Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación y
desagravio por los ultrajes contra la Madre de Dios, sufridos recientemente en
España y Perú. La información correspondiente se puede ver en los siguientes
sitios: http://infovaticana.com/2016/06/13/lobby-gay-vuelve-atacar-los-catolicos/;
https://www.aciprensa.com/noticias/fotos-y-video-marcha-gay-en-peru-se-burla-de-virgen-maria-que-bendice-a-congresistas-31588/
Como de costumbre, pedimos nuestra propia conversión y la de nuestros hermanos,
que cometieron estos ultrajes a María Santísima.
Canto
inicial:
“Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
de entrada:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no
creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
La Madre de Dios es la Mujer del
Génesis (cfr. Gn 3, 15), que junto
con su descendencia se enfrenta y vence a la Serpiente Antigua y su prole, los
hijos de las tinieblas. La Virgen Santísima aplasta a la Serpiente en la
cabeza, donde anida su orgullo y su irracional soberbia demoníaca, que le
llevan a pretender igualarse a Dios. María, porque fue hecha partícipe de la
divina omnipotencia aplasta con su delicado pie femenino, la cabeza orgullosa y
soberbia de la Serpiente, derrotándola y dejándola vencida, así como una
serpiente terrena, cuando su cabeza es aplastada, pierde toda fuerza y vigor y
no puede ya amenazar más con su veneno mortal. Aunque la acecha en su calcañal,
la Mujer del Génesis triunfa sobre la Serpiente Antigua –llamada Diablo o
Satanás- porque la Virgen participa del poder y fortaleza divina de su Hijo
Dios. Puesto que la Virgen es tipo perfecto y acabado de la Iglesia, también la
Iglesia de Dios, Esposa del Verbo, triunfa sobre la Serpiente, que la acecha en
su calcañal, es decir, en sus integrantes humanos, buscando inocular en los
hombres de la Iglesia el veneno de la duda, el error, la herejía, el cisma y la
apostasía; pero al igual que la Mujer del Génesis, la Iglesia, asistida por la
fuerza y el poder del Espíritu Santo, aplasta sin piedad la cabeza de esa hidra
venenosa que es el error de negar la divinidad de Jesús y su Presencia real en
la Eucaristía. ¡Oh María, Madre mía,
aumenta mi fe en tu Hijo, Jesús Eucaristía!
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Madre de Dios es la Mujer al pie de la Cruz (cfr. Jn 19, 25-30); es la Mujer a la que Jesús nos dejó como Madre
celestial; es la Mujer que, con su Corazón Inmaculado atravesado por una espada
de dolor, ofrece sin embargo, no solo sin la más pequeña queja, sino con todo
el Amor de su Purísimo Corazón, a su Hijo al Padre por la salvación de los
hombres y el perdón de sus pecados. Así la Virgen Dolorosa, ofreciendo el
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de su Hijo en la cruz y ofreciéndose a sí
misma al Padre también como víctima, es tipo perfecto y acabado de la Iglesia
que, en el Santo Sacrificio del Altar, renovación incruenta del Santo
Sacrificio de la Cruz, ofrece al Padre el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad del Hijo de María Virgen, Cristo Jesús en la Eucaristía, que se inmola
por el perdón de los pecados de los hombres e implora por su eterna salvación.
La Virgen Dolorosa, de pie al lado de la cruz, ofreciendo con todo su Amor a su
Hijo Jesús, es el tipo perfecto de la Iglesia que, por medio del sacerdocio
ministerial, ofrece a Dios Trino la Eucaristía en la Santa Misa, renovación
sacramental del Sacrificio del Calvario. ¡Oh
Madre mía, Virgen Santísima, que yo sepa ofrecerme en la Santa Misa, contigo y
con Jesús, por la salvación del mundo!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Madre de Dios es la Mujer del Apocalipsis (cfr. Ap 12, 1ss), que lleva en sus brazos a su Hijo, Dios Niño y huye al
desierto para ponerlo a salvo de la furia deicida del Dragón, el Príncipe de
los ángeles rebeldes y apóstatas. En el Apocalipsis se relata que a la Mujer
“se le dieron dos alas para que volara al desierto” para así poner a salvo a su
Hijo, puesto que el Dragón pretendía ahogarlo en el río que brotó de sus
fauces: esa Mujer es la Virgen internándose en el desierto, huyendo de Herodes
y sus esbirros que, con furia demoníaca, buscan “matar al Niño” (cfr. Mt 2, 13). Huye la Madre de Dios, con
las alas de águila, esto es, la Sabiduría y el Amor de Dios, custodiando entre
sus brazos y estrechando contra su Corazón Inmaculado a Aquel que ama más que
su propia vida, su Hijo amado, Rey de reyes y Señor de señores, amenazado de
muerte por un rey terreno, temeroso de ser destronado por un Niño, un Niño que
no es un niño más entre tantos, sino que es Dios hecho Niño, sin dejar de ser
Dios. Pero la Virgen es tipo perfecto y acabado de la Iglesia y por eso mismo,
en la Mujer que huye con su Hijo al desierto para salvarlo de la furia deicida
de los hombres aliados con el Ángel rebelde, está anticipada y prefigurada
también la Iglesia, Esposa fiel del Cordero que, a lo largo de los siglos, en
la historia humana, será perseguida en sus santos y mártires por este mismo
Ángel rebelde, que buscará destruir al Fruto de sus entrañas virginales -el
altar eucarístico-, Jesús Eucaristía. La Virgen que huye al desierto prefigura
a la Iglesia Militante que peregrina en el desierto de la historia y el mundo y
es perseguida por los enemigos de la Fe y de Dios, los cuales, azuzados por el
Dragón, quieren en todo tiempo y lugar hacer desaparecer al Hijo de Dios,
encarnado en Belén y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Y al igual
que la Virgen, a quien le fueron dadas las alas de águila, la Sabiduría y el
Amor de Dios, así también la Iglesia Militante, con la Sabiduría y el Amor
divinos que resplandecen en su Magisterio bimilenario, custodia con celo y
ardor lo más valioso que posee, la Eucaristía, Jesús, el Hijo de Dios. ¡Oh María, Madre mía, que nunca abandonemos
la fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía!
