viernes, 15 de julio de 2016

Hora Santa en honor a la Preciosísima Sangre de Jesús


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor a la Preciosísima Sangre de Jesús.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.        

La Sangre de Jesús es la Sangre del Cordero de Dios, derramada en el altar sacrosanto de la cruz y vertida cada vez en el cáliz del altar eucarístico, por la Santa Misa. La Sangre de Jesús contiene la divinidad, porque es la Sangre del Hombre-Dios, de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, y es por esto que la Sangre de Jesús es Preciosísima, porque lleva en sí al Espíritu de Dios, y es por esto que, cuando la Sangre del Cordero cae sobre el alma y el corazón del hombre, le quita sus pecados y le concede al mismo tiempo la vida divina y el Divino Amor. Desde el Corazón traspasado de Jesús, su Sangre Preciosísima se derrama, sobreabundante, para caer en las almas y los corazones de los hombres. La Sangre del Cordero, que brota del Corazón traspasado de Jesús, es una fuente de bendición imposible de apreciar para el Cuerpo Místico que es la Iglesia: fortalece a los mártires, ilumina a los confesores, inspira a las vírgenes, socorre a quien está en peligro, alivia a los afligidos, da consuelo celestial en las penas, concede la esperanza al penitente, consuela al moribundo con la promesa de la vida eterna, da paz y ternura divina a los corazones, libra a las almas del purgatorio y derrota a los demonios, alejándolos de las vidas y los hogares de los cristianos. Es por eso que nosotros, anhelantes de esta Sangre mil veces bendita, decimos: “¡Que caiga tu Sangre sobre nosotros, Cordero de Dios, para que esta Sangre nos quite los pecados, nos llene de tu gracia y nos colme con tu Amor Divino!”.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Sangre de Jesús brota de su Cabeza coronada de espinas. El Rey del cielo, Dios Hijo, coronado con la gloria divina por el Padre desde la eternidad, al engendrarlo eternamente en su seno, es coronado por los hombres malvados con una corona formada por duras, gruesas, filosas y punzantes espinas, que desgarran su cuero cabelludo, le provocan un dolor lancinante y le hacen brotar ríos de Sangre Preciosísima, roja, brillante, pura, que al igual que los torrentes cristalinos de montaña, que caen en cascada hermoseando el cerro, desciende por su frente, sus ojos, sus pómulos, su nariz, su boca, sus oídos, otorgando a la Santa Faz del Redentor un color rojizo, que apenas deja entrever la luz de sus ojos. La Sangre que brota del cuero cabelludo limpia nuestros pecados de pensamiento, al tiempo que nos concede los pensamientos de Jesús, los mismos pensamientos que tiene Él coronado de espinas. La Sangre que cubre sus oídos y su boca, quita nuestros pecados de la lengua, con los cuales mentimos y calumniamos y difamamos a nuestros prójimos, sepultándolos con la lengua y prestando oídos a la calumnia, al tiempo que nos concede la gracia de desear escuchar sólo el dulce sonido de su voz de Pastor Eterno. La Sangre que cubre sus ojos, borra nuestros pecados cometidos con la vista, los pecados por los cuales vemos el mundo con los ojos de la concupiscencia y de la perversión, al tiempo que nos concede su mirada, la mirada inocente y pura del Cordero de Dios. La Sangre que cubre sus mejillas y la piel de su Divino Rostro, quita los pecados de sensualidad, los pecados del placer carnal, los pecados cometidos por el deseo desordenado de satisfacer las pasiones del cuerpo, al tiempo que nos concede su pureza y su castidad, la pureza y la castidad del Hombre-Dios, manifestaciones, en virtudes humanas, de la pureza inmaculada del Ser divino trinitario. ¡Sangre Preciosísima de Jesús, cúbreme, inunda mi alma y mi corazón, dame la pureza, la santidad y el Amor del Cordero de Dios!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Sangre brota del Cuerpo herido del Redentor, a causa de los durísimos golpes recibidos a lo largo de su Pasión: puñetazos, puntapiés, flagelos, clavos de hierro, corona de espinas. La presión ejercida sobre el Cuerpo sacratísimo del Redentor por parte de los golpes y el desgarro y laceración de los flagelos y las espinas, convierten a la Humanidad Santísima de Jesús en una surgente viva de Sangre roja, rutilante, que brota de continuo por todo su Cuerpo lacerado y magullado, tiñéndolo con diversas tonalidades de rojo, conforme la Sangre Preciosísima del Redentor se va secando y coagulando en algunas partes, mientras en otras surge fresca y rutilante. Son los golpes, los flagelos y las espinas, productos de las manos de los hombres, las fuerzas ciegas y brutas que desgarran y laceran la Humanidad Santísima de Jesús, haciendo que brote su Sangre por toda la extensión de su Cuerpo. Pero hay una fuerza, infinitamente más poderosa que los golpes y los flagelos, que es la que hace brotar la Sangre del Cuerpo todo del Redentor, y es el Divino Amor que inhabita en su Sagrado Corazón. Es el Amor de Jesús el que lo lleva a sufrir, sin una sola queja que pueda escucharse de sus labios, los fortísimos golpes, los crudelísimos flagelos, el dolor lacerante de la corona de espinas, el dolor quemante de los clavos que atenazan duramente al madero sus manos y sus pies.