demonio se hagan hijos de Dios. Acaso le parecerá a alguno que es más resucitar muertos; pero, ¿por ventura será cosa mayor resucitar la carne, que ha de tornar a morir, que el alma, que ha de vivir para siempre? No debía la esposa de Dios recibir de su Esposo otro dote, ni convino al Esposo dar otro dote a su esposa, sino que por la gracia de adopción pueda engendrar para Dios muchos hijos y de hijos de ira y de infierno, inscribirlos por herederos del Cielo”[5]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que siempre nos mantengamos en gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos del Cielo!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

También otros santos afirman que el don de la gracia es mayor que todos los milagros de Dios, siendo el don de la gracia preferible al don de resucitar muertos. En el tercer libro de sus Diálogos, dice San Gregorio: “Si abrimos los ojos interiores del alma y consideramos atentamente lo que no se ve, hallaremos que es mayor milagro, sin duda, convertir a un pecador con la palabra de la predicación –la conversión no es una deducción de la razón humana, sino una acción de la gracia, N. del R.- y con la fuerza de la oración, que dar vida a un cuerpo muerto. Porque, ¿cuál piensas que fue mayor milagro del Señor: resucitar a Lázaro y dar vida al cuerpo que olía ya mal en la sepultura, o resucitar el alma de Saulo, que lo perseguía, y trocarle en Paulo y hacerle vaso de elección? Sin duda que fue mucho mayor milagro y de mayor provecho para la Iglesia de Dios, el convertir a Paulo que el resucitar a Lázaro; y así es menos resucitar el cuerpo muerto que no el alma”[6]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que con tu ayuda celestial nuestras almas no experimenten nunca la muerte espiritual a causa del pecado y que se mantengan siempre frescas, vivas y rozagantes por la gracia de Jesús!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ahora bien, parafraseando nosotros a los santos y doctores de la Iglesia, podemos decir que si Nuestro Señor Jesucristo realizó sólo algunos milagros de resurrección en el Evangelio –al menos los que están documentados y revelados-, la Santa Madre Iglesia, por un lado, realiza innumerables milagros mayores todos los días, a lo largo y ancho del mundo, por medio del Sacramento de la Penitencia, pues por este admirable sacramento, regresa a la vida de la gracia y saca de su mortandad espiritual a cientos de miles de almas muertas por el pecado. Por otro lado, si la gracia es un don infinitamente mayor que el don de resucitar muertos, la Santa Madre Iglesia realiza, todos los días, sobre el Altar Eucarístico, un milagro frente al cual, la resurrección de los muertos o cualquier otro milagro, incluido el de la Creación visible e invisible, son poco menos que nada, y es el milagro de la conversión de las substancias muertas e inertes del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, por el milagro de la transubstanciación, producido al pronunciar el sacerdote ministerial –que actúa in Persona Christi- las palabras de la consagración sobre las materias sin vida del pan y del vino, estas se convierten en el mismo Señor Jesucristo, quien entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el Cáliz. El milagro de la Transubstanciación es, entonces, el milagro de los milagros, el milagro que se desarrolla ante nuestros ojos, sobre el altar eucarístico y es superior infinitamente no solo a los milagros de resurrección, sino a todos los milagros realizados por Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede ante tu Hijo Jesús, para que nuestras mentes y corazones, al asistir a la Santa Misa, sean capaces de contemplar, a la luz de la fe, el Milagro de los milagros, frente al cual, todos los otros milagros son casi como nada, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y que seamos capaces de postrarnos en adoración ante la Eucaristía, en señal de acción de gracias y de adoración a tu Hijo Jesús, el Cordero de Dios!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 22.
[2] Serm. 15, De Verb. Apost.; en Nieremberg, o. c.
[3] Homil. 4.
[4] Homil. 25.
[5] In Benjamin. Minore, cap. 44.
