Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en honor a la Preciosísima Sangre de Jesús.
Canto
inicial:
“Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
de entrada:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no
creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
La
Sangre de Jesús es la Sangre del Cordero de Dios, derramada en el altar
sacrosanto de la cruz y vertida cada vez en el cáliz del altar eucarístico, por
la Santa Misa. La Sangre de Jesús contiene la divinidad, porque es la Sangre
del Hombre-Dios, de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, y es por esto que
la Sangre de Jesús es Preciosísima, porque lleva en sí al Espíritu de Dios, y
es por esto que, cuando la Sangre del Cordero cae sobre el alma y el corazón
del hombre, le quita sus pecados y le concede al mismo tiempo la vida divina y
el Divino Amor. Desde el Corazón traspasado de Jesús, su Sangre Preciosísima se
derrama, sobreabundante, para caer en las almas y los corazones de los hombres.
La Sangre del Cordero, que brota del Corazón traspasado de Jesús, es una fuente
de bendición imposible de apreciar para el Cuerpo Místico que es la Iglesia:
fortalece a los mártires, ilumina a los confesores, inspira a las vírgenes,
socorre a quien está en peligro, alivia a los afligidos, da consuelo celestial
en las penas, concede la esperanza al penitente, consuela al moribundo con la
promesa de la vida eterna, da paz y ternura divina a los corazones, libra a las
almas del purgatorio y derrota a los demonios, alejándolos de las vidas y los
hogares de los cristianos. Es por eso que nosotros, anhelantes de esta Sangre mil
veces bendita, decimos: “¡Que caiga tu
Sangre sobre nosotros, Cordero de Dios, para que esta Sangre nos quite los
pecados, nos llene de tu gracia y nos colme con tu Amor Divino!”.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Sangre de Jesús brota de su Cabeza coronada de espinas.
El Rey del cielo, Dios Hijo, coronado con la gloria divina por el Padre desde
la eternidad, al engendrarlo eternamente en su seno, es coronado por los hombres
malvados con una corona formada por duras, gruesas, filosas y punzantes
espinas, que desgarran su cuero cabelludo, le provocan un dolor lancinante y le
hacen brotar ríos de Sangre Preciosísima, roja, brillante, pura, que al igual
que los torrentes cristalinos de montaña, que caen en cascada hermoseando el
cerro, desciende por su frente, sus ojos, sus pómulos, su nariz, su boca, sus
oídos, otorgando a la Santa Faz del Redentor un color rojizo, que apenas deja
entrever la luz de sus ojos. La Sangre que brota del cuero cabelludo limpia
nuestros pecados de pensamiento, al tiempo que nos concede los pensamientos de
Jesús, los mismos pensamientos que tiene Él coronado de espinas. La Sangre que
cubre sus oídos y su boca, quita nuestros pecados de la lengua, con los cuales
mentimos y calumniamos y difamamos a nuestros prójimos, sepultándolos con la
lengua y prestando oídos a la calumnia, al tiempo que nos concede la gracia de
desear escuchar sólo el dulce sonido de su voz de Pastor Eterno. La Sangre que
cubre sus ojos, borra nuestros pecados cometidos con la vista, los pecados por
los cuales vemos el mundo con los ojos de la concupiscencia y de la perversión,
al tiempo que nos concede su mirada, la mirada inocente y pura del Cordero de
Dios. La Sangre que cubre sus mejillas y la piel de su Divino Rostro, quita los
pecados de sensualidad, los pecados del placer carnal, los pecados cometidos
por el deseo desordenado de satisfacer las pasiones del cuerpo, al tiempo que
nos concede su pureza y su castidad, la pureza y la castidad del Hombre-Dios,
manifestaciones, en virtudes humanas, de la pureza inmaculada del Ser divino
trinitario. ¡Sangre Preciosísima de
Jesús, cúbreme, inunda mi alma y mi corazón, dame la pureza, la santidad y el
Amor del Cordero de Dios!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Sangre brota del Cuerpo herido del Redentor, a causa de los durísimos golpes
recibidos a lo largo de su Pasión: puñetazos, puntapiés, flagelos, clavos de
hierro, corona de espinas. La presión ejercida sobre el Cuerpo sacratísimo del
Redentor por parte de los golpes y el desgarro y laceración de los flagelos y
las espinas, convierten a la Humanidad Santísima de Jesús en una surgente viva
de Sangre roja, rutilante, que brota de continuo por todo su Cuerpo lacerado y
magullado, tiñéndolo con diversas tonalidades de rojo, conforme la Sangre
Preciosísima del Redentor se va secando y coagulando en algunas partes,
mientras en otras surge fresca y rutilante. Son los golpes, los flagelos y las