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús es “la Vid Verdadera” (Jn 15, 1) que da un fruto exquisito, del cual se obtiene un vino que jamás los hombres han probado antes de Él, un vino que los embriaga con la alegría y el amor mismo de Dios, un vino que los hace vivir con una vida nueva, una vida superior a la vida misma de los ángeles, porque es la vida de Dios Uno y Trino, un vino que les concede, ya aquí, desde la tierra, en germen, la misma vida de Dios, la vida eterna, la vida perfectísima, inacabable en su extensión, perfectísima en su divina plenitud, un vino dulcísimo, exquisito, que deleita a los mismos ángeles, arrobándolos en el éxtasis y en el amor de Dios. Al igual que sucede con una vid terrena, que al ser triturada en la vendimia se obtiene de ella el fruto de la vi, un vino nuevo, así Jesucristo, Vid Verdadera, es triturado en la vendimia de la Pasión, y de sus llagas abiertas y florecientes de roja sangre, y de su costado perforado por la lanza, se obtiene un Vino Nuevo, un Vino con el que el Padre celebra, en el Banquete celestial de la Santa Misa, el pacto de la Nueva Alianza, la Alianza Nueva y Eterna, sellada con la Sangre del Cordero de Dios, el Vino de la Vid Verdadera. Y así como en un banquete terreno, el vino de mejor calidad se sirve en una boda para acompañar los manjares más exquisitos y selectos que deleitan el paladar y homenajean a los esponsales y sus invitados, así el Vino de esta Vid Verdadera que es Cristo Jesús, la Sangre de su Corazón Sacratísimo, es servido por el Padre en el Banquete celestial, la Santa Misa, para acompañar los manjares más exquisitos, manjares que no se encuentran en lugar alguno de la tierra y que deleitan con su exquisitez a los hombres invitados a las Bodas del Cordero con su Iglesia Esposa, y estos manjares que acompañan al Vino, que es la Sangre del Redentor, servida en el Cáliz del altar eucarístico, son la Carne de Cordero, la Divina Eucaristía, y el Pan de Vida Eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado, glorioso y lleno de la vida divina en la Hostia consagrada. Así, el Padre nos deleita y nos sirve el manjar –a nosotros, que somos sus hijos pródigos- que embriaga al alma con el Amor de Dios, la Alegría divina y la Vida trinitaria: el Pan Vivo bajado del cielo, la Carne del Cordero de Dios, y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Cristo Jesús. ¡Oh Dios Padre, te damos gracias y te adoramos, por invitarnos a tu Banquete celestial, la Santa Misa! ¡Oh Dios Hijo, te damos gracias y te adoramos, porque te nos donas como Pan celestial, como Carne de Cordero y como Vino de la Eterna Alianza, en el manjar eucarístico! ¡Oh Dios Espíritu Santo, te damos gracias y te adoramos, porque te derramas todo entero en nuestros míseros corazones, cuando bebemos el Vino que te contiene, el Vino obtenido en la vendimia de la Pasión, el Vino de la Vid Verdadera, Cristo Jesús!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Afirma un santo que Dios invita a comer de su Pan y a beber de su Vino; que los invita, a todos los hombres, a comer su Cuerpo, que es el Pan que alimenta con la Vida eterna, y a beber su Sangre, que es el Vino que diviniza el alma, y esto porque Dios Hijo ha “mezclado de manera admirable su Sangre con la divinidad, para nuestra salvación”[1]. Porque esta Preciosísima Sangre contiene la divinidad, quien la bebe, se ve purificado de sus manchas y llagas, se enriquece en su pobreza y, al circular esta divina Sangre por sus venas, recibe la Vida misma de Jesús, que es la Vida eterna, y cuando esta Sangre desciende a su pobre corazón humano, ve convertido su corazón en el mismo Corazón de Jesús. ¡Madre mía, María Santísima, que caiga esta Sangre sobre nuestros corazones y los purifique y llena de la Vida de tu Hijo Jesús, la vida misma de Dios Trino, y nos colme con el Amor de Dios, el Espíritu Santo!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.





[1] Procopio de Gaza, Comentario sobre el libro de los Proverbios, Cap. 9: PG 87, 1, 1299-1303.

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