[6] Cfr. Cap. 17.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje a Nuestra Señora de Guadalupe 161118



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por un gravísimo ultraje contra Nuestra Señora de Guadalupe, llevado a cabo por un pastor evangélico. El mencionado “pastor” utilizó una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la mantuvo suspendida de una soga durante su “prédica” simulando un ahorcamiento y finalmente la arrojó al suelo, despedazando la imagen. El video en el que se puede ver el infamante ultraje a la Madre de Dios se puede ver en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la gracia, don conseguido al altísimo precio de la Sangre Preciosísima del Redentor derramada en el altar de la cruz y en la cruz del altar, obtenemos algo que no podríamos jamás siquiera imaginar, si no nos fuera revelado: nos hace ser partícipes de la naturaleza divina[1]. Ahora bien, lo que estas palabras significan no pueden, en realidad, ni siquiera una vez revelado su significado, ser apreciado en su inmensidad, por el pensamiento. Se puede afirmar y decir, tal como se afirma y dice, gracias al Magisterio de la Iglesia Católica, que por este don de la gracia Dios eleva al alma por encima de todo ser y orden natural y al hacerla partícipe de su naturaleza infinita, la coloca en un estado divino, en el que el ser humano es colocado a la altura de la naturaleza divina, porque es hecho partícipe de ella. Todo esto puede y es debidamente expresado, con el pensamiento y con las formulaciones teológicas que corresponden, pero es algo tan pero tan inmensamente grande y divino, que no puede ser apreciado, ni siquiera mínimamente, por el corazón humano. Si los filósofos antiguos, pre-cristianos, se admiraban del hombre porque era capaz de contemplar las cosas divinas, ¿qué dirían si se hubieran anoticiado que el hombre, por la gracia, no sólo era capaz de contemplar las cosas divinas, sino que él mismo se convertía, por así decirlo, en Dios por participación? Y si la obra de la Creación –tanto visible como invisible- merece un elogio admirado por la perfección con la cual obró Dios, ¿qué puede decirse de la gracia, obra por la cual el hombre es elevado por encima de toda la Creación para asemejarse a su propio Creador, al participar de su naturaleza divina?

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Acerca del valor de la gracia divina, afirma San Agustín que “el justificarse con la gracia es cosa mayor que el cielo y la tierra y todas cuantas cosas se ven en el cielo y en la tierra”[2]. ¡Cuántos hombres, cegados por las cosas materiales, dedican sus vidas a obtenerlas, cuando estas cosas materiales, aun si fueran el universo entero, son poco más que polvo y barro en comparación con la gracia! Afirmándose en esto, Santo Tomás sostiene que la justificación de un alma por la gracia es obra mayor que la creación de cielos y tierra, es decir, que Dios obra con mayor majestad y poder cuando justifica a un pecador infundiéndole la gracia, que cuando creó el universo visible y el invisible. Dice así Santo Tomás: “Mayor obra es la justificación del pecador, que se termina al bien eterno de la gracia, que la creación del cielo y la tierra, que se termina al bien de la naturaleza mudable”[3].