espinas, productos de las manos de los hombres, las fuerzas ciegas y brutas que
desgarran y laceran la Humanidad Santísima de Jesús, haciendo que brote su
Sangre por toda la extensión de su Cuerpo. Pero hay una fuerza, infinitamente
más poderosa que los golpes y los flagelos, que es la que hace brotar la Sangre
del Cuerpo todo del Redentor, y es el Divino Amor que inhabita en su Sagrado
Corazón. Es el Amor de Jesús el que lo lleva a sufrir, sin una sola queja que
pueda escucharse de sus labios, los fortísimos golpes, los crudelísimos
flagelos, el dolor lacerante de la corona de espinas, el dolor quemante de los
clavos que atenazan duramente al madero sus manos y sus pies.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús
es “la Vid Verdadera” (Jn 15, 1) que
da un fruto exquisito, del cual se obtiene un vino que jamás los hombres han
probado antes de Él, un vino que los embriaga con la alegría y el amor mismo de
Dios, un vino que los hace vivir con una vida nueva, una vida superior a la
vida misma de los ángeles, porque es la vida de Dios Uno y Trino, un vino que
les concede, ya aquí, desde la tierra, en germen, la misma vida de Dios, la
vida eterna, la vida perfectísima, inacabable en su extensión, perfectísima en
su divina plenitud, un vino dulcísimo, exquisito, que deleita a los mismos
ángeles, arrobándolos en el éxtasis y en el amor de Dios. Al igual que sucede
con una vid terrena, que al ser triturada en la vendimia se obtiene de ella el
fruto de la vi, un vino nuevo, así Jesucristo, Vid Verdadera, es triturado en
la vendimia de la Pasión, y de sus llagas abiertas y florecientes de roja
sangre, y de su costado perforado por la lanza, se obtiene un Vino Nuevo, un
Vino con el que el Padre celebra, en el Banquete celestial de la Santa Misa, el
pacto de la Nueva Alianza, la Alianza Nueva y Eterna, sellada con la Sangre del
Cordero de Dios, el Vino de la Vid Verdadera. Y así como en un banquete
terreno, el vino de mejor calidad se sirve en una boda para acompañar los
manjares más exquisitos y selectos que deleitan el paladar y homenajean a los
esponsales y sus invitados, así el Vino de esta Vid Verdadera que es Cristo
Jesús, la Sangre de su Corazón Sacratísimo, es servido por el Padre en el
Banquete celestial, la Santa Misa, para acompañar los manjares más exquisitos,
manjares que no se encuentran en lugar alguno de la tierra y que deleitan con
su exquisitez a los hombres invitados a las Bodas del Cordero con su Iglesia
Esposa, y estos manjares que acompañan al Vino, que es la Sangre del Redentor,
servida en el Cáliz del altar eucarístico, son la Carne de Cordero, la Divina
Eucaristía, y el Pan de Vida Eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado, glorioso y
lleno de la vida divina en la Hostia consagrada. Así, el Padre nos deleita y
nos sirve el manjar –a nosotros, que somos sus hijos pródigos- que embriaga al
alma con el Amor de Dios, la Alegría divina y la Vida trinitaria: el Pan Vivo
bajado del cielo, la Carne del Cordero de Dios, y el Vino de la Alianza Nueva y
Eterna, la Sangre de Cristo Jesús. ¡Oh
Dios Padre, te damos gracias y te adoramos, por invitarnos a tu Banquete
celestial, la Santa Misa! ¡Oh Dios Hijo, te damos gracias y te adoramos, porque
te nos donas como Pan celestial, como Carne de Cordero y como Vino de la Eterna
Alianza, en el manjar eucarístico! ¡Oh Dios Espíritu Santo, te damos gracias y
te adoramos, porque te derramas todo entero en nuestros míseros corazones,
cuando bebemos el Vino que te contiene, el Vino obtenido en la vendimia de la
Pasión, el Vino de la Vid Verdadera, Cristo Jesús!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Afirma un santo que Dios invita a comer de su Pan y a beber de su Vino; que los
invita, a todos los hombres, a comer su Cuerpo, que es el Pan que alimenta con
la Vida eterna, y a beber su Sangre, que es el Vino que diviniza el alma, y
esto porque Dios Hijo ha “mezclado de manera admirable su Sangre con la
divinidad, para nuestra salvación”[1]. Porque
esta Preciosísima Sangre contiene la divinidad, quien la bebe, se ve purificado
de sus manchas y llagas, se enriquece en su pobreza y, al circular esta divina
Sangre por sus venas, recibe la Vida misma de Jesús, que es la Vida eterna, y
cuando esta Sangre desciende a su pobre corazón humano, ve convertido su
corazón en el mismo Corazón de Jesús. ¡Madre
mía, María Santísima, que caiga esta Sangre sobre nuestros corazones y los
purifique y llena de la Vida de tu Hijo Jesús, la vida misma de Dios Trino, y
nos colme con el Amor de Dios, el Espíritu Santo!
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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