lunes, 4 de julio de 2016

Hora Santa en reparación por la profanación de la Virgen de los Desamparados en España y Perú.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación y desagravio por los ultrajes contra la Madre de Dios, sufridos recientemente en España y Perú. La información correspondiente se puede ver en los siguientes sitios: http://infovaticana.com/2016/06/13/lobby-gay-vuelve-atacar-los-catolicos/; https://www.aciprensa.com/noticias/fotos-y-video-marcha-gay-en-peru-se-burla-de-virgen-maria-que-bendice-a-congresistas-31588/ Como de costumbre, pedimos nuestra propia conversión y la de nuestros hermanos, que cometieron estos ultrajes a María Santísima.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

         La Madre de Dios es la Mujer del Génesis (cfr. Gn 3, 15), que junto con su descendencia se enfrenta y vence a la Serpiente Antigua y su prole, los hijos de las tinieblas. La Virgen Santísima aplasta a la Serpiente en la cabeza, donde anida su orgullo y su irracional soberbia demoníaca, que le llevan a pretender igualarse a Dios. María, porque fue hecha partícipe de la divina omnipotencia aplasta con su delicado pie femenino, la cabeza orgullosa y soberbia de la Serpiente, derrotándola y dejándola vencida, así como una serpiente terrena, cuando su cabeza es aplastada, pierde toda fuerza y vigor y no puede ya amenazar más con su veneno mortal. Aunque la acecha en su calcañal, la Mujer del Génesis triunfa sobre la Serpiente Antigua –llamada Diablo o Satanás- porque la Virgen participa del poder y fortaleza divina de su Hijo Dios. Puesto que la Virgen es tipo perfecto y acabado de la Iglesia, también la Iglesia de Dios, Esposa del Verbo, triunfa sobre la Serpiente, que la acecha en su calcañal, es decir, en sus integrantes humanos, buscando inocular en los hombres de la Iglesia el veneno de la duda, el error, la herejía, el cisma y la apostasía; pero al igual que la Mujer del Génesis, la Iglesia, asistida por la fuerza y el poder del Espíritu Santo, aplasta sin piedad la cabeza de esa hidra venenosa que es el error de negar la divinidad de Jesús y su Presencia real en la Eucaristía. ¡Oh María, Madre mía, aumenta mi fe en tu Hijo, Jesús Eucaristía!

          Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Segundo Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Madre de Dios es la Mujer al pie de la Cruz (cfr. Jn 19, 25-30); es la Mujer a la que Jesús nos dejó como Madre celestial; es la Mujer que, con su Corazón Inmaculado atravesado por una espada de dolor, ofrece sin embargo, no solo sin la más pequeña queja, sino con todo el Amor de su Purísimo Corazón, a su Hijo al Padre por la salvación de los hombres y el perdón de sus pecados. Así la Virgen Dolorosa, ofreciendo el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de su Hijo en la cruz y ofreciéndose a sí misma al Padre también como víctima, es tipo perfecto y acabado de la Iglesia que, en el Santo Sacrificio del Altar, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, ofrece al Padre el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo de María Virgen, Cristo Jesús en la Eucaristía, que se inmola por el perdón de los pecados de los hombres e implora por su eterna salvación. La Virgen Dolorosa, de pie al lado de la cruz, ofreciendo con todo su Amor a su Hijo Jesús, es el tipo perfecto de la Iglesia que, por medio del sacerdocio ministerial, ofrece a Dios Trino la Eucaristía en la Santa Misa, renovación sacramental del Sacrificio del Calvario. ¡Oh Madre mía, Virgen Santísima, que yo sepa ofrecerme en la Santa Misa, contigo y con Jesús, por la salvación del mundo!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Madre de Dios es la Mujer del Apocalipsis (cfr. Ap 12, 1ss), que lleva en sus brazos a su Hijo, Dios Niño y huye al desierto para ponerlo a salvo de la furia deicida del Dragón, el Príncipe de los ángeles rebeldes y apóstatas. En el Apocalipsis se relata que a la Mujer “se le dieron dos alas para que volara al desierto” para así poner a salvo a su Hijo, puesto que el Dragón pretendía ahogarlo en el río que brotó de sus fauces: esa Mujer es la Virgen internándose en el desierto, huyendo de Herodes y sus esbirros que, con furia demoníaca, buscan “matar al Niño” (cfr. Mt 2, 13). Huye la Madre de Dios, con las alas de águila, esto es, la Sabiduría y el Amor de Dios, custodiando entre sus brazos y estrechando contra su Corazón Inmaculado a Aquel que ama más que su propia vida, su Hijo amado, Rey de reyes y Señor de señores, amenazado de muerte por un rey terreno, temeroso de ser destronado por un Niño, un Niño que no es un niño más entre tantos, sino que es Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios. Pero la Virgen es tipo perfecto y acabado de la Iglesia y por eso mismo, en la Mujer que huye con su Hijo al desierto para salvarlo de la furia deicida de los hombres aliados con el Ángel rebelde, está anticipada y prefigurada también la Iglesia, Esposa fiel del Cordero que, a lo largo de los siglos, en la historia humana, será perseguida en sus santos y mártires por este mismo Ángel rebelde, que buscará destruir al Fruto de sus entrañas virginales -el altar eucarístico-, Jesús Eucaristía. La Virgen que huye al desierto prefigura a la Iglesia Militante que peregrina en el desierto de la historia y el mundo y es perseguida por los enemigos de la Fe y de Dios, los cuales, azuzados por el Dragón, quieren en todo tiempo y lugar hacer desaparecer al Hijo de Dios, encarnado en Belén y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Y al igual que la Virgen, a quien le fueron dadas las alas de águila, la Sabiduría y el Amor de Dios, así también la Iglesia Militante, con la Sabiduría y el Amor divinos que resplandecen en su Magisterio bimilenario, custodia con celo y ardor lo más valioso que posee, la Eucaristía, Jesús, el Hijo de Dios. ¡Oh María, Madre mía, que nunca abandonemos la fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Madre de Dios es la Mujer del Apocalipsis “toda revestida de sol, con una corona de doce estrellas en la cabeza y con la luna bajo sus pies” (cfr. Ap 12, 1ss), y así la Virgen, tipo perfecto y acabado de la Iglesia, representa y anticipa a la Iglesia que es la Esposa del Cordero, la Iglesia Santa, Pura e Inmaculada que, Triunfante, resplandece en los cielos eternos con la gloria celestial. La Virgen es la Mujer revestida de sol porque el sol representa a su Hijo Jesús, Sol de justicia, Gracia Increada y Gloria eterna del Padre, que al encarnarse en el seno virgen de María y siendo Él la Luz Eterna e Increada (cfr. Jn 8, 12), convierte a la Virgen Santísima en un Diamante celestial que irradia al mundo la Luz Divina, Cristo Jesús. La Virgen es como un Diamante celestial porque así como un diamante, roca cristalina, atrapa la luz y la encierra dentro de sí para luego irradiarla al exterior, de la misma manera la Virgen Purísima, con su “Sí” a la Voluntad del Padre (cfr. Lc 1, 38), atrapó en su seno purísimo a la Luz de la gloria eterna, Cristo Jesús y la irradió al mundo al término de su gestación, siendo la causa de que el mundo, que habitaba en “sombras y tinieblas de muerte” (cfr. Lc 1, 67-79), fuera iluminado con la luz divina viva y vivificante, su Hijo Jesús. De la misma manera, así como la Virgen resplandece en los cielos por estar revestida con la gloria de su Hijo Jesús, así la Iglesia, Esposa del Cordero, resplandece en la tierra ante las naciones con la luz de la Verdad, Cristo Jesús, que desde la Eucaristía ilumina las almas con la luz de su gracia. Y así la Iglesia, al igual que María, que como un Diamante celestial irradió al mundo la Luz de Dios, del mismo modo, por la Iglesia, desde el altar eucarístico, se irradia sobre el mundo la Luz Eterna, Jesús Eucaristía. ¡Oh Madre de Dios, Reina del cielo, que nuestra fe en la Presencia real de Jesús Eucaristía sea límpida y transparente como tu Inmaculado Corazón!

         Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Madre de Dios, la Virgen Santísima, representa a la Iglesia, la Esposa Inmaculada del Cordero Inmaculado. Ella es la Virgen que, descripta por los místicos[1][1], está cubierta de la gloria de Dios; Ella es la Esposa Inmaculada ante la cual huyen las sombras; Ella es la Madre de Dios, la Virgen Purísima, la Inmaculada, la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Llena del Amor y de la Gracia de Dios; Ella es Aquella Mujer, la Madre de Dios, que se sienta en un trono de inmensa gloria y a cuyo Hijo, el Cordero de Dios, adoran y alaban los ángeles y bienaventurados en los cielos (cfr. Ap 4, 1-2); Ella es la Madre siempre Virgen, que fue Virgen antes del parto, durante el parto y que continúa y continuará siendo Virgen, después del parto, por los siglos sin fin. Ella es la Hija amada del Padre y la Esposa del Hijo, por cuyo Hijo, el Cordero, que derramó su Sangre en la Cruz y la derrama cada vez en el cáliz eucarístico en la Santa Misa, han sido redimidas todas las naciones de la tierra del poder del Dragón. A Ella, y a su Hijo Dios, les pertenecen todas las naciones de la tierra, por haber dado por la redención y rescate de la esclavitud del Demonio, el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios en la cruz[2]. Ella es la que está sentada en un trono, al lado del trono de Dios y del trono del Cordero, porque Ella es la Madre de Dios[3]. Ella es la Mujer Virgen y Madre fecundísima a cuyas órdenes y del Cordero combaten Miguel y sus ángeles contra el Dragón, la Serpiente Antigua, obteniendo la Mujer, Madre de Dios y prefiguración de la Iglesia, el más rotundo triunfo y la más resonante victoria sobre la Serpiente, la cual fue arrojada de los cielos, “cayendo como un rayo” (cfr. Lc 10, 18). ¡Oh Madre del cielo, María Santísima, nosotros tus hijos pequeños, te rogamos, cúbrenos con tu manto, llévanos entre tus brazos, refúgianos en tu Inmaculado Corazón!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

 Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.





[1] Cfr. Francisco Palau, Mis relaciones con la Hija de Dios, en Josefa Pastora Miralles, María, tipo perfecto y acabado de la Iglesia, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1978, 59.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

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