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Al contemplar la Creación, con su orden y hermosura que se despliegan ante nuestros ojos provocando sólo admiración y estupor por la Sabiduría Divina y por el Amor Divino manifestados en ella, no se puede dejar de considerar que la perfección de la naturaleza humana y angélica son cosas menores en comparación con la gracia divina. Si en la Creación del universo visible e invisible Dios despliega su Sabiduría y su Amor, por medio de la gracia Dios manifiesta su Divina Misericordia y su Omnipotencia, las cuales se despliegan por encima de todas sus obras, sobre todo entendimiento creado, sobre el hombre mismo y sobre los espíritus angélicos. Por esta razón, afirma Santo Tomás que es aquí –en la gracia- donde Dios despliega máximamente su omnipotencia[4], además de su piedad, su misericordia, su bondad y su liberalidad. La gracia es un don tan inmensamente grande, que es superior al alma espiritual y a la condición misma de ser hombre, incluso considerando al hombre como imagen de Dios. En efecto, Santo Tomás afirma que la gracia es más excelente que el alma misma[5] y esto considerando que el alma es imagen de Dios, porque por la gracia, más que imagen de Dios, el hombre se convierte en Dios por participación. En el mismo sentido, San Agustín afirma que “es mejor ser justo que ser hombre”, porque ser hombre es ser creatura de Dios, en tanto que ser justo es ser hijo de Dios y Dios por participación.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La consideración de la grandeza inconmensurable de la gracia debe llevar al cristiano a reflexionar acerca de qué es lo que recibe, cuando recibe la gracia –como también qué es lo que pierde, cuando pierde la gracia-. De parte de Dios, no puede haber dádiva más grande[6], porque por la gracia el alma se vuelve capaz de alojar, en su corazón, a las Tres Divinas Personas de la Trinidad; se convierte en hijo adoptivo de Dios; se hace heredero del Reino y, mucho más que esto, se convierte en Dios por participación. Si un hombre ávido de dinero, se encontrara de la noche a la mañana ser el poseedor y el dueño de innumerables minas de oro y plata, no cabría en sí de la alegría, aun siendo esta mundana y pecaminosa por tratarse de solo cosas materiales y porque el hombre no debe poner su contento en ellas, sino en los bienes del cielo, ¡cuánto más contento debería expresar el alma del cristiano, que sabiéndose pecador y por lo tanto merecedor del infierno y reo de la Justicia Divina, por mérito y obra de la gracia cambia su suerte y pasa a ser, de pecador a justo, de merecedor del castigo divino a beneficiario de la Misericordia Divina; de creatura pecadora a hija adoptiva de Dios; de no poseer ningún bien espiritualmente hablando, solo males, a ser declarada heredera del Reino de los cielos; de ser simple creatura a ser hija adoptiva de Dios! Si los que se desviven por los bienes del mundo, que son polvo y arena frente a la gracia, descubrieran el inestimable valor de la misma, lo dejarían todo y todo lo estimarían por nada, con tal de adquirir, conservar y acrecentar la gracia en sus almas.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Santo Tomás de Aquino afirma que la más minúscula gracia es más valiosa que todos los bienes de la naturaleza: “El bien de la gracia de uno es mayor que el bien de la naturaleza de todo el universo”[7]. En el mismo sentido se expresa San Agustín cuando dice: “La gracia de Dios se aventaja, no sólo a todas las estrellas y a todos los cielos, sino también a todos los ángeles”[8]. En el Eclesiástico se dice, también en el mismo sentido, cuando prefiere un justo a mil que no lo son, porque vale más un alma con gracia, que un mundo de hombres y ángeles sin ella. De estas consideraciones se sigue que, si un hombre en gracia se puede considerar el ser más afortunado del universo, aquel que desprecia la gracia o no la tiene en consideración, puede considerarse de la misma manera como el más desgraciado de todos, porque perdido el valor de la gracia, el hombre concentra todos sus esfuerzos en obtener bienes materiales los cuales, comparados con la gracia, son menos que arena y polvo. En este sentido y siguiendo a Santo Tomás se expresa un autor, Cayetano: “Ten delante de tus ojos siempre, de día y de noche, que el bien de la gracia de uno es mejor que el bien de la naturaleza de todo el universo, para que continuamente veas qué condenación amenaza a quien no hace caso ni pondera tan gran bien que le ofrecen”. Comentando esto, dice el P. Nieremberg que “justamente merece ser condenado quien desprecia tal don –la gracia-, por ser ofrecido por Dios y por ser tan grande y por despreciarle por tan poco como los bienes perecederos de la tierra”[9]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que seamos capaces de apreciar el bien inestimable de la gracia, al punto de despreciar todos los bienes de la tierra!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, 16.
[2] Tract. 72 in Joan; cit. Nieremberg, o. c.
[3] 1, 2, q. 113, art. 9, in Corp.; cit Nieremberg, o. c.
[4] L. c., sed cont.
[5] 2, 2, q. 23, art. 3.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[7] 1, 2, q. 113, art. 9, ad. 2.
[8] Lib. 2, Ad Bonif., cap. 6.
[9] Cfr. Nieremberg, Aprecio, 21.