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Madre de Dios es la Mujer del Apocalipsis “toda revestida de sol, con una
corona de doce estrellas en la cabeza y con la luna bajo sus pies” (cfr. Ap 12, 1ss), y así la Virgen, tipo
perfecto y acabado de la Iglesia, representa y anticipa a la Iglesia que es la
Esposa del Cordero, la Iglesia Santa, Pura e Inmaculada que, Triunfante,
resplandece en los cielos eternos con la gloria celestial. La Virgen es la
Mujer revestida de sol porque el sol representa a su Hijo Jesús, Sol de
justicia, Gracia Increada y Gloria eterna del Padre, que al encarnarse en el
seno virgen de María y siendo Él la Luz Eterna e Increada (cfr. Jn 8, 12), convierte a la Virgen
Santísima en un Diamante celestial que irradia al mundo la Luz Divina, Cristo
Jesús. La Virgen es como un Diamante celestial porque así como un diamante,
roca cristalina, atrapa la luz y la encierra dentro de sí para luego irradiarla
al exterior, de la misma manera la Virgen Purísima, con su “Sí” a la Voluntad
del Padre (cfr. Lc 1, 38), atrapó en
su seno purísimo a la Luz de la gloria eterna, Cristo Jesús y la irradió al
mundo al término de su gestación, siendo la causa de que el mundo, que habitaba
en “sombras y tinieblas de muerte” (cfr. Lc
1, 67-79), fuera iluminado con la luz divina viva y vivificante, su Hijo Jesús.
De la misma manera, así como la Virgen resplandece en los cielos por estar
revestida con la gloria de su Hijo Jesús, así la Iglesia, Esposa del Cordero,
resplandece en la tierra ante las naciones con la luz de la Verdad, Cristo
Jesús, que desde la Eucaristía ilumina las almas con la luz de su gracia. Y así
la Iglesia, al igual que María, que como un Diamante celestial irradió al mundo
la Luz de Dios, del mismo modo, por la Iglesia, desde el altar eucarístico, se
irradia sobre el mundo la Luz Eterna, Jesús Eucaristía. ¡Oh Madre de Dios, Reina del cielo, que nuestra fe en la Presencia
real de Jesús Eucaristía sea límpida y transparente como tu Inmaculado Corazón!
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Madre de Dios, la Virgen Santísima, representa a la Iglesia, la Esposa
Inmaculada del Cordero Inmaculado. Ella es la Virgen que, descripta por los
místicos[1][1],
está cubierta de la gloria de Dios; Ella es la Esposa Inmaculada ante la cual
huyen las sombras; Ella es la Madre de Dios, la Virgen Purísima, la Inmaculada,
la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Llena del Amor y de
la Gracia de Dios; Ella es Aquella Mujer, la Madre de Dios, que se sienta en un
trono de inmensa gloria y a cuyo Hijo, el Cordero de Dios, adoran y alaban los
ángeles y bienaventurados en los cielos (cfr. Ap 4, 1-2); Ella es la Madre siempre Virgen, que fue Virgen antes
del parto, durante el parto y que continúa y continuará siendo Virgen, después
del parto, por los siglos sin fin. Ella es la Hija amada del Padre y la Esposa
del Hijo, por cuyo Hijo, el Cordero, que derramó su Sangre en la Cruz y la
derrama cada vez en el cáliz eucarístico en la Santa Misa, han sido redimidas
todas las naciones de la tierra del poder del Dragón. A Ella, y a su Hijo Dios,
les pertenecen todas las naciones de la tierra, por haber dado por la redención
y rescate de la esclavitud del Demonio, el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios
en la cruz[2].
Ella es la que está sentada en un trono, al lado del trono de Dios y del trono
del Cordero, porque Ella es la Madre de Dios[3].
Ella es la Mujer Virgen y Madre fecundísima a cuyas órdenes y del Cordero
combaten Miguel y sus ángeles contra el Dragón, la Serpiente Antigua,
obteniendo la Mujer, Madre de Dios y prefiguración de la Iglesia, el más
rotundo triunfo y la más resonante victoria sobre la Serpiente, la cual fue
arrojada de los cielos, “cayendo como un rayo” (cfr. Lc 10, 18). ¡Oh Madre del
cielo, María Santísima, nosotros tus hijos pequeños, te rogamos, cúbrenos con
tu manto, llévanos entre tus brazos, refúgianos en tu Inmaculado Corazón!